Artículo publicado el 16 de marzo de 1911 en La Opinión
A las reflexiones que
hace hoy el «periódico conservador» de esta capital, se nos ocurre añadir dos palabras.
Aboga dicho Diario por la estricta disciplina
de los conservadores en las islas occidentales del archipiélago; pero si esa
disciplina, en este caso particular, conduce a suicidarse políticamente, ¿debe
o no mantenerse?...
Ese es el caso concreto
que hay que ventilar.
Nadie ignora que el Sr.
León tenía grandes influencias, no sólo entre los liberales, sino también entre
los conservadores, como que éstos le consideraban como uno de los suyos, y le
mantenían en el alto y trascendental cargo de Embajador nuestro cerca de la
nación francesa. Hasta se dijo y repitió varias veces que aquel señor iba a pasar al partido Conservador.
Nadie ignora tampoco que
ambos gobiernos, liberal y conservador, tenían al Sr. León casi como arbitro de
la política en nuestras islas, o como se dice en términos palaciegos, estaba
encargado de ellas, según otros prohombres han estado encargados de otras provincias.
Ahora bien, ¿dónde
íbamos a parar con tal disciplina? Claro es que íbamos a acabar de cumplir las
aspiraciones de la isla de enfrente, después de lo mucho que ella ha logrado a
la sombra del Sr. León, íbamos a ser despojados de nuestros más preciados a
indiscutibles derechos, y decimos indiscutibles, porque lo son para todo aquel
que sabe pensar.
¿No es sabido también
que los gobernadores que se enviaba a estas islas eran antes consultados, si no
designados, por el cacique teldeño? ¿Es menos cierto que igual o parecida
fiscalización ejercía este en la elección de nuestros Diputados y Senadores?
Hasta con otros nombramientos, tales como los de jefes de Fomento, de
Estadística, de Ingenieros, etc., se entrometía en inmiscuir aquella especie de
pesadilla que nos perseguía.
Todo ello motivó la
saludable resolución de luchar a brazo partido, como suele decirse, contra
semejante caciquismo, y de ahí nació la patriótica resolución de confederarse los
electores, cualquiera que fuese su particular opinión política, en defensa de
la patria chica. Lo mismo se ha hecho en otras provincias de España, cuando se
han visto hastiadas de caciques.
¿Qué podían hacer por
nosotros los diputados, conservadores y liberales, sometidos a la tan decantada
disciplina?
Nada entre dos platos,
dice el vulgo, y fuerza es confesar que la frase es tan vulgar como gráfica.
Chante-Clair.
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