lunes, 29 de diciembre de 2014

LA DICTADURA




(Artículo publicado en Artes y Letras, el 16 de marzo de 1903)
                                   Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Es esa una voz latina que, como tantas otras del mismo idioma, ha sido admitida casi universalmente. Pero ofrece dos sentidos, entre sí bastante diversos, si bien ambos relativos a  una misma magistratura y mando supremo. 

Según uno de dichos sentidos, la palabra es casi odiosa; según el otro, no lo es;  vamos a explicar uno y otro, empezando por el primero citado, y refiriéndonos tan solo a las dictaduras que surgen de las repúblicas, que dicho sea de paso, lo son casi todas. Cuando una sociedad o un pueblo republicano se degrada naturalmente, como puede degradarse uno monárquico, y como se degrada una familia, por ilustra que haya sido, sin culpa de las instituciones, sino por mero embrutecimiento natural de sus individuos, — y así sucede las más de las veces,—el sufragio se vende y se compra como cualquier artículo de  comercio, y hasta suele falsearse por la fuerza. Al cabo la fuerza decide o substituye la elección, y cada gran cacique —adoptemos ese calificativo— se forma un ejército de  partidarios, y los caciques con sus ejércitos luchan entre sí para dominar.

La nación llega a verse tan perturbada, tan molesta por la guerra civil, y tan perjudicada en todos sus intereses, que acaba por secundar a un cacique solo, para decidir la cuestión y que la  guerra concluya. De ahí surge el dictador perpetuo, o poco menos, como surgió Julio César, y han surgido otros muchos.

Esa es la dictadura odiosa, relativamente;  y decimos así, porque bien que la detesten muchos, no deja de reconocerse que sin ella la nación estaría peor. Una nación degradada necesita un Jefe único, si no quiere ser desmenuzada. Los pueblos bárbaros, todos, tienen su respectivo Jefe único.

Pasemos ahora a hablar de la dictadura racional y salvadora, sin negar por ello, como va dicho, que hasta cierto punto o en cierto modo es también, racional y salvadora la anteriormente bosquejada.
Es muy antigua la institución de ella en la gran república latina, fuente donde han ido a beber todas o casi todas las posteriores naciones europeas y americanas. Pero antes, recordemos una idea consoladora; hemos hablado de sociedades degeneradas, de pueblos que se degradan o envilecen naturalmente, sin otra causa que la misma por la que se degradan muchísimas familias, sin que ni el ejemplo de sus mayores, ni la más esmerada educación, sean capaces de detenerlas en aquella fatal pendiente.

Pues bien, la misma Naturaleza, que ocasiona esa degradación o degeneración, en el hombre como generalmente en los animales y plantas, suele proceder de distinto y contrario modo. En muchos pueblos se ve y ha visto que del estado salvaje pasan, rápida o lentamente, al de la cultura.

Los mismos romanos empezaron por ser un pueblo de bandidos y gente allegadiza, que abrió un asilo en su ciudad a todos los malhechores; por lo cual cuando pidieron mujeres a los sabinos, éstos contestaron: Que abrieran un asilo también para las mujeres perdidas, y así lograrían enlaces que nada tendrían que echarse en  cara.

Un gran número de esos primitivos romanos era nacido fuera de matrimonio, como es sabido; se les llamaba espúreos, hasta como nombre propio o primero, y solían tener apellidos ilustres o distinguidos, por haber nacido de familias principales. El poético nombre de Espurina le llevó infinidad de hembras de las primeras casas de Roma. Pero volvamos al asunto de estos breves renglones. La dictadura latina o romana fue durante siglos una institución salvadora. Cuando la República se veía en un peligro extremo, nombraba un dictador que asumiendo toda la autoridad, la sostenía con mano firme y la salvaba. Claro es que tal elección y nombramiento recaía generalmente en la persona más digna, y tan era así, que casi siempre los dictadores renunciaban espontáneamente el cargo, tan pronto como su misión estaba terminada y quedaba la República libre del peligro. El mismo Cornelio Syla,  a pesar de la crueldad que se le atribuye y que seguramente fue más propia de su época que de su persona, dimitió la dictadura de libre voluntad sin la menor presión, y se retiró a la vida privada.

Pero Julio César entendía las cosas de otro modo; y para hacérsela soltar fueron precisas las veinte y tantas puñaladas que le propinaron en pleno Senado, al pié de la estatua del gran Pompeyo, cuyos hijos sostuvieron en España la causa del Senado, defendida por su padre, y que acabó de perderse en la batalla de Munda.

                                                                                                     R. GARCÍA RAMOS






.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

FARSALIA




Artículo Publicado en Artes y Letras, el 31 de enero de 1903)
                                     Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Suena esa palabra a mis oídos como un nombre funesto. Esa risueña villa y campo de la antigua Tesalia, aparecen a mis ojos como envueltos en un velo fatídico. Por que allí sucumbió la antigua libertad romana. En vano Bruto y Casio trataron de resucitarla más tarde; en vano lucharon y sucumbieron en los campos de Filipos; la libertad estaba ya muerta. Y ¡cosa extraña! la mató el Pueblo, el vulgo, y no la aristocracia, que era en su mayor parte anti-cesarista.

Decía Montesquieu: Point de monarchie, point de noblesse; point de noblesse, point de monarchie. Pero esa pretendida regla tiene muchas excepciones. La aristocracia romana era y fue, siempre, en su mayor parte, eminentemente republicana. ¿Y qué era esa aristocracia? Pues era sencillamente la elección de aquella poderosa sociedad de aquella nación pujante, que eclipsó a todas las otras y casi avasalló al mundo. Era lo selecto de ella. Todo hombre distinguido, fuera alta o baja su cuna, podía en Roma obtener los primeros cargos de la República.

La mitad o más de los miembros que constituían el famoso Senado Romano (1), era de origen plebeyo, o más propiamente hablando, había salido del pueblo o estado llano, como han salido todas las aristocracias del mundo.

Pero se elevó un poder rival del Senado, el Tribunado, fue en los primeros tiempos  solamente un poder moderador, un veto, que reclamaba y exigía la apelación al sufragio, la sanción expresa por voto popular.

A ese nuevo poder apeló Cesar para luchar contra el Senado, ofreciéndose como el más celoso defensor de sus prerrogativas o privilegios; y el Tribunado, en odio al Senado, ofreció a aquél ambicioso todo su apoyo, puso a su servicio las masas en cuanto pudo su influencia en éstas, y Cesar triunfó, aparentando defender la libertad, y en realidad hundiéndola en el corazón su puñal.

Pero hagamos también justicia a César. Los tiranos no vienen sino cuando los pueblos quieren ser esclavos esa frase es conocida universalmente, lo mismo que la exclamación ¡On homines  ad servitudinem paratos!  Cuando la mayoría de una nación quiere un jefe único se expone a crear un tirano; y seguramente no fue César el peor tirano de Roma.

