lunes, 25 de agosto de 2014


 ESTUDIOS GEOLÓGICOS

                   (Artículo publicado en la Revista de Canarias el 8 de abril de 1882) 

Suelos terciarios


 Henos aquí ya llegados a los suelos terciarios, vasto y variado grupo de terrenos, entre los que se cuentan muchos semejantes a los secundarios y aún a los primarios, que hemos reseñado someramente en los artículos anteriores (1). Según ya tenemos insinuado, los suelos terciarios comienzan generalmente a contarse desde la gran formación cretácea, en que concluyen los secundarios; formación que por sí sola constituye un terreno de transición, que unos autores agregan a los primeros y otros a los segundos.

Además, esta sección o grupo que ahora tratamos se divide en dos por muchísimos autores, dando –respectivamente- los nombres de terciarios y cuaternarios a los diversos terrenos en ella comprendidos. Nosotros, siguiendo nuestro método, que a la vez lo es también de muchos y muy distinguidos geólogos, omitiremos la denominación de cuaternarios, supliendo por ello la división que establecemos de los suelos terciarios en varios grupos.

 Como la naturaleza no ofrece, en ninguna parte, método verdadero en la colocación de los suelos, es decir, que en ninguna parte se hallan y ofrecen a la vista, con regularidad y orden, todos los grupos en que se ha convenido en dividir la corteza terrestre, resulta que en unos parajes solo se ven unos suelos, y otros en otros. Los terciarios descansan a veces inmediatamente sobre los primarios; y dentro de una misma sección se ve que en tales o cuales suelos están encima de otros que se les sobreponen en otros 


(1) Muchísimos de los suelos terciarios no son otra cosa que sedimentos y acarreos formados de detritus de los secundarios y primarios.
 Nosotros nos inclinamos al dictamen de los autores que consideran absolutamente artificial la separación o división de los suelos en secundarios y terciarios, lo mismo que la subdivisión de estos últimos, para formar el orden cuaternario.
 La creta, que es el límite adoptado para establecer la primera de esas divisiones, no divide en realidad los suelos llamados secundarios y terciarios, sino muy incompletamente. El terreno cretáceo no se halla tan extendido como debiera estarlo para que sirviera de verdadero límite o punto divisorio entre los dos órdenes precitados; y por otra parte, la semejanza entre los últimos suelos secundarios y los primeros terciarios es demasiado grande para que se les considere absolutamente de distinto orden, sucediendo –respectivamente- lo mismo entre los terciarios y los cuaternarios.
 Mr. Patrin distinguía tres grandes formaciones cretáceas, que no juzgaba pudieran ser contemporáneas, y de las cuales atribuía la primera en gran parte a la descomposición de materias procedentes de cuerpos organizados; la segunda a volcanes cenagosos, casi todos ellos submarinos; y la tercera a los acarreos procedentes de otros suelos calcáreos. Otros geólogos admiten también varias formaciones cretáceas; pero se inclinan a creer que son todas coetáneas o continuas.


lugares; o bien faltan aquéllos absolutamente en algunos sitios enteramente análogos a otros sitios en que se les encuentra.

¿Pueden los terrenos de esta sección ser divididos en series? Algo difícil e impropia nos parece tal división, por la gran variedad que aquí ofrecen ya los suelos y formaciones. Aún en la sección de los secundarios hay que prescindir de varias consideraciones y circunstancias, para decidirse a establecer la artificial división en series; bien entendido que estas series nada prejuzgan, ni tienen relación positiva con la edad respectiva de los terrenos ni con su manera de yacimiento.


Pero como ninguna otra división nos satisface ni nos parece bastante justificada, o sea bastante marcada por la naturaleza, a pesar de las pretensiones de algunos geólogos que manejan la corteza terrestre a su albedrío; volveremos a buscar la huella de las series, siquiera no sea muy fácil hallarla, ni muy pertinente el adoptar ese medio de clasificación (1).
                                                          

                                                                 I.


