lunes, 6 de abril de 2015

Petronio




                        (Articulo publicado en El Ramillete Literario, el 30 de enero de 1885)
                                  Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Un articulo de Julio Janin nos ha sugerido la idea de hacer aquí esta especie de copia, o más bien imitación, procurando conservar él giro de frase y el colorido o tono de lenguaje del conocido literato francés. Por lo demás, el asunto se presta á ello, y no sería conveniente otro estilo para bosquejar el cuadro de aquella antigua Roma agonizante, que se entrega á todos los placeres y á todos los vicios, no hastiada ya de gloria, como algunos han dicho hiperbólicamente, sino degradada e incapaz de salir de aquel estado de abyección, si acaso la quedaba la conciencia de su propio envilecimiento.

El héroe ridículo, el personaje extravagante de la curiosa sátira de Petronio, es más bien que otra cosa una caricatura o simplemente una imagen de aquella gran nación romana que, después de haber asombrado al mundo con su poder, su gloria y esplendor, se ve mas tarde en la necesidad de entregarse a un tirano a fin de no ser despedazada por otros mil, que ella misma se daba cuando ya no podía ni sabía hacer otra cosa. Si alguna ligera conciencia la quedaba de su torpeza y bajeza o humillación, nada podía hacer ya para regenerarse; por que la confusa amalgama de diferentes pueblos que formaba entonces el coloso decrépito que todavía se llamaba Roma, estaba muy distante de ser la reunión antigua de los pueblos itálicos, que había en otro tiempo producido á los Fabios y los Escipiones, los Catones y los Decios, los Régulos y los Camilos.




Esos y otros muchos grandes hombres, con su probidad, con su verdadera grandeza de alma, elevaron la Roma antigua y pobre hasta la altura de las primeras naciones, sino a mayor altura que ninguna hasta aquellos tiempos había alcanzado. Los otros con su insolente petulancia, hija de su insuficiencia y con que procuraban encubrirla, hicieron lo único que podían y sabían hacer, convertir la Roma grande, libre y poderosa, en una nación de esclavos, vendida al que mejor pagara a los pretorianos, o mas propiamente hablando, vendida al mejor postor. Esas fueron las principales causas, así del engrandecimiento como de la decadencia de Roma, sin que sea de absoluta necesidad incluir en estas últimas las grandes invasiones de los pueblos bárbaros, y la introducción de una nueva doctrina, que establece como uno de sus principios el no rechazar la fuerza por la fuerza.

No es esto decir que Roma aún en sus tiempos de abyección y decaimiento, dejara de contar algunos hombres que miraban con lástima y dolor aquella sociedad corrompida, incapaz de conocerse a si misma, y con mayor razón incapaz de regenerarse; pero estos hombres eran muy pocos y completamente desconocidos de la mayoría de la nación, que ni siquiera podía concebir que existiera nada más grande, noble o elevado que el mas absoluto despotismo, las concusiones y el peculado, a la manera que los pueblos bárbaros o salvajes no ven por encima de la fuerza material  y la osadía. Ni la menor sospecha tienen éstos de que consista en otra cosa la suprema felicidad de la vida; según algunos otros entienden que este desiderátum se reduce simplemente al desenfreno y al libertinaje. La probidad es para unos y otros una insoportable violencia, si no una tontería; por que en su torpeza ó bajeza natural, ignoran completamente que el hombre verdaderamente probo o noble, tiene dentro de si mismo mayor goce ó satisfacción que cualquiera de aquellos otros puede llegar a adquirir, aún después de haber dominado y saqueado al mundo entero.