Fue el primero, después de los Tarquinos; pero lo fue, casi, por el voto popular. La aristocracia, aunque lo intentó, apoyada por la parte más sensata del pueblo o sea del público, no pudo vencerlo.

Verdad es, por otra parte, que la nación Romana estaba a la sazón hastiada de contiendas intestinas, de luchas entre ambiciosos, como Syla y Mario, que socolor del bien público, lo que principalmente querían era dominar. Después de muertos o fallecidos esos dos célebres generales, entre los cuales es difícil decidir cual fue más déspota (2), se levantaron otros mil, a disputarse la gestión o dirección suprema de los negocios, visto que el público les prestaba su apoyo y concurso ¡On homines  ad servitudinem paratos!, como decían los mismos romanos de aquel tiempo.

Un pueblo degradado no puede hacer otra cosa que créanse tiranos; y cuando ve que éstos luchan entre si, disputándose la supremacía; cuando toda la nación anda revuelta y trastornada por guerras civiles, llega a ser tal el malestar del pueblo, que pide un Jefe único, para que, al menos, haya tranquilidad y se pueda vivir menos mal, aunque sea bajo el cetro de un déspota.

                                                                                   
                                                                                         ROSENDO GARCÍA-RAMOS


 (1) Las águilas romanas volaban de victoria en victoria,con su conocido lema: Senatus populusque romanus, representado con las conocidas cuatro letras S. P.Q. R.

(2) Es dudoso que Mario, y otros varios corifeos de su partido, y aún del contrario, hubiesen renunciado voluntariamente la dictadura, como lo hizo Syla; pero como triunfó con César el llamado partido de Mario, o Tribunicio, y siguieron los cesares en el poder, la mayor parte de los escritores de aquél tiempo, todos más o menos aduladores, inventaron mil fábulas para congraciarse con el partido dominante.





sábado, 20 de diciembre de 2014

AYACUCHO (II)



                      (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 20 de junio de 1902)
                             Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC


(Conclusión)

El general sucre, en su brioso caballo de batalla, recorría la línea, y deteniéndose en el centro de ella, dijo con entonación de voz que alcanzó a repercutir en los extremos.

«Soldados: cielos esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur. ¡Que otro día de gloria corone vuestra admirable constancia!»

Y espoleando su fogoso corcel, se dirigió hacia el ala que ocupaban los peruanos.

Los batallones contestaron con un estruendoso ¡Viva él Perú!; y rompieron el fuego sobre la división de Valdez, que había tornado, ya la iniciativa del combate. Era en esa ala donde la victoria debía disputarse más reñidamente.

Entre tanto la división Monet avanzaba sobre la de Córdova, y el coronel Guías—de ésta última, —que mandaba el antiguo batallón español Numancia- cuyo nombre cambió Bolívar por el de Voltígeros, — dijo a sus soldados: «Numantinos!: ya sabéis que para vosotros no hay cuartel. En, a vencer o morir matando»

Córdova, ese valiente paladín de veinte y cuatro años, se apeó del caballo, y alzando su sombrero en la punta, de su espada, dio esta original voz de mando: «División. De frente. Arma a discreción, y paso de vencedores». Y dando una irresistible carga a la bayoneta, sostenido por la caballera de Miller, sembró pronto el pánico en la división de Monet.

Sospecho—prosigue diciendo aquí D. Ricardo Palma, -que también la historia tiene sus pudores de niña melindrosa. Ella no ha querido conservar la alocución del general Lara a la división del centro, proclama eminentemente cambrónica —o sea semejante a la del general Cambronne en Waterloo. —Pero la tradición no la ha olvidado; y yo tradicionista de oficio, quiero consignarla. Si peco en ello, pecaré con Víctor Hugo, es decir, en buena compañía. La malicia del lector adivinará los vocablos que debe substituir a los que yo estampo en letra bastardilla. Téngase en cuenta que la división Lara se componía de llaneros y gente cruda, a la que no era posible entusiasmar con palabritas de salón:

«¡Zambos del  espantajo!, les gritó: Al frente están los godos puchueleros. El que manda la batalla es Antonio José Sucre, que como sabéis, no es ningún cangrejo. Con que así, apretarse los calzones... y a ellos»

Y tan furiosa fue la arremetida sobre la división Villalobos, en la cual venía el virrey, que nuestro batallón Vargas no solamente logró derrotar el centro enemigo, sino que acudió en auxilio del general Lámar, cuyos cuerpos cedían terreno ante el bien disciplinado coraje de los soldados de Valdez.

Secundó a Vargas el regimiento Húsares de Colombia, cuyo jefe—el coronel venezolano Lorenzo Silva —cayo herido…

A las doce del día, el virrey Laserna ligera mente herido en la cabeza, se encontraba prisionero de los patriotas. La rivalidad entre Canterse, favorito del virrey y Jefe de E. M. de los españoles, y Valdez, el más valiente, honrado y entendido de los generales realistas, influyó algo para la derrota. El plan de batalla fue acordado sólo entre Laserna y Cantabria, y al ponerlo en conocimiento de Valdés, tres horas antes de iniciarse el cómbate, éste murmuro al oído del coronel de Cantabria: « ¡Nos arreglaron los insurgentes! Ese plan de batalla han pedido urdirlo dos frailes, no dos militares. Los enemigos nos habían hecho flecos antes de que ganemos las faldas del cerro; y aún superando este inconveniente, no nos dejarán formar línea ordenada de batalla»

Desbandada su división, que en justicia sea dicho, se batió admirablemente, Valdez descabalgó y sentándose en una piedra dijo con estoicismo: «Esta comedia se la llevó el demonio. ¡Canario! De aquí no me muevo y aquí me matan»


 Un grupo de sus soldados de quienes era muy querido, le tomo en peso: y consiguió transportarle algunas cuadras fuera del campo.

Aquí dejamos el relato de Palma, que nada más añade de esencial al suceso que  bosquejamos.

Vamos a terminar la relación de este triste episodio de nuestras guerras coloniales, con dos palabras sobre sus principales protagonistas. Del famoso Don Antonio José de Sucre solo diremos que nació en Cumana, por los años 1793, y que desde que pudo manejar un arma se puso al servicio de la causa patriota. En 1813 ya tenía el mando de un batallón, y después de la batalla de Pichincha fue nombrado general en jefe. Con este carácter dirigió la comedia de Ayacucho, en 1824; después fue presidente de la República de Bolivia, y murió asesinado en 1830, casi al mismo tiempo que el general Córdova alcanzó igual trágico fin. Este último, por sus muchas hazañas y raro valor, era ya general de brigada, entre los patriotas, a la edad de veinte y un años.

