sábado, 30 de agosto de 2014



LA NATURALEZA.

                                (Artículo publicado en La Ilustración de Canarias el 30 de junio de 1883)
                                         Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC       

                                                                          III
                                                                  (Conclusión)



 A historia de la naturaleza, considerada en su estado actual y solo en lo respectivo a nuestro planeta, se divide en tres ramas principales, que son, la mineralogía, la botánica y la zoología; distribución que concuerda con lo que, ya desde muy antiguo se ha venido llamando reinos mineral, vegetal y animal. Cada una de dichas ramas se subdivide en otras, y además, hay algunas ciencias naturales que están reputadas como independientes a aquellas, aunque siempre dentro del círculo de las relativas a nuestro planeta en su estado actual. Tales son la física del globo, meteorología, hidrografía, etc. Los autores no están de acuerdo en lo respectivo al número y nombres de las ciencias naturales; y además, unos creen, por ejemplo, que la física del globo es absolutamente lo mismo que la meteorología: otros dicen que son dos ciencias diversas; y casi todos opinan que la segunda es parte de la primera, haciendo extensiva la física del globo al conocimiento de las acciones y reacciones químicas que tienen lugar en las entrañas de la tierra, a la producción de los volcanes, etc.

También incluyen algunos en esa ciencia a la geología, y particularmente la sección de ésta que trata de los efectos que las aguas, el aire, el Sol y otros agentes producen en la corteza terrestre. La verdad es que las ciencias, en general, se hallan tan relacionadas y ligadas entre sí, que es difícil sino imposible señalar punto alguno de división o separación entre ellas. Otros naturalistas consideran la geología, la mineralogía y la química como un solo ramo de las ciencias, ramo que, a falta de un nombre más propio, suelen designar con el de mineralogía, como arriba indicamos también. Sin embargo, es constante que la química analiza todos los cuerpos -orgánicos e inorgánicos,- y que bajo tal concepto interviene y contribuye al esclarecimiento de la botánica y de la zoología, en sus múltiples divisiones y subdivisiones.
Aquí no venimos a tratar esas cuestiones, ni nos resta hacer más que algunas observaciones generales sobre la naturaleza, concretada ésta palabra a los fenómenos más notables que nos revela el estudio particular del globo que habitamos.

La palabra naturaleza ha tenido y tiene varias acepciones: ora se llama así el conjunto de lo creado: ora la facultad creadora: ora la índole de los cuerpos, etc. El célebre Lamarck y otros autores sostenían que la naturaleza es una facultad creadora sometida a leyes fijas, de modo que no puede variarlas ni hacer otra cosa que lo que hace: ésta tesis parece difícil de sostener, y convierte a la naturaleza en un verdadero autómata; sin embargo, ha sido adoptada por varios naturalistas que, además, entienden también por aquella palabra el conjunto de los movimientos de los cuerpos.



Jean-Baptiste de Lamark

Desde una remota antigüedad existe la idea de que la naturaleza es la materia agitada por el espíritu -mens agitat molem et magno se corpore Biscet- Muchos filósofos antiguos creían que ese gran poder generador extendido por todo el mundo era Dios. Sócrates decía que un Numen superior gobierna al mundo, a la manera que el espíritu individual gobierna al cuerpo; y casi del mismo modo se explican Aristóteles, Platón y en general los filósofos de mayor celebridad.

Que ese mismo poder superior derivase de uno solo, todos los seres animados, o que por el contrario, crease desde luego especies y géneros diversos, no nos proponemos aquí dilucidarlo. Lo más verosímil parece ser que por derivación o selección han sido formados casi todos los vivientes; pero así mismo parece verosímil que dicha selección o derivación ha partido de diferentes individuos, animales y vegetales, creados primitivamente en diferentes lugares y en diferentes tiempos.

No podemos acomodarnos a esa precisión con la que algunos autores quieren que hayan sido desde luego formados los géneros, y hasta las especies, que suponen siempre inalterables. Una especie, dicen, podrá extinguirse, podrá morir; pero nunca alterarse. Pero conceden que de ella se formen y deriven variedades o razas; y a la verdad, nos parece que concedida una cosa, bien pudiera serlo también la otra.

Esa inalterabilidad que pretenden demostrar aquéllos autores, la hacen algunos extensiva a las razas, y solo en cada cual de éstas admiten variedades accidentales, que no destruyen el tipo general de la raza respectiva. Así algunos monogenistas suponen que las razas humanas se perpetúan por atavismo; lo cual está en contradicción con el principio que ellos mismos sientan de que todas ellas proceden de dos únicos individuos y por ende, que ese tipo primitivo se alteró y modificó, produciendo aquellas razas, según establecen también dichos autores. A la verdad, esa alteración y modificación de tipo -que en ningún caso es exclusivamente cefálico- la establecen también los poligenistas; pero sin limitar exclusivamente a dos individuos el origen de toda la humanidad.

En nuestro artículo sobre la antigüedad del hombre -publicado no ha mucho tiempo en La Ilustración- expusimos algunas otras reflexiones acerca del mismo asunto, las que nos eximen de ser más extensos en este lugar. Mencionamos allí la división que establecieron. Lyell y otros autores en la existencia del reino orgánico, es decir, los períodos llamados paleozoico, mesozoico y cainozóico, voces griegas que corresponden a las nuestras de vida antigua, media y actual. También manifestamos que muchos geólogos y otros autores opinan, o por lo menos, se inclinan a creer que el hombre existía ya desde el comienzo de dicho tercer período (1), siendo de notar que uno de los aludidos autores es el célebre monogenista Mr. de Quatrefages.

Indicamos también que los testimonios más antiguos de la existencia del hombre en nuestro planeta, consisten en ciertos objetos de piedra, trabajados por el hombre mismo. Por ello es que la primera época antropológica se designa con el nombre de edad de la piedra. Esta se divide en paleolítica y neolítica, es decir, piedra antigua y moderna, sí bien nos parecen más idóneas las expresiones de piedra tajada y pulimentada, que muchos autores adoptan para significar lo mismo.

Sin embargo de todo lo dicho -y esto que añadimos lo saben bien los mismos autores indicados,- debe tenerse muy en cuenta que los vestigios y despojos humanos hallados en antiguas cavernas, aún cuando éstas hayan venido a quedar sepultadas en las entrañas de la tierra por efecto de los mil accidentes geológicos, no pueden darnos una idea cierta de su antigüedad; porque es muy difícil averiguar el tiempo transcurrido desde que aquellas cavernas se formaron hasta que fueron habitadas por los seres que en ellas dejaron sus restos o vestigios. Por ello es que los autores más competentes en el asunto, no queriendo exponerse a incurrir en grandes errores, poco o casi nada atienden a los objetos sueltos hallados en cavernas, siquiera una lava o un sedimento cualquiera las haya cegado, y aún sepultado, desde fecha inmemorial; sino que buscan de preferencia los vestigios engastados en la roca misma, y como empastados en ella, o sea en el terreno y formación respectiva donde tales reliquias aparecen y de la cual indican ser coetáneas.

No podemos prescindir de insertar aquí, siquiera sea cosa innecesaria para algunos lectores, la división -antes citada- del larguísimo período de existencia del reino orgánico, tal como la han adoptado diferentes geólogos y otros autores modernos de conocida reputación:
Época primaria (paleozoica).

1 Periodo  Eozoico
2      “      Cámbrico
3      “      Silúrico
4      “      Devónico
5      “      Carbonífero
6      “      Pérmico

Época secundaria (mesozoica)

 7 Periodo Triásico
 8      “        Jurásico u Oolítico
 9      “         Cretáceo

Época terciaria ( cainozóica)

10  Periodo Eoceno
11       “       Oligoceno
12       “       Mioceno
13       “       Plioceno
14       “       Pleistoceno
15       “       Moderno o Cuaternario    

  Pero tales detalles no son el objeto o verdadero asunto de estos renglones, contraídos exclusivamente a consignar algunas observaciones generales sobre el vasto espectáculo de lo creado. Aún así, debemos limitarnos por ahora a nuestro globo, que tal cual es, tan lleno de maravillas y de enigmas o misterios para nuestra pobre humana inteligencia, es tan solo un punto perdido en el espacio, casi un átomo del infinito, un detalle ligero de la obra colosal e inmensa -de la creación.

