sábado, 9 de agosto de 2014

ESTUDIOS ETNOGRÁFICOS

(Artículo publicado  en la Revista de Canarias el 23 de octubre de 1880)
 Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

APUNTES SOBRE LAS NUEVAS OBSERVACIONES RELATIVAS
A LOS ABORÍGENES DE CANARIAS



I.
 Con el epígrafe de Segundo estudio sobre los aborígenes de canarias publica el Sr. D. Carlos Pizarroso una serie de artículos en El Memorándum, ilustrado periódico que ve la luz en esta Capital.
 Sin mas objeto que el contribuir a hacer luz en tan interesante materia, nos permitiremos consignar aquí aquellas reflexiones que nos ha sugerido la lectura de los tres artículos ya publicados, hasta la fecha en que trazamos estos renglones; sin perjuicio de que en su día nos ocupemos de los demás que tenga a bien el Sr. Pizarroso dar a la prensa.
  En obsequio a la brevedad, y no hallando en el primer artículo aludido cosa de importancia en la que estemos en desacuerdo con las ideas del autor (1), pasaremos a examinar el segundo, y comenzaremos por declarar que no hemos leído el escrito anónimo que en Diciembre de 1878 se publicara aquí bajo el título de Hipótesis acerca del origen de los primitivos canarios.

 En cuanto a la cuestión de si es o no es mas verosímil que vinieran persas que cananeos a estas islas, seguimos inclinándonos a creer que, bien que la una y la otra venida nos parezcan bastante problemáticas, la de los persas es menos vaga que la de los cananeos.
¿En qué se funda la idea de la venida de los cananeos?; en una rara y casi descabellada hipótesis de Hornio, quien para poder llevar a los cananeos hasta la América, creyó conveniente hacerles pasar antes por las islas Canarias. ¿Y quién apoya esa hipótesis o paradoja? La apoya, o parece inclinarse a apoyarla, el padre Calmet, y tal vez algún otro autor de menos importancia, de aquellos que (como el mismo Sr. Pizarroso consigna) en todas partes ven israelitas y cananeos; sin dato ni documento alguno positivo, trasmitido desde lo antiguo, sobre qué fundar semejante suposición. Mientras que la de la venida de los persas descansa, al menos, en un autor antiguo y de los mas esclarecidos, que da alguna luz acerca del asunto.