El virrey D. José de la Sema, que mandaba los nuestros en Ayacucho, en substitución de D. Joaquín de la Pezuela (1), capituló, como es sabido, con los vencedores. Varios de los jefes españoles que se hallaron en aquella jornada, fueron después tildados en España de amigos secretos de los patriotas, y llamados por ende ayacuchos. Sin embargo, ni Laserna ni los otros generales a sus órdenes hicieron traición a su patria, por simpática que algunos de ellos fuera la causa de la libertad. En particular el intrépido Valdez combatió en Ayacucho, como siempre, y puso su vida en el mayor peligro por salvar el honor de nuestras armas. El día 3 del mismo mes de Diciembre (1824), cuando los dos ejércitos se avistaron, Valdez alcanzó con su división la reta- guardia de los contrarios, la atacó impetuosamente, y se apoderó de los parques y de una
parte de la artillería, haciendo además cerca de trescientos prisioneros, pero en las causas perdidas, siempre se atribuye algo a la traición y al cohecho.

Los ingleses también fueron calumniados cuando perdieron las últimas batallas contra los americanos, o indo ingleses, que fundaron la Unión norte americana. Perdimos el continente Sudamericano, a causa de la gran desproporción numérica y la dificultad de enviar prontos socorros desde nuestra península, como los ingleses perdieron casi la mitad de la América del Norte, fuérales o no les fuera simpática la causa que defendían.

                                                                                                                   SOMAR


(1) Según D. Ricardo Palma, no debe contarse a Laserna en el número de los virreyes del Perú, por que fueron solamente las tropas quienes le aclamaron como tal.

jueves, 18 de diciembre de 2014

AYACUCHO (I)


                         
                    (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 19 de junio de 1902)


Este valle y ciudad del antiguo Perú, nos parecen tristes a los españoles, porque allí se dio la última batalla de la independencia del Sudamérica. Pero el hecho nada tuvo de extraño. Ya los Estados Unidos se habían emancipado de Inglaterra; y respecto a las posesiones españolas en aquel continente, casi nada nos quedaba. Si hubiéramos ganado aquella batalla, no por eso habríamos consolidado allí nuestra dominación. La lucha era muy desigual, numéricamente hablando; y bien sabido es que cuando en las Cortes reunidas en Cádiz se trató de dar igual representación a todos los dominios españoles, según su población, se ofreció desde luego el inconveniente de que nuestra península quedaría supeditada a América, por ser mucho mayor la población española ultramarina.

Se proclamó, pues, la independencia Sudamericana; acabó la época del despotismo, como allí decían con marcada exageración; pero comenzó la época de... lo mismo, como también decían por allá, no sin algún fundamento; por que aquéllas repúblicas se han parecido mucho a dictaduras militares, durante ciertos periodos de su historia.

Acabó, pues, en Ayacucho nuestro dominio continental en el país comenzado a descubrir por Cristóbal Palomo; (1) y por mas que sea triste la recordación de ello, no resistimos al deseo de dar a conocer una brevísima reseña de aquella función, o comedia, como la llamaba el general español Valdés. Muévenos a ello la interesante obra de D. Ricardo Palma, que lleva por título Tradiciones peruanas, donde con la erudición y amenidad de estilo que caracterizan a dicho autor, hijo de la ciudad de Lima, vemos el desenlace del drama colonial, o comedia, si así quiere llamársela. Pero debemos ante todo consignar que disentimos del señor Palma, respecto a la desproporción numérica que supone. Otros muchos autores sientan que los españoles allí eran menos en número que los indo españoles; y parece cosa probable, por que ya había llegado al Perú, poco tiempo antes, el general Bolívar, con un refuerzo de once o doce mil hombres, y con el prestigio de sus victorias.

Dejemos ahora al Sr. Palma la narración; dice así este ilustrado escritor peruano:

La batalla de Ayacucho tuvo, al iniciarse, todos los caracteres de un caballeresco torneo.

A las 8 de la mañana del 9 de Diciembre, el bizarro general Monet se acercó con un ayudante al campo patriota, hizo llamar al no menos bizarro Córdova y le dijo:

—General, en nuestro ejército como en el vuestro, hay jefes y oficiales ligados por vínculos de familia, o de amistad íntima; ¿serla posible que antes de rompernos la crisma, conversasen y se diesen un abrazo?

—Me parece, general, que no habrá inconveniente; voy a consultarlo, contestó Córdova; y envió su ayudante al general en Jefe—que lo era Sucre,— quien en el acto acordó el permiso.

Treinta y siete peruanos entre Jefes y Oficiales, y veinte y seis colombianos, desciñéndose las espadas, pasaron a línea neutral donde, igualmente sin armas, les esperaban ochenta y dos españoles.
Después de media hora de afectuosa expansión, regresaron a sus respectivos campamentos, donde les aguardaba el almuerzo.

Concluido éste, los españoles, jefes, oficiales y soldados se vistieron de gran parada, en lo que los patriotas no podían imitarles, por no tener mas ropa que la que llevaban puesta. Sucre vestía levita azul cerrada, con una hilera de bolones dorados, sin banda, faja ni medallas. Córdova tenía el mismo uniforme de Sucre pero en vez de sombrero apuntado llevaban uno de jipi-japa.

A las 10 volvió a presentarse Monet, a cuyo encuentro salió Córdova, como la vez primera.

—General, le dijo aquél, vengo a participarle que vamos a principiar la batalla.

—Cuando Vds. gusten, general, contestó el valiente colombiano. Esperaremos a que Vds. Rompan los fuegos para contestarlos-

Ambos generales se estrecharon la mano, y volvieron grupas. No pudo llevarse más galantería por ambas partes.

A los americanos nos tocaba hacer los honores de la casa, no quemando los primeros cartuchos, mientras los españoles no nos diesen el ejemplo.

Sería poco más del diez y media de dicha mañana, cuando la división de Monet, compuesta de los batallones Burgos, Infanta, Guías y Victoria, a la vez que la división de Villalobos formada por los batallones Gerona, Imperial y Fernandinos, empezaron a descender de las alturas, sobre la derecha y centro de los patriotas.

La división al mando de Valdés, organizada con los batallones Cantabria, Centro y Castro, había dado un largo rodeo, y aparecía ya por la izquierda. La caballería, al mando de Ferráz, constaba de los húsares de Fernando VII, dragones de la Unión, granaderos de In Guardia, y escuadrones de San Carlos y de alabarderos. Las catorce piezas de artillería estaban también convenientemente colocadas.

Los patriotas estaban aguardando el ataque, en línea de batalla. El ala derecha era mandada por Córdova y se componía de los batallones de Bogotá, Caracas, Voltigeros y Pichincha. La división del general Lara, con los batallones Vargas, Rifles y Vencedores,
ocupaba el centro. El general Lamar con os cuatro cuerpos peruanos, sostenía la izquierda. La caballería, a órdenes de (error en el ejemplar consultado) se componía de húsares de Junin (2), y de Colombia y de los granaderos de Buenos Aires.