¿Cómo así aquellos hombres, aquellos romanos, que parece debieran conservar incólumes las tradiciones de los buenos tiempos de la república, y que efectivamente la conservaron durante algunos siglos, se convirtieron mas tarde en secuaces del absolutismo? Consecuencia fue esa de su inmoralidad y embrutecimiento; y bien sabido es que ningún pueblo bárbaro es susceptible de ser gobernado de otro modo. La inmoralidad y el embrutecimiento traen consigo la tiranía, o mejor dicho, todos los males sociales; por que si no hubiera necios no habría farsantes, como tampoco habría déspotas ni tiranos. Los romanos fueron libres y poderosos mientras conservaron aquellas virtudes y grandeza de alma que tanto les distinguieron entre todos los pueblos; y cuando las perdieron, no hubo medida alguna política que pudiera salvarles, antes por el contrario, todas las innovaciones que establecieron en su sabia y antigua constitución republicana, fueron tan inútiles como absurdas, y hasta algunas de ellas perniciosas. No de otro modo suele verse que los últimos miembros o vástagos de una familia ilustre, se degradan hasta el punto de constituir la última escoria social; sin que ni el ejemplo de sus mayores, ni la educación, ni otra medida alguna pueda ser suficiente a modificar y mucho menos cambiar aquella disposición de la naturaleza. 

Degradada como lo estaba entonces la sociedad romana; pero a la vez y por esa misma causa, hastiada de sí misma y de los hombres que la guiaban, dirigía a veces su mirada hacia algunos otros de sus miembros, que aparentaban deplorar las humanas miserias y repetían en diversos tonos que ellos aspiraban á otro mundo mejor. Estos casi todos eran poetas, es decir, se llamaban así y pretendían pasar por tales, cosa que no era difícil en medio de un pueblo incapaz de distinguir lo verdadero de lo falso. Los unos cantaban sin cesar arroyuelos y florecillas, o se ocupaban de otros diversos asuntos, preciándose de humorísticos y satíricos; los otros ofrecían al público insoportables sainetones, bajo el nombre de dramas y comedias, que el  público aplaudía y encontraba buenos, sublimes y hasta filosóficos. Todos aquellos poetas decían que vivían en otra atmósfera, superior a esta atmósfera vulgar, baja y corrompida; y al cabo el público les creía; les sacaba de su Olimpo más bien madriguera, y les colocaba en el poder. Pero se observaba que al cabo de poco tiempo, ya estos seres ideales habían devorado una porción de niños crudos, lo cual allí se llamaba ser listos, y era menester darse prisa á relevarles del puesto, antes de que lo devorasen todo. Y ¿qué puede esperarse de una sociedad en que hasta los llamados poetas están poseídos de las mismas pasiones que los demás hombres?

Algunos de aquellos hablaban mucho y ensalzaban el áurea mediocritas; pero éstos en general eran unos hipócritas que pretendían hacer de la necesidad virtud. Si así no fuera, jamás ensalzarían tal medianía; por que el verdadero poeta (1) es grande como un rey, o mas que un rey, y su memoria queda perpetuada y enaltecida mucho más que la de casi todos los soberanos. ¿Cuáles son los monarcas de quienes las naciones, por un justo tributo de homenaje y veneración, celebran hoy los centenarios y aniversarios de su muerte? Esas medianas de fortuna ni las ensalzan, ni siquiera las sienten, los hombres verdaderamente superiores; por que cual el filósofo de la antigüedad a quien compadecían por la pérdida de sus bienes, pueden contestar que toda su fortuna la llevan siempre consigo. Por el contrario el hombre vulgar, sí poderoso o rico, propende frecuentemente á la jactancia ó al engreimiento; y si la fortuna no le ha favorecido con sus dones materiales, no por ello deja de jactarse más o menos de su pobreza y medianía respectiva, por más que secretamente desee salir de ella, y si lo consigue, cambia inmediatamente de tono. Del mismo modo se le ve envanecerse y ensalzar la posición social que ocupa, o la profesión que ejerce, cualquiera que ella sea y por más que a veces esté deseando vivamente otra mejor. Sin embargo, el estudio del corazón humano también revela en muchos individuos cierta tendencia a lamentarse o quejarse de su posición social y de su fortuna buena o mala, pretendiendo ser superiores a la misma; de modo que si han comenzado ensalzando su respetivo rango social, elevado o humilde, acaban insinuando que ese rango es poca cosa relativamente a sus merecimientos. Eso todo forma parte de la comedia ordinaria de la vida; pero aquí debemos terminar estas reflexiones y volver a hablar del autor cuyo nombre sirve de epígrafe a los presentes reglones.