Considerando la naturaleza como el conjunto de todo lo que existe, es evidente que también forman parte de ella las obras humanas; pero aún restringiendo un tanto el significado de aquella voz, no hay por qué excluir del dominio de la naturaleza las obras de los hombres. Según el castor forma sus habitaciones y construye diques, balsas y puentes: según las aves hacen sus nidos, algunos de ellos con admirable artificio; y según diferentes otros animales llevan a cabo otras muchas obras análogas ¿por qué no se han de considerar en el hombre, como actos naturales, muchísimos sino todos los que le son propios? Se dice que el hombre se halla en estado de naturaleza, cuando vive en los bosques, cuando no esta civilizado; pero el mismo hombre civilizado ¿no se halla en estado de naturaleza? El hombre salvaje o  sehage- nunca vive sin albergues, sean cavernas, chozas o cabañas, y siempre construye y tiene algunos utensilios llamados artificiales.

Nosotros somos de sentir que la civilización más refinada, que el más alto grado de cultura posible, es tan completamente natural como cualquiera otro estado inferior; y que seguramente la civilización eleva muchísimo al hombre sobre aquel estado o situación en que se hallaba cuando luchaba con las fieras para vivir y obtener su alimento, le hacemos benéfico, más feliz y más agradable ante su Creador.

Hay que tener en cuenta todo lo que la misma civilización ha contribuido a disipar las supersticiones y hacer ver la luz de la verdad. Los pueblos bárbaros son los que han adorado y adoran los fetiches y otros ídolos monstruosos, los que ofrecen sangre humana en sus sacrificios, los que se devoran mutuamente etc. Si no se hubiera inventado el telescopio, se creería tal vez hoy que la luna es una diosa, que tiene una cara o rostro sublime, que los eclipses son señales de su enojo, o ultraje que la hace un genio maléfico, y otras mil sandeces por el estilo. Si la física no hiciera ver la causa de diferentes fenómenos naturales, se creería todavía que el trueno es la ronca voz de un dios irritado, que el rayo es el arma que dispara o el instrumento de su cólera, que el arco iris es una manifestación divina, lo mismo que las auroras boreales, parélias y en general todos los meteoros luminosos; que los fuegos fatuos son espíritus o genios de un orden inferior, y así de otras muchas cosas que al hombre civilizado apenas o nada absolutamente llaman la atención.

¡Admirados hubieran quedado los antiguos si hubieran sabido que por medio del para-rayos habrían de poder sus descendientes llevar el rayo de Júpiter adonde mejor les cuadrase! Y esto sin hacer mención del uso que han llegado los modernos a hacer de la electricidad, etc.

Seguramente que no se necesitaba tanto para que nuestros sabios de hoy hubieran parecido semi-dioses en la antigüedad; sino para pasar por hechiceros o herejes, y hasta morir en una hoguera, como estuvo a punto de suceder a Galileo, tan sólo por asegurar que la Tierra giraba al rededor del Sol. Sin embargo, apresurémonos a decir que el estúpido fanatismo no es patrimonio exclusivo de tal o cual creencia religiosa. Bien sabido es que los primeros filósofos que negaron que la tierra y el mar fuesen ilimitados, se vieron perseguidos por los hombres fanáticos de su tiempo y país respectivo.

¿El género humano se halla actualmente en progreso, o se halla en decadencia? Cuestión es esa que no nos atrevemos a resolver, si bien nos inclinamos a creer lo primero, en vista de los adelantos que indudablemente se han llevado a cabo en los tiempos modernos. Pero abrigamos la sospecha de que la civilización que actualmente el hombre alcanza, por notable que sea, es todavía muy corta, comparativamente a la que nos parece que es susceptible de adquirir.

Indudablemente, es la torpeza e incapacidad, es la ignorancia, la causa de todos los males sociales y la rémora que detiene la marcha del progreso; siendo de lamentar que algunos hombres que, seguramente, no están desprovistos de saber y de talento, equivoquen el camino que el buen sentido les indica que deben seguir, y en lugar de atacar la ignorancia donde quiera que se encuentra, en lugar de procurar disiparla por todos los medios posibles, emprendan una vía opuesta, y hasta llegan a lisonjear las mas groseras pasiones, a fin de que éstas les sirvan de escabel para alcanzar una elevación efímera. Pero también reconocemos que hay hombres que sacrifican su reposo, su bienestar y hasta su vida, en aras del amor patrio y del adelanto moral e intelectual de sus semejantes; y ésta consideración nos hace olvidar la desconsoladora idea de, que podamos retrogradar hasta el punto de que, cual en pasados tiempos, se premiara con el castigo y la persecución a quién se propusiera difundir la luz y la verdad por el mundo. Acabamos de preguntar si la humanidad se halla en progreso o en decadencia; y tal pregunta, de cualquier modo que se conteste, deja siempre en incertidumbre el origen del hombre mismo. Diferentes autores, antiguos y modernos, opinan que ciertos monumentos que se conservan de las remotas edades, indican una superioridad marcada de aquella civilización sobre la de nuestros tiempos, y concluyen que, después de varias alternativas de atraso y adelanto, el hombre ha decaído, y que no valemos nosotros lo que valieron los antiguos.

Sería muy lisonjero que en lugar de descender el hombre del simio, haya sucedido todo lo contrario, como creen posible y hasta verosímil algunos naturalistas.(2) Pero en ese caso ¿cual fue el origen del hombre, y el del globo sobre que vive? La ciencia humana no lo ha podido claramente descubrir, sí bien no cree que el hombre en todos tiempos haya sido lo que es hoy, antes por el contrario, se inclina a afirmar que en la naturaleza creada nada hay inmutable, no hay raza, especie ni género que gire siempre sobre un tipo invariable. La razón humana no ha podido penetrar mas allá; sin que vayamos por ello a calificarla de nula o impotente ¿Es acaso tan poco lo que se ha llegado a descubrir y adelantar en todos los ramos del saber? Y por otra parte, si el recuerdo de lo que ya no existe, si la conciencia o memoria de lo pasado, no es otra cosa que la mera conservación de aquellas imágenes en el cerebro, claro está que la memoria es puramente animal, y que aún suponiendo una inteligencia y un poder grandes, muy superiores al hombre, si carecen del órgano material en que se fijan o imprimen las mismas imágenes, procederán de un modo distinto que el hombre lo hace, y crearan con gran sabiduría y confirmándose con las circunstancias presentes, sin memoria ni necesidad alguna de conocer lo pasado. El hombre mismo ¿no procede por inspiración en sus más elevadas creaciones? ¿Necesitaron conocer la historia ni conservar memoria de lo pasado, para extasiarnos con sus sublimes armonías Haydn, Mozart y Beethoven? Pues tal vez una inteligencia superior no sepa más que el hombre, ni tanto como el hombre, cual fue el principio de su existencia corpórea, y el principio de la de todos aquellos otros seres creados en nuestro planeta.

                                                                     

                                                                                              ROSENDO GARCÍA-RAMOS



(I) Allí se dijo equivocadamente seres vivientes por seres humanos en la tierra, si bien esta última expresión implica una redundancia o pleonasmo, atendida la etimología de la indicada voz. Empero, como es absolutamente inusitado el decir humano en el sentido de terrestre, nada más tenemos que rectificar respecto a lo dicho en el mencionado articulo al que nos referimos sobre algunos otros partículares que omitimos en el presente. Aquí damos el sentido de algunas voces griegas, sin atender a sus desinencias, es decir, sin que creamos necesario presentar su estricta o escrupulosa traducción.