(continuará)                     
                                                                                                               SOMAR

(I) Al naturalizarse en España aquél célebre genovés, no hizo lo que otros muchos, esto es, traducir al castellano su apellido. Aquí nos permitimos traducirlo, y advertir que si lo hubiera dado a las islas que descubrió, se llamarían hoy Palomas en vez de Antillas, hablando en castellano.
Pero si no tradujo su apellido aquél famoso navegante, ni lo hicieron tampoco sus contemporáneos, en cambio lo abreviaron, diciendo Colón en vez de Colombo como se llamaba antes de que realizara su viaje  a las Indias por Occidente.


(2) En el campo de Junin habían, poco tiempo antes, ganado los llamados patriotas, una muy reñida acción contra las tropas españolas. Mandaba a aquellos e1 célebre Bolívar, llamado el Washington de la América del Sur.

domingo, 14 de diciembre de 2014

EL GLOBO DE BEHEIM



                  (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 28 de mayo de 1902)

Durante la Edad Media casi toda Europa estuvo sumida en las tinieblas de la ignorancia. Las más ridículas supersticiones pasaban por verdades, sobre todo, cuando las apoyaba la fe ciega en tal o cual creencia religiosa. Desde la más remota antigüedad, los hombres de verdadero talento y saber, se vieron contrariados y aún perseguidos por los fanáticos y estúpidos secuaces de los dogmas del Paganismo; y desgraciadamente al implantarse el Cristianismo, no los cristianos ilustrados, sino los bárbaros de la Religión— que en todas les hay y ha habido—se encargaron de proseguir con mayor o menor buena fe, la triste misión de defender, como ellos decían, sus sagradas creencias, y por consiguiente atacar el progreso de las ciencias.

Desde mucho antes de nuestra Era, sostuvieron varios sabios que la Tierra es un cuerpo esférico, y por ello fueron más o menos perseguidos por muchos secuaces del culto pagano. Más tarde sucedió una cosa análoga, cuando Galileo dijo que la Tierra se movía. La esfericidad de nuestro planeta fue reconocida hasta por los poetas del siglo de Augusto. Ovidio comienza su famoso poema describiendo la Creación, y presentando a la Tierra como un astro.

La teoría del movimiento de nuestro planeta en torno del Sol, es más antigua de lo que vulgarmente se dice. Desde los tiempos de Pitágoras era conocida, y sostenida por Aristarco de Samos, Filolao de Crotona y otros sabios de aquella época. El célebre Platón tenía en tan alta estima al citado filósofo crotonense, que no dudó entregar una gran suma para obtener sus obras, según lo observa Aulo Gelio. Además, fue también Filolao uno de los primeros sabios que declararon y reconocieron un ser Supremo, y único creador de todo lo que existe. Lo mismo se opinaba por muchos durante el período Romano, y consta en diferentes autores de aquel tiempo.

Pero las múltiples y sucesivas invasiones de los pueblos bárbaros, sepultaron en el olvido esos y otros muchos conocimientos; se volvió a las tinieblas de los tiempos más antiguos; y hasta el Renacimiento no volvió a plantearse la cuestión de si la Tierra era o no una vasta extensión, sin límites, de tierra y agua. Aquí se dibujan las figuras colosales de Toscanelli y de Beheim, figuras que hoy no tienen importancia, a causa de los modernos progresos científicos; pero que fueron entonces verdaderos gigantes del saber.

Dice el doctor Chil —pagina 94 del tomo I—que el globo de Martín Beheim, o Behaim, no es si no una copia del mapa de Toscanelli. No queremos contradecir a aquel ilustrado escritor, cuya pérdida lamentamos; pero me parece que en algo varían uno y otro trabajo, y que si bien naturalmente el primero citado de aquellos dos geógrafos, utilizó los conocimientos del segundo, no por eso dejó de agregar varias noticias, de las que por otras vías llegó a procurarse.

Globo de Beheim o Behaim

No parece probable que fuera solamente Beheim quien hiciera globos en su tiempo; me inclino a creer que otros geógrafos de aquella época, y aún anteriores, trabajarían también en ese sentido; pero entre todos fue aquél quien más contribuyó a demostrar la esfericidad terráquea, y por consiguiente la posibilidad de pasar al Asia por la vía de Occidente. Incurrió, como tantos otros, en un error, cual fue suponer mucho menor de lo que es la distancia entro Europa y Asia; pero eso no debe parecemos extraño, en vista del atraso de los conocimientos geográficos en aquel tiempo.

Conocida la redondez de la tierra, se renovaron las empresas para marchar al Asia por Occidente, y para descubrir nuevas tierras, o al menos, nuevas islas en el mar Atlántico. Desde las épocas fenicia y cartaginesa se intentaron navegaciones con tal objeto, y no falta quien asegure que los fenicios llegaron a Terranova. Cualquiera, sin ser un Colón, sino un simple navegante atrevido, podía llegar a América, con sólo perseverar en su itinerario hacia Occidente. Esto es claro y evidente, como lo es asimismo que Colón jamás tuvo noticia del nuevo-mundo, o nuevo Continente, sino que tropezó con él marchando en solicitud de las Indias, o sea del Asia, y quedó creído de que había llegado a ella. Se ha censurado, acaso sin razón, que se llamara América, y no Colonia, al nuevo mundo descubierto; pero es lo cierto que Américo Vespucio fue quien primeramente demostró que aquello no era el Asia, sino un nuevo continente: y es increíble lo que esa teoría, o tesis, tuvo que luchar contra la arraigada y hasta religiosa creencia de que no eran mas que tres las partes del mundo. Su buena parte de gloria cupo a Balboa en ese litigio, cuando penetró en el istmo americano y descubrió el grande mar Pacífico, que separaba y separa el nuevo mundo del viejo, por el Oeste de América.

Behaim construyó su globo en el año 1492, según dicen sus biógrafos, los cuales nada dicen que aprendiera de Toscanelli. Pasaba por ser el primer navegante de su tiempo, si bien después se ha reconocido que tanto los países que visitó, como los que conoció por referencias, los diseñó con poca exactitud, lo mismo que hicieron sus predecesores y contemporáneos en los estudios geográficos. Se pretende que en uno de sus viajes penetró en América hasta el estrecho que hoy se llama de Magallanes; pero esto es cosa que no ha podido ser demostrada satisfactoriamente. 

