(Artículo publicado en La Ilustración de
Canarias el 15 de Abril de 1883)
La determinación,
siquiera sea tan sólo aproximada, de la fecha en que el hombre apareció por
primera vez sobre la tierra, encuentra inevitablemente tales dificultades y obstáculos,
que ni aún los antropólogos más distinguidos pueden ni han podido en ningún
tiempo llegar a superarles.
Sobre ser cosa
sumamente difícil, o imposible, el encontrar los lugares precisos en que
quedaron depositados los restos de los hombres primitivos, refluye el gran
inconveniente de la dificultad que necesariamente ha existido para que tales
restos pudieran conservarse bien o tan solo medianamente, y llegar de ese modo
hasta nuestros días. En efecto si quedaron desde luego sobre la tierra, o en la
superficie de la misma, es obvio comprender que el tiempo debió haberles
destruido, al cabo de algunos siglos. Si cayeron en el agua, o vinieron a
quedar envueltos en ella o en suelos de aluvión etc., también era regular que
allí se alteraran y descompusieran; y si las lavas les envolvieron, estas
debieron haberles deshecho o destruido, según hasta ahora sucede con los
cuerpos organizados que caen en esas corrientes de fuego. Y estos
inconvenientes no son sólo relativos a la conservación de los restos de los
primitivos hombres; lo son también a la de muchos otros que vinieron después, lo
mismo que a la de otros despojos animales y vegetales.
Por ello somos de
sentir que los despojos humanos más antiguos que han aparecido en nuestros
tiempos, son todos de unas épocas muy posteriores a la del primer hombre, si
bien algunos de aquellos revelan o acusan una antigüedad tan remota, que no se
ha dudado por algunos geólogos en suponerla de dos o tres millones de años, y
aún les ha sido atribuida una antigüedad mucho mayor.
Charles Lyell |
Los geólogos
Helmholtz, Houghton, Bischof y otros, suponen que hace ya mas de 800 millones
de años que existe el reino organico. Lyell,, Wallace y otros autores ingleses
opinan que transcurrieron cerca de diez millones de años durante el periodo que
llaman paleozoico, ocho millones durante el mesozico y seis durante el
cainozóico o sea el terciario, en el cual ya se supone por muchos geólogos que
había seres vivientes en la tierra.
Era mezozoica |
Era paleozoica |
Era cainozoica |
Dana -en su Manual
de Geología- calcula que la formación silúrica puede tener una antigüedad
de 7000 millones de años, 2000 millones la devónica y también la carbonífera,
1000 la mesozoica y 500 la terciaria.
El precitado Lyell,
y también Darwin, creen que pueden asignarse en suma cerca de 300 millones de
años de duración a las épocas geológicas modernas.
Sabido es que casi
toda la escuela poligenista opina que el hombre ha ido creado o sea derivado
del cuadrúmano, en distintas ocasiones o tiempos, y con cierta variedad de
tipo, si bien cada uno de esos tipos ha sido modificado por diversas causas,
independientemente al cruzamiento de las razas, que por si solo ha bastado para
efectuar innumerables modificaciones;
Pero, si bien no se
han hallado ni podido hallarse restos humanos o verdaderas osamentas de los
primeros hombres que habitaron nuestro planeta, en cambio han aparecido algunos
objetos de la humana industria, objetos que acusan sin duda una remotísima
antigüedad. Estos restos o reliquias consisten en armas y algunos otros
instrumentos de piedra.
Ya puede comprenderse que esos testimonios o especie de
medallas de las edades y de las sociedades pasadas, son de grandísima
importancia para el estudio de la antigüedad del hombre; y que ademas de la
suma de años transcurrida desde que tales medallas fueron creadas, hay también
que tener en cuenta los que ya contaría de existencia la humanidad cuando
construyó e hizo uso de aquellas armas y demás objetos. La resolución de esos cálculos
y problemas es peculiar de la geología y esta es la sola ciencia que puede
determinar, siquiera sea aproximadamente la edad de los mismos utensilios o
productos de la industria del hombre, calculando para ello la antigüedad de las
formaciones en que aquellos se encuentran.