(2)  Por lo menos, debieron ser anteriores a! hombre, todos aquellos animales y vegetales que le sirvieron de primitivo alimento lo cual confirma la tesis de que el hombre y en general todos los vivientes han sido formados por selección.

jueves, 28 de agosto de 2014

SOBRE LA ANTIGUEDAD DEL HOMBRE



(Artículo publicado en La Ilustración de Canarias el 15 de Abril de 1883)
                                 Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

 La determinación, siquiera sea tan sólo aproximada, de la fecha en que el hombre apareció por primera vez sobre la tierra, encuentra inevitablemente tales dificultades y obstáculos, que ni aún los antropólogos más distinguidos pueden ni han podido en ningún tiempo llegar a superarles.

Sobre ser cosa sumamente difícil, o imposible, el encontrar los lugares precisos en que quedaron depositados los restos de los hombres primitivos, refluye el gran inconveniente de la dificultad que necesariamente ha existido para que tales restos pudieran conservarse bien o tan solo medianamente, y llegar de ese modo hasta nuestros días. En efecto si quedaron desde luego sobre la tierra, o en la superficie de la misma, es obvio comprender que el tiempo debió haberles destruido, al cabo de algunos siglos. Si cayeron en el agua, o vinieron a quedar envueltos en ella o en suelos de aluvión etc., también era regular que allí se alteraran y descompusieran; y si las lavas les envolvieron, estas debieron haberles deshecho o destruido, según hasta ahora sucede con los cuerpos organizados que caen en esas corrientes de fuego. Y estos inconvenientes no son sólo relativos a la conservación de los restos de los primitivos hombres; lo son también a la de muchos otros que vinieron después, lo mismo que a la de otros despojos animales y vegetales.

 Por ello somos de sentir que los despojos humanos más antiguos que han aparecido en nuestros tiempos, son todos de unas épocas muy posteriores a la del primer hombre, si bien algunos de aquellos revelan o acusan una antigüedad tan remota, que no se ha dudado por algunos geólogos en suponerla de dos o tres millones de años, y aún les ha sido atribuida una antigüedad mucho mayor.


Charles Lyell
Alfred Russel Wallace
Charles Darwin

 Los geólogos Helmholtz, Houghton, Bischof y otros, suponen que hace ya mas de 800 millones de años que existe el reino organico. Lyell,Wallace y otros autores ingleses opinan que transcurrieron cerca de diez millones de años durante el periodo que llaman paleozoico, ocho millones durante el mesozico y seis durante el cainozóico o sea el terciario, en el cual ya se supone por muchos geólogos que había seres vivientes en la tierra.

Era mezozoica
Era paleozoica

Era cainozoica











Dana -en su Manual de Geología- calcula que la formación silúrica puede tener una antigüedad de 7000 millones de años, 2000 millones la devónica y también la carbonífera, 1000 la mesozoica y 500 la terciaria.

El precitado Lyell, y también Darwin, creen que pueden asignarse en suma cerca de 300 millones de años de duración a las épocas geológicas modernas.

 Sabido es que casi toda la escuela poligenista opina que el hombre ha ido creado o sea derivado del cuadrúmano, en distintas ocasiones o tiempos, y con cierta variedad de tipo, si bien cada uno de esos tipos ha sido modificado por diversas causas, independientemente al cruzamiento de las razas, que por si solo ha bastado para efectuar innumerables modificaciones;

Pero, si bien no se han hallado ni podido hallarse restos humanos o verdaderas osamentas de los primeros hombres que habitaron nuestro planeta, en cambio han aparecido algunos objetos de la humana industria, objetos que acusan sin duda una remotísima antigüedad. Estos restos o reliquias consisten en armas y algunos otros instrumentos de piedra.

Ya puede comprenderse que esos testimonios o especie de medallas de las edades y de las sociedades pasadas, son de grandísima importancia para el estudio de la antigüedad del hombre; y que ademas de la suma de años transcurrida desde que tales medallas fueron creadas, hay también que tener en cuenta los que ya contaría de existencia la humanidad cuando construyó e hizo uso de aquellas armas y demás objetos. La resolución de esos cálculos y problemas es peculiar de la geología y esta es la sola ciencia que puede determinar, siquiera sea aproximadamente la edad de los mismos utensilios o productos de la industria del hombre, calculando para ello la antigüedad de las formaciones en que aquellos se encuentran.

Decíamos antes que los restos de antiguas osamentas humanas, que han aparecido en nuestros tiempos, son por lo general de épocas muy posteriores a la del hombre primitivo; y vamos de ello a poner aquí un ejemplo. Hace algunos años que el doctor Baudin descubrió en Francia (1) unas sepulturas donde parecieron algunos cráneos y otros huesos, cuyas formas un tanto extrañas dieron lugar a que se les creyese de unos seres semejantes a los simios. Estos cráneos hallados en Angy, son dolicocéfalos con las protuberancias superciliares muy salientes y los senos frontales muy desarrollados, y ademas son prognatos, es decir, que sus mandíbulas inferiores son también muy salientes: circunstancias todas que les hacen asemejarse bastante a los cráneos de algunos monos. Pues bien, el examen o estudio del paraje donde se encuentran tales tumbas, y el de otras circunstancias locales, demostró que aquellos restos pertenecieron a hombres de la época merovingia, esto es, de los primeros siglos de la Era Cristiana. La escuela monogenista se ha visto duramente combatida con el descubrimiento de una multitud de cráneos, todos antiquísimos, pero de tipo muy variado. En efecto, cuando los cráneos más antiguos descubiertos eran braquicéfalos, la referida escuela sostenía que ese era el tipo del hombre primitivo. Pero no tardaron en ser descubiertos otros dolicocéfalos, de igual o mayor antigüedad; y ya entonces dicha escuela comenzó a creer que no hubo tal braquicefalia en el antropoideo. Finalmente hoy se cree, con fundamento, que la mesaticefalia es tan antigua como el hombre mismo, o por lo menos, que nada autoriza para afirmar la prioridad de cualquiera de aquellos tipos cefálicos en la raza humana.
Como la generalidad de los lectores no esta en la obligación de conocer ciertos términos antropológicos y anatómicos, no creemos superfino decir que la mesaticefalia señala aquellos cráneos cuya relación entre el largo y el ancho difiere poco o no difiere nada de la más general; la braquicéfalia señala aquellos otros en que el diámetro transversal está respecto al longitudinal en la proporción de 85 a 100; la dolicocefalia aquellos en que dicha proporción es como 75 a, 100. Bien entendido que una pequeña diferencia no altera esa nomenclatura, y que en la última clase están comprendidos los cráneos mas angostos, y en la penúltima los mas anchos, relativamente a su largo.

 El hablar de razas y de inalterabilidad de tipos los monogenistas, es cosa verdaderamente singular. Son curiosas esas razas diversas que parten de Noé y su mujer, o de otro cualquiera par de individuos, según aquellos escritores; y es más curioso todavía que, siendo -como aseguran- un solo par el generador de todo el linaje humano, no solo salieran de él distintas razas, sino que éstas se conserven todavía con su sello o tipo particular y distintivo, en términos que si hoy se ve en cualquiera parte un individuo braquicéfalo -por ejemplo-, se diga que es de raza distinta de los otros que no presentan tal tipo cefálico. Si esto lo dijeran o afirmaran los poligenistas, seguramente no llamaría tanto la atención; pero dicho por los monogenistas, nos parece una extraña y confusa amalgama de palabras, como hay tantas otras dentro y fuera del monogenismo.