 En el primer grupo nos parece deber comenzar por la serie arcillosa, que, como la calcárea, se confunde con el suelo cretáceo en una multitud de lugares. Los señores Cuvier y Brongniart descubrieron en este suelo una multitud de fósiles, hasta entonces desconocidos, y demostraron que las aguas dulces y las saladas ocuparon en diversas ocasiones y a muy larga distancia de tiempo una de otra, casi toda la superficie central y occidental de la parte del mundo que hoy llamamos Europa. Es tal el número de despojos de seres organizados que aquí aparecen, que sería muy larga su nomenclatura, bastando con advertir en este lugar que dicha serie contiene un sinnúmero de conchas, así marinas como terrestres -o sea de agua dulce y de agua salada- ,muchísimos fragmentos de vegetales, muchos huesos de reptiles, de aves y de cuadrúpedos. La serie arcillosa puede considerarse dividida en arcilla plástica, margosa, calcárea, gipsosa, etc. La gipsosa y la calcárea abundan particularmente en restos de crustáceos y de peces, y contienen también huesos de aves y de muchos otros animales, terrestres y marítimos.


Georges Cuvier

(1) Si nos fijamos bien en la reflexión de que solo se conoce una porción casi insignificante del radio terrestre -menos de sus dos milésimas partes, -comprenderemos que se ha abusado no poco al disponer de esa leve corteza o película casi como si fuera del radio entero para fundar y establecer grandes sistemas de formación de nuestro globo. Se comprende, sin gran dificultad, que en dicha película pueden haber ocurrido mil trastornos, aún después de existir en la misma seres organizados, quedando sepultadas floras y faunas de épocas desconocidas, y de las cuales nada se haya podido aún descubrir. Tal vez no esté lejos el día en que aparezcan restos de seres organizados bajo los terrenos reputados por los más antiguos conocidos o descubiertos en nuestro planeta.

 Los señores Desinarest y Prévost han llamado la atención acerca de unos cuerpos extraños que aquí se encuentran, consistente cada cual en la reunión de seis pequeñas pirámides cuadrangulares a base cuadrada, estriadas paralelamente a las aristas de las bases, y unidas por sus extremos superiores, de manera que el conjunto afecta la forma de un cubo.

La serie calcárea se compone de una multitud de formaciones, entre las que se cuenta el calcáreo lacustre o de agua dulce, el silíceo, el arcilloso, el arenoso, etc. Tiene -como queda insinuado- un número crecido de despojos orgánicos y en particular conchas, entre ellas las ceritas -que también aparecen en la serie arcillosa,- las lucinas, las citéreas, etc.; y con la particularidad de que varios lechos de estos calcáreos están formados exclusivamente de conchas muchas de las cuales, dice, no están aún del todo extinguidas.

La abundancia con que empieza ya a aparecer el yeso en estos suelos, y la potencia de algunas de sus formaciones, ha hecho a varios geólogos establecer aquí una serie gipsosa. Contiene ésta algunos esqueletos y osamentas de mamíferos, muchos de los cuales tienen bastante semejanza con otros que viven hoy.
 La serie cuarzosa se compone principalmente de suelos arenosos y de asperón, y de suelos silíceos no arenosos. Unos y otros alternan entre sí, y alternan también con los otros terrenos de este grupo, etc. Nos parece casi inútil decir que aquí, como en los suelos secundarios, se observan mil asociaciones de terreno que sería prolijo enumerar, y también que los unos se hallan a veces parcialmente comprendidos en los otros, y recíprocamente. Contienen también los suelos de esta serie una multitud de conchas y otros restos de seres organizados; y ofrecen en algunas partes una gran semejanza con los cuarzosos del orden secundario, y aún del primario.

Pudiéramos establecer aquí una serie feldespática, y tal vez alguna otra; pero ni estas series están bien marcadas, según opinión de algunos autores, ni tenemos espacio bastante para tratar de ellas. Sólo diremos dos palabras de la carbonosa y bituminosa, que se compone de hulla y sobre todo de lignita. Contiene también antracita y azabache, aunque relativamente en corta cantidad. En la lignita aparecen a veces árboles enteros, y su madera se puede utilizar para diferentes usos, pues hasta una parte de ella es preferible a la de nuestros árboles actuales para la construcción de edificios (2).
  