No terminaré esta breve indicación o noticia, sin dos palabras de homenaje al célebre florentino Pablo Toscanelli, que con Behaim parte la gloria de ser los dos principales regeneradores de la Geografía, casi desconocida o mejor dicho olvidada en los tiempos que inmediatamente precedieron a aquellos, Toscanelli murió antes que Behein, por los años 1490. Había incurrido en el mismo error de suponer el diámetro de nuestro Globo mucho menor de lo que es, y en su famoso informe al rey de Portugal, aseguraba que los lusitanos podían llegar a las Indias asiáticas, por la vía de Occidente, en igual o menos tiempo que empleaban en pasar desde Lisboa hasta sus más meridionales posesiones en África. Fue desde el año 1474 que dio ese informe, el cual llegó a noticia de Cristóbal Colón. Varios navegantes, casi todos italianos, intentaron antes y después de dicho año, penetrar en el Atlántico hasta llegar al Asia; y entre los primeros son bien conocidos los hermanos Vivaldi, y un Doria (1). Pero o retornaban sin llegar hasta el continente americano, o no retornaban. Sin embargo, se asegura que algunos volvieron con la noticia de dicho continente, o por lo menos, de las islas que le son anexas, después de haberlas pisado, como se dice fue Hernán Sánchez de Huelva. Toscanelli habla de la Antilia o Antilla, en su informe citado, y en otros trabajos, isla que pretendió hallar Colón más tarde, como es sabido. También habla de otras islas, y países asiáticos, o tenidos por tales, a causa de la distancia relativamente corta que se entendía mediar entre Europa y Asia.

Ese error contribuyó mucho a anticipar el descubrimiento del nuevo mundo como se explica y comprende fácilmente. Toscanelli describe con alguna más exactitud, o menos inexactitud, que Behaim, la parte que conocía, del Asia verdadera, a donde ya habían penetrado muchos europeos por la vía de Oriente.

Yo no sé como uno y otro geógrafo, que según frase admitida, se adelantaron a  su siglo, no sé -repito- como no fueron víctimas de la superstición general de su tiempo. El que en aquella época declaraba que lo Tierra era esférica, o que giraba en torno de Sol, se exponía a ser declarado hereje, lo mismo poco más o menos que quien dijera que eran cuatro y no tres las partes del mundo. Galileo tuvo que hacer pública retractación de la gran herejía del movimiento de la Tierra, sin lo cual hubiera sido quemado, o sepultado vivo. Sócrates bebió la cicuta por otra análoga contravención a las sagradas creencias de los griegos; lo cual prueba que la estupidez y el fanatismo no son patrimonio exclusivo de una religión solo; en todas ellas penetran más o menos, y las contaminan. Esto nos hace recordar al tristemente célebre califa Omar, cuando destruyó la grandiosa biblioteca de Alejandría, inmenso repertorio de todos los conocimientos humanos de aquella y otras épocas anteriores, cuya conservación hubiera contribuido eficazmente a la cultura, hubiera adelantado no poco la civilización. «Si esos libros -dijo Omar- nada adelantan a lo que el Corán nos enseña, y están conformes con él, hay que quemarlos por innecesarios y embarazosos; pero sí son contrarios al Corán, entonces hay que quemarlos todavía más pronto». Para Omar y muchos otros, todo lo que no sea su respectivo Corán, es cosa abominable, que precisa destruir antes que el mundo se picaba y perezca por causa de tales herejías.

Copérnico, y aún Tycho-Brahe, también se salvaron milagrosamente. En cuanto a  Tolomeo, ya se sabe que vivió mucho antes y en una época de menos fervor teológico pagano. Además, aun que sostenía que la Tierra era simplemente un astro, le suponía inmóvil ni centro de nuestro sistema planetario.

Apresurémonos, sin embargo, a decir que aún en los tiempos de mayor fanatismo, hay siempre personas cultas que no deben ser confundidas con el vulgo. El cardenal Giovanni de la Casa, arzobispo que fue de Benevento, escribió antes que Copérnico en favor de la misma teoría astronómica que éste último estableció, y no por ello tuvo que sentir, ni fue perseguido. Es verdad que uno y otro lo hicieron con la salvedad de que sólo sentaban una hipótesis. No está de más consignar también que dicho sabio prelado fue nuncio del pontífice Pablo III, y secretario de cámara de Pablo IV.

                                                                                                               SOMAR


(1) Esa expedición, que data del XIII siglo, y otras que antes y después debieron emprenderse para llegar a las Indias asiáticas por Occidente, demuestran claramente cuan antiguo era ese conato y el conocimiento que se tenía de la redondez de la Tierra, al menos, entre la gente ilustrada y culta de aquellos antiguos tiempos de barbarie y superstición.

jueves, 11 de diciembre de 2014

LAS ISLAS TERCERAS



(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 13 de mayo de 1902)
                                   Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

En mi anterior artículo, titulado Un pasaje de Plutarco, queda indicada la fecha del descubrimiento de aquellas islas por los portugueses o lusitanos. Se las ha llamado más comúnmente  islas de los Azores, o simplemente Azores, como es sabido. También queda dicho que tanto en ellas como en el grupo de Madera, descubierto antes por los lusitanos -1418 a 20- no hallaron gente alguna, ni hay noticia de que jamás hubiera allí población, antes de esas respectivas fechas.

Pero me parece curioso añadir algunos pormenores respecto al descubrimiento de las islas cuyo antiguo nombre encabeza estos renglones. Ya desde mediados del siglo XIV eran visitadas dichas islas por navegantes italianos, y señaladas en sus mapas o cartas de marear. Pero tampoco puede  fueran éstos sus primeros pobladores. 

Es sumamente verosímil  [ilegible en el ejemplar consultado] de ellos, las reconocieron [ilegible en el ejemplar consultado] y cartagineses. Lo mismo  puede decirse respecto a los grupos de Madera y Cabo Verde.

Después de esta fecha otros navegantes tropezaron con esas islas perdidas y vueltas e encontrar diferentes veces.

En cuanto a las islas Terceras o Azores,  éstas [ilegible en el ejemplar consultado]  sus historiadores (1), los cuales atribuyen -como ya tengo manifestado- al capitán Gonzalo Vedio su descubrimiento, por los años 1431 hasta 44, es decir, que fue poco a poco y en diferentes viajes como lo realizó.

El conocido y famoso Globo de Beheim hace mención de esa descubierta, y dedica a esas islas una explicativa nota o leyenda. Las cartas de marear italianas del siglo XIV, ofrecen el diseño grosero e incorrecto de dos de los grupos de islas oceánicas que he citado, o sean Madera y Azores. El portulano llamado de Médicis (data del año 1351) divide este último archipiélago en tres partes, a las que respectivamente denomina islas de Cabrera, de Ventura o de las Palomas, y de los Cuervos marinos; a la que después se ha llamado Tercera, dice isla de Brazi. Pero otras cartas de éste mar que se conservan  y corresponden al mismo siglo XIV,  dan nombre particular a cada isla de esas, y lo mismo las del siglo XV. Entre las primeras son notables las dos cartas Catalanas o mallorquinas, que  Mr. Avezac cita en su conocida obra sobre las islas africanas, y de las cuales la más antigua es del año 1375.

