domingo, 14 de diciembre de 2014

EL GLOBO DE BEHEIM



                  (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 28 de mayo de 1902)

Durante la Edad Media casi toda Europa estuvo sumida en las tinieblas de la ignorancia. Las más ridículas supersticiones pasaban por verdades, sobre todo, cuando las apoyaba la fe ciega en tal o cual creencia religiosa. Desde la más remota antigüedad, los hombres de verdadero talento y saber, se vieron contrariados y aún perseguidos por los fanáticos y estúpidos secuaces de los dogmas del Paganismo; y desgraciadamente al implantarse el Cristianismo, no los cristianos ilustrados, sino los bárbaros de la Religión— que en todas les hay y ha habido—se encargaron de proseguir con mayor o menor buena fe, la triste misión de defender, como ellos decían, sus sagradas creencias, y por consiguiente atacar el progreso de las ciencias.

Desde mucho antes de nuestra Era, sostuvieron varios sabios que la Tierra es un cuerpo esférico, y por ello fueron más o menos perseguidos por muchos secuaces del culto pagano. Más tarde sucedió una cosa análoga, cuando Galileo dijo que la Tierra se movía. La esfericidad de nuestro planeta fue reconocida hasta por los poetas del siglo de Augusto. Ovidio comienza su famoso poema describiendo la Creación, y presentando a la Tierra como un astro.

La teoría del movimiento de nuestro planeta en torno del Sol, es más antigua de lo que vulgarmente se dice. Desde los tiempos de Pitágoras era conocida, y sostenida por Aristarco de Samos, Filolao de Crotona y otros sabios de aquella época. El célebre Platón tenía en tan alta estima al citado filósofo crotonense, que no dudó entregar una gran suma para obtener sus obras, según lo observa Aulo Gelio. Además, fue también Filolao uno de los primeros sabios que declararon y reconocieron un ser Supremo, y único creador de todo lo que existe. Lo mismo se opinaba por muchos durante el período Romano, y consta en diferentes autores de aquel tiempo.

Pero las múltiples y sucesivas invasiones de los pueblos bárbaros, sepultaron en el olvido esos y otros muchos conocimientos; se volvió a las tinieblas de los tiempos más antiguos; y hasta el Renacimiento no volvió a plantearse la cuestión de si la Tierra era o no una vasta extensión, sin límites, de tierra y agua. Aquí se dibujan las figuras colosales de Toscanelli y de Beheim, figuras que hoy no tienen importancia, a causa de los modernos progresos científicos; pero que fueron entonces verdaderos gigantes del saber.

Dice el doctor Chil —pagina 94 del tomo I—que el globo de Martín Beheim, o Behaim, no es si no una copia del mapa de Toscanelli. No queremos contradecir a aquel ilustrado escritor, cuya pérdida lamentamos; pero me parece que en algo varían uno y otro trabajo, y que si bien naturalmente el primero citado de aquellos dos geógrafos, utilizó los conocimientos del segundo, no por eso dejó de agregar varias noticias, de las que por otras vías llegó a procurarse.

Globo de Beheim o Behaim

No parece probable que fuera solamente Beheim quien hiciera globos en su tiempo; me inclino a creer que otros geógrafos de aquella época, y aún anteriores, trabajarían también en ese sentido; pero entre todos fue aquél quien más contribuyó a demostrar la esfericidad terráquea, y por consiguiente la posibilidad de pasar al Asia por la vía de Occidente. Incurrió, como tantos otros, en un error, cual fue suponer mucho menor de lo que es la distancia entro Europa y Asia; pero eso no debe parecemos extraño, en vista del atraso de los conocimientos geográficos en aquel tiempo.

Conocida la redondez de la tierra, se renovaron las empresas para marchar al Asia por Occidente, y para descubrir nuevas tierras, o al menos, nuevas islas en el mar Atlántico. Desde las épocas fenicia y cartaginesa se intentaron navegaciones con tal objeto, y no falta quien asegure que los fenicios llegaron a Terranova. Cualquiera, sin ser un Colón, sino un simple navegante atrevido, podía llegar a América, con sólo perseverar en su itinerario hacia Occidente. Esto es claro y evidente, como lo es asimismo que Colón jamás tuvo noticia del nuevo-mundo, o nuevo Continente, sino que tropezó con él marchando en solicitud de las Indias, o sea del Asia, y quedó creído de que había llegado a ella. Se ha censurado, acaso sin razón, que se llamara América, y no Colonia, al nuevo mundo descubierto; pero es lo cierto que Américo Vespucio fue quien primeramente demostró que aquello no era el Asia, sino un nuevo continente: y es increíble lo que esa teoría, o tesis, tuvo que luchar contra la arraigada y hasta religiosa creencia de que no eran mas que tres las partes del mundo. Su buena parte de gloria cupo a Balboa en ese litigio, cuando penetró en el istmo americano y descubrió el grande mar Pacífico, que separaba y separa el nuevo mundo del viejo, por el Oeste de América.

Behaim construyó su globo en el año 1492, según dicen sus biógrafos, los cuales nada dicen que aprendiera de Toscanelