(Articulo publicado en El Ramillete Literario, el 30 de enero de 1885)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
Un articulo de Julio Janin nos ha sugerido la idea de hacer aquí esta especie de copia, o más bien imitación, procurando conservar él giro de frase y el colorido o tono de lenguaje del conocido literato francés. Por lo demás, el asunto se presta á ello, y no sería conveniente otro estilo para bosquejar el cuadro de aquella antigua Roma agonizante, que se entrega á todos los placeres y á todos los vicios, no hastiada ya de gloria, como algunos han dicho hiperbólicamente, sino degradada e incapaz de salir de aquel estado de abyección, si acaso la quedaba la conciencia de su propio envilecimiento.
El héroe ridículo, el personaje extravagante de la curiosa sátira de Petronio, es más bien que otra cosa una caricatura o simplemente una imagen de aquella gran nación romana que, después de haber asombrado al mundo con su poder, su gloria y esplendor, se ve mas tarde en la necesidad de entregarse a un tirano a fin de no ser despedazada por otros mil, que ella misma se daba cuando ya no podía ni sabía hacer otra cosa. Si alguna ligera conciencia la quedaba de su torpeza y bajeza o humillación, nada podía hacer ya para regenerarse; por que la confusa amalgama de diferentes pueblos que formaba entonces el coloso decrépito que todavía se llamaba Roma, estaba muy distante de ser la reunión antigua de los pueblos itálicos, que había en otro tiempo producido á los Fabios y los Escipiones, los Catones y los Decios, los Régulos y los Camilos.
Esos y otros muchos grandes hombres, con su probidad, con su verdadera grandeza de alma, elevaron la Roma antigua y pobre hasta la altura de las primeras naciones, sino a mayor altura que ninguna hasta aquellos tiempos había alcanzado. Los otros con su insolente petulancia, hija de su insuficiencia y con que procuraban encubrirla, hicieron lo único que podían y sabían hacer, convertir la Roma grande, libre y poderosa, en una nación de esclavos, vendida al que mejor pagara a los pretorianos, o mas propiamente hablando, vendida al mejor postor. Esas fueron las principales causas, así del engrandecimiento como de la decadencia de Roma, sin que sea de absoluta necesidad incluir en estas últimas las grandes invasiones de los pueblos bárbaros, y la introducción de una nueva doctrina, que establece como uno de sus principios el no rechazar la fuerza por la fuerza.
No es esto decir que Roma aún en sus tiempos de abyección y decaimiento, dejara de contar algunos hombres que miraban con lástima y dolor aquella sociedad corrompida, incapaz de conocerse a si misma, y con mayor razón incapaz de regenerarse; pero estos hombres eran muy pocos y completamente desconocidos de la mayoría de la nación, que ni siquiera podía concebir que existiera nada más grande, noble o elevado que el mas absoluto despotismo, las concusiones y el peculado, a la manera que los pueblos bárbaros o salvajes no ven por encima de la fuerza material y la osadía. Ni la menor sospecha tienen éstos de que consista en otra cosa la suprema felicidad de la vida; según algunos otros entienden que este desiderátum se reduce simplemente al desenfreno y al libertinaje. La probidad es para unos y otros una insoportable violencia, si no una tontería; por que en su torpeza ó bajeza natural, ignoran completamente que el hombre verdaderamente probo o noble, tiene dentro de si mismo mayor goce ó satisfacción que cualquiera de aquellos otros puede llegar a adquirir, aún después de haber dominado y saqueado al mundo entero.
¿Cómo así aquellos hombres, aquellos romanos, que parece debieran conservar incólumes las tradiciones de los buenos tiempos de la república, y que efectivamente la conservaron durante algunos siglos, se convirtieron mas tarde en secuaces del absolutismo? Consecuencia fue esa de su inmoralidad y embrutecimiento; y bien sabido es que ningún pueblo bárbaro es susceptible de ser gobernado de otro modo. La inmoralidad y el embrutecimiento traen consigo la tiranía, o mejor dicho, todos los males sociales; por que si no hubiera necios no habría farsantes, como tampoco habría déspotas ni tiranos. Los romanos fueron libres y poderosos mientras conservaron aquellas virtudes y grandeza de alma que tanto les distinguieron entre todos los pueblos; y cuando las perdieron, no hubo medida alguna política que pudiera salvarles, antes por el contrario, todas las innovaciones que establecieron en su sabia y antigua constitución republicana, fueron tan inútiles como absurdas, y hasta algunas de ellas perniciosas. No de otro modo suele verse que los últimos miembros o vástagos de una familia ilustre, se degradan hasta el punto de constituir la última escoria social; sin que ni el ejemplo de sus mayores, ni la educación, ni otra medida alguna pueda ser suficiente a modificar y mucho menos cambiar aquella disposición de la naturaleza.