Decíamos antes que
los restos de antiguas osamentas humanas, que han aparecido en nuestros
tiempos, son por lo general de épocas muy posteriores a la del hombre
primitivo; y vamos de ello a poner aquí un ejemplo. Hace algunos años que el
doctor Baudin descubrió en Francia (1) unas sepulturas donde parecieron algunos
cráneos y otros huesos, cuyas formas un tanto extrañas dieron lugar a que se
les creyese de unos seres semejantes a los simios. Estos cráneos hallados en
Angy, son dolicocéfalos con las protuberancias superciliares muy salientes y
los senos frontales muy desarrollados, y ademas son prognatos, es decir, que
sus mandíbulas inferiores son también muy salientes: circunstancias todas que
les hacen asemejarse bastante a los cráneos de algunos monos. Pues bien, el
examen o estudio del paraje donde se encuentran tales tumbas, y el de otras circunstancias locales,
demostró que aquellos restos pertenecieron a hombres de la época merovingia,
esto es, de los primeros siglos de la Era Cristiana. La escuela monogenista se ha visto
duramente combatida con el descubrimiento de una multitud de cráneos, todos
antiquísimos, pero de tipo muy variado. En efecto, cuando los cráneos más
antiguos descubiertos eran braquicéfalos, la referida escuela sostenía que ese
era el tipo del hombre primitivo. Pero no tardaron en ser descubiertos otros dolicocéfalos, de igual
o mayor antigüedad; y ya entonces dicha escuela comenzó a creer que no hubo
tal braquicefalia en el antropoideo. Finalmente hoy se cree, con fundamento, que
la mesaticefalia es tan antigua como el hombre mismo, o por lo menos, que nada
autoriza para afirmar la prioridad de cualquiera de aquellos tipos cefálicos en
la raza humana.
Como la generalidad de los lectores no esta en la
obligación de conocer ciertos términos antropológicos y anatómicos, no creemos
superfino decir que la mesaticefalia señala aquellos cráneos cuya relación
entre el largo y el ancho difiere poco o no difiere nada de la más general; la
braquicéfalia señala aquellos otros en que el diámetro transversal está respecto al longitudinal en la proporción de 85 a 100; la dolicocefalia
aquellos en que dicha proporción es como 75 a, 100. Bien entendido que una pequeña
diferencia no altera esa nomenclatura, y que en la última clase están
comprendidos los cráneos mas angostos, y en la penúltima los mas anchos, relativamente
a su largo.
El hablar de razas
y de inalterabilidad de tipos los monogenistas, es cosa verdaderamente
singular. Son curiosas esas razas diversas que parten de Noé y su mujer, o de
otro cualquiera par de individuos, según aquellos escritores; y es más curioso
todavía que, siendo -como aseguran- un solo par el generador de todo el linaje
humano, no solo salieran de él distintas razas, sino que éstas se conserven
todavía con su sello o tipo particular y distintivo, en términos que si hoy se
ve en cualquiera parte un individuo braquicéfalo -por ejemplo-, se diga que es de
raza distinta de los otros que no presentan tal tipo cefálico. Si esto lo dijeran
o afirmaran los poligenistas, seguramente no llamaría tanto la atención; pero
dicho por los monogenistas, nos parece una extraña y confusa amalgama de
palabras, como hay tantas otras dentro y fuera del monogenismo.
Algunos autores
establecen dos secciones en los tiempos antropológicos, que son la edad de la
piedra, y la de los metales. La primera se divide en paleolítica y neolítica, o
sea de la piedra tajada y de la pulimentada; la segunda en edad o período del
cobre, del bronce y del hierro respectivamente. Pero tales divisiones han sido
combatidas por otros autores modernos de grandísimo saber, algunos de los
cuales sostienen ademas, que el uso del hierro fue anterior al del bronce y aún
al del cobre.
