(Artículo publicado
en La Ilustración
de Canarias el 30 de junio de 1883)
III
(Conclusión)
A historia de la
naturaleza, considerada en su estado actual y solo en lo respectivo a nuestro
planeta, se divide en tres ramas principales, que son, la mineralogía, la botánica
y la zoología; distribución que concuerda con lo que, ya desde muy antiguo se ha
venido llamando reinos mineral, vegetal y animal. Cada una de dichas ramas se
subdivide en otras, y además, hay algunas ciencias naturales que están
reputadas como independientes a aquellas, aunque siempre dentro del círculo de
las relativas a nuestro planeta en su estado actual. Tales son la física del
globo, meteorología, hidrografía, etc. Los autores no están de acuerdo en lo
respectivo al número y nombres de las ciencias naturales; y además, unos creen,
por ejemplo, que la física del globo es absolutamente lo mismo que la
meteorología: otros dicen que son dos ciencias diversas; y casi todos opinan
que la segunda es parte de la primera, haciendo extensiva la física del globo
al conocimiento de las acciones y reacciones químicas que tienen lugar en las
entrañas de la tierra, a la producción de los volcanes, etc.
También incluyen algunos en esa ciencia a la geología, y
particularmente la sección de ésta que trata de los efectos que las aguas, el
aire, el Sol y otros agentes producen en la corteza terrestre. La verdad es que
las ciencias, en general, se hallan tan relacionadas y ligadas entre sí, que es
difícil sino imposible señalar punto alguno de división o separación entre ellas.
Otros naturalistas consideran la geología, la mineralogía y la química como un
solo ramo de las ciencias, ramo que, a falta de un nombre más propio, suelen
designar con el de mineralogía, como arriba indicamos también. Sin embargo, es
constante que la química analiza todos los cuerpos -orgánicos e inorgánicos,- y
que bajo tal concepto interviene y contribuye al esclarecimiento de la botánica
y de la zoología, en sus múltiples divisiones y subdivisiones.
Aquí no venimos a tratar esas cuestiones, ni nos resta
hacer más que algunas observaciones generales sobre la naturaleza, concretada
ésta palabra a los fenómenos más notables que nos revela el estudio particular del
globo que habitamos.
La palabra naturaleza ha tenido y tiene varias
acepciones: ora se llama así el conjunto de lo creado: ora la facultad
creadora: ora la índole de los cuerpos, etc. El célebre Lamarck y otros autores
sostenían que la naturaleza es una facultad creadora sometida a leyes fijas, de
modo que no puede variarlas ni hacer otra cosa que lo que hace: ésta tesis
parece difícil de sostener, y convierte a la naturaleza en un verdadero
autómata; sin embargo, ha sido adoptada por varios naturalistas que, además,
entienden también por aquella palabra el conjunto de los movimientos de los
cuerpos.
Jean-Baptiste de Lamark |
Desde una remota antigüedad existe la idea de que la
naturaleza es la materia agitada por el espíritu -mens agitat molem et magno
se corpore Biscet- Muchos filósofos antiguos creían que ese gran poder
generador extendido por todo el mundo era Dios. Sócrates decía que un Numen
superior gobierna al mundo, a la manera que el espíritu individual gobierna al
cuerpo; y casi del mismo modo se explican Aristóteles, Platón y en general los
filósofos de mayor celebridad.
Que ese mismo poder superior derivase de uno solo, todos
los seres animados, o que por el contrario, crease desde luego especies y
géneros diversos, no nos proponemos aquí dilucidarlo. Lo más verosímil parece ser
que por derivación o selección han sido formados casi todos los vivientes; pero
así mismo parece verosímil que dicha selección o derivación ha partido de
diferentes individuos, animales y vegetales, creados primitivamente en
diferentes lugares y en diferentes tiempos.
No podemos
acomodarnos a esa precisión con la que algunos autores quieren que hayan sido desde
luego formados los géneros, y hasta las especies, que suponen siempre
inalterables. Una especie, dicen, podrá extinguirse, podrá morir; pero nunca
alterarse. Pero conceden que de ella se formen y deriven variedades o razas; y a
la verdad, nos parece que concedida una cosa, bien pudiera serlo también la
otra.