           José de Viera y Clavijo
                                                                         
Aquí debemos desvanecer algunas inexactitudes que notamos en el citado artículo segundo del señor Pizarroso, y empezaremos copiando el párrafo en que las encontramos:
«Viera, que niega en redondo la expedición persa a las Canarias, habla en cambio de la de los cananeos, y en vez de presentar el menor argumento en contra» se le ve muy inclinado a favor de los datos cronológicos en que" se funda esta última opinión, citando como autoridad un gran expositor de la Biblia, el P. Calmet. Convénzase, en fin, el Sr. García-Ramos que no ha estado feliz al tocar el punto cuestionado, pues precisamente es todo lo contrario de lo que afirma: es decir, que, no nuestros historiadores, sino el único de nuestros historiadores que trata de la venida de los Persas, es para contradecir que por ellos se hiciera un reconocimiento de las Islas, y no solo en cambio habla de la venida de los Cananeos, sino que cita en su apoyo autoridades tan respetables como la del Padre Calmet.»
Nosotros, parodiando un tanto las frases de nuestro estimado colega, diremos que no autoridades, sino la única autoridad que cita Viera, en el paraje aludido, es, no tampoco la del P. Calmet -a quien ni siquiera nombra en aquel lugar (2), -sino la de Hornio. Alguna diferencia nos parece que hay entre lo uno y lo otro.
 También afirma gratuitamente el Sr. Pizarroso que Viera niega en redondo la expedición persa a las Canarias. Si la negara en redondo o de otro modo, no hablaría de ella en la forma que lo hace, ni tendría para qué traer en su obra un dato que nada tuviera que ver con nuestras islas. Por el contrario, le dedica un párrafo de ella, con su título de Los Persas, cosa que se guarda bien de hacer respecto a los cananeos, de quienes solo habla por incidencia.
 Nos dice el Sr. Pizarroso que no nuestros historiadores, sino el único de nuestros historiadores que trata de la venida de los Persas, es para contradecirla; y esto es doblemente inexacto. Ni Viera contradice de un modo explícito dicha venida, ni es el único de nuestros historiadores que se -ocupa de aquella expedición. El Dr. Chil, en sus Estudios históricos sobre estas islas, también dedica al mismo asunto un capítulo de su obra (3); y por cierto que ninguno dedica a los cananeos.
 Conocida es la divergencia que hay por lo regular entre los diversos manuscritos de cualquiera obra antigua, la de Herodoto, por ejemplo. El Sr. Chil, que escribe en una época en la que se han hecho tantos nuevos descubrimientos de manuscritos curiosos (muchos de ellos exhumados de las ruinas de Pompeya y de otras antiguas ciudades), ha podido traducir un buen texto de Herodoto; y así consigna que Setaspes y sus gentes doblaron el cabo Solois y corrieron en dirección al Sudoeste, pasando muchos meses en el mar. Setaspes, a su vuelta, refirió a Jerjes las particularidades de su navegación, y como había visitado una nación de muy pocos hombres, vestidos éstos con el traje fenicio. El Dr. Chil añade a esas palabras algunas observaciones, encaminadas  a demostrar que las Canarias fueron visitadas en esa ocasión por aquellos expedicionarios.
                                                   
Gregorio Chil y Naranjo
                                       
                                                                  
 Dice el Sr. Pizarroso que nuestro Viera Clavijo habla de la expedición de los cananeos  a Canarias, y que en vez de presentar éste autor el menor argumento en contra, se le ve muy inclinado  a favor de los datos cronológicos, en que se funda esta última opinión, citando como autoridad al Padre Calmet. Ya hemos dicho que Viera no cita allí ni como autoridad, ni de ningún otro modo, al P. Calmet; y nos resta decir que no es mas exacto aquello de que Viera se incline, ni poco ni mucho, a dato alguno en que se funde la citada opinión. Por el contrario (y es singular que diga el Sr. Pizarroso que Viera no aduce el menor argumento en contra), Todo lo que Viera dice allí, a propósito de los cananeos, es para combatir dicha opinión, a la que demuestra no debe darse crédito, sin que presente el menor argumento a favor de ella. Afortunadamente, como no se trata aquí de obras extranjeras que, acaso, en nuestro país nadie haya leído, es fácil a cualquiera ver el pasaje que Viera dedica incidentalmente a los cananeos, en el libro segundo, § 1." de su obra.
 Concluyamos, pues, que el Sr. Pizarroso no ha estado feliz en esas citas; y ocupémonos un poco del magismo.
 Nosotros adelantamos que todo lo referente al magismo era mas propio de los persas que de los cananeos; y continuamos en la misma idea, que seguramente no es exclusiva de nosotros. Léanse todos los libros que tratan poco o mucho del magismo, y se verá que la mayor parte de ellos, si no su totalidad, le consideran como una religión peculiar de los Persas (4).
 Y aquí se ocurre hacer, una observación concerniente a las divergencias y aún contradicciones que se observan entre los autores, en cualquiera punto algo oscuro de historia lo mismo que de geografía antigua, y de otras varias ciencias. Nunca faltan autores que sostengan nociones erróneas, y aún absurdas; y es muy peligroso fundar juicio sobre tal o cual cita que en apoyo de una opinión, opuesta a la general, traigan excepcionalmente dos o tres autores, por lo regular también oscuros, y que tienen a su frente osea en contra suya otros muchos de mayor competencia.
 Hecha esta somera prevención, que seguramente es innecesaria para todo lector verdaderamente erudito, repetiremos que para formar un juicio acertado en el asunto que nos ocupa, y en muchos otros, hay que atenerse al dictamen general de los autores, y en particular, de aquellos reputados por los más ilustrados y mas competentes en el punto concreto que quiere ventilarse. Léaseles en buena hora, y dígasenos después qué cosa fue el magismo, y en qué nación tuvo su asiento.

