(Artículo publicado en la Revista de Canarias el 23 de septiembre de 1880)
(Conclusión)
[...] Además, hallamos en la misma obra (página 41) una frase que resume o condensa el pensamiento de su autor sobre los antiguos de este archipiélago, y que explica su libro: «Decir que la población Atlántica procede de los Bereberes, según se ha dicho hasta ahora, es dejar la cuestión sin resolver. Claro está que de los Bereberes han debido salir, y por los Bereberes han debido pasar, los inmigrantes canarios; pero ¡son tantos los pueblos que entre aquellos han vivido!
¡Es tal la amalgama y la mezcla confusa de gente extraña, que en todo tiempo ha caído sobre el África septentrional!
He
ahí unas hermosas y sabias palabras, que parecen los móviles de todo aquel
libro. Ese libro es una consecuencia lógica de ellas. La empresa de hacer luz
en semejante caos es grande y meritoria: el señor Pizarroso la ha acometido con
valor, talento y resolución, y con nada comunes conocimientos; pero creemos que
el caos no está aún desvanecido, y lo que es peor, que no es posible
desvanecerle, al menos, de un modo verdaderamente satisfactorio.
Hay, en la misma obra, varias hipótesis que parecen destituidas de verdadero fundamento; pero ellas no son bastantes para desvirtuar o hacer inútil el libro. Señalaremos una de ellas. El autor se empeña en hacer ver que los fenicios no poblaron en Canarias, en razón a que aquí no se conocía el uso de los metales ni de las armas; y como sabe que los cananeos y berberiscos no eran gente desarmada, ni que dejara de conocer los metales y hacer uso de ellos, aquí el atolladero para hacer que los canarios pudieran y no pudieran venir de gentes que conocían y usaban las armas y los metales. Los argumentos que aduce para ello nos parecen inadmisibles, como se desprende de las consideraciones siguientes:
Cualquiera que lea las páginas que a este asunto dedica el señor Pizarroso, pensará acaso que el autor entendía que los fenicios lanzaban los metales por todos sus poros (1), o que lo primero que hacían, cuando llegaban a un país, era inundarle de armas o introducir en él metales. Pero el caso es que los mismos fenicios necesitaban metales para si, y salían a buscarlos a otros países; con la particularidad de que el indicado autor lo reconoce así en algunos renglones de la página 55 de su obra.
Está claro que los antiguos pueblos o gentes que llegaron a las Canarias no vinieron aquí a traer metales; y que si algunos metales dejaron en ellas, estos se habían de concluir con el uso y la falta de reposición, no habiendo como no había en estas islas mina de metal ninguna conocida.
Pero aún así, es errónea la idea de que los indígenas de las mismas islas no poseyeran algunas armas y algunos utensilios metálicos, según parece creerlo el citado autor (página 57). Aquí había, y particularmente en Gran Canaría y en
En la página 153 se dice: «En el Griego, en el Hebreo, en el Árabe, en la lengua Atlántica y en el Celta han soñado (3) algunos hallar relaciones de origen con las de los guanches, relaciones que, bien miradas, no son otra cosa que casuales connivencias.» ¿Y con el caldeo, o con el idioma de los antiguos pueblos de Canaan, no son casuales connivencias los puntos de contacto que puedan ofrecer los antiguos dialectos de las islas Canarias? (4).
El pequeño vocabulario comparativo que, como hemos dicho, termina las laboriosas investigaciones del autor sobre el origen de los guanches, muy poco o nada prueba que estos pueblos no vinieran de los árabes y de otros africanos. Además de que el dicho catálogo de voces es muy reducido, y por consiguiente solo puede ofrecer un corto número de analogías, los árabes tenían y tienen también otras voces para designar muchas de las mismas cosas en dicho catálogo citadas. Y por otra parte, el árabe moderno es algo diverso del antiguo; y uno y otro han ofrecido y ofrecen muchas variantes, según las diversas localidades en que han estado en uso. De cualquier modo, no es con el árabe moderno, ni con el antiguo, que debe establecerse la comparación de nuestros viejos dialectos canarios; sino con las bereberes, sobretodo los más antiguos de que se tenga noticia (5).
Concluimos haciendo las observaciones que nos sugiere la lectura del pie citado catálogo de voces:
Adago no
hallamos que significase cabra, en ningún otro autor de los que
tenemos a la vista. Y en cuanto a las interpretaciones o versiones arábigas
aducidas en dicha lista o catálogo, nos parece que algunas de ellas no han sido
bien elegidas; y también, que no se ha tomado siempre la acepción castellana
más aparente o que mejor interprete la respectiva palabra del dialecto canario.