Esa inalterabilidad que pretenden demostrar aquéllos
autores, la hacen algunos extensiva a las razas, y solo en cada cual de éstas
admiten variedades accidentales, que no destruyen el tipo general de la raza respectiva.
Así algunos monogenistas suponen que las razas humanas se perpetúan por
atavismo; lo cual está en contradicción con el principio que ellos mismos
sientan de que todas ellas proceden de dos únicos individuos y por ende, que ese tipo
primitivo se alteró y modificó, produciendo aquellas razas, según establecen
también dichos autores. A la verdad, esa alteración y modificación de tipo -que
en ningún caso es exclusivamente cefálico- la establecen también los poligenistas;
pero sin limitar exclusivamente a dos individuos el origen de toda la
humanidad.
En nuestro artículo sobre la antigüedad
del hombre -publicado no ha mucho tiempo en La Ilustración- expusimos
algunas otras reflexiones acerca del mismo asunto, las que nos eximen de ser
más extensos en este lugar. Mencionamos allí la división que establecieron.
Lyell y otros autores en la existencia del reino orgánico, es decir, los
períodos llamados paleozoico, mesozoico y cainozóico, voces griegas que
corresponden a las nuestras de vida antigua,
media y actual. También manifestamos que muchos geólogos y otros autores
opinan, o por lo menos, se inclinan a creer que el hombre existía ya desde el
comienzo de dicho tercer período (1), siendo de notar que uno de los aludidos
autores es el célebre monogenista Mr. de Quatrefages.
Indicamos también que los
testimonios más antiguos de la existencia del hombre en nuestro planeta,
consisten en ciertos objetos de piedra, trabajados por el hombre mismo. Por
ello es que la primera época antropológica se designa con el nombre de edad de
la piedra. Esta se divide en paleolítica y neolítica, es decir, piedra antigua
y moderna, sí bien nos parecen más idóneas las expresiones de piedra tajada y
pulimentada, que muchos autores adoptan para significar lo mismo.
Sin embargo de todo lo dicho -y
esto que añadimos lo saben bien los mismos autores indicados,- debe tenerse muy
en cuenta que los vestigios y despojos humanos hallados en antiguas cavernas,
aún cuando éstas hayan venido a quedar sepultadas en las entrañas de la tierra
por efecto de los mil accidentes geológicos, no pueden darnos una idea cierta de su antigüedad; porque es muy
difícil averiguar el tiempo transcurrido desde que aquellas cavernas se
formaron hasta que fueron habitadas por los seres que en ellas dejaron sus
restos o vestigios. Por ello es que los autores más competentes en el asunto,
no queriendo exponerse a incurrir en grandes errores, poco o casi nada atienden
a los objetos sueltos hallados en cavernas, siquiera una lava o un sedimento cualquiera
las haya cegado, y aún sepultado, desde fecha inmemorial; sino que buscan de
preferencia los vestigios engastados en la roca misma, y como empastados en
ella, o sea en el terreno y formación respectiva donde tales reliquias aparecen
y de la cual indican ser coetáneas.
No podemos prescindir de
insertar aquí, siquiera sea cosa innecesaria para algunos lectores, la división
-antes citada- del larguísimo período de existencia del reino orgánico, tal
como la han adoptado diferentes geólogos y otros autores modernos de conocida
reputación:
Época primaria (paleozoica).