(Continuará)







(1) Se habla aquí tan solo de aquellos poetas más sobresalientes y de universal reputación, los cuales son muy pocos y no siempre sus obras están escritas en verso. Hay una gran distancia entre los mismos y los meros versificadores, que tanto abundan y que tan distantes están de alcanzar aquella altura, por más que algunos de entre éstos lleguen alguna vez á escribir o producir composiciones verdaderamente notables y selectas, que les hagan en realidad acreedores al renombre de poetas.

jueves, 2 de abril de 2015

Los retratos de Simon Victor Bretillard Pichon Morinvelliers y Marie Magdalene Fouchere de Archis

Los retratos, recién localizados,  de los bisabuelos de Rosendo García-Ramos y Bretillard: Simon Victor Bretillard Pichon ( Morainvilliers) y Marie Magdalene Fouchere de Archis, nacidos, a mediados del siglo XVIII, en Versalles. 
Poco más sabemos de estos antepasados tan lejanos.




Simon Victor Bretillard Pichon (Morianvilliers)

Marie Magdalene Foucher de Archis


martes, 17 de febrero de 2015

PAPELES VIEJOS



(Artículo publicado el 27 de octubre de 1897 en el Diario de Tenerife)
 Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC



Sr. D. Patricio Estévanez y Murphy
Santa Cruz

Mi apreciable amigo: he leído casualmente en su Diario de 8 de los corrientes, un artículo del Sr. Maffiotte, que me sugiere algunas observaciones, que escribo a vuela pluma, por si acaso V. cree que de algo sirven para esclarecer algunas noticias de las consignadas por  dicho señor.

Ante todo, es digno de encomio el cuidado del Sr. Maffiotte, de recoger todo aquello que halla referente a Canarias;  sería de desear que otros muchos hijos de este país que residen en la Península, le imitaran; pero por desgracia muy pocos son los que se cuidan de eso.

En unos autógrafos de Núñez de la Peña he leído que el Sr. Sancho de Herrera, señor de cinco dozavos (del señorío, no de la propiedad) de las islas de Lanzarote y Fuerteventura, viendo que habían fallecido sus hijos legítimos de sus dos matrimonios con Dª Catalina Escobar y con Dª Violante de Cervantes y Sosa, se resolvió a reconocer y dejar por su universal heredera a una hija que había tenido en Catalina de Fia, hija de Guillen de Fia que lo era del último reyezuelo indígena de Lanzarote, que se llamó Luis de Guad al Fia.  

Viera, en el tomo 4º de su conocida obra, edición de Madrid (que es la que he visto) rectifica el error que había cometido haciendo a la hija del D. Sancho, hija también de Dª Catalina Escobar. Dicha rectificación se hace hablando del Convento de Lanzarote, si no recuerdo mal, o del de Fuerteventura, a propósito de unos epitafios sepulcrales. Difiere de Núñez de la Peña en que dice Catalina Dafra, y Peña dice de Fia.
La dicha hija; llamada Dª Constanza Sarmiento, casó con su primo hermano Pedro Fernández de Saavedra, troncos de la casa marquesal de Lanzarote; y como D. Agustín de Herrera (primer marqués de Lanzarote) se hizo con once dozavos del señorío de ambas islas, es evidente que, como decía Argote de Molina, dicho marqués y sus sucesores fueron los verdaderos señores de Fuerteventura, y no los Saavedras, que sólo poseían un dozavo de dicho señorío.

Quizás tuviera también razón Argote al decir que su esposa fue la verdadera sucesora del D. Agustín de Herrera; porque una vez fundado el mayorazgo a favor de dicha señora ¿podía anularse ese documento público porque le naciera al marqués un hijo de legítimo matrimonio?
Dicen varios papeles viejos que Argote no mintió en nada de lo que dijo respecto a la casa llamada de Fuerteventura; y que si le ganó el pleito don Fernando de Saavedra fue a costa de dejar por sus herederos  a los duques de Lerma.
 