 Los bancos de lignita se presentan a veces en las montañas y a una considerable elevación. En el departamento del Isére –Francia- se ven tales bancos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, y lo que es más raro, a más de quinientos sobre el límite de la vegetación forestal de aquel país.

(1)  Sabido es que hay además muchas formaciones compuestas exclusivamente de corales, madréporas y miléporas; y que hasta el día de hoy forman los pólipos grandes bancos de terreno de esa clase.
(2) En estos terrenos hay también conchas, huesos y otros despojos orgánicos, lo mismo que sucede en varios otros de que hablaremos luego, aunque no siempre tengamos el cuidado de consignarlo o advertirlo

No nos detendremos en indicar diversas formaciones que no constituyen serie en este primer grupo de las terciarias, pero que, sin embargo, son notables bajo diferentes conceptos. Las hay volcánicas, las hay sedimentarias, esquistosas y esquistoides, granitosas y granitoides; así como también se encuentran brechas, pudingas, conglomerados de terreno procedente de acarreo, etc. Debemos asimismo advertir
que en las series que reseñamos se encuentran suelos esquistosos u hojaldrados, como también granitosos, etc., sin que sea preciso que lo anotemos cada poco, porque eso sería alargar demasiado el presente trabajo.
   


                                                                           II

 En este segundo grupo ya es más difícil señalar series, como lo hemos hecho hasta aquí, y tan sólo nos es dado hacer alguna indicación en tal sentido. Comprende este grupo los terrenos que algunos geólogos llaman aluviales antiguos y aluviales modernos, que son casi los mismos que otros llaman mioceno y plioceno (1).

Las clases de terreno que más abundan aquí son las pasamitas, pudingas, asperones, margas, arcillas, calizas, etc. Sus fósiles son iguales o muy semejantes a los del grupo anterior; y tanto en el uno como en el otro se ven huellas que indican que las aguas cubrieron diferentes veces casi toda la tierra (2).
En particular es notable este grupo por la muchedumbre de osamentas que en él aparecen, no sólo de que es más raro, a más de quinientos sobre el límite de la vegetación florestal de aquel país.

(2) De ahí proviene la denominación de aluvial dada por los autores al mismo grupo.
 Son muchos y muy extensos los terrenos que aparecen en este grupo -y aún en los inmediatos-formados de piedras rodadas y redondeadas, lo cual indica la permanencia de las aguas, durante mucho tiempo, sobre la superficie. También se observa en el mismo que esas formaciones todas no son coetáneas, y que, de consiguiente, el agua cubrió diferentes veces una gran parte de la tierra. De ese y otros datos se ha partido para establecer dos o mas grandes diluvios -y también un período glacial- en aquellas remotas épocas.
 Sin embargo, también aparecen en el mismo algunas formaciones volcánicas, y otras que parecen ser de sustancias caídas de la atmósfera, lo cual sucede también en los grupos anteriores y posteriores. En lo que no cabe duda es en que las grandes inundaciones o diluvios antedichos debieron acaecer en épocas muy distantes entre sí, aunque dentro del período terciario.


Abanico Aluvial en Canadá 


 En particular es notable este grupo por la muchedumbre de osamentas que en él aparecen, no sólo de aquellas clases de animales cuyos restos se encuentran en los suelos anteriores, sino también de ciervos, antílopes, caballos, bueyes, elefantes, y otros semejantes a los actuales. Se ha creído reconocer aquí restos de simios y de diferentes clases de cuadrumanos; pudiendo también referirse al mismo grupo de terrenos algunos suelos en que aparecen ya restos humanos, o por lo menos, ciertos objetos que llevan ya la huella de la industria del hombre.


                                                                III.

 El tercer grupo, que suele dividirse en varias secciones, comprende todos los terrenos de edad posterior al plioceno. Desígnásele por algunos autores con el nombre de terreno moderno, o post-plioceno; y aunque abarca suelos de muy distintas clases y de muy distintas edades, nosotros hemos creído conveniente no establecer aquí división alguna en el mismo, porque -como hemos dicho ya anteriormente- sólo hacemos una somera reseña de las principales formaciones.