Y en cuanto a los cananeos, se nos viene a la memoria aquella frase de Mr. Bandeville acerca de los Madianitas, otro pueblo del país de Canaan o muy proximo a éste: Ce peuple sans histoire, n´ est connu que par ses rapports avec le peuple de¨ Israel. Si no tuviéramos la Biblia, es probable que supiéramos hoy tanto de los cananeos como de los habitantes de la Luna.
 
 Queda, a nuestro entender, evidenciado que para que en Canarias hubiese alguna tribu o gente que profesase el magismo, no es preciso, ni mucho menos, hacerla venir de Canaan; puesto que no hemos negado en absoluto que a estas islas vinieran persas, ni tampoco hemos negado que aquí hubiese alguna adoración de los astros. Precisamente en un artículo anterior dijimos que la diosa llamada aquí Moneiba o Moraiba pudiera ser la Luna. Y que han venido aquí gentes diversas en los tiempos antiguos, ya lo tenemos también manifestado anteriormente. Por otra parte, la adoración de los astros es propia de los pueblos primitivos, sea cual fuere su procedencia; y así la vemos citada con respecto a algunos de diversas partes del mundo. En todo pueblo ignorante y que comienza a formar idea de la Divinidad, es muy natural que crea descubrirla en los astros, sobretodo en el Sol, que ha sido siempre el que más les ha impresionado.
Los egipcios adoraron al Sol y a la Luna bajo los nombres de Osiris y de Isis; y aún los griegos y otros pueblos les designaron y adoraron bajo los de Apolo y Diana. Creemos que ni el Sr. Pizarroso, ni el mismo P. Calmet, hayan entendido que los egipcios, persas, griegos etc. fueran descendientes de los cananeos que huyeron de la Palestina (5) cuando Josué con sus israelitas se apoderó de una parte de su territorio.
 Lo de que el fuego se llamara fay o faya entre los caldeos, no parece muy aceptable; pues la misma Biblia dice que le llamaban ur (6). Los modernos ingleses también le llaman fire (pronúnciese fair o fayar) y no creemos que el autor de Los aborígenes de Canarias ni el P. Calmet traigan a los ingleses de Canaan. Pero dando de barato que fay o faya fuera uno de los nombres del fuego en las lenguas semíticas, ¿acaso todo lo semítico es cananeo, como parece pretenderlo el autor de Los aborígenes? Nosotros, parodiando otra frase de cierto autor, diremos: aceptamos, si se quiere, que todo lo cananeo sea semítico; pero ni el P. Calmet nos haría creer que todo lo semítico sea cananeo.
 No dudamos que se pueden traer a colación algunos autores, conocidos o incógnitos, y antiguos y modernos, que nos probaran con sus argumentos irrefutables que los cananeos o los caldeos fueron el germen de todo el género humano. Hay autores para todo, y nada es mas fácil que abordar tal o cual paradoja en éste o el otro autor. También tenemos autores que trajeron a Canarias a Crano y Crana, hijos de Noé, y a su nieto Gomer: otros, más modestos, se conformaron con traer a los israelitas; y por último nos han traído hasta a los vándalos. Nosotros, ya lo hemos insinuado en otro artículo: si tuviéramos paciencia para buscar en el idioma chino palabras semejantes a las guanichinesas, que seguramente encontraríamos en él muchísimas, probaríamos hasta la saciedad que los guanches vinieron de la China, por aquello de ben Chinech o hen Chiní; a pesar de que lo de ben (7) se nos escapara de entre las manos para volverse al continente Africano. Prescindiríamos de ello, trayendo en nuestro auxilio tres o cuatro famosos autores de antropología, que no pueden entenderse entre sí, dos o tres fragmentos de mandíbulas y de cráneos dolicocéfalos y media docena de nombres de autores alemanes.
 Mas, prescindiendo por ahora de las opiniones desatinadas que se han forjado para colonizar y poblar las Canarias, vengamos a examinar lo que dice el autor de Los aborígenes en el artículo tercero de su nuevo estudio, con relación a la voz de magos con que se suele designar aquí a las gentes del campo. Si el dicho autor se hubiese concretado a decir que aquella voz, en su concepto, trae su etimología de los magos orientales, y que no aceptaba o no le parecía tan verosímil la etimología francesa, seguramente nada tendríamos que replicar; por que cada cual es muy dueño de tener por mas o menos aceptable una etimología que otra, y esto no solo en lo respectivo a la indicada palabra, sino a cualquiera de las muchas que ofrecen ambigüedad en su etimología. Nosotros mismos no hemos afirmado que nuestra voz isleña mago venga de la francesa magot; sino tan solo hemos dicho que nos parece esa etimología mas verosímil que la otra (8). Pero es el caso que el indicado autor pretende ahora demostrar que la etimología francesa no es aceptable; y para ello vuelve (suponemos que sin advertirlo él mismo) a incurrir en inexactitudes.