Sólo me resta ampliar otra noticia consignada en el artículo del ilustrado Sr. Maffiotte. El capitán de caballería Diego de Mesa fue casado en San Lucar de Barrameda; pero le sucedió lo mismo que al Señor Sandio de Herrera, esto es, que viéndose en su ancianidad sin sucesión legítima, obtuvo lo que entonces llamaban privilegio real de lejitimación, á favor de dos hijos que había tenido. Nuestro cronista Núñez de la Peña consignó eso, y menciona el protocolo donde se halla archivado dicho privilegio, en la Orotava. También dice que de estos hijos legitimados vienen todos los Mesas de dicha línea. 

Si estas noticias lo sirven de algo, quedará satisfecho su amigo y S.S. q. s. m. b.

R. GARCÍA RAMOS
Tacoronte, 25 de Octubre de 1897

miércoles, 7 de enero de 2015

CUERPOS COLEGISLADORES




(Artículo publicado en Diario de Tenerife,  el 8 de octubre de 1903)

 Han existido en casi todas las naciones regidas constitucionalmente.  La república francesa del siglo XVIII ensayó primeramente una Asamblea única—llamada Convención Nacional, —análoga al antiguo Senado romano y al de Cartago, cuyos Bufetes semejaban a los Cónsules de su rival. También las repúblicas griegas tuvieron Asambleas únicas. Pero la italiana instituyó luego el Tribunado; y modernamente la citada república francesa creó dos Cámaras, llamadas Consejos el uno de los Ancianos, y el otro de los Quinientos. Hubo antes un Tribunado francés, que subsistió muy poco tiempo.
 En Inglaterra existen desde ha muchos años las dos Cámaras, como en España y otras naciones;  y han quedado, por decirlo así, suprimidas las Cámaras únicas. Sin embargo, hay que convenir en que durante siglos las Cámaras únicas subsistieron en Roma y en Cartago, y que a aquellas debieron su grandeza una y otra nación. 

 En realidad, la decadencia romana no procedió de aquella división de poderes, sino de la decadencia moral e intelectual de toda la nación. Esta  pudo con sus dos cuerpos colegisladores subsistir largo tiempo, como subsisten las naciones modernas. Con una o con dos Cámaras,  puede una nación marchar regularmente,  y aún prósperamente, como lo demuestra la Historia, siempre que la cordura y sensatez dominen en ella; y por el contrario se acaba la verdadera libertad y se implanta el cesarismo, cuando aquella sensatez desaparece.

 Ha sido siempre un error grave el de confiar en las formas más que en el fondo de las cosas. No es con innovaciones -de formula- como se regenera un pueblo. Las formas tienen indudablemente su importancia relativa; pero rara vez o nunca alcanzan a mejorar el estado social, si la sociedad misma no se presta a ello, si carece del buen sentido moral indispensable para observar y cumplir las leyes. Estas casi siempre son buenas; pero faltando la cordura y el respeto, no se cumplen o se cumplen imperfectamente. De nada vale entonces establecer innovaciones en aquellas; variarán más o menos y no por ello serán mejor observadas.

Por esas consideraciones se evidencia la razón de haber, en diferentes tiempos, marchado en progreso algunas naciones, sin que existiera en cada una de ellas más de una cámara. Y no por eso dejan de marchar bien otras, cada una de las cuales posee dos cuerpos colegisladores.
Aunque no hay necesidad de insistir acerca de ello, sin embargo, concluiremos estos breves apuntes con algunas reflexiones sobre el mismo asunto que nos ocupa. 

Cuando en 1793 se proclamó en Francia la República, y se procedió a redactar una  constitución, las opiniones se dividieron entre los dos sistemas, esto es, entre la institución de una o dos Cámaras. Muchos miembros de la famosa Convención Nacional querían una Cámara única, como la tuvieron en lo antiguo Roma, Génova, Venecia y algunas otras naciones (l); pero en el proyecto de Constitución prevaleció el criterio de las dos Cámaras, con igual derecho de veto la una sobre la otra. Esto se parecía mucho al Senado y el Tribunal romanos. Se buscaba, sin duda, el contrapeso que buscaban los antiguos italianos; se procuraba evitar la absorción del gobierno, digámoslo así, por un solo organismo central, que en Italia supeditaba toda la nación a su metrópoli, como en Franca iba a supeditar más tarde, la nación entera al gobierno central de la Commune. Pero algunas veces el remedio suele ser peor que el mal.  La Italia antigua marchó prósperamente con una sola Cámara —el Senado,—mientras—hube en la nación la suficiente condena  y buen sentido. Cuando perdieron los romanos o italianos sus virtudes republicanas, el contrapeso de las dos Cámaras no pudo salvarles, y hasta apresuró su caída. La rivalidad entre ambos cuerpos colegisladores llegó hasta el odio recíproco, y bastaba que uno de aquellos propusiera una ley, para que el otro la atacara.