 Este grupo presenta una multitud de formaciones parciales que tienen gran semejanza con las de otros grupos anteriores, y en las que, efectivamente, se encuentran detritus de casi todos los suelos secundarios y aún primarios. Véanse aquí formaciones sedimentarias- inclusos los acarreos, -formaciones volcánicas -incluso los cienos, tobas y cenizas, -y algunos terrenos metamórficos. Las traquilas y basaltos constituyen aquí poderosos bancos, que alternan con pasamitas, con aglomerados o turbas y con terrenos de sedimento. Los terrenos de este grupo son los más conocidos en cada país, y de consiguiente, los que han sido mejor y mas extensamente descritos. Por la misma razón se hace algo menos necesario hablar aquí de ellos, debiendo contraernos tan solo a hacer algunas ligeras indicaciones respecto a un gran número de nuestros suelos canarios, que pueden considerarse comprendidos en este grupo (1).

 Dominan aquí las formaciones basálticas y traquiticas; pero alternan frecuentemente con otros productos volcánicos y aún sedimentarios. En particular, las tobas y las lavas escoriaceas se ven a cada paso alternar con los basaltos. También hay poderosas formaciones calcáreas, y diferentes otras, aunque estas últimas rara vez ofrecen la potencia de los basaltos. Hay asimismo muchos suelos de acarreo, y aún brechas, pudingas y granujas conglomeradas, así como también lechos de obsidiana

(I) Se han ocupado ya de la descripción de los suelos de estas islas, autores de conocida reputación, entre ellos Humboldt, Buch, Cordier, Sainte- Claire Deville, Hartung, Lyell, Reiss, Fritsch, y otros.


Henri Étienne Sainte-Claire Deville

Alexander Von Humboltd


La simple inspección geognóstica de algunas de estas islas, demuestra los miles de años que cuentan ya de existencia fuera de las aguas, a pesar de que en ellas se ven casi exclusivamente suelos terciarios y cuaternarios. Solo un número muy grande de siglos ha podido abrir esos valles de erosión y tajos marítimos -cantiles de las riberas- que en las mismas se observan. En algunos parajes de estas riberas se nota que a un cantil sumamente elevado sigue o sucede otro muy bajo, que no se explica fácilmente cómo confina o sirve de continuación a aquél; pero así que se estudia la disposición del terreno, se conoce que aquel efecto es debido a un hundimiento, como puede verse en la ribera de Santa Cruz, la de Güímar y otras en esta isla de Tenerife. Muy rara vez se puede atribuir aquí a levantamiento esa súbita y enorme diferencia de altura de la ribera.

En las formaciones basálticas abunda el pirójeno, que en diversos parajes constituye casi toda la pasta del basalto.

 Es cosa fuera de duda que los suelos mas bajos que han podido descubrirse en nuestro archipiélago son casi todos basálticos o traquíticos; pero como sobre algunos de estos mismos suelos aparecen lechos fosilíferos que, según opinan los señores Lyell, Fritsch y otros geólogos, son coetáneos del período mioceno, resulta que dichas formaciones basálticas y traquíticas deben referirse al mismo período, o bien hay que tomarlas como mas antiguas aún.

También opinan los dos autores citados, que el monte Teide y varios otros inmediatos al mismo son de formación muy posterior a la de aquellos lechos basálticos y traquíticos que forman la base general de estas islas, y también a la cordillera de Anaga, en la de Tenerife -y por ende a varias otras de Gran Canaria, Palma y Gomera.-Sin embargo, y aunque es innegable que el cono volcánico que se denomina Teide es de formación relativamente moderna, ignorase la antigüedad que podría ya contar el volcán que produjo al mismo cono; volcán que, acaso, en épocas antiguas, pudiera haber ofrecido un cráter semejante al que se admira en la Palma. Tal vez el circuito de montes que forman las cañadas -junto al Teide -no sea otra cosa que una parte de los bordes de aquel antiguo cráter.