Algunos autores establecen dos secciones en los tiempos antropológicos, que son la edad de la piedra, y la de los metales. La primera se divide en paleolítica y neolítica, o sea de la piedra tajada y de la pulimentada; la segunda en edad o período del cobre, del bronce y del hierro respectivamente. Pero tales divisiones han sido combatidas por otros autores modernos de grandísimo saber, algunos de los cuales sostienen ademas, que el uso del hierro fue anterior al del bronce y aún al del cobre.
 Mr. Lartet y otros autores franceses establecen cuatro edades o sea períodos de la vida animal durante los tiempos prehistóricos, las cuales edades son: la del oso de las cavernas, la del elefante primitivo y del rinoceronte, la del reno, y la del uro. El mismo Lartet dividió las cavernas conteniendo despojos de animales en tres clases, que llama respectivamente: diluvial, del reno o de la piedra antigua, y de la piedra reciente. En la primera aparecen restos de osos, de elefantes, etc. En la segunda se encuentran productos rudimentarios de la industria o manufactura del hombre; y en la tercera hay ya objetos de barro, hachas de piedra pulimentada, y huesos de animales idénticos a algunos de los actuales.

Mr. Evans en su excelente trabajo dado a luz en idioma inglés y que se titula «Los antiguos utensilios de piedra, armas y adornos de Gran Bretaña», hace presente que las divisiones establecidas en la cronología prehistórica son ocasionales errores; porque la edad de piedra en Suecia o Noruega, por ejemplo, pudiera haber coincidido o ser contemporánea de la del bronce o hierro en Italia u otros países, y viceversa. Ademas, dice que, los utensilios de piedra continuaron usándose en muchos países, cuando ya en éstos se hacían armas y otros objetos de metal; y por otra parte, uno o más objetos de piedra, muy toscos o rudimentarios, pueden aparecer en depósitos de la época neolítica, sin ser otra cosa que trabajos empezados y no concluidos, etc. También hay que tener presente que en los lugares en que faltaban o escaseaban los metales, a la vez que había abundancia de pedernal u otras piedras análogas, se pudieron ver infinidad de objetos de piedra y ninguno o casi ninguno metálico, en plena edad del hierro o del bronce.

 Aparte de esas y otras varias acertadas reflexiones de Evans, es bien sabido de toda persona medianamente erudita, que mientras que las naciones del norte y aún del mediodía de Europa se hallaban en plena edad paleolítica, (2) ya alcanzaban un grado muy notable de cultura los egipcios, fenicios, asirios o babilonios y otros pueblos asiáticos; cual es asimismo evidente que mientras en la época actual se hallan muy adelantadas en civilización diferentes naciones, hay otras que permanecen en la barbarie, o lo que es lo mismo, en la edad de la piedra, tajada o pulimentada.

Otra reflexión debemos hacer, concerniente a los errores en que pueden hacer incurrir los objetos hallados en suelos geológicos de la época terciaria, o de la cuaternaria. Estos objetos son siempre o casi siempre de piedra; pero no debe concluirse de ahí, de una manera absoluta, que los hombres entonces no sabían trabajar otras materias. Junto a los mismos objetos, o cerca de ellos, pudieron haber existido otros varios, que indicasen un grado mayor de cultura; pero que no pudieron llegar hasta nuestros días porque el tiempo los ha destruido, como manifestamos antes con respecto a las osamentas. Nadie ignora que el hierro, por ejemplo, no puede conservarse muchos siglos, si se halla durante mucho tiempo en contacto con el agua, o expuesto a la humedad. El aire mismo le altera y descompone, de una manera bastante notable; pudiendo decirse una cosa análoga de ciertas obras de barro, sobretodo si se hallan expuestas a la humedad, o en contacto con sustancias salitrosas. Y las maderas y tejidos de diferentes clases ¿podían acaso conservarse siquiera tanto tiempo? Casi únicamente en el mayor o menor ingenio con que aparecen construidos los objetos en piedra, se puede fundar una hipótesis un tanto verosímil acerca del mayor o menor grado de cultura de las gentes que tales restos han dejado; pero también es de advertir que una multitud de causas físicas, durante el largo tiempo transcurrido, han podido devastar o alterar un tanto aquellos mismos objetos.

Antes de concluir el presente artículo, haremos una indicación relativa a los grandes espacios de tiempo que mediaron entre la existencia de unos y otros hombres prehistóricos, distancias que solo la geología puede hacer conocer o sospechar.

 Todo el mundo ha oído hablar de dólmenes de menhires, de kjokenmodinge - voz danesa que significa despojos de cocina- de habitaciones construidas sobre pilotes, etc. Pues bien, todos esos vestigios se sabe ya que los unos pertenecen a los tiempos históricos, y los otros a tiempos prehistóricos que, en la larga existencia de la Tierra y del hombre sobre la misma se pueden llamar modernos y casi contemporáneos.

 Hay que penetrar en las entrañas de nuestro globo para encontrar los verdaderos indicios del hombre primitivo; y aún así, siempre parece quedaran ocultas faunas y floras de épocas desconocidas, bajo la levísima costra o película que se conoce de todo el radio terrestre.

Dólmenes

Menhir


 Autores de muchísima fama y geólogos muy distinguidos –entre ellos el célebre Carlos Lyell han dicho que las observaciones hechas en la corteza terráquea no indican que la antigüedad del hombre sea mayor que la de los suelos cuaternarios, pero no por ello afirman que nuevos descubrimientos no puedan venir a demostrar que desde mucho antes existían ya seres humanos en nuestro planeta. Esos descubrimientos se han hecho; y existen hoy muchísimos testimonios de que no sólo en los suelos terciarios, sino aún en los secundarios, se encuentran restos humanos o vestigios de la industria del hombre.

Desde 1873 publicó Mr. Mortillet una memoria titulada El precursor del hombre, en la que sostiene que durante el período mioceno vivían ya seres inteligentes, antecesores de la raza humana; de los cuales Mr. Hovelaque llega hasta afirmar que no tuvieron aún verdadero idioma. Otros muchos autores atribuyen también toda esa antigüedad a la raza humana; pero creen que la dificultad de asignar una edad cierta y positiva a las diversas formaciones geológicas en que aparecen vestigios de la misma raza, y de otras afines a ella, impide determinar los tiempos en que las mismas se presentaron sobre la tierra, y las evoluciones lentas y sucesivas que experimentaron los seres vivientes hasta llegar a producir al hombre.

 Esa teoría de que el hombre haya sido formado por selección, añaden, ha sido combatida torpe y hasta supersticiosamente: los unos la niegan sin más argumentos que la fe en tal o cual doctrina o religión indiana, china, escandinava, mahometana, etc : los otros la niegan porque se resiste a una vanidad y amor propio exagerados el convenir en que pueda el hombre descender de otro viviente menos perfeccionado; sin tener en cuenta que de las mismas piedras puede Dios producir hijos de Abrahán, como dice la Biblia; y que el espíritu del hombre no deja de emanar directamente de la Divinidad, aún cuando un animal le precediera y sirviera de paso o tramite a su constitución física.

 El último argumento que, en apoyo de su tesis, adelantan los autores de la escuela transformista, argumento que en realidad parece ser el más poderoso, es el que toman del hombre mismo, observado desde que comienza a formarse. El principio del hombre considerado como individuo, es una prueba irrecusable, dicen, de que la formación del mismo y en general la de todos los seres vivientes se ha operado y opera por medio de transformaciones o modificaciones sucesivas. Las observaciones anatómicas demuestran que el embrión humano, en los primeros días de su existencia, es un animal rudimentario inferior a otros muchos que se hallan ya más desarrollados; lo cual no impide que aquel embrión vaya sucesivamente perfeccionándose hasta alcanzar la forma y demás condiciones físicas y morales que a Dios le plugo concederle, y que tan notoriamente le distinguen de las otras criaturas.

(1) Cerca de la aldea o villa de Angy, departamento del  Oise a poca distancia de Clermont. Véanse las Memorias de la Sociedad Académica del Oise tomo 7º, y también diversas recopilaciones de noticias y datos antropológicos.
(2) Es digno de notarse que, según afírma Estrabón, los tartésios o pueblos de la Bética conservaban su historia y sus códigos escritos en verso, desde una antigüedad que ya en su tiempo, dice, ascendía a seis mil años. Si esa noticia es exacta, seguramente ningún otro pueblo de Europa iguala  ni si quiera se acerca al indicado en prioridad de cultura.