Cada cuerpo de aquellos quería ser arbitro supremo, y dentro del mismo Cuerpo, había muchos individuos, cada uno de los cuales quería a su vez disponer de todo soberanamente. En tales sociedades,  que podemos llamar de hombres niños aún, o sea de hombres que en ideas no han salido de la infancia, el cesarismo, absolutismo, dictadura o como quiera  llamársele, viene por sus pasos y apresuradamente. La sociedad retrograda hasta llegar a su punto de partida.

                                                                                                                                 SOMAR



(*) Además de esas antiguas repúblicas italianas, también tuvo Inglaterra su Cámara  única, a Parlamento,  a la caída de Carlos

(1)  Es de notar que en movimiento liberal en los Británicos precedió muchos años al de Francia, como es bien sabido aunque; muchísimas personas lo ignoren o aparenten ignorarlo.

lunes, 29 de diciembre de 2014

LA DICTADURA




(Artículo publicado en Artes y Letras, el 16 de marzo de 1903)
                                   Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Es esa una voz latina que, como tantas otras del mismo idioma, ha sido admitida casi universalmente. Pero ofrece dos sentidos, entre sí bastante diversos, si bien ambos relativos a  una misma magistratura y mando supremo. 

Según uno de dichos sentidos, la palabra es casi odiosa; según el otro, no lo es;  vamos a explicar uno y otro, empezando por el primero citado, y refiriéndonos tan solo a las dictaduras que surgen de las repúblicas, que dicho sea de paso, lo son casi todas. Cuando una sociedad o un pueblo republicano se degrada naturalmente, como puede degradarse uno monárquico, y como se degrada una familia, por ilustra que haya sido, sin culpa de las instituciones, sino por mero embrutecimiento natural de sus individuos, — y así sucede las más de las veces,—el sufragio se vende y se compra como cualquier artículo de  comercio, y hasta suele falsearse por la fuerza. Al cabo la fuerza decide o substituye la elección, y cada gran cacique —adoptemos ese calificativo— se forma un ejército de  partidarios, y los caciques con sus ejércitos luchan entre sí para dominar.

La nación llega a verse tan perturbada, tan molesta por la guerra civil, y tan perjudicada en todos sus intereses, que acaba por secundar a un cacique solo, para decidir la cuestión y que la  guerra concluya. De ahí surge el dictador perpetuo, o poco menos, como surgió Julio César, y han surgido otros muchos.

Esa es la dictadura odiosa, relativamente;  y decimos así, porque bien que la detesten muchos, no deja de reconocerse que sin ella la nación estaría peor. Una nación degradada necesita un Jefe único, si no quiere ser desmenuzada. Los pueblos bárbaros, todos, tienen su respectivo Jefe único.

Pasemos ahora a hablar de la dictadura racional y salvadora, sin negar por ello, como va dicho, que hasta cierto punto o en cierto modo es también, racional y salvadora la anteriormente bosquejada.
Es muy antigua la institución de ella en la gran república latina, fuente donde han ido a beber todas o casi todas las posteriores naciones europeas y americanas. Pero antes, recordemos una idea consoladora; hemos hablado de sociedades degeneradas, de pueblos que se degradan o envilecen naturalmente, sin otra causa que la misma por la que se degradan muchísimas familias, sin que ni el ejemplo de sus mayores, ni la más esmerada educación, sean capaces de detenerlas en aquella fatal pendiente.

Pues bien, la misma Naturaleza, que ocasiona esa degradación o degeneración, en el hombre como generalmente en los animales y plantas, suele proceder de distinto y contrario modo. En muchos pueblos se ve y ha visto que del estado salvaje pasan, rápida o lentamente, al de la cultura.