 En Gran Canaria hay también un cráter notabilísimo, el llamado de Tirajana (1), y otros que acaso no lo sean menos, los de Tejeda y de Bandama. Algunos de ellos pudieran, tal vez, haber sido mucho más considerables antiguamente, y haber formado con sus deyecciones una gran parte de los suelos volcánicos que se extienden por casi toda la isla.
Teide 


Cordillera de Anaga
Caldera de Tirajana
Caldera de Bandama
Caldera de Tejeda




 Debe tenerse en cuenta que muchos de los cráteres que hoy se ven en estas islas, y en otras regiones del mundo, no son más que el último resultado o sea el resultado actual de una serie de erupciones acaecidas en diferentes épocas, que han venido sucesivamente elevando la tierra, o sea cubriendo con nuevas deyecciones las deyecciones antiguas; por manera que, ocultas como están ya las antiguas formaciones que produjeron, bajo las otras posteriores, no se sabe ni siquiera aproximadamente desde cuando existen esos focos ignovomos en la superficie terráquea.

En la moderna obra de los señores Fritsch y Reiss sobre la geología de nuestras islas, se leen algunas apreciaciones notables acerca de la formación de Tenerife y otras del archipiélago, apreciaciones de las cuales no creemos deber tratar detalladamente aquí. Así sólo mencionaremos someramente ciertos particulares que nos parecen dignos de

(1) Algunos naturalistas se inclinan a creer que el gran crater de Tirajana, y aún el de Taburiente, no son volcánicos, sino cráteres de hundimiento y de erosión, como tantos otros análogos que se encuentran en diferentes países. Pero la mayor parte de los geólogos que han visitado nuestras islas creen probable que, al menos el de Taburiente -isla de la Palma- sea realmente volcánico, es decir, formado por las erupciones, aunque agrandado después por la erosión.
 Los cráteres de hundimiento también son en cierto modo volcánicos; porque suelen formarse a causa de las cavidades que los volcanes dejan bajo la superficie terrestre.
 Lyell hablando del precitado cráter de la isla de la Palma, expone algunos argumentos en favor de la tesis de formación por la acción de las aguas; lo cual no excluye el previo hundimiento del terreno, que, en tal caso, nos parece forzoso admitir.

Caldera de Taburiente

tenerse en cuenta en este trabajo. Dichos autores opinan que, bajo las lavas terciarias o cuaternarias que forman casi totalmente el macizo de dicha isla, así como en gran parte las islas de Fuerteventura, Gomera y Palma, existe una gran formación diabásica y algunas otras. Además, entre las mismas lavas y rocas eruptivas de Tenerife, aparecen algunas otras diabásicas y porfídicas, que revelan mayor antigüedad que aquéllas.

Llaman la atención sobre la marcada diferencia de edades que se nota entre las mismas formaciones conocidamente volcánicas que se ven en la citada isla; y suponen que ella ha resultado tal cual hoy la vemos, por la reunión de otras dos o tres islas más antiguas, reunión debida a la elevación del suelo submarino, o a meras erupciones sobrevenidas en éste, en los espacios que separaban aquellas islas o islotes parciales; los cuales islotes también fueron casi totalmente basalticos, con algunas formaciones traquíticas, como aún se nota en la región de Anaga y en algunas otras. Después de formada la isla de Tenerife  -añaden, -en ella han sobrevenido diversas series o épocas de erupciones volcánicas, y además, el larguísimo período de tiempo transcurrido ha hecho que se formen por la erosión de las aguas una infinidad de valles y de tajos marítimos. Dicen que la base del Teide se halla principalmente constituida por lavas traquíticas y fonolíticas, y que en el resto de la cumbre, hasta las inmediaciones de la ciudad de La Laguna predominan las basalticas, como generalmente en toda la isla.

Finalmente, los señores Fritsch y Reiss opinan que la actual isla de Tenerife estaba ya comenzada a formar desde principio del período mioceno medio –de la época geológica llamada terciaria (1) -o quizá desde mucho antes, pues dicen que en aquel período se hallaba ya formada una gran parte de la misma isla, oculta o no, en el seno de las aguas.


                                                                                                                         ROSENDO GARCÍA-RAMOS


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