(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 19 de junio de 1902)
Este valle y ciudad del antiguo Perú, nos parecen tristes a los españoles, porque allí se dio la última batalla de la independencia del Sudamérica. Pero el hecho nada tuvo de extraño. Ya los Estados Unidos se habían emancipado de Inglaterra; y respecto a las posesiones españolas en aquel continente, casi nada nos quedaba. Si hubiéramos ganado aquella batalla, no por eso habríamos consolidado allí nuestra dominación. La lucha era muy desigual, numéricamente hablando; y bien sabido es que cuando en las Cortes reunidas en Cádiz se trató de dar igual representación a todos los dominios españoles, según su población, se ofreció desde luego el inconveniente de que nuestra península quedaría supeditada a América, por ser mucho mayor la población española ultramarina.
Se proclamó, pues, la independencia Sudamericana; acabó la
época del despotismo, como allí decían con marcada exageración; pero comenzó la
época de... lo mismo, como también decían por allá, no sin algún fundamento; por
que aquéllas repúblicas se han parecido mucho a dictaduras militares, durante
ciertos periodos de su historia.
Acabó, pues, en Ayacucho nuestro dominio continental en el
país comenzado a descubrir por Cristóbal Palomo; (1) y por mas que sea triste
la recordación de ello, no resistimos al deseo de dar a conocer una brevísima reseña
de aquella función, o comedia, como la llamaba el general español Valdés.
Muévenos a ello la interesante obra de D. Ricardo Palma, que lleva por título Tradiciones
peruanas, donde con la erudición y amenidad de estilo que caracterizan a
dicho autor, hijo de la ciudad de Lima, vemos el desenlace del drama colonial,
o comedia, si así quiere llamársela. Pero debemos ante todo consignar que
disentimos del señor Palma, respecto a la desproporción numérica que supone.
Otros muchos autores sientan que los españoles allí eran menos en número que
los indo españoles; y parece cosa probable, por que ya había llegado al Perú,
poco tiempo antes, el general Bolívar, con un refuerzo de once o doce mil
hombres, y con el prestigio de sus victorias.
Dejemos ahora al Sr. Palma la narración; dice así este
ilustrado escritor peruano:
La batalla de Ayacucho tuvo, al iniciarse, todos los
caracteres de un caballeresco torneo.
A las 8 de la mañana del 9 de Diciembre, el bizarro
general Monet se acercó con un ayudante al campo patriota, hizo llamar al no
menos bizarro Córdova y le dijo:
—General, en nuestro ejército como en el vuestro, hay
jefes y oficiales ligados por vínculos de familia, o de amistad íntima; ¿serla
posible que antes de rompernos la crisma, conversasen y se diesen un abrazo?
—Me
parece, general, que no habrá inconveniente; voy a consultarlo, contestó Córdova;
y envió su ayudante al general en Jefe—que lo era Sucre,— quien en el acto
acordó el permiso.
Treinta y siete peruanos entre Jefes y Oficiales, y veinte
y seis colombianos, desciñéndose las espadas, pasaron a línea neutral donde,
igualmente sin armas, les esperaban ochenta y dos españoles.
Después de media hora de afectuosa expansión, regresaron a
sus respectivos campamentos, donde les aguardaba el almuerzo.
Concluido éste, los españoles, jefes, oficiales y soldados
se vistieron de gran parada, en lo que los patriotas no podían imitarles, por
no tener mas ropa que la que llevaban puesta. Sucre vestía levita azul cerrada,
con una hilera de bolones dorados, sin banda, faja ni medallas. Córdova tenía el
mismo uniforme de Sucre pero en vez de sombrero apuntado llevaban uno de jipi-japa.
A las 10 volvió a presentarse Monet, a cuyo encuentro
salió Córdova, como la vez primera.
—General, le dijo aquél, vengo a participarle que vamos a
principiar la batalla.
—Cuando Vds. gusten, general, contestó el valiente
colombiano. Esperaremos a que Vds. Rompan los fuegos para contestarlos-
Ambos generales se estrecharon la mano, y volvieron
grupas. No pudo llevarse más galantería por ambas partes.
A los americanos nos tocaba hacer los honores de la casa,
no quemando los primeros cartuchos, mientras los españoles no nos diesen el
ejemplo.
Sería poco más del diez y media de dicha mañana, cuando la
división de Monet, compuesta de los batallones Burgos, Infanta, Guías y
Victoria, a la vez que la división de Villalobos formada por los batallones
Gerona, Imperial y Fernandinos, empezaron a descender de las alturas, sobre la
derecha y centro de los patriotas.
La división al mando de Valdés, organizada con los
batallones Cantabria, Centro y Castro, había dado un largo rodeo, y aparecía ya
por la izquierda. La caballería, al mando de Ferráz, constaba de los húsares de
Fernando VII, dragones de la
Unión , granaderos de In Guardia, y escuadrones de San Carlos
y de alabarderos. Las catorce piezas de artillería estaban también
convenientemente colocadas.
Los patriotas estaban aguardando el ataque, en línea de
batalla. El ala derecha era mandada por Córdova y se componía de los batallones
de Bogotá, Caracas, Voltigeros y Pichincha. La división del general Lara, con
los batallones Vargas, Rifles y Vencedores,
ocupaba el centro. El general Lamar con os cuatro cuerpos
peruanos, sostenía la izquierda. La caballería, a órdenes de (error en el
ejemplar consultado) se componía de húsares de Junin (2), y de Colombia y de
los granaderos de Buenos Aires.
(continuará)
SOMAR
(I) Al naturalizarse en España aquél célebre genovés, no
hizo lo que otros muchos, esto es, traducir al castellano su apellido. Aquí nos
permitimos traducirlo, y advertir que si lo hubiera dado a las islas que
descubrió, se llamarían hoy Palomas en vez de Antillas, hablando en castellano.
Pero si no tradujo su
apellido aquél famoso navegante, ni lo hicieron tampoco sus contemporáneos, en
cambio lo abreviaron, diciendo Colón en vez de Colombo como se llamaba antes de
que realizara su viaje a las Indias por
Occidente.
(2) En el campo de Junin habían, poco tiempo antes,
ganado los llamados patriotas, una muy reñida acción contra las tropas españolas.
Mandaba a aquellos e1 célebre Bolívar, llamado el Washington de la América del Sur.
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