Los mismos romanos empezaron por ser un pueblo de bandidos y gente allegadiza, que abrió un asilo en su ciudad a todos los malhechores; por lo cual cuando pidieron mujeres a los sabinos, éstos contestaron: Que abrieran un asilo también para las mujeres perdidas, y así lograrían enlaces que nada tendrían que echarse en  cara.

Un gran número de esos primitivos romanos era nacido fuera de matrimonio, como es sabido; se les llamaba espúreos, hasta como nombre propio o primero, y solían tener apellidos ilustres o distinguidos, por haber nacido de familias principales. El poético nombre de Espurina le llevó infinidad de hembras de las primeras casas de Roma. Pero volvamos al asunto de estos breves renglones. La dictadura latina o romana fue durante siglos una institución salvadora. Cuando la República se veía en un peligro extremo, nombraba un dictador que asumiendo toda la autoridad, la sostenía con mano firme y la salvaba. Claro es que tal elección y nombramiento recaía generalmente en la persona más digna, y tan era así, que casi siempre los dictadores renunciaban espontáneamente el cargo, tan pronto como su misión estaba terminada y quedaba la República libre del peligro. El mismo Cornelio Syla,  a pesar de la crueldad que se le atribuye y que seguramente fue más propia de su época que de su persona, dimitió la dictadura de libre voluntad sin la menor presión, y se retiró a la vida privada.

Pero Julio César entendía las cosas de otro modo; y para hacérsela soltar fueron precisas las veinte y tantas puñaladas que le propinaron en pleno Senado, al pié de la estatua del gran Pompeyo, cuyos hijos sostuvieron en España la causa del Senado, defendida por su padre, y que acabó de perderse en la batalla de Munda.

                                                                                                     R. GARCÍA RAMOS






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miércoles, 24 de diciembre de 2014

FARSALIA




Artículo Publicado en Artes y Letras, el 31 de enero de 1903)
                                     Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Suena esa palabra a mis oídos como un nombre funesto. Esa risueña villa y campo de la antigua Tesalia, aparecen a mis ojos como envueltos en un velo fatídico. Por que allí sucumbió la antigua libertad romana. En vano Bruto y Casio trataron de resucitarla más tarde; en vano lucharon y sucumbieron en los campos de Filipos; la libertad estaba ya muerta. Y ¡cosa extraña! la mató el Pueblo, el vulgo, y no la aristocracia, que era en su mayor parte anti-cesarista.

Decía Montesquieu: Point de monarchie, point de noblesse; point de noblesse, point de monarchie. Pero esa pretendida regla tiene muchas excepciones. La aristocracia romana era y fue, siempre, en su mayor parte, eminentemente republicana. ¿Y qué era esa aristocracia? Pues era sencillamente la elección de aquella poderosa sociedad de aquella nación pujante, que eclipsó a todas las otras y casi avasalló al mundo. Era lo selecto de ella. Todo hombre distinguido, fuera alta o baja su cuna, podía en Roma obtener los primeros cargos de la República.

La mitad o más de los miembros que constituían el famoso Senado Romano (1), era de origen plebeyo, o más propiamente hablando, había salido del pueblo o estado llano, como han salido todas las aristocracias del mundo.

Pero se elevó un poder rival del Senado, el Tribunado, fue en los primeros tiempos  solamente un poder moderador, un veto, que reclamaba y exigía la apelación al sufragio, la sanción expresa por voto popular.

A ese nuevo poder apeló Cesar para luchar contra el Senado, ofreciéndose como el más celoso defensor de sus prerrogativas o privilegios; y el Tribunado, en odio al Senado, ofreció a aquél ambicioso todo su apoyo, puso a su servicio las masas en cuanto pudo su influencia en éstas, y Cesar triunfó, aparentando defender la libertad, y en realidad hundiéndola en el corazón su puñal.

Pero hagamos también justicia a César. Los tiranos no vienen sino cuando los pueblos quieren ser esclavos esa frase es conocida universalmente, lo mismo que la exclamación ¡On homines  ad servitudinem paratos!  Cuando la mayoría de una nación quiere un jefe único se expone a crear un tirano; y seguramente no fue César el peor tirano de Roma.