Juan IV de Bethencourt
                                                              
 Comienza diciendo que la voz magot parece ser un término provincial en algún departamento de Francia; pero le sería fácil reconocer que no es provincial sino nacional, abriendo cualquier buen diccionario del idioma francés. Luego añade que Bethencourt, desde su primer viaje a Canarias, vino con gente que ni aún era francesa en su mayor parte; pero no cita autoridad alguna que tal cosa diga, ni creemos la haya, ni que haya en el particular autoridad mas digna de crédito que Bontier y Le-Verrier, los cuales ya se sabe que no dicen semejante cosa en su Historia "de la conquista de Canarias. A estos autores siguieron o copiaron en sus respectivas obras Viera y Webb y Berthelot, a la vez que hacen presente que acerca de esos primeros sucesos de la conquista no puede seguirse a Nuñez de la Peña, por que a este autor, a mas de un buen criterio, falto también el tener a la vista la precitada obra. Y de esa circunstancia parece que se aprovecha el autor de Los aborígenes para ir a beber precisamente en la fuente de Nuñez de la Peña, quien confunde todos los viajes de Bethencourt a Canarias en uno solo, y le hace conquistar la isla de Fuerteventura antes que la de Lanzarote.
        

Sabino Berthelot
                                                                   
Siendo como eran franceses el baron Juan de Bethencourt, los principales caballeros de su séquito y muchos de los conquistadores, y hallándose como sé hallaban en comunicación abierta con su propio país, claro esta que de éste les habían de llegar también parientes, amigos y otras gentes en auxilio de la conquista y en pos del lucro que de ésta y del trafico con los insulares reportaban. Pero de todas esas venidas de compatriotas, la mas notable fue la que con el mismo barón y señor de las Canarias (en su cuarto o quinto viaje a las islas) llego directamente de Francia a la isla de Lanzarote, en Junio de 1403. Era tal la afluencia de gente francesa que solicitaba formar parte de la expedicion, que fue preciso dejar una gran parte de ella en tierra, por no caber en los navíos; y de ahí puede colegirse la que vendría antes y después de ese año, y también durante el gobierno de Maciot de Bethencourt, sobrino y sucesor del antedicho baron.
Pero al Sr. Pizarroso le parece que toda la gente francesa que vino a las Canarias no era bastante para introducir en ellas palabra francesa alguna. En cambio, dice que nuestras gentes de campo pasan todavía por hogueras, en ciertas lunaciones, a los niños, al tiempo que pronuncian verdaderas palabras magicas. Alla se va lo uno por lo otro.
 El Sr. Pizarroso funda su sistema acerca de la religion de los antiguos de estas islas, en las apreciaciones de Mr. Bory de Saint-Vincent, quien no las funda en autoridad alguna, y dice que aquellos descendían de un pueblo astronomo. Aparte de que eso de astronomo tiene gracia, sería muy de desear que dicho autor hubiera manifestado quien le dio la noticia de que en Lanzarote hubo una secta llamada de los Efeneques. Sin embargo de que Bory no dice sino que los efeneques adoraban a Dios bajo el nombre de Creador, colocando sus ofrendas sobre una piedra redonda que llamaban faira; el Sr. Pizarroso deduce de ahí que aquellos insulares eran adoradores del fuego, o poco menos; y dice que así acaba de rebatir nuestra duda sistematica.