1 Periodo Eozoico
2 “ Cámbrico
3 “ Silúrico
4 “ Devónico
5 “ Carbonífero
6 “ Pérmico
Época secundaria (mesozoica)
7 Periodo Triásico
8 “ Jurásico u Oolítico
9 “
Cretáceo
Época
terciaria ( cainozóica)
10 Periodo Eoceno
11
“ Oligoceno
12
“ Mioceno
13
“ Plioceno
14
“ Pleistoceno
15
“ Moderno o Cuaternario
Considerando la naturaleza como
el conjunto de todo lo que existe, es evidente que también forman parte de ella
las obras humanas; pero aún restringiendo un tanto el significado de aquella
voz, no hay por qué excluir del dominio de la naturaleza las obras de los
hombres. Según el castor forma sus habitaciones y construye diques, balsas y
puentes: según las aves hacen sus nidos, algunos de ellos con admirable
artificio; y según diferentes otros animales llevan a cabo otras muchas obras
análogas ¿por qué no se han de considerar en el hombre, como actos naturales, muchísimos sino todos
los que le son propios? Se dice que el hombre se halla en estado
de naturaleza, cuando vive en los bosques, cuando no esta civilizado; pero el
mismo hombre civilizado ¿no se halla en estado de naturaleza? El hombre salvaje
o sehage- nunca vive sin
albergues, sean cavernas, chozas o cabañas, y siempre construye y tiene algunos
utensilios llamados artificiales.
Nosotros somos de
sentir que la civilización más refinada, que el más alto grado de cultura
posible, es tan completamente natural como cualquiera otro estado inferior; y
que seguramente la civilización eleva muchísimo al hombre sobre aquel estado o
situación en que se hallaba cuando luchaba con las fieras para vivir y obtener
su alimento, le hacemos benéfico, más feliz y más agradable ante su Creador.
Hay que tener en
cuenta todo lo que la misma civilización ha contribuido a disipar las
supersticiones y hacer ver la luz de la verdad. Los pueblos bárbaros son los
que han adorado y adoran los fetiches y otros ídolos monstruosos, los que
ofrecen sangre humana en sus sacrificios, los que se devoran mutuamente etc. Si
no se hubiera inventado el telescopio, se creería tal vez hoy que la luna es
una diosa, que tiene una cara o rostro sublime, que los eclipses son señales de
su enojo, o ultraje que la hace un genio maléfico, y otras mil sandeces por el
estilo. Si la física no hiciera ver la causa de diferentes fenómenos naturales,
se creería todavía que el trueno es la ronca voz de un dios irritado, que el
rayo es el arma que dispara o el instrumento de su cólera, que el arco iris es
una manifestación divina, lo mismo que las auroras boreales, parélias y en general todos los meteoros luminosos; que los fuegos
fatuos son espíritus o genios de un orden inferior, y así de otras muchas cosas
que al hombre civilizado apenas o nada absolutamente llaman la atención.
¡Admirados hubieran
quedado los antiguos si hubieran sabido que por medio del para-rayos habrían de
poder sus descendientes llevar el rayo de Júpiter adonde mejor les cuadrase! Y
esto sin hacer mención del uso que han llegado los modernos a hacer de la
electricidad, etc.
Seguramente que no
se necesitaba tanto para que nuestros sabios de hoy hubieran parecido
semi-dioses en la antigüedad; sino para pasar por hechiceros o herejes, y hasta
morir en una hoguera, como estuvo a punto de suceder a Galileo, tan sólo por
asegurar que la Tierra
giraba al rededor del Sol. Sin embargo, apresurémonos a decir que el estúpido fanatismo
no es patrimonio exclusivo de tal o cual creencia religiosa. Bien sabido es que
los primeros filósofos que negaron que la tierra y el mar fuesen ilimitados, se
vieron perseguidos por los hombres fanáticos de su tiempo y país respectivo.
¿El género humano se halla actualmente en progreso, o se
halla en decadencia? Cuestión es esa que no nos atrevemos a resolver, si bien
nos inclinamos a creer lo primero, en vista de los adelantos que indudablemente
se han llevado a cabo en los tiempos modernos. Pero abrigamos la sospecha de
que la civilización que actualmente el hombre alcanza, por notable que sea, es
todavía muy corta, comparativamente a la que nos parece que es susceptible de adquirir.