Fue el primero, después de los Tarquinos; pero lo fue, casi, por el voto popular. La aristocracia, aunque lo intentó, apoyada por la parte más sensata del pueblo o sea del público, no pudo vencerlo.

Verdad es, por otra parte, que la nación Romana estaba a la sazón hastiada de contiendas intestinas, de luchas entre ambiciosos, como Syla y Mario, que socolor del bien público, lo que principalmente querían era dominar. Después de muertos o fallecidos esos dos célebres generales, entre los cuales es difícil decidir cual fue más déspota (2), se levantaron otros mil, a disputarse la gestión o dirección suprema de los negocios, visto que el público les prestaba su apoyo y concurso ¡On homines  ad servitudinem paratos!, como decían los mismos romanos de aquel tiempo.

Un pueblo degradado no puede hacer otra cosa que créanse tiranos; y cuando ve que éstos luchan entre si, disputándose la supremacía; cuando toda la nación anda revuelta y trastornada por guerras civiles, llega a ser tal el malestar del pueblo, que pide un Jefe único, para que, al menos, haya tranquilidad y se pueda vivir menos mal, aunque sea bajo el cetro de un déspota.

                                                                                   
                                                                                         ROSENDO GARCÍA-RAMOS


 (1) Las águilas romanas volaban de victoria en victoria,con su conocido lema: Senatus populusque romanus, representado con las conocidas cuatro letras S. P.Q. R.

(2) Es dudoso que Mario, y otros varios corifeos de su partido, y aún del contrario, hubiesen renunciado voluntariamente la dictadura, como lo hizo Syla; pero como triunfó con César el llamado partido de Mario, o Tribunicio, y siguieron los cesares en el poder, la mayor parte de los escritores de aquél tiempo, todos más o menos aduladores, inventaron mil fábulas para congraciarse con el partido dominante.





sábado, 20 de diciembre de 2014

AYACUCHO (II)



                      (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 20 de junio de 1902)
                             Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC


(Conclusión)

El general sucre, en su brioso caballo de batalla, recorría la línea, y deteniéndose en el centro de ella, dijo con entonación de voz que alcanzó a repercutir en los extremos.

«Soldados: cielos esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur. ¡Que otro día de gloria corone vuestra admirable constancia!»

Y espoleando su fogoso corcel, se dirigió hacia el ala que ocupaban los peruanos.

Los batallones contestaron con un estruendoso ¡Viva él Perú!; y rompieron el fuego sobre la división de Valdez, que había tornado, ya la iniciativa del combate. Era en esa ala donde la victoria debía disputarse más reñidamente.

Entre tanto la división Monet avanzaba sobre la de Córdova, y el coronel Guías—de ésta última, —que mandaba el antiguo batallón español Numancia- cuyo nombre cambió Bolívar por el de Voltígeros, — dijo a sus soldados: «Numantinos!: ya sabéis que para vosotros no hay cuartel. En, a vencer o morir matando»

Córdova, ese valiente paladín de veinte y cuatro años, se apeó del caballo, y alzando su sombrero en la punta, de su espada, dio esta original voz de mando: «División. De frente. Arma a discreción, y paso de vencedores». Y dando una irresistible carga a la bayoneta, sostenido por la caballera de Miller, sembró pronto el pánico en la división de Monet.

Sospecho—prosigue diciendo aquí D. Ricardo Palma, -que también la historia tiene sus pudores de niña melindrosa. Ella no ha querido conservar la alocución del general Lara a la división del centro, proclama eminentemente cambrónica —o sea semejante a la del general Cambronne en Waterloo. —Pero la tradición no la ha olvidado; y yo tradicionista de oficio, quiero consignarla. Si peco en ello, pecaré con Víctor Hugo, es decir, en buena compañía. La malicia del lector adivinará los vocablos que debe substituir a los que yo estampo en letra bastardilla. Téngase en cuenta que la división Lara se componía de llaneros y gente cruda, a la que no era posible entusiasmar con palabritas de salón:

«¡Zambos del  espantajo!, les gritó: Al frente están los godos puchueleros. El que manda la batalla es Antonio José Sucre, que como sabéis, no es ningún cangrejo. Con que así, apretarse los calzones... y a ellos»

Y tan furiosa fue la arremetida sobre la división Villalobos, en la cual venía el virrey, que nuestro batallón Vargas no solamente logró derrotar el centro enemigo, sino que acudió en auxilio del general Lámar, cuyos cuerpos cedían terreno ante el bien disciplinado coraje de los soldados de Valdez.

