miércoles, 24 de diciembre de 2014

FARSALIA




Artículo Publicado en Artes y Letras, el 31 de enero de 1903)
                                     Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Suena esa palabra a mis oídos como un nombre funesto. Esa risueña villa y campo de la antigua Tesalia, aparecen a mis ojos como envueltos en un velo fatídico. Por que allí sucumbió la antigua libertad romana. En vano Bruto y Casio trataron de resucitarla más tarde; en vano lucharon y sucumbieron en los campos de Filipos; la libertad estaba ya muerta. Y ¡cosa extraña! la mató el Pueblo, el vulgo, y no la aristocracia, que era en su mayor parte anti-cesarista.

Decía Montesquieu: Point de monarchie, point de noblesse; point de noblesse, point de monarchie. Pero esa pretendida regla tiene muchas excepciones. La aristocracia romana era y fue, siempre, en su mayor parte, eminentemente republicana. ¿Y qué era esa aristocracia? Pues era sencillamente la elección de aquella poderosa sociedad de aquella nación pujante, que eclipsó a todas las otras y casi avasalló al mundo. Era lo selecto de ella. Todo hombre distinguido, fuera alta o baja su cuna, podía en Roma obtener los primeros cargos de la República.

La mitad o más de los miembros que constituían el famoso Senado Romano (1), era de origen plebeyo, o más propiamente hablando, había salido del pueblo o estado llano, como han salido todas las aristocracias del mundo.

Pero se elevó un poder rival del Senado, el Tribunado, fue en los primeros tiempos  solamente un poder moderador, un veto, que reclamaba y exigía la apelación al sufragio, la sanción expresa por voto popular.

A ese nuevo poder apeló Cesar para luchar contra el Senado, ofreciéndose como el más celoso defensor de sus prerrogativas o privilegios; y el Tribunado, en odio al Senado, ofreció a aquél ambicioso todo su apoyo, puso a su servicio las masas en cuanto pudo su influencia en éstas, y Cesar triunfó, aparentando defender la libertad, y en realidad hundiéndola en el corazón su puñal.

Pero hagamos también justicia a César. Los tiranos no vienen sino cuando los pueblos quieren ser esclavos esa frase es conocida universalmente, lo mismo que la exclamación ¡On homines  ad servitudinem paratos!  Cuando la mayoría de una nación quiere un jefe único se expone a crear un tirano; y seguramente no fue César el peor tirano de Roma.

Fue el primero, después de los Tarquinos; pero lo fue, casi, por el voto popular. La aristocracia, aunque lo intentó, apoyada por la parte más sensata del pueblo o sea del público, no pudo vencerlo.

Verdad es, por otra parte, que la nación Romana estaba a la sazón hastiada de contiendas intestinas, de luchas entre ambiciosos, como Syla y Mario, que socolor del bien público, lo que principalmente querían era dominar. Después de muertos o fallecidos esos dos célebres generales, entre los cuales es difícil decidir cual fue más déspota (2), se levantaron otros mil, a disputarse la gestión o dirección suprema de los negocios, visto que el público les prestaba su apoyo y concurso ¡On homines  ad servitudinem paratos!, como decían los mismos romanos de aquel tiempo.

Un pueblo degradado no puede hacer otra cosa que créanse tiranos; y cuando ve que éstos luchan entre si, disputándose la supremacía; cuando toda la nación anda revuelta y trastornada por guerras civiles, llega a ser tal el malestar del pueblo, que pide un Jefe único, para que, al menos, haya tranquilidad y se pueda vivir menos mal, aunque sea bajo el cetro de un déspota.

                                                                                   
                                                                                         ROSENDO GARCÍA-RAMOS


 (1) Las águilas romanas volaban de victoria en victoria,con su conocido lema: Senatus populusque romanus, representado con las conocidas cuatro letras S. P.Q. R.

(2) Es dudoso que Mario, y otros varios corifeos de su partido, y aún del contrario, hubiesen renunciado voluntariamente la dictadura, como lo hizo Syla; pero como triunfó con César el llamado partido de Mario, o Tribunicio, y siguieron los cesares en el poder, la mayor parte de los escritores de aquél tiempo, todos más o menos aduladores, inventaron mil fábulas para congraciarse con el partido dominante.





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