                                                                                        ROSENDO GARCÍA-RAMOS
                                                                                 

martes, 26 de agosto de 2014

LA CREACIÓN


(Artículo publicado en La Ilustración de Canarias el 28 de febrero de 1883)
                                   Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC 

 No vamos a hablar aquí de la creación primitiva: nada diremos acerca del origen de la materia (1); tan solo dedicaremos algunas palabras a la cuestión que ha venido sosteniéndose, desde hace algunos miles de años, sobre si es o no posible que los minerales se cristalicen, los vegetales y los animales se formen u organicen, por su vitalidad propia, sin intervención de otro poder o voluntad superior; aunque todo ello sin negar que esa voluntad o poder superior exista, ni tampoco que ejerza alguna influencia en la creación y existencia de los mismos seres vivientes.


 Largo tiempo se debatió, para la resolución de ese problema, si existen o no existen generaciones espontaneas; pero tal cuestión, en cualquier sentido que se resuelva, nada adelanta en orden al objeto indicado; puesto que aún admitiendo las generaciones espontaneas, ellas pueden ser la obra de aquel mismo poder o voluntad superior creadora.

 Otro argumento, mas poderoso que el de las generaciones espontaneas, se expuso luego, no ya para probar que el vegetal o el animal se crea a sí propio, sino para demostrar que el término de su vida depende de mil causas fortuitas, ajenas a toda predestinación, y ajenas acaso también a toda voluntad. En efecto, se ha dicho, cuando estalla un volcán, o se desborda un río, o acaece un naufragio etc.: ¿hubo predestinación o voluntad expresa para que de ese modo se terminara simultáneamente la vida de una multitud de individuos muy diversos, pertenecientes al uno y al otro reino?

 Pero no se ha podido, según creemos, demostrar que el individuo mismo sea en ningún caso el principal motor de su creación y desarrollo; sino que, por el contrario, otra voluntad suprema determina y crea, y el individuo solo puede modificar un tanto aquella disposición superior, las más veces con perjuicio suyo propio. Acaso serán inútiles o superfinos los argumentos que para demostrar esto se adelanten; pero no por ello creemos que perjudique el hacer aquí, en estos cortos renglones, una ligera reseña de lo que muchos sabios han creído conveniente exponer.

 Se ha dicho, por ejemplo, que los hélices y muchos otros moluscos y vivientes análogos, desprovistos en absoluto o casi absolutamente de vista, y necesitando moverse, comenzaron esforzándose por alargar el extremo anterior de su cuerpo, a fin de conocer anticipadamente al caminar, cualquier peligro que pudiera amenazarles; y que de ese modo se formaron sus tentáculos. Que los palmípedos, hallándose constituidos de modo que pueden vivir y buscar su alimento lo mismo sobre la tierra que sobre el agua -o lo mismo en la tierra que en el agua-, empezaron haciendo esfuerzos por alargar las membranas de sus dedos; y que así lograron por último formarse una especie de remos o nadaderas.

Aristóteles


Lucrecio
                                   
Epicuro






Leibniz




 Pero aún en esos mismos casos ¿puede afirmarse que la sola voluntad y las solas facultades del individuo pudieran llegar a producir aquellos órganos? ¿No parece mas verosímil que fuera otro poder superior el que les proveyera de tales medios de adelanto y de conservación? A la verdad, no parece absolutamente que la previsión ni las facultades individuales de la oruga, pudieran hacer que esta se transformase en ninfa o crisálida, y por último en mariposa; y si para la oruga admitimos una potente y necesaria intervención superior ¿por qué no la hemos de admitir también para el hélice y el palmípedo?


 Entre los habitantes del mar no es menos admirable que entre los terrestres la conformación singular de algunas de sus partes. El arma ofensiva y defensiva del espadón o pez espada, y la del pez sierra, nos parecerán inexplicables si las atribuimos al mero instinto y a las facultades ínsitas del individuo. Pero todavía es mas admirable la economía de los peces eléctricos -el torpedo y otros; -y aún la de aquellos moluscos cuyo cuerpo esta exteriormente casi todo lleno de unos órganos que, haciendo el vacío a la manera de ventosas, pueden retener con gran fuerza todo aquello que tocan.

Prescindiremos aquí del instinto, llamado por algunos autores simplemente necesidad, que guía al pólipo para formar la madrépora o milépora: lo mismo que a la abeja y otros insectos para formar sus panales; el todo hecho con una regularidad e industria verdaderamente admirables. El reino animal ofrece otros muchos ejemplos marcadísimos de previsión e instinto, que revelan la acción de un ser superior, y que no sabemos que puedan explicarse satisfactoriamente -como se lo explican diferentes naturalistas- por un mero efecto de la necesidad, de la acción vital guiada por la utilidad y por las circunstancias del medio en que se vive y las facultades que se poseen. Y si del reino animal pasamos al vegetal (2) ¿como explicarnos el mecanismo de las plantas que, por medio de un resorte -digamos lo así-, lanzan su simiente a cierta distancia, o que la envuelven en un capullo ligerísimo que el aire trasporta y esparce en diferentes lugares? Las mismas espinas que guarnecen las hojas y gajos de muchos vegetales indican un objeto preconcebido, que ni la necesidad ni otros argumentos logran cumplidamente explicar. Y ¿qué necesidad es la que obliga, por ejemplo, al platanero a formar sus grandes hojas desde luego perfectamente arrolladas (3), y no de otro modo, dentro de su mismo tallo? Aquí no puede decirse que es la necesidad de absorber el calórico, la luz o ciertos gases, lo que obliga a la hoja a dilatarse o extenderse a su salida del gajo o tallo de la planta. Y si el cultivo y los cruzamientos modifican y hacen cambiar notablemente el carácter, o por lo menos, algunas condiciones de los vegetales y de los animales ¿puédese afirmar que esas modificaciones son obra exclusiva de los individuos, a favor de aquellas circunstancias en que se les ha puesto? Difícil nos parece el probar tal aserción; y se nos figura que este argumento tiene el mismo valor que el tan socorrido de las generaciones espontaneas, aún dando por cierto que las hubiese.

Después de esas consideraciones generales sobre la creación de los vivientes, entran las particulares que algunos llaman de especificación de los seres, sobre la creación de las especies.
 Aquí tenemos también un vasto campo para las hipótesis. Desde muy antiguo se ha creído que los primeros vivientes de la Tierra fueron unos seres informes y ambiguos; pero ni esto es una cosa probada, ni tampoco puede serlo con los solos conocimientos adquiridos. Sin embargo, la creación parece haber venido pasando siempre del simple al compuesto; y en tal supuesto, se puede admitir que los primeros vivientes de nuestro planeta no ofrecieran una verdadera especificación ni fueran tampoco numerosos. Pero al ir aquellos seres adquiriendo nuevas formas ¿diósele a cada cual un tipo marcado, y del que nunca habría de separarse? Eso es lo que nos parece difícil de sostener, sin embargo de ser la opinión de algunos naturalistas y arqueólogos de gran reputación; opinión combatida por la de otros sabios no menos célebres y distinguidos.
 Que las especies hoy existentes no experimentan un cambio sensible en el trascurso de unos cuantos siglos, o milenios, parece ser cosa demostrada, como lo es también que los medios en que las mismas viven tampoco cambian notablemente en aquel período de tiempo, a lo cual se puede atribuir en gran parte la citada invariabilidad; pero no solo en los tiempos anteriores pudieran haber sido algo diversos aquellos tipos, sino que también cabe en lo posible que cambiaran los medios o condiciones de vida con menos lentitud que en la actualidad. En el curso infinito o larguísimo de los tiempos, no es inverosímil que haya habido períodos en los que las condiciones de existencia variasen, hasta con rapidez, obligando a modificarse, y aún morir, a las especies entonces existentes.