Degradada como lo estaba entonces la sociedad romana; pero a la vez y por esa misma causa, hastiada de sí misma y de los hombres que la guiaban, dirigía a veces su mirada hacia algunos otros de sus miembros, que aparentaban deplorar las humanas miserias y repetían en diversos tonos que ellos aspiraban á otro mundo mejor. Estos casi todos eran poetas, es decir, se llamaban así y pretendían pasar por tales, cosa que no era difícil en medio de un pueblo incapaz de distinguir lo verdadero de lo falso. Los unos cantaban sin cesar arroyuelos y florecillas, o se ocupaban de otros diversos asuntos, preciándose de humorísticos y satíricos; los otros ofrecían al público insoportables sainetones, bajo el nombre de dramas y comedias, que el público aplaudía y encontraba buenos, sublimes y hasta filosóficos. Todos aquellos poetas decían que vivían en otra atmósfera, superior a esta atmósfera vulgar, baja y corrompida; y al cabo el público les creía; les sacaba de su Olimpo más bien madriguera, y les colocaba en el poder. Pero se observaba que al cabo de poco tiempo, ya estos seres ideales habían devorado una porción de niños crudos, lo cual allí se llamaba ser listos, y era menester darse prisa á relevarles del puesto, antes de que lo devorasen todo. Y ¿qué puede esperarse de una sociedad en que hasta los llamados poetas están poseídos de las mismas pasiones que los demás hombres?
Algunos de aquellos hablaban mucho y ensalzaban el áurea mediocritas; pero éstos en general eran unos hipócritas que pretendían hacer de la necesidad virtud. Si así no fuera, jamás ensalzarían tal medianía; por que el verdadero poeta (1) es grande como un rey, o mas que un rey, y su memoria queda perpetuada y enaltecida mucho más que la de casi todos los soberanos. ¿Cuáles son los monarcas de quienes las naciones, por un justo tributo de homenaje y veneración, celebran hoy los centenarios y aniversarios de su muerte? Esas medianas de fortuna ni las ensalzan, ni siquiera las sienten, los hombres verdaderamente superiores; por que cual el filósofo de la antigüedad a quien compadecían por la pérdida de sus bienes, pueden contestar que toda su fortuna la llevan siempre consigo. Por el contrario el hombre vulgar, sí poderoso o rico, propende frecuentemente á la jactancia ó al engreimiento; y si la fortuna no le ha favorecido con sus dones materiales, no por ello deja de jactarse más o menos de su pobreza y medianía respectiva, por más que secretamente desee salir de ella, y si lo consigue, cambia inmediatamente de tono. Del mismo modo se le ve envanecerse y ensalzar la posición social que ocupa, o la profesión que ejerce, cualquiera que ella sea y por más que a veces esté deseando vivamente otra mejor. Sin embargo, el estudio del corazón humano también revela en muchos individuos cierta tendencia a lamentarse o quejarse de su posición social y de su fortuna buena o mala, pretendiendo ser superiores a la misma; de modo que si han comenzado ensalzando su respetivo rango social, elevado o humilde, acaban insinuando que ese rango es poca cosa relativamente a sus merecimientos. Eso todo forma parte de la comedia ordinaria de la vida; pero aquí debemos terminar estas reflexiones y volver a hablar del autor cuyo nombre sirve de epígrafe a los presentes reglones.
(Continuará)
(1) Se habla aquí tan solo de aquellos poetas más sobresalientes y de universal reputación, los cuales son muy pocos y no siempre sus obras están escritas en verso. Hay una gran distancia entre los mismos y los meros versificadores, que tanto abundan y que tan distantes están de alcanzar aquella altura, por más que algunos de entre éstos lleguen alguna vez á escribir o producir composiciones verdaderamente notables y selectas, que les hagan en realidad acreedores al renombre de poetas.