Mr. Lartet y otros
autores franceses establecen cuatro edades o sea períodos de la vida animal
durante los tiempos prehistóricos, las cuales edades son: la del oso de las
cavernas, la del elefante primitivo y del rinoceronte, la del reno, y la del
uro. El mismo Lartet dividió las cavernas conteniendo despojos de animales en
tres clases, que llama respectivamente: diluvial, del reno o de la piedra
antigua, y de la piedra reciente. En la primera aparecen restos de osos, de
elefantes, etc. En la segunda se encuentran productos rudimentarios de la
industria o manufactura del hombre; y en la tercera hay ya objetos de barro,
hachas de piedra pulimentada, y huesos de animales idénticos a algunos de los actuales.
Mr. Evans en su
excelente trabajo dado a luz en idioma inglés y que se titula «Los antiguos
utensilios de piedra, armas y adornos de Gran Bretaña», hace presente que las
divisiones establecidas en la cronología prehistórica son ocasionales errores; porque la edad de piedra en Suecia o Noruega, por ejemplo, pudiera
haber coincidido o ser contemporánea de la del bronce o hierro en Italia u
otros países, y viceversa. Ademas, dice que, los utensilios de piedra
continuaron usándose en muchos países, cuando ya en éstos se hacían armas y
otros objetos de metal; y por otra parte, uno o más objetos de piedra, muy
toscos o rudimentarios, pueden aparecer en depósitos de la época neolítica, sin
ser otra cosa que trabajos empezados y no concluidos, etc. También hay que
tener presente que en los lugares en que faltaban o escaseaban los metales, a
la vez que había abundancia de pedernal u otras piedras análogas, se pudieron
ver infinidad de objetos de piedra y ninguno o casi ninguno metálico, en plena edad del hierro o del bronce.
Aparte de esas y otras varias acertadas reflexiones de Evans, es bien sabido de toda persona medianamente erudita, que mientras que las naciones del norte y aún del mediodía de Europa se hallaban en plena edad paleolítica, (2) ya alcanzaban un grado muy notable de cultura los egipcios, fenicios, asirios o babilonios y otros pueblos asiáticos; cual es asimismo evidente que mientras en la época actual se hallan muy adelantadas en civilización diferentes naciones, hay otras que permanecen en la barbarie, o lo que es lo mismo, en la edad de la piedra, tajada o pulimentada.
Otra reflexión
debemos hacer, concerniente a los errores en que pueden hacer incurrir los
objetos hallados en suelos geológicos de la época terciaria, o de la
cuaternaria. Estos objetos son siempre o casi siempre de piedra; pero no debe
concluirse de ahí, de una manera absoluta, que los hombres entonces no sabían
trabajar otras materias. Junto a los mismos objetos, o cerca de ellos, pudieron
haber existido otros varios, que indicasen un grado mayor de cultura; pero que
no pudieron llegar hasta nuestros días porque el tiempo los ha destruido, como
manifestamos antes con respecto a las osamentas. Nadie ignora que el hierro,
por ejemplo, no puede conservarse muchos siglos, si se halla durante mucho tiempo
en contacto con el agua, o expuesto a la humedad. El aire mismo le altera y descompone, de una manera bastante notable;
pudiendo decirse una cosa análoga de ciertas obras de barro, sobretodo si se
hallan expuestas a la humedad, o en contacto con sustancias salitrosas. Y las maderas
y tejidos de diferentes clases ¿podían acaso conservarse siquiera tanto tiempo?
Casi únicamente en el mayor o menor ingenio con que aparecen construidos los
objetos en piedra, se puede fundar una hipótesis un tanto verosímil acerca del mayor o menor grado de
cultura de las gentes que tales restos han dejado; pero también es de advertir
que una multitud de causas físicas, durante el largo tiempo transcurrido, han
podido devastar o alterar un tanto aquellos mismos objetos.
Antes de concluir
el presente artículo, haremos una indicación relativa a los grandes espacios de
tiempo que mediaron entre la existencia de unos y otros hombres prehistóricos,
distancias que solo la geología puede hacer conocer o sospechar.