 De cualquier modo, no se acomoda mucho a la razón y a la teoría de que la naturaleza pasa, en sus obras, del simple al compuesto, aquella inalterabilidad de las especies, que pretenden demostrar los autores a que antes aludimos. Y si las especies cambian, no hay motivo bastante para suponer que no cambian los géneros, antes bien, parece que lo uno debe influir y llevar consigo a lo otro.
 Otro problema  gran obstáculo tienen que salvar los que piensan que los seres animados se forman y reproducen con solas sus facultades vitales; y este problema consiste en lo que algunos autores modernos llaman polarización sexual. Es decir, la propiedad de dividirse en dos sexos aquellos seres, y empezar a tomar cada individuo, desde los principios de su formación, una de aquellas dos vías o especie de caracteres distintos y que son en cierto modo opuestos.
 No solo es difícil explicarse, sobre todo en los seres irracionales, aquel procedimiento de organización que conduce a la distinción de los sexos y medio de reproducción; sino que también admira la inalterabilidad con que, ya una vez obtenida la diversificación sexual, se conserva esta en los nuevos individuos. Es verdad que cosa admirable es la mera conservación de su respectivo tipo específico; pero esa constante e inalterable polarización sexual, ofrece todavía mayor enigma para quien no haga intervenir un poder extraordinario o metafísico en todo lo respectivo a la vida vegetal y animal.


 Pudiéramos alargar no poco estos apuntes, y aducir diversos argumentos alegados por una y otra parte; pero se nos figura que el asunto no se esclarece tanto con palabras como con la meditación y observación profunda de la naturaleza misma, la que en su lenguaje mudo a la par que elocuente, enseña mejor que las frases, a veces desatinadas y aún absurdas, de los que pretenden ser sus intérpretes, y que si bien a veces inician a los demás en algunos de sus secretos, otras veces les extravían con sus propios errores, después de haberse torturado no poco la imaginación y haber concluido por extraviarse a sí mismos.


 (1) Los filósofos antiguos opinaban que la materia es eterna: que ninguna cosa puede producirse de la nada, ni convertirse en nada; pero que todas las cosas son susceptibles de cambios y metamorfosis-Aristóteles.: Fisic I; Cicer: Finib; Lucrecio. Renat. 1; etc.-Entre los antiguos, nadie como Epicuro defendió y generalizó ese principio, que modernamente ha sido sostenido por Leibniz y por otros autores de universal celebridad; sin que nosotros nos propongamos aquí ventilar tal cuestión, ni tampoco averiguar si aquella celebridad ha sido fundada o infundada.

(2) Para estas y otras muchas observaciones que pueden hacerse en la Naturaleza, nos parece preferible la división indicada, a la otra mas dada de reinos orgánico e inorgánico.
 No hablaremos aquí del reino caótico, que no es menos admirable que los restantes. Indudablemente cada animal contiene un sinnúmero de otros animales y aún vegetales sumamente pequeños; y si en una gota de agua se alcanza a ver con el microscopio una infinidad de seres vivientes ¿cuantos otros no habrá que ni aún con el microscopio han podido distinguirse?
 En realidad, una parte muy grande de los vivientes comprendidos en el llamado reino caótico, corresponde al animal y al vegetal; porque efectivamente pertenecen aquellos seres al número de los animales y al de los vegetales.

(3) Como lo hace también el ñamero y otras plantas En este artículo procuramos designar las plantas, etc. por sus nombres vulgares y conocidos de todo el mundo, a fin de que los lectores nos entiendan sin necesidad de recurrir al diccionario.
 Evidentemente, en los vegetales no puede atribuirse ni a instinto ni a ninguna de las facultades propias o exclusivas del individuo, la producción de los frutos, que desde luego parecen destinados al alimento del hombre, y en general al de los individuos del reino animal.

                                                                        ROSENDO GARCÍA-RAMOS.

lunes, 25 de agosto de 2014


 ESTUDIOS GEOLÓGICOS

                   (Artículo publicado en la Revista de Canarias el 8 de abril de 1882) 

Suelos terciarios


 Henos aquí ya llegados a los suelos terciarios, vasto y variado grupo de terrenos, entre los que se cuentan muchos semejantes a los secundarios y aún a los primarios, que hemos reseñado someramente en los artículos anteriores (1). Según ya tenemos insinuado, los suelos terciarios comienzan generalmente a contarse desde la gran formación cretácea, en que concluyen los secundarios; formación que por sí sola constituye un terreno de transición, que unos autores agregan a los primeros y otros a los segundos.

Además, esta sección o grupo que ahora tratamos se divide en dos por muchísimos autores, dando –respectivamente- los nombres de terciarios y cuaternarios a los diversos terrenos en ella comprendidos. Nosotros, siguiendo nuestro método, que a la vez lo es también de muchos y muy distinguidos geólogos, omitiremos la denominación de cuaternarios, supliendo por ello la división que establecemos de los suelos terciarios en varios grupos.

 Como la naturaleza no ofrece, en ninguna parte, método verdadero en la colocación de los suelos, es decir, que en ninguna parte se hallan y ofrecen a la vista, con regularidad y orden, todos los grupos en que se ha convenido en dividir la corteza terrestre, resulta que en unos parajes solo se ven unos suelos, y otros en otros. Los terciarios descansan a veces inmediatamente sobre los primarios; y dentro de una misma sección se ve que en tales o cuales suelos están encima de otros que se les sobreponen en otros 


(1) Muchísimos de los suelos terciarios no son otra cosa que sedimentos y acarreos formados de detritus de los secundarios y primarios.
 Nosotros nos inclinamos al dictamen de los autores que consideran absolutamente artificial la separación o división de los suelos en secundarios y terciarios, lo mismo que la subdivisión de estos últimos, para formar el orden cuaternario.
 La creta, que es el límite adoptado para establecer la primera de esas divisiones, no divide en realidad los suelos llamados secundarios y terciarios, sino muy incompletamente. El terreno cretáceo no se halla tan extendido como debiera estarlo para que sirviera de verdadero límite o punto divisorio entre los dos órdenes precitados; y por otra parte, la semejanza entre los últimos suelos secundarios y los primeros terciarios es demasiado grande para que se les considere absolutamente de distinto orden, sucediendo –respectivamente- lo mismo entre los terciarios y los cuaternarios.
 Mr. Patrin distinguía tres grandes formaciones cretáceas, que no juzgaba pudieran ser contemporáneas, y de las cuales atribuía la primera en gran parte a la descomposición de materias procedentes de cuerpos organizados; la segunda a volcanes cenagosos, casi todos ellos submarinos; y la tercera a los acarreos procedentes de otros suelos calcáreos. Otros geólogos admiten también varias formaciones cretáceas; pero se inclinan a creer que son todas coetáneas o continuas.


lugares; o bien faltan aquéllos absolutamente en algunos sitios enteramente análogos a otros sitios en que se les encuentra.

¿Pueden los terrenos de esta sección ser divididos en series? Algo difícil e impropia nos parece tal división, por la gran variedad que aquí ofrecen ya los suelos y formaciones. Aún en la sección de los secundarios hay que prescindir de varias consideraciones y circunstancias, para decidirse a establecer la artificial división en series; bien entendido que estas series nada prejuzgan, ni tienen relación positiva con la edad respectiva de los terrenos ni con su manera de yacimiento.


Pero como ninguna otra división nos satisface ni nos parece bastante justificada, o sea bastante marcada por la naturaleza, a pesar de las pretensiones de algunos geólogos que manejan la corteza terrestre a su albedrío; volveremos a buscar la huella de las series, siquiera no sea muy fácil hallarla, ni muy pertinente el adoptar ese medio de clasificación (1).
                                                          

                                                                 I.