La isla hoy llamada de Santa  María —Azores— figura en dichas cartas italianas y españolas con el nombre de Uovo, Ovo u Obo; la de San Miguel es llamada Cabrera, y también Capraria; Tercera conservó largo tiempo su antiguo nombre de Brazi, Brazil ó Brasil, y se dice lo debe como la tierra firme a la madera tintórea que producía, y es bien conocida en todo el mundo; San Jorge es llamada San Zorzo, o Zorzi; Fayal, llamada así más tarde por sus bosques de hayas, se llamaba entonces isla de Ventura,—en algunas cartas se dice de la Ventura; Pico es la antigua isla de las Palomas, Columbi o Colombis; Flores es la Conigi, y Corvo conserva simplificado su nombre primitivo de Corvi marini. La Graciosa no figura en dichas cartas.

Ya tengo dicho en el otro artículo citado, que más tarde, aunque en el curso del XV siglo, fueron llamadas Infierno, y Oséls o isla de las Aves, dos de esas islas, y que ésta última se llamó después Azores o de los Azores. 

Concluyo estos breves apuntes consignando otra vez que las mismas cartas españolas e italianas del siglo XIV, presentan el grupo de Madera, incluso las desiertas, y aún las Salvajes. Madera es allí llamada Legname—voz que tiene igual significado; Puerto Santo figura con ese nombre, hasta en el portulano de 1351, lo mismo que la isla anterior. Las Insule Deserte también remontan a esa fecha; pero las Salvage Salvaze no empiezan a parecer sino en la carta catalana de 1375, según lo observa Mr. d' Avezac en su citada obra, de la cual he tomado casi todas estas noticias.

Por manera que no solamente puede afirmarse que los españoles conocieron estas islas oceánicas, y las frecuentaron, desde los primeros tiempos del Renacimiento, y aún desde la Edad Media, sino que compartieron con los italianos la gloria de ser los restauradores de los conocimientos náuticos en Europa, y fundadores del arte actual de la navegación y construcción de buques, o ciencia naval, que tan grandes progresos tiene hechos en nuestros días. 

En cuanto a las Canarias, no es aquí donde nos ocupamos particularmente de ellas.  Así solo diremos  que no solo en varias de las cartas citadas, sino también en otras del mismo tiempo se hallan ya diseñadas con los diversos nombres que constan en la historia. Además, bien puede asegurarse que cuando fueron erigidas en Principado, en 1344, ya se tendría una o más cartas geográficas referentes a ellas, lo mismo que cuando, pocos años antes, en 1341, envió el rey de Portugal una armada a reconocerlas, y si posible hubiera sido, conquistarlas. Es, pues, de creer que aun cuando no sean muchas las cartas de aquel tiempo llegadas hasta nosotros muchas debió haber coetáneas y anteriores a las conocidas y conservadas hasta hoy. El portulano de Messía de Viladestes, y el de Jacobo o Santiago Ferrer, que otros llaman Jaime o Juan Ferrer(2),donde también figuran las Canarias y la costa de África fronteriza, comprueban lo mismo que antes manifestamos, esto es, que la Marina española e italiana fueron las primeras de Europa durante un largo periodo de tiempo. No solo en estas comarcas de Occidente, sino también en las de Oriente, se distinguieron nuestros marinos, como es bastante conocido por todos, y además puede verse en una multitud de trabajos históricos.

                                                                                                                             SOMAR

(1) Los primeros que han escrito sobre esa materia se dice fueron los P. P. Gaspar Fructuoso, y Antonio Cordero, en los siglos XVI y XVII respectivamente.
(2) Juan Ferne, catalán, le llaman algunas relaciones antiguas, y parece ser el mismo Ferrer, de la isla Mallorca, mencionado en las caitas de 1346 y en otras posteriores.

martes, 9 de diciembre de 2014

UN PASAJE DE PLUTARCO (II)



                     (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 21 de mayo de 1902)
                              Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

He indicado anteriormente que el epíteto de Fortunadas fue aplicado indistintamente, en lo antiguo, a casi todas las islas del Atlántico y del Mediterráneo, aún cuando las Canarias se reputaran por las más afortunadas entre las de ese nombre.

También queda insinuado que la distancia señalada por Plutarco, entre sus afortunadas y el continente, inclina a creer que se refería a las islas Azores o Terceras.

Por último, queda también dicho que a causa del atraso de la navegación en los tiempos antiguos, y de lo tímido y arriesgado de la misma, eran pocas las exploraciones que se hacía del Océano, y de consiguiente, unas mismas islas eran descubiertas y perdidas diferentes veces. Hasta eran con frecuencia tomadas unas islas por otras y viceversa — o que al cabo viene a ser lo mismo, —islas diferentes eran tomadas por unas mismas. Esto sucedía también respecto a los cabos y promontorios, ríos, montes, etc., y se explica sin dificultad, por causa del atraso general de la geografía.

Los lusitanos o portugueses creían que fueron ellos los descubridores de Madera y Azores, y lo creyeron asimismo otras naciones, hasta que se han visto en las cartas del siglo XIV que todas esas islas habían sido ya descubiertas mucho tiempo antes, y hasta designadas muchas de ellas con los mismos nombres que los portugueses les dieron.

Gonzalo Velho Cabral pasó por ser el descubridor de las Terceras—en 1431 o 32; pero he aquí que la carta catalana de Gabriel de Vallsequa tiene escrito que en 1427 el piloto español Diego de Sevilla halló esas islas, navegando al servicio del rey de Portugal. Dicha carta de Vallsequa es del año 1439 el mismo capitán Velho Cabral no descubrió la isla de San Miguel hasta el año 1444.

Son curiosos los nombres de ésas islas en la carta citada: Sparta, Quatrila, Infierno, Truydols, Oséls, etc. La llamada Infierno ofrecía, como en aquéllos tiempos la de Tenerife, una serie casi continua de erupciones volcánicas, y la de Ozelz o de las Aves acabó por dar más tarde su nombre a todo aquel grupo. Esas aves, si no eran azores, fueron al menos llamadas así.

Capraria, y también Cabrera, es llamada una de esas mismas islas en otras cartas del siglo XIV, por la multitud de cabras que allí encontraron los primeros exploradores; lo mismo sucedió en Canarias, donde hubo isla Capraria, como es sabido, y con ese nombre la designaron varios autores.

Ahora bien, aún cuando está fuera de duda que las islas oceánicas han sido descubiertas y perdidas distintas veces, no por ello debe incurrirse en el error análogo al de una sola descubierta, o descubrimiento único. En efecto, en las cartas antiguas solía añadirse muchos años después del de su fecha, el trazado de nuevos países descubiertos, y como no por eso se alteraba la fecha de la carta, ni el nombre de su autor, resultaba un aparente sincronismo; se tomaba todo el contenido del mapa por cosa coetánea, y por consiguiente parecía que tal o cual descubrimiento, hecho, por ejemplo, en el siglo XV,
databa del XIV. Por ello se ha cuidado mucho, al estudiar y analizar esas antiguas cartas, de comparar la letra de sus diferentes partes, y aún el color de la tinta, si bien este último indicio conduce con frecuencia a error, por que tintas antiguas suelen conservarse, mejor que otras posteriores.