Secundó a Vargas el regimiento Húsares de Colombia, cuyo jefe—el coronel venezolano Lorenzo Silva —cayo herido…

A las doce del día, el virrey Laserna ligera mente herido en la cabeza, se encontraba prisionero de los patriotas. La rivalidad entre Canterse, favorito del virrey y Jefe de E. M. de los españoles, y Valdez, el más valiente, honrado y entendido de los generales realistas, influyó algo para la derrota. El plan de batalla fue acordado sólo entre Laserna y Cantabria, y al ponerlo en conocimiento de Valdés, tres horas antes de iniciarse el cómbate, éste murmuro al oído del coronel de Cantabria: « ¡Nos arreglaron los insurgentes! Ese plan de batalla han pedido urdirlo dos frailes, no dos militares. Los enemigos nos habían hecho flecos antes de que ganemos las faldas del cerro; y aún superando este inconveniente, no nos dejarán formar línea ordenada de batalla»

Desbandada su división, que en justicia sea dicho, se batió admirablemente, Valdez descabalgó y sentándose en una piedra dijo con estoicismo: «Esta comedia se la llevó el demonio. ¡Canario! De aquí no me muevo y aquí me matan»


 Un grupo de sus soldados de quienes era muy querido, le tomo en peso: y consiguió transportarle algunas cuadras fuera del campo.

Aquí dejamos el relato de Palma, que nada más añade de esencial al suceso que  bosquejamos.

Vamos a terminar la relación de este triste episodio de nuestras guerras coloniales, con dos palabras sobre sus principales protagonistas. Del famoso Don Antonio José de Sucre solo diremos que nació en Cumana, por los años 1793, y que desde que pudo manejar un arma se puso al servicio de la causa patriota. En 1813 ya tenía el mando de un batallón, y después de la batalla de Pichincha fue nombrado general en jefe. Con este carácter dirigió la comedia de Ayacucho, en 1824; después fue presidente de la República de Bolivia, y murió asesinado en 1830, casi al mismo tiempo que el general Córdova alcanzó igual trágico fin. Este último, por sus muchas hazañas y raro valor, era ya general de brigada, entre los patriotas, a la edad de veinte y un años.

El virrey D. José de la Sema, que mandaba los nuestros en Ayacucho, en substitución de D. Joaquín de la Pezuela (1), capituló, como es sabido, con los vencedores. Varios de los jefes españoles que se hallaron en aquella jornada, fueron después tildados en España de amigos secretos de los patriotas, y llamados por ende ayacuchos. Sin embargo, ni Laserna ni los otros generales a sus órdenes hicieron traición a su patria, por simpática que algunos de ellos fuera la causa de la libertad. En particular el intrépido Valdez combatió en Ayacucho, como siempre, y puso su vida en el mayor peligro por salvar el honor de nuestras armas. El día 3 del mismo mes de Diciembre (1824), cuando los dos ejércitos se avistaron, Valdez alcanzó con su división la reta- guardia de los contrarios, la atacó impetuosamente, y se apoderó de los parques y de una
parte de la artillería, haciendo además cerca de trescientos prisioneros, pero en las causas perdidas, siempre se atribuye algo a la traición y al cohecho.

Los ingleses también fueron calumniados cuando perdieron las últimas batallas contra los americanos, o indo ingleses, que fundaron la Unión norte americana. Perdimos el continente Sudamericano, a causa de la gran desproporción numérica y la dificultad de enviar prontos socorros desde nuestra península, como los ingleses perdieron casi la mitad de la América del Norte, fuérales o no les fuera simpática la causa que defendían.

                                                                                                                   SOMAR


(1) Según D. Ricardo Palma, no debe contarse a Laserna en el número de los virreyes del Perú, por que fueron solamente las tropas quienes le aclamaron como tal.