 En el primer grupo nos parece deber comenzar por la serie arcillosa, que, como la calcárea, se confunde con el suelo cretáceo en una multitud de lugares. Los señores Cuvier y Brongniart descubrieron en este suelo una multitud de fósiles, hasta entonces desconocidos, y demostraron que las aguas dulces y las saladas ocuparon en diversas ocasiones y a muy larga distancia de tiempo una de otra, casi toda la superficie central y occidental de la parte del mundo que hoy llamamos Europa. Es tal el número de despojos de seres organizados que aquí aparecen, que sería muy larga su nomenclatura, bastando con advertir en este lugar que dicha serie contiene un sinnúmero de conchas, así marinas como terrestres -o sea de agua dulce y de agua salada- ,muchísimos fragmentos de vegetales, muchos huesos de reptiles, de aves y de cuadrúpedos. La serie arcillosa puede considerarse dividida en arcilla plástica, margosa, calcárea, gipsosa, etc. La gipsosa y la calcárea abundan particularmente en restos de crustáceos y de peces, y contienen también huesos de aves y de muchos otros animales, terrestres y marítimos.


Georges Cuvier

(1) Si nos fijamos bien en la reflexión de que solo se conoce una porción casi insignificante del radio terrestre -menos de sus dos milésimas partes, -comprenderemos que se ha abusado no poco al disponer de esa leve corteza o película casi como si fuera del radio entero para fundar y establecer grandes sistemas de formación de nuestro globo. Se comprende, sin gran dificultad, que en dicha película pueden haber ocurrido mil trastornos, aún después de existir en la misma seres organizados, quedando sepultadas floras y faunas de épocas desconocidas, y de las cuales nada se haya podido aún descubrir. Tal vez no esté lejos el día en que aparezcan restos de seres organizados bajo los terrenos reputados por los más antiguos conocidos o descubiertos en nuestro planeta.

 Los señores Desinarest y Prévost han llamado la atención acerca de unos cuerpos extraños que aquí se encuentran, consistente cada cual en la reunión de seis pequeñas pirámides cuadrangulares a base cuadrada, estriadas paralelamente a las aristas de las bases, y unidas por sus extremos superiores, de manera que el conjunto afecta la forma de un cubo.

La serie calcárea se compone de una multitud de formaciones, entre las que se cuenta el calcáreo lacustre o de agua dulce, el silíceo, el arcilloso, el arenoso, etc. Tiene -como queda insinuado- un número crecido de despojos orgánicos y en particular conchas, entre ellas las ceritas -que también aparecen en la serie arcillosa,- las lucinas, las citéreas, etc.; y con la particularidad de que varios lechos de estos calcáreos están formados exclusivamente de conchas muchas de las cuales, dice, no están aún del todo extinguidas.

La abundancia con que empieza ya a aparecer el yeso en estos suelos, y la potencia de algunas de sus formaciones, ha hecho a varios geólogos establecer aquí una serie gipsosa. Contiene ésta algunos esqueletos y osamentas de mamíferos, muchos de los cuales tienen bastante semejanza con otros que viven hoy.
 La serie cuarzosa se compone principalmente de suelos arenosos y de asperón, y de suelos silíceos no arenosos. Unos y otros alternan entre sí, y alternan también con los otros terrenos de este grupo, etc. Nos parece casi inútil decir que aquí, como en los suelos secundarios, se observan mil asociaciones de terreno que sería prolijo enumerar, y también que los unos se hallan a veces parcialmente comprendidos en los otros, y recíprocamente. Contienen también los suelos de esta serie una multitud de conchas y otros restos de seres organizados; y ofrecen en algunas partes una gran semejanza con los cuarzosos del orden secundario, y aún del primario.

Pudiéramos establecer aquí una serie feldespática, y tal vez alguna otra; pero ni estas series están bien marcadas, según opinión de algunos autores, ni tenemos espacio bastante para tratar de ellas. Sólo diremos dos palabras de la carbonosa y bituminosa, que se compone de hulla y sobre todo de lignita. Contiene también antracita y azabache, aunque relativamente en corta cantidad. En la lignita aparecen a veces árboles enteros, y su madera se puede utilizar para diferentes usos, pues hasta una parte de ella es preferible a la de nuestros árboles actuales para la construcción de edificios (2).
  
 Los bancos de lignita se presentan a veces en las montañas y a una considerable elevación. En el departamento del Isére –Francia- se ven tales bancos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, y lo que es más raro, a más de quinientos sobre el límite de la vegetación forestal de aquel país.

(1)  Sabido es que hay además muchas formaciones compuestas exclusivamente de corales, madréporas y miléporas; y que hasta el día de hoy forman los pólipos grandes bancos de terreno de esa clase.
(2) En estos terrenos hay también conchas, huesos y otros despojos orgánicos, lo mismo que sucede en varios otros de que hablaremos luego, aunque no siempre tengamos el cuidado de consignarlo o advertirlo

No nos detendremos en indicar diversas formaciones que no constituyen serie en este primer grupo de las terciarias, pero que, sin embargo, son notables bajo diferentes conceptos. Las hay volcánicas, las hay sedimentarias, esquistosas y esquistoides, granitosas y granitoides; así como también se encuentran brechas, pudingas, conglomerados de terreno procedente de acarreo, etc. Debemos asimismo advertir
que en las series que reseñamos se encuentran suelos esquistosos u hojaldrados, como también granitosos, etc., sin que sea preciso que lo anotemos cada poco, porque eso sería alargar demasiado el presente trabajo.
   


                                                                           II

 En este segundo grupo ya es más difícil señalar series, como lo hemos hecho hasta aquí, y tan sólo nos es dado hacer alguna indicación en tal sentido. Comprende este grupo los terrenos que algunos geólogos llaman aluviales antiguos y aluviales modernos, que son casi los mismos que otros llaman mioceno y plioceno (1).

Las clases de terreno que más abundan aquí son las pasamitas, pudingas, asperones, margas, arcillas, calizas, etc. Sus fósiles son iguales o muy semejantes a los del grupo anterior; y tanto en el uno como en el otro se ven huellas que indican que las aguas cubrieron diferentes veces casi toda la tierra (2).
En particular es notable este grupo por la muchedumbre de osamentas que en él aparecen, no sólo de que es más raro, a más de quinientos sobre el límite de la vegetación florestal de aquel país.

(2) De ahí proviene la denominación de aluvial dada por los autores al mismo grupo.
 Son muchos y muy extensos los terrenos que aparecen en este grupo -y aún en los inmediatos-formados de piedras rodadas y redondeadas, lo cual indica la permanencia de las aguas, durante mucho tiempo, sobre la superficie. También se observa en el mismo que esas formaciones todas no son coetáneas, y que, de consiguiente, el agua cubrió diferentes veces una gran parte de la tierra. De ese y otros datos se ha partido para establecer dos o mas grandes diluvios -y también un período glacial- en aquellas remotas épocas.
 Sin embargo, también aparecen en el mismo algunas formaciones volcánicas, y otras que parecen ser de sustancias caídas de la atmósfera, lo cual sucede también en los grupos anteriores y posteriores. En lo que no cabe duda es en que las grandes inundaciones o diluvios antedichos debieron acaecer en épocas muy distantes entre sí, aunque dentro del período terciario.


Abanico Aluvial en Canadá 


 En particular es notable este grupo por la muchedumbre de osamentas que en él aparecen, no sólo de aquellas clases de animales cuyos restos se encuentran en los suelos anteriores, sino también de ciervos, antílopes, caballos, bueyes, elefantes, y otros semejantes a los actuales. Se ha creído reconocer aquí restos de simios y de diferentes clases de cuadrumanos; pudiendo también referirse al mismo grupo de terrenos algunos suelos en que aparecen ya restos humanos, o por lo menos, ciertos objetos que llevan ya la huella de la industria del hombre.


                                                                III.

 El tercer grupo, que suele dividirse en varias secciones, comprende todos los terrenos de edad posterior al plioceno. Desígnásele por algunos autores con el nombre de terreno moderno, o post-plioceno; y aunque abarca suelos de muy distintas clases y de muy distintas edades, nosotros hemos creído conveniente no establecer aquí división alguna en el mismo, porque -como hemos dicho ya anteriormente- sólo hacemos una somera reseña de las principales formaciones.