Por lo demás, el pasaje de Plutarco a que hacen referencia estas observaciones, habla de habitantes, como el de Horacio relativo a nuestras islas; y desde el momento en que se las supone pobladas, ya no cabe, tomarlas por las Azores, ni por las dos del grupo de Madera. Si acaso éstos dos últimos grupos tuvieron, habitantes antiguamente, la memoria de ellos se ha perdido, y es bien sabido que sus descubridores lusitanos no hallaron gente en uno ni otro archipiélago.

No faltan escritores, y sobretodo geógrafos, que dando crédito a los diez mil estadios que dice algún manuscrito de Plutarco, lo que viene a ser cosa de cuatrocientas leguas, se inclinen a creer que se trata de las dos islas llamadas antiguamente Antilia y Brasil, que en las cartas viejas aparecen ora en un paraje, ora en otro, a causa de la inseguridad de su situación. Muy pocos navegantes llegaban hasta ellas, y de ahí la vacilación respecto al sitio que ocupaban. Generalmente las tomaban por las más occidentales del Atlántico, y algunos creían que desde ellas hasta el Asia no mediaba muy gran distancia, y que había otras islas situadas entre aquellas y el citado continente asiático. Cuando fue descubierta la América, se creyó sin duda que Antilia era Cuba, o tal vez Haití, y por ello las llamaron Antilias, voz que después se ha convertido en Antillas. En ellas había población, y bajo ese punto de vista pueden disputar a nuestras Canarias la fama que las dieron Plutarco y otros autores.

Pero, aparte de que aquella distancia de cuatrocientas leguas no es aplicable, aun teniendo en cuenta el antiguo atraso de la geografía, a las verdaderas Antillas, 63 muy problemática la distancia que Plutarco señala, como ya anteriormente dejamos indicado; y si acaso debe leerse mil estadios, y aún dos mil, de ningún modo podemos llevar tan lejos el país de los bienaventurados, que mencionan, no solo aquél sino también muchos otros autores antiguos.

Si estaban pobladas las Fortunadas que menciona el autor de la Vida de Sertorio, no es fácil desposeer, ni aún disputar a las islas Canarias, su antigua prerrogativa, sea cual fuere la distancia del continente europeo o africano a que se las supusiera colocadas.


                                                                                                                 SOMAR.

lunes, 8 de diciembre de 2014

UN PASAJE DE PLUTARCO (I)



                          (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 20 de mayo de 1902)
                                  Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC


Sucede con este famoso autor griego lo mismo poco más o menos que con todos los anteriores al invento de la imprenta; raro es el pasaje del mismo que no aparezca con variantes o divergencias según los diversos manuscritos. Estas divergencias a veces son secundarias y de poca o ninguna importancia; pero otras veces son graves y distorsionan completamente los textos.

Si nos tomamos el corto trabajo de comparar el fragmento de Plutarco que pone Viera en su conocida obra, con el que Chil trae en la suya, veremos que no concuerdan enteramente, a pesar de ser indudablemente el mismo pasaje de aquel autor. Sobretodo difieren enormemente en un punto esencial que es la distancia de estas islas al inmediato continente; y es esencial eso por que si adoptamos la distancia de diez mil estadios indicada por Chil –cosa de quinientas leguas- mal puede afirmarse que sean las Canarias las (sic) por Plutarco; serían más verosímilmente las de Madera y Puerto Santo.

Pero Viera solo señala una distancia de mil estadios la cual permite suponer que puedan ser las islas de Lanzarote y Fuerteventura las indicadas por Plutarco.

Es verdad que este autor no habla más que de dos islas; pero eso se explica fácilmente, considerando que dos solas vieran los navegantes que dieron a Sertorio y a sus compañeros la noticia de ellas. La navegación de este mar en aquel tiempo era escasa y difícil; los buques por lo regular no se separaban mucho de la tierra o sea del continente africano; así es que por lo común sólo visitaban las dos islas más orientales del archipiélago tuvieran o no noticia de las restantes.   

Vamos a ampliar estas observaciones reproduciendo el mismo pasaje de Plutarco, tal como aparece en la traducción de dicho autor hecha por Mr. Dacier, y publicada en París, el año 1762:

«Aquellas islas hallan separadas una de otra por un pequeño brazo de mar, y separadas del África cosa de dos mil estadios. Se las llama islas de los biena-venturados. En ellas llueve raramente, y las lluvias que caen son suaves. No se experimenta allí sino unos vientos benignos, siempre impregnados de rocío, que fecundan de tal modo la tierra, que no solamente ésta daría las más pingües cosechas a poco que se la cultivase, sino que por si sola, sin cultivo, produce toda clase de frutos, y en abundancia tal, que con ellos basta para la alimentación de los habitantes, sin que se tomen éstos ni el más ligero trabajo; por manera que aquellos felices mortales pasan su vida en un constante reposo. Allí el aire está siempre puro y sereno, sin experimentarse la menor enfermedad, por lo inalterable de la temperatura y suavidad de las estaciones cuyos cambios nunca son rápidos sino insensibles. Y esto consiste en que los vientos de nuestro Continente, lo mismo que los del Norte y Levante, llegan a aquellos parajes rotos y quebrantados; y aquellos que del mar vienen, cuales son los del Sur y Poniente, al recorrer besando la superficie de las olas, se impregnan de humedad y menuda lluvia, que fertiliza singularmente los campos, haciendo que ahí la tierra presente una rara fecundidad. Por ello es opinión general, hasta entre los pueblos bárbaros, y aún tomada como dogma religioso, que están allí los Campos Elíseos y mansión de los Bienaventurados, cantada por Homero»
A menos que hoy se tenga una idea muy equivocada de la distancia que representa un estadio , hay que desechar desde luego como errónea la separación indicada por Chil, de éstas islas respecto al continente; es decir, la indicada en la edición de Plutarco que el ilustrado doctor Chil tuvo a la vista. Resta sólo elegir entre la edición vista por nuestro erudito arcediano Viera, y la vista por mí en lo respectivo a ese detalle. Acaso deba leerse doscientos en vez de dos mil estadios; pero esto es solamente una conjetura mía, y no pretendo afirmar que sea errónea la distancia que Viera señala, ni que el estadio sea mucho menos que la vigésima parte de una legua(1).  Tampoco me atrevo a afirmar que esas islas mencionadas por Plutarco no sean Madera y Puerto Santo, o acaso las Azores.

Es indudable que las Azores, Madera, Canarias y otras muchas islas, han sido diferentes veces descubiertas, y diferentes veces perdidas. Las cartas o mapas de éstos mares, anteriores ni siglo XV traen ya señaladas todas esas islas; y en particular el famoso Portulano de Médicis, designa a dos o tres de las Azores con el nombre de insule de Ventura, que es lo mismo que llamarlas Afortunadas.