Nosotros, sin negar en absoluto que en estas islas hubiera en lo antiguo algunas gentes que adorasen los astros, antes bien, creyéndolo muy posible (y esto no por concesión que hagamos a nadie, sino por que así se deduce de los datos escritos desde lo antiguo):no podemos menos que contestar al autor de Los aborígenes que si algo de sistemático hay en el asunto, no esta seguramente de nuestra parte. Ni los efeneques fueron secta, ni la piedra redonda donde depositaban sus ofrendas los lanzaroteños (9) era pira ni hoguera, ni de ahí sale el magismo triunfante, como lo pretende dicho autor. Nos permitiremos recomendarle que pase la vista por las líneas que dedica a los efeneques el Dr. Chil (paginas 4l y 42 del tomo l.° de sus Estudios), y aún también lo que dicen acerca del mismo asunto los demás autores, y creemos que se le desvanecerá la idea de que los efeneques o efequenes fueran una secta de magos.
  Es cierto que el licenciado Escudero escribio que algunos antiguos de estas islas llamaban magos a los espíritus de sus antepasados; pero ni esto es decir que adorasen el fuego, ni tampoco dicho autor llama magoreros a los insulares de Fuerteventura. El mismo Escudero añade que entre los canarios se tenía por muy cierto que en el Cielo esta el Señor Omnipotente; que en las entrañas de la Tierra esta el  demonio; y que en otro lugar que llaman Campos o Bosques del deleite están los encantados, llamados majios, y que allí están vivos, y algunos de ellos arrepentidos del mal que hicieran contra sus prójimos. En Gran Canaria dicen varios autores que se entendia por majio o magio un espíritu o un fantasma, y Marin y Cubas añade que en dicha isla se llamo también majec al Sol. Viera y Webb y Berthelot solo hacen mención de esa voz magec en el dialecto de Tenerife, también significando el Sol. Pero de todo esto nada se saca en claro en apoyo de la tesis cananea; y mas bien parece descubrirse "algo de la religión de los persas. Al menos, es una suposición muy verosímil la de que siendo como indudablemente fueron los persas una nación muy poderosa y que tuvo durante mucho tiempo una grande y floreciente marina, algunas expediciones de esa nación pudieron llegara las islas Canarias. Sobre todo, durante los siglos que la Persia dominó al Egipto, formando ambos Estados una sola nación y de consiguiente una sola marina, es muy de suponer que aquí llegaran no una sola sino varias naves procedentes de aquellos Estados. En cambio los cananeos, sin la Biblia, acaso no se supiera hoy ni siquiera que existieron; pues a mas de haber sido un pueblo oscuro, o poco menos, no era capaz por sí solo de ir a hacer conquistas ni colonizaciones importantes a ninguna parle, y mucho menos (permítasenos la hipérbole) a las Canarias o las Américas.
Concluye el Sr. Pizarroso su tercer artículo sobre Los aborígenes llamando nuevamente en su auxilio a Calmet y a Hornio, o por mejor decir, solamente a Hornio; porque el P. Calmet no hizo más que repetir lo que aquel dijo. Sin embargo, también se hace mérito, en el precitado artículo, de Laet, de Grocio y de Harris, cuyos testimonios en el asunto de que se trata se pueden avalar por el de Hornio, si es que no tomaron o copiaron de éste tan original opinión.
Además, vuelve el Sr. Pizarroso a lo de cráneos semíticos, y da a entender que los cananeos, desde su manifestación como pueblo, se fundieron de tal modo en la raza semita, que tomaron de ella todo, incluso los cráneos, con lo cual nos hace arrepentir de una concesión (10) que hicimos antes. Decíamos qué bien pudieran todos los cananeos ser semitas; pero que eso de que todos los semitas fueran cananeos, no estaría en los límites de lo racional. Ahora empezamos a dudar que todos los cananeos fueran semitas, al menos, hasta tanto que nuevos, estudios vengan a ilustrarnos sobre el particular.