 Este grupo presenta una multitud de formaciones parciales que tienen gran semejanza con las de otros grupos anteriores, y en las que, efectivamente, se encuentran detritus de casi todos los suelos secundarios y aún primarios. Véanse aquí formaciones sedimentarias- inclusos los acarreos, -formaciones volcánicas -incluso los cienos, tobas y cenizas, -y algunos terrenos metamórficos. Las traquilas y basaltos constituyen aquí poderosos bancos, que alternan con pasamitas, con aglomerados o turbas y con terrenos de sedimento. Los terrenos de este grupo son los más conocidos en cada país, y de consiguiente, los que han sido mejor y mas extensamente descritos. Por la misma razón se hace algo menos necesario hablar aquí de ellos, debiendo contraernos tan solo a hacer algunas ligeras indicaciones respecto a un gran número de nuestros suelos canarios, que pueden considerarse comprendidos en este grupo (1).

 Dominan aquí las formaciones basálticas y traquiticas; pero alternan frecuentemente con otros productos volcánicos y aún sedimentarios. En particular, las tobas y las lavas escoriaceas se ven a cada paso alternar con los basaltos. También hay poderosas formaciones calcáreas, y diferentes otras, aunque estas últimas rara vez ofrecen la potencia de los basaltos. Hay asimismo muchos suelos de acarreo, y aún brechas, pudingas y granujas conglomeradas, así como también lechos de obsidiana

(I) Se han ocupado ya de la descripción de los suelos de estas islas, autores de conocida reputación, entre ellos Humboldt, Buch, Cordier, Sainte- Claire Deville, Hartung, Lyell, Reiss, Fritsch, y otros.


Henri Étienne Sainte-Claire Deville

Alexander Von Humboltd


La simple inspección geognóstica de algunas de estas islas, demuestra los miles de años que cuentan ya de existencia fuera de las aguas, a pesar de que en ellas se ven casi exclusivamente suelos terciarios y cuaternarios. Solo un número muy grande de siglos ha podido abrir esos valles de erosión y tajos marítimos -cantiles de las riberas- que en las mismas se observan. En algunos parajes de estas riberas se nota que a un cantil sumamente elevado sigue o sucede otro muy bajo, que no se explica fácilmente cómo confina o sirve de continuación a aquél; pero así que se estudia la disposición del terreno, se conoce que aquel efecto es debido a un hundimiento, como puede verse en la ribera de Santa Cruz, la de Güímar y otras en esta isla de Tenerife. Muy rara vez se puede atribuir aquí a levantamiento esa súbita y enorme diferencia de altura de la ribera.

En las formaciones basálticas abunda el pirójeno, que en diversos parajes constituye casi toda la pasta del basalto.

 Es cosa fuera de duda que los suelos mas bajos que han podido descubrirse en nuestro archipiélago son casi todos basálticos o traquíticos; pero como sobre algunos de estos mismos suelos aparecen lechos fosilíferos que, según opinan los señores Lyell, Fritsch y otros geólogos, son coetáneos del período mioceno, resulta que dichas formaciones basálticas y traquíticas deben referirse al mismo período, o bien hay que tomarlas como mas antiguas aún.

También opinan los dos autores citados, que el monte Teide y varios otros inmediatos al mismo son de formación muy posterior a la de aquellos lechos basálticos y traquíticos que forman la base general de estas islas, y también a la cordillera de Anaga, en la de Tenerife -y por ende a varias otras de Gran Canaria, Palma y Gomera.-Sin embargo, y aunque es innegable que el cono volcánico que se denomina Teide es de formación relativamente moderna, ignorase la antigüedad que podría ya contar el volcán que produjo al mismo cono; volcán que, acaso, en épocas antiguas, pudiera haber ofrecido un cráter semejante al que se admira en la Palma. Tal vez el circuito de montes que forman las cañadas -junto al Teide -no sea otra cosa que una parte de los bordes de aquel antiguo cráter.

 En Gran Canaria hay también un cráter notabilísimo, el llamado de Tirajana (1), y otros que acaso no lo sean menos, los de Tejeda y de Bandama. Algunos de ellos pudieran, tal vez, haber sido mucho más considerables antiguamente, y haber formado con sus deyecciones una gran parte de los suelos volcánicos que se extienden por casi toda la isla.
Teide 


Cordillera de Anaga
Caldera de Tirajana
Caldera de Bandama
Caldera de Tejeda




 Debe tenerse en cuenta que muchos de los cráteres que hoy se ven en estas islas, y en otras regiones del mundo, no son más que el último resultado o sea el resultado actual de una serie de erupciones acaecidas en diferentes épocas, que han venido sucesivamente elevando la tierra, o sea cubriendo con nuevas deyecciones las deyecciones antiguas; por manera que, ocultas como están ya las antiguas formaciones que produjeron, bajo las otras posteriores, no se sabe ni siquiera aproximadamente desde cuando existen esos focos ignovomos en la superficie terráquea.

En la moderna obra de los señores Fritsch y Reiss sobre la geología de nuestras islas, se leen algunas apreciaciones notables acerca de la formación de Tenerife y otras del archipiélago, apreciaciones de las cuales no creemos deber tratar detalladamente aquí. Así sólo mencionaremos someramente ciertos particulares que nos parecen dignos de

(1) Algunos naturalistas se inclinan a creer que el gran crater de Tirajana, y aún el de Taburiente, no son volcánicos, sino cráteres de hundimiento y de erosión, como tantos otros análogos que se encuentran en diferentes países. Pero la mayor parte de los geólogos que han visitado nuestras islas creen probable que, al menos el de Taburiente -isla de la Palma- sea realmente volcánico, es decir, formado por las erupciones, aunque agrandado después por la erosión.
 Los cráteres de hundimiento también son en cierto modo volcánicos; porque suelen formarse a causa de las cavidades que los volcanes dejan bajo la superficie terrestre.
 Lyell hablando del precitado cráter de la isla de la Palma, expone algunos argumentos en favor de la tesis de formación por la acción de las aguas; lo cual no excluye el previo hundimiento del terreno, que, en tal caso, nos parece forzoso admitir.

Caldera de Taburiente

tenerse en cuenta en este trabajo. Dichos autores opinan que, bajo las lavas terciarias o cuaternarias que forman casi totalmente el macizo de dicha isla, así como en gran parte las islas de Fuerteventura, Gomera y Palma, existe una gran formación diabásica y algunas otras. Además, entre las mismas lavas y rocas eruptivas de Tenerife, aparecen algunas otras diabásicas y porfídicas, que revelan mayor antigüedad que aquéllas.

Llaman la atención sobre la marcada diferencia de edades que se nota entre las mismas formaciones conocidamente volcánicas que se ven en la citada isla; y suponen que ella ha resultado tal cual hoy la vemos, por la reunión de otras dos o tres islas más antiguas, reunión debida a la elevación del suelo submarino, o a meras erupciones sobrevenidas en éste, en los espacios que separaban aquellas islas o islotes parciales; los cuales islotes también fueron casi totalmente basalticos, con algunas formaciones traquíticas, como aún se nota en la región de Anaga y en algunas otras. Después de formada la isla de Tenerife  -añaden, -en ella han sobrevenido diversas series o épocas de erupciones volcánicas, y además, el larguísimo período de tiempo transcurrido ha hecho que se formen por la erosión de las aguas una infinidad de valles y de tajos marítimos. Dicen que la base del Teide se halla principalmente constituida por lavas traquíticas y fonolíticas, y que en el resto de la cumbre, hasta las inmediaciones de la ciudad de La Laguna predominan las basalticas, como generalmente en toda la isla.

Finalmente, los señores Fritsch y Reiss opinan que la actual isla de Tenerife estaba ya comenzada a formar desde principio del período mioceno medio –de la época geológica llamada terciaria (1) -o quizá desde mucho antes, pues dicen que en aquel período se hallaba ya formada una gran parte de la misma isla, oculta o no, en el seno de las aguas.


                                                                                                                         ROSENDO GARCÍA-RAMOS