Por otra parte, la relación transmitida por Chil no dice precisamente que la consabida distancia sea con respecto a la inmediata costa continental. ¿Deberá entenderse respecto a Andalucía, o las riberas del Betis, que fue donde los navegantes vieron a Sertorio, y donde según parece tenían su residencia y punto de partida para los viajes en nuestro Océano?

También es de notar, que a su vez la narración de Plutarco, que lo he transcrito según la traducción de Dacier, no dice precisamente que sean solamente dos islas, sino que éstas islas se hallan separadas entre sí, o una de otra, por un corto brazo de mar. Como se ve, esas frases pueden aplicarle a varias islas de un mismo archipiélago, cercanas entre sí y apenas separadas por canales estrechos.

(Concluirá)


                                                                                                                  SOMAR

(1) Dacier cuenta 25 estadios en legua, como puede verse en la pág. 86 del mismo tomo.

sábado, 6 de diciembre de 2014

LAS ISLAS GÓRGADES O GORGONAS



(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 17 de mayo de 1902)
                                  Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC


Los geógrafos antiguos solían llamar así al archipiélago de Cabo-Verde; pero no por eso dejaron de aplicar el mismo nombre a otras islas de nuestro mar Atlántico, como veremos después. La geografía antigua era bastante confusa, como es sabido; y no podía menos de serlo, por lo escaso de las navegaciones y viajes de exploración.  Ese archipiélago que acabo de nombrar, dicen  unos que le dio su nombre, y otros que le tomó del cabo fronterizo. Las islas Verdes se llamaron, y al cabo solían designar con el nombre de cabo de las islas Verdes.


Cuando por los años 1344 el Pontífice Clemente erigió el principado de las Canarias a favor del infante D. Luis de la Cerda, o Luis de España —como dice la Bula,—le concedió todas las islas llamadas Afortunadas, así del Océano como del Mediterráneo; pero la deficiencia de conocimientos geográficos hizo que fuera incompleta la nomenclatura; solamente se citan en la Bula las siguientes islas: Canaria, Ningaria (1), Pluviaria, Capraria, Junonia,  Embrónea (2), Atlántica, Hespérida, Cernent, Gorgona, y la Goleta—ésta última situada en el Mediterráneo, como lo advierte la misma Bula.


Yo entiendo que en esa nómina faltan los nombres de varias islas; pues  al concederse a D. Luis todas las islas oceánicas entonces conocidas, y alguna o algunas del Mediterráneo, entiendo también que deben ser comprendidas las Azores, Madera, Cabo Verde y  acaso las del golfo de Guinea, a que pertenece la llamada  Cernent o Cerne, según opinión de varios comentadores del Periplo de Hannón. Los navegantes italianos, y también los mallorquines, conocían todas esas islas mucho antes que los portugueses o lusitanos; estos últimos descubrieron la Madera por los años 1418 o 20, y mucho después las Azores.


Está ya hoy  poco más o menos fuera de duda que las famosas y temidas gorgonas  de los antiguos, no fueron otra cosa que lobos o vacas marinas, abundantes en estos mares y que dieron nombre al islote entre Lanzarote y Fuerteventura. Los mapas antiguos le llaman, no islote, sino isla de Lobos; pero la Madera reclama también para sí este nombre sin perjuicio de nuestro islote y sin perjuicio tampoco del suyo de Madera o Legnaine, como dicen las antiguas cartas italianas.


En una obrita impresa en Funchal, año 1891, titulada Excursiones en Madera, se lee—pág. 41—que en aquella isla se llama desde lo antiguo Cámara de Lobos una villa y su territorio, a causa de los muchos lobos marinos que  en su costa y bahía o ensenada aparecían (3).


Pero muchos creen, no sin fundamento, que los lobos o  vacas marinas abundaban también en otras islas, incluso por supuesto en las de Cabo-Verde, aun cuando no conserven  hasta hoy el nombre de islas de lobos o Gorgonas. La mitología, o más bien los poetas sacaron partido de las vacas marinas, como le sacaron de tantas otras cosas.

Según Hesíodo, las górgades tenían su morada cerca del Jardín de las Hespérides, y convertían en piedras a los que las miraban. Entre todas tenían un solo ojo, que se prestaban unas a las otras, y de su boca salían unos colmillos parecidos a los de elefante o de jabalí.
¿Quién no reconoce ahí  a los morsos, dugongos y otros anfibios?


Los pocos navegantes que en los tiempos de Hesíodo y de Homero penetraban en el Atlántico, se despachaban a su gusto al hablar de sus hazañas o proezas, y de sus portentosos descubrimientos; y después los poetas no les iban en zaga, sino que aumentaban lo maravilloso, hasta desfigurar enteramente las noticias, o por lo menos, una parte de ellas.


Perseo parece que tuvo la suerte de sorprender durmiendo a algún morso, — tanto aquel como sus compañeros creyeron al pronto que el monstruo no tenía ojos— y la suerte mayor de cortarle la cabeza. No fue preciso más para convertir esa hazaña en la más grande que hasta entonces  se había realizado; y si Perseo se quedaba corto, allí estaban los poetas para agregar lo que Perseo no se atreviera a decir, aunque no pecara de corto.


Pero hay todavía una raza más  exageradora que los poetas, y es la de ciertos comentadores de la fábula o mitología. De todas las estufas, dice el célebre Alejandro Dumas, es la etimología la que produce las flores más extrañas; y podemos añadir que los etimologistas y comentadores logran con frecuencia hasta deducir lo contrario precisamente de aquello que la fábula dice.


Así ha sucedido con las gorgonas o górgades. Los poetas embrollaron la verdad, más todavía que los navegantes; pero los comentadores, expositores, etimologistas y en general aspirantes a dar explicación de los mitos, la han acabado de ocultar, y héchola desaparecer.


Otras gorgonas hubo sin duda, que nada tienen que ver con aquellas; pues de la raíz griega gorgos se formaron varios nombres.


Hubo gorgonas en el continente de África, cerca del lago Tritón, y en otras partes. Los unos creen fueron unas mujeres varoniles que combatían como las amazonas; los otros opinan que fueron gorilas u orangutanes. Sea de ello lo que fuere, claro está que éstas y otras gorgonas que parece hubo en varias partes del mundo, no fueron las de nuestro mar Atlántico, ni las que dieron nombre a las islas de que en los presentes renglones nos hemos ocupado.


SOMAR

(1) Ningaria y Nivaria son sinónimos, como derivados de Ninguis y Nivis—genitivo de Nix.
(2) La llamada Ombrion, y también Ombrios, por los griegos, voz que equivale  a Imbria y Pluvialia.
(3) Camera dos Lobos se dijo en lo antiguo, tanto en portugués como en italiano y en castellano. Los italianos conservan esa voz; pero los castellanos y lusitanos dicen hoy Cámara en vez de Camera.