Todo el mundo ha
oído hablar de dólmenes de menhires, de kjokenmodinge - voz
danesa que significa despojos de cocina- de habitaciones construidas
sobre pilotes, etc. Pues bien, todos esos vestigios se sabe ya que los unos
pertenecen a los tiempos históricos, y los otros a tiempos prehistóricos que,
en la larga existencia de la
Tierra y del hombre sobre la misma se pueden llamar modernos
y casi contemporáneos.
Hay que penetrar en
las entrañas de nuestro globo para encontrar los verdaderos indicios del hombre
primitivo; y aún así, siempre parece quedaran ocultas faunas y floras de épocas
desconocidas, bajo la levísima costra o película que se conoce de todo el radio
terrestre.
Dólmenes |
Menhir |
Autores de
muchísima fama y geólogos muy distinguidos –entre ellos el célebre Carlos Lyell
han dicho que las observaciones hechas en la corteza terráquea no indican que
la antigüedad del hombre sea mayor que la de los suelos cuaternarios, pero
no por ello afirman que nuevos descubrimientos no puedan venir a demostrar que
desde mucho antes existían ya seres humanos en nuestro planeta. Esos
descubrimientos se han hecho; y existen hoy muchísimos testimonios de que no
sólo en los suelos terciarios, sino aún en los secundarios, se encuentran
restos humanos o vestigios de la industria del hombre.
Desde 1873 publicó
Mr. Mortillet una memoria titulada El precursor del hombre, en la que
sostiene que durante el período mioceno vivían ya seres inteligentes,
antecesores de la raza humana; de los cuales Mr. Hovelaque llega hasta afirmar
que no tuvieron aún verdadero idioma. Otros muchos autores atribuyen también
toda esa antigüedad a la raza humana; pero creen que la dificultad de asignar
una edad cierta y positiva a las diversas formaciones geológicas en que aparecen
vestigios de la misma raza, y de otras afines a ella, impide determinar los
tiempos en que las mismas se presentaron sobre la tierra, y las evoluciones
lentas y sucesivas que experimentaron los seres vivientes hasta llegar a producir
al hombre.
Esa teoría de que
el hombre haya sido formado por selección, añaden, ha sido combatida
torpe y hasta supersticiosamente: los unos la niegan sin más argumentos que la
fe en tal o cual doctrina o religión indiana, china, escandinava, mahometana,
etc : los otros la niegan porque se resiste a una vanidad y amor propio
exagerados el convenir en que pueda el hombre descender de otro viviente menos
perfeccionado; sin tener en cuenta que de las mismas piedras puede Dios
producir hijos de Abrahán, como dice la Biblia ; y que el espíritu del hombre no deja de
emanar directamente de la
Divinidad , aún cuando un animal le precediera y sirviera de
paso o tramite a su constitución física.
El último argumento
que, en apoyo de su tesis, adelantan los autores de la escuela transformista,
argumento que en realidad parece ser el más poderoso, es el que toman del
hombre mismo, observado desde que comienza a formarse. El principio del hombre
considerado como individuo, es una prueba irrecusable, dicen, de que la
formación del mismo y en general la de todos los seres vivientes se ha operado
y opera por medio de transformaciones o modificaciones sucesivas. Las observaciones anatómicas demuestran que el embrión humano, en los primeros días
de su existencia, es un animal rudimentario inferior a otros muchos que se
hallan ya más desarrollados; lo cual no impide que aquel embrión vaya
sucesivamente perfeccionándose hasta alcanzar la forma y demás condiciones
físicas y morales que a Dios le plugo concederle, y que tan notoriamente le
distinguen de las otras criaturas.
(1) Cerca de la aldea o villa de Angy, departamento del
Oise a poca distancia de Clermont.
Véanse las Memorias de la Sociedad Académica
del Oise tomo 7º, y también diversas recopilaciones de noticias y datos
antropológicos.
(2) Es digno de notarse que,
según afírma Estrabón, los tartésios o pueblos de la Bética conservaban su historia
y sus códigos escritos en verso, desde una antigüedad que ya en su tiempo, dice,
ascendía a seis mil años. Si esa noticia es exacta, seguramente ningún otro pueblo
de Europa iguala ni si quiera se acerca al
indicado en prioridad de cultura.
ROSENDO GARCÍA-RAMOS
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