(Artículo publicado el
22 de diciembre de 1910 en La Opinión)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
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Y como en realidad hay un fondo de razón en el sentir de Ambrosio, me he limitado a hacerle presente que será difícil obtener su ideal, por cuanto en este mundo todos nos sentimos caciques, en nuestro fuero externo, y lo que es peor, no todos estamos dispuestos a renunciar a la posesión del mango de la sartén, una vez atrapado. El que no oficia de cacique es porque no puede o no le dejan, nunca por falla de disposición o voluntad.
Lo sé muy bien, me dice Ambrosio, y por ello me río de ciertos enemigos soi disants del caciquismo, precisamente aquellos que más echan chispas o dicen pestes contra el mismo; esos suelen ser los peores caciques, cuando atrapan el consabido mango. Por algo se dice que el peor enemigo es de igual oficio. Solo se hacen amigos cuando á entrambas partes resulta conveniente.
Como la sentimental Calipso por la ausencia de Ulises, o como Rackel por la muerte de sus hijos -no la Rachel o Raquel, mujer de Jacob, sino la de Rama en Palestina- mi amigo Ambrosio está inconsolable por la pérdida de su carabina, que en fuerza de hallarse desconcertada, la considera perdida.
En vista de su desesperación, hube de preguntarle para qué necesitaba aquel chisme, y me contestó enseguida: para matar al género humano. Hube de saltar algunos centímetros o milímetros, sobre el sillón que ocupaba. En efecto el caso no era para menos. Si la carabina de Ambrosio no hubiera estado descompuesta, de seguro me coge sin confesar el fin del mundo. Pero me repuse y le dije no extrañaba su resolución, que sería un segundo castigo análogo al Diluvio Universal; pero que al menos en el Arca se salvaron algunos justos, así hombres como animales en general.
Yo también respetaría la vida de los justos, me dijo; pero con igual resultado que tuvo la gente de Noé; ya sabes que a los pocos años o siglos estaba el mundo tan perdido como antes. Es cuestión de repetir la suerte tantas veces cuantas la sociedad se vicie; o lo que es igual es el cuento de nunca acabar. Si al menos el estado salvaje, o llámese patriarcal, ofreciera mejores garantías de moralidad, desinterés, altruismo o sea amor al prójimo; pero ni por esas, pues bien claro vemos que esa clase de pueblo resulta más bárbaro y cruel que ningún otro. Por lo menos, sus individuos son verdaderamente los que convierten el robo en legítima propiedad, y no reconocen otra ley sino la del más fuerte.
Tienes razón, Ambrosio, y no debes lamentar el mal estado de tu arma. Seguiremos viviendo con nuestra pepita hasta que Dios quiere hacernos mejores de lo que somos.
Esto dije: pero me contestó inmediatamente. Dios sin duda no tiene grande empeño de mejorarnos, o porque quiere y no puede, o por lo contrario.
No es necesario tomar una medida tan radical, le añadí. Hemos recibido del Supremo Hacedor razón bastante para perfeccionarnos nosotros mismos; y en el caso a que al principio nos referíamos, todo está reducido para el mejoramiento social a que seamos un poco menos imbéciles y sepamos elegir acertadamente a nuestros representantes o llámense mandatarios.
Chante - Clair .
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