Indudablemente, es
la torpeza e incapacidad, es la ignorancia, la causa de todos los males
sociales y la rémora que detiene la marcha del progreso; siendo de lamentar que
algunos hombres que, seguramente, no están desprovistos de saber y de talento,
equivoquen el camino que el buen sentido les indica que deben seguir, y en
lugar de atacar la ignorancia donde quiera que se encuentra, en lugar de
procurar disiparla por todos los medios posibles, emprendan una vía opuesta,
y hasta llegan a lisonjear las mas groseras pasiones, a fin de que éstas les
sirvan de escabel para alcanzar una elevación efímera. Pero también reconocemos
que hay hombres que sacrifican su reposo, su bienestar y hasta su vida, en aras
del amor patrio y del adelanto moral e intelectual de sus semejantes; y ésta
consideración nos hace olvidar la desconsoladora idea de, que podamos
retrogradar hasta el punto de que, cual en pasados tiempos, se premiara con el castigo y la persecución a quién se
propusiera difundir la luz y la verdad por el mundo. Acabamos de preguntar si
la humanidad se halla en progreso o en decadencia; y tal pregunta, de cualquier modo que se
conteste, deja siempre en incertidumbre el origen del hombre mismo. Diferentes
autores, antiguos y modernos, opinan que ciertos monumentos que se conservan de
las remotas edades, indican una superioridad marcada de aquella civilización sobre
la de nuestros tiempos, y concluyen que, después de varias alternativas de
atraso y adelanto, el hombre ha decaído, y que no valemos nosotros lo
que valieron los antiguos.
Sería muy lisonjero que en lugar de descender el hombre
del simio, haya sucedido todo lo contrario, como creen posible y hasta
verosímil algunos naturalistas.(2) Pero en ese caso ¿cual fue el origen del hombre,
y el del globo sobre que vive? La ciencia humana no lo ha podido claramente
descubrir, sí bien no cree que el hombre en todos tiempos haya sido lo que es hoy, antes por el contrario, se
inclina a afirmar que en la naturaleza creada nada hay inmutable, no hay raza,
especie ni género que gire siempre sobre un tipo invariable. La razón humana no
ha podido penetrar mas allá; sin que vayamos por ello a calificarla de nula o
impotente ¿Es acaso tan poco lo que se ha llegado a descubrir y adelantar en
todos los ramos del saber? Y por otra parte, si el recuerdo de lo que ya no
existe, si la conciencia o memoria de lo pasado, no es otra cosa que la mera conservación
de aquellas imágenes en el cerebro, claro está que la memoria es puramente
animal, y que aún suponiendo una inteligencia y un poder grandes, muy superiores al hombre, si carecen del órgano material en que se fijan o imprimen las mismas imágenes, procederán de un modo distinto que el
hombre lo hace, y crearan con gran sabiduría y confirmándose con las
circunstancias presentes, sin memoria ni necesidad alguna de conocer lo pasado.
El hombre mismo ¿no procede por inspiración en sus más elevadas creaciones?
¿Necesitaron conocer la historia ni conservar memoria de lo pasado, para
extasiarnos con sus sublimes armonías Haydn, Mozart y Beethoven? Pues tal vez
una inteligencia superior no sepa más que el hombre, ni tanto como el hombre,
cual fue el principio de su existencia corpórea, y el principio de la de todos
aquellos otros seres creados en nuestro planeta.
ROSENDO GARCÍA-RAMOS
(I) Allí se dijo equivocadamente seres vivientes por seres humanos en la tierra, si bien esta última expresión implica una redundancia o pleonasmo, atendida la etimología de la indicada voz. Empero, como es absolutamente inusitado el decir humano en el sentido de terrestre, nada más tenemos que rectificar respecto a lo dicho en el mencionado articulo al que nos referimos sobre algunos otros partículares que omitimos en el presente. Aquí damos el sentido de algunas voces griegas, sin atender a sus desinencias, es decir, sin que creamos necesario presentar su estricta o escrupulosa traducción.
(2) Por lo menos, debieron ser anteriores a! hombre, todos aquellos animales y vegetales que le sirvieron de primitivo alimento lo cual confirma la tesis de que el hombre y en general todos los vivientes han sido formados por selección.
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