sábado, 1 de agosto de 2015

DE COLABORACIÓN: Lo de siempre

Este artículo, publicado en La Opinión en marzo de 1910 , aparece firmado con sus iniciales R.G.R.
                     


Es lucha eterna la de las dos tendencias, una monárquica y republicana o sea demócrata la otra, siendo de notar que aún los mismos que alardean de republicanismo, no se substraen a la primera. ¿Qué otra cosa es sino una tendencia monárquica, eso de Jefe de partido? ¿Y qué partido o fracción liberal, demócrata o republicana deja de tener sus eternas aspiraciones a una Jefatura? Esta, y aún el Directorio, son tendencias monárquicas, siendo de advertir que hay muchos hombres políticos que aceptan por ahora la monarquía, sin perjuicio de odiar toda autocracia. Esta solo la consideran aceptable temporalmente, es decir, sólo como cualquier cargo público y sujeto a la ley.



Las repúblicas antiguas nos han dado buen ejemplo. En Roma no había Jefe único alguno, y los Cónsules, que eran accidentalmente los supremos magistrados de la nación, sólo ejercían su cargo dos años. Las Jefaturas únicas y vitalicias son ni más ni menos que la peor de las monarquías constitucionales, y anulan o merman considerablemente la libertad del sufragio. Un partido cualquiera con su Jefe supremo, casi deja sin valor alguno el ejercicio electoral. ¿Y para qué elecciones cuando el Jefe tiene en su mano los candidatos? El encasillado substituye a la elección. Por ello comenzamos diciendo que todavía existe, y existirá largos años, la eterna lucha entre las dos tendencias.

Todavía ha de pasar mucho tiempo antes de que una nación cualquiera, suficientemente ilustrada o civilizada, concrete las Jefaturas al ejercicio temporal de un cargo, renovado o reelegido libremente cada bienio, o trienio; y sobre todo, sin intervención alguna en la libre emisión de votos en los comicios. Todo lo que sea coartar poco o mucho el sufragio, constituye una verdadera tiranía. Para evitar eso no hay otro medio sino que la nación eleve su nivel intelectual, o lo que es igual, que adquiera un grado elevado de civilización. Es preciso que cada elector tenga conciencia de su misión, y no vaya a los comicios como un animal de reata, o vendido a tal o cual interés personal, que nada importa al bien común. Es preciso que cada elector comprenda que en el bien común estriba el particular de cada individuo y el de sus hijos. Mientras así no lo comprenda, verá ir la nación en decadencia, verá cada día aumentar las cargas que pesan sobre cada cual, y por último se verá obligado, como está viéndolo cada día en los demás, a buscar fuera de su patria, no ya una verdadera fortuna, sino aunque sea un pedazo de pan.



Y he ahí como las antiguas monarquías absolutas, cuando por suerte caían bajo un soberano sabio, benéfico y desinteresado, brillaban por su prosperidad y grandeza. Era que esos soberanos barrían toda esa plaga de vividores, verdadera langosta que asola el país más floreciente.



                                                                                                                                      R.G.R.

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