 ROSENDO GARCÍA- RAMOS
                                                                                                                 
 (1) Solo haremos una aclaración sobre las palabras con que termina dicho artículo. Nosotros no hemos hecho concesión a nadie al decir que existe notable variedad en los tipos y en el lenguaje de los habitantes antiguos de estas islas. Esa ha sido nuestra opinión desde hace muchos años; y hemos llegado hasta el punto de tener por cosa cierta, o sumamente verosímil, que a causa de esa misma variedad, muy poco o nada puede deducirse acerca del origen de dichos insulares, por medio de los estudios anatómicos y fisiológicos.
 (2) NOTICIAS etc.: libro segundo, § 1." Si el Sr. Pizarroso se refiere al § 18.° del libro I, tendrá razón en parte; pero ni en un lugar ni en el otro se inclina Viera a otra cosa que a contradecir esa fabula.
 (3) Estudios etc.: libro segundo, cap. 20.
 (4) Atribuyese la fundación de ella al célebre Zoroastro.
(5) Según la Biblia, los cananeos y otras gentes de Palestina descendían en gran parte de los Capadocios, pueblo del Asia menor.
(6) GÉNESIS: cap. XI-31. Véanse también las notas de los expositores y comentadores.
(7) Son muchísimas las voces guanchinesas que comienzan con esa dicción, tan general también en Africa.
(8) Tampoco afirmamos (como puede verse en nuestros artículos anteriores) que entre los cananeos no se conociese el magismo; sino que opinamos que éste es mas propio de los persas que de los cananeos.
 (9) No en Lanzarote, sino en Fuerteventura, es donde dicen otros autores que existieron los efeneques.
(10) No podíamos conceder en serio, o en absoluto, que los cananeos fueran semitas; por que se lee en la Sagrada Escritura (GÉNESIS, cap. IX y X) que fueron descendientes de Clam, y de consiguiente chamitas, y no semitas. Pero queríamos guardar con el Sr. Pizarroso ese miramiento, a fin de que no creyera que es nuestro animo contradecirle sistemáticamente, según nos atribuye cierta duda sistemática que no tenemos.
 Pero ahora que el mismo señor declara, al final de su tercer artículo, lo que indicamos arriba, claro esta que si se quiere traer semitas a Canarias, es conveniente no irles a buscar al país de Canaan.
Pero algunos antropólogos tal vez hallen semitas en Palestina; v no sabemos en que vendrá a parar esto, toda vez que los mismos antropólogos no pueden ponerse de acuerdo sobre diversos particulares. Además de su capital división en monogenistas y poligenistas, vemos ya que en el último congreso internacional de Antropología se ponen en desacuerdo varios de sus miembros mas distinguidos, acerca de los restos humanos hallados en Cro-Magnon, esto es, acerca de las deducciones que de ese dato han pretendido sacar unos y otros.




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