Además, para establecer mejor la comparación con el árabe debieron tenerse en cuenta otras muchas voces canarias que nuestros autores nos han trasmitido, con su significación. Esa comparación, que faltó en el trabajo del señor Pizarroso, nos hubiera ofrecido muchas afinidades, que seguramente demostrarían el parentesco de los dialectos canarios con los árabes (sin dejar, por ello, de comprenderse que la comparación más obvia o pertinente es la que se haga con los dialectos berberiscos, de la cual tenemos un interesante espécimen en la obra de los Sres. Webb y Berthelot). En particular, hace mucha falta al catálogo o vocabulario formado por el Sr. Pizarroso, la multitud de nombres numerales de nuestros aborígenes, o alienígenas, que los autores nos han conservado. Ellos hubieran dado mucha luz en la cuestión; y además también se deja notar la falta de las palabras siguientes, entre muchas otras, cuya interpretación castellana es conocida:
Además, para establecer mejor la comparación con el árabe debieron tenerse en cuenta otras muchas voces canarias que nuestros autores nos han trasmitido, con su significación. Esa comparación, que faltó en el trabajo del señor Pizarroso, nos hubiera ofrecido muchas afinidades, que seguramente demostrarían el parentesco de los dialectos canarios con los árabes (sin dejar, por ello, de comprenderse que la comparación más obvia o pertinente es la que se haga con los dialectos berberiscos, de la cual tenemos un interesante espécimen en la obra de los Sres. Webb y Berthelot). En particular, hace mucha falta al catálogo o vocabulario formado por el Sr. Pizarroso, la multitud de nombres numerales de nuestros aborígenes, o alienígenas, que los autores nos han conservado. Ellos hubieran dado mucha luz en la cuestión; y además también se deja notar la falta de las palabras siguientes, entre muchas otras, cuya interpretación castellana es conocida:
Achi.
Aguayerac.
Achormaze.
Aguahuco.
Ahico.
Amodagar.
Arabjsen.
Atamán.
Azamotan.
Benrimo.
Cucaba.
Doramas.
Cabiot.
Gambuesa.
Guaya.
Guijon.
Muerguele.
Moca.
Moreiba.
Tezezes.
Tihayan
Acerca de las mismas palabras guanchinescas. Que coleccionó el Sr. Pizarroso, creemos deber hacer las siguientes observaciones:
Acerca de las mismas palabras guanchinescas. Que coleccionó el Sr. Pizarroso, creemos deber hacer las siguientes observaciones:
Trae las voces amalan y acolan, (pie ya conocíamos y significan una misma cosa; pero no pone su equivalente en árabe. Ambas voces servían para significar grasa, o más propiamente, manteca, voz que se interpreta de varias maneras por los árabes y bérberos).
La voz azuquahe no significa negro, sino moreno, y como tal, debe variarse la palabra arábiga correspondiente.
El verdadero significado de banot es dardo o venablo, y de consiguiente -no le conviene el equivalente árabe de bastón.
Chamato no es madre de familia, sino simplemente mujer, y así debe ser traducida esa voz.
La
interpretación propia, en castellano, de Guayaxeras es Conservador o Sustentador del
mundo; y por consiguiente no le conviene la equivalencia etc.
Guaycos son polainas, según Viana, en su descripción del traje de Bencomo; y por ello creemos debe buscarse otro equivalente.
Yrichen significa trigo, por lo cual no debe traducirse como cebada.
Moraiba y Monciba (que es muy verosímil sean voces sinónimas) deben ser traducidas como nombres de una diosa (acaso
Oche debe traducirse como significado de manteca, que es el suyo propio.
Sigoñe quiere decir capitán o jefe subalterno, y a ello debe ajustarse la traducción al árabe de dicha voz.
Tamasaques no son bastones sino varas o lanzas, y se las llamó así en el Hierro y en
Como no
nos hemos propuesto hacer aquí un estudio especial de las afinidades de
nuestros antiguos dialectos canarios, no emprenderemos la comparación de ellos
con los que antiguamente hablaban los árabes y otros pueblos establecidos en el
África, desde fecha remota; trabajo que, ademas, sería casi superfluo, después
de los que hicieron los Sres. Webb y
Berthelot.
Así terminamos observando que la tesis cananea (sino es más bien que deba llamarse paradoja) ofrece demasiada vaguedad para ser admitida, ya que no deba ser absolutamente rechazada. Fúndasela en datos sumamente vagos, cual es, entre otros, el de la semejanza fonética entre Chamos (nombre de un dios cananeo) y Áchaman (nombre de divinidad entre los guanches). Si de tales semejanzas fonéticas quisiéramos valernos, seguramente tendríamos en ellas argumentos para sostener los mayores absurdos. Diríamos, por ejemplo, que los guanches vinieron de
También
es un extraño argumento el de los templos o altares en las alturas. Desde que
el mundo es mundo y en él ha habido hombres con idea de Dios, los templos
o altares han sido edificados en las alturas. Y se concibe eso fácilmente,
sin necesidad absolutamente ninguna de leer la Historia. Todo hombre busca instintivamente a Dios en
lo alto, en lo más separado de la tierra. Todo templo ha sido, por lo general,
construido en lugar eminente. El gran templo de Jerusalén ¿dónde fue
construido? El de Samaria, el Partenón de Atenas, el Capitolio de Roma, la
innumerable serie de templos y adoratorios dedicados a Júpiter, Saturno,
Neptuno, Ceres, Juno, Diana, Apolo, etc. ¿fueron ni pudieron ser
edificados, para mayor exaltación de esas mismas divinidades, en otros parajes
que en los parajes altos?
Antes indicamos que entre las gentes que verosímilmente vinieran en diferentes tiempos a nuestras islas, bien pudiera haber alguna procedencia de cananeos. Ahora debemos explayar algo más la misma idea; y empezaremos por decir que el origen de los guanches es tan oscuro como el de otro cualquiera de los antiguos pueblos que habitaron las distintas regiones de nuestro globo. Que en Canarias hubiera verdaderos aborígenes o autóctonos, no es obstáculo para concebir que aquí vinieran otras gentes a poblar o colonizar. Nosotros tenemos por cosa muy verosímil, si no absolutamente segura, que desde muy antiguo han llegado pobladores a estas islas, ora fuese con el proyecto deliberado de establecerse en ellas, ora incidentalmente, y tal vez por causa de naufragio. Los fenicios y otros pueblos antiguos que frecuentaban los mares, tuvieron desde muy atrás distintas colonias en la península Ibérica, y desde más atrás aún las tuvieron en las costas africanas. De estas colonias debieron salir, sin duda, varias expediciones a recorrer lo restante del litoral de las islas adyacentes; y de ellas es muy verosímil quedase alguna gente en las islas Canarias.
Y en cuanto a los cananeos, ¿quién ignora que éstos, los fenicios, filisteos, amorreos, betheos, heveos, amalecitas y tantas otras gentes de
La que salió de Cartago, dirigida por Hannon, no fue sino una de tantas como de aquella ciudad, y de muchas otras, vinieron en los antiguos tiempos a surcar el Atlántico; y si en aquellas épocas hubiera habido un grado mayor de civilización, y sobre todo, si hubiese habido imprenta, un número crecido de relaciones hubiera llegado hasta nosotros, referentes a exploraciones y colonizaciones verificadas en los países que baña, en sus orillas, el Océano occidental.
* En la página
268; columna 2.", línea 24 del número anterior, donde dice: «naufragio «de
otra causa», léase: «naufragio u otra
causa.»
(1) El país de los fenicios ha sido siempre, precisamente, uno de
los más escasos en criaderos metalíferos; y esto en tales términos, que hay
quien crea, según parece, con verdadero fundamento, que ni produce ni ha
producido jamás metal.
(2) Es el caso
que ni aún el mismo Recco dice en el particular otra cosa más, sino que
aquellos insulares indicaron no
conocer algunas
armas y algunos otros objetos que les enseñaron.
(3) Sueño parece
ser, con respecto a algunos de los indicados idiomas; pero ¿de cual otro que
aquí no se cita dejará de
ser sueño el derivar los
dialectos canarios?
(4) En
Fuerteventura, isla donde el Sr. Pizarroso supone estuvo más arraigado el
magismo, no se hallan ruinas de templos (que sepamos) en sus alturas (la
cordillera de Jandía y otras), sino tan solo en las regiones bajas.
(5) Es sabido que
los idiomas van alterándose con el transcurso de los siglos; el árabe moderno y
los dialectos bérberes contienen multitud de voces turcas u otomanas, etc.
(6) Debe tenerse muy presente que entre los árabes ha habido más
dialectos y modismos que entre los pueblos canarios. De tribu a tribu se
encuentra y se ha encontrado siempre no pocas diferencias en el habla; y
cualquiera voz de las que el Sr. Pizarroso pone en su catálogo, cabra por ejemplo, ha sido y es hoy tan
diversamente significada por las distintas tribus y gentes de
Arabia, que seguramente ni aún en nuestras islas se dieron tantos nombres a
aquel animal. Lo mismo puede decirse respecto a la leche, cebada, trigo, cielo,
calzado, etc.
El tocado u objeto que cubría la cabeza tuvo distintos
nombres, así entre los árabes como entre los canarios, según su calidad, forma,
etc., y según fuera del uso de la mujer, o lo fuera del hombre.
El fruto de la palmera tuvo también distintos nombres entre
los unos y entre los otros, según su calidad o sea la clase de palmera a que
pertenecía. Todavía es llamada támara en Fuerteventura y otras islas una
clase de dátil. Otras muchas observaciones análogas podemos hacer, que omitimos
a fin de no hacer demasiado largo este artículo; pero notaremos que el Sr.
Pizarroso, que no quiere dar a la támara el significado de palmera en su cuadro comparativo de voces, se
lo da en otro lugar de su obra, tomándole de Mr. Bory de Saint-Vincent.
Esperamos que de ningún modo lleve a mal estas imparciales
observaciones hechas en vista de su obra, el Sr. Pizarroso, en quien
reconocemos un laudable deseo de esclarecer la historia de nuestras islas, y a
quien tenemos en el aprecio que merecen sus extensos conocimientos, a más de la
natural deferencia que guardamos con el mismo y con los demás colegas nuestros
en el Gabinete Científico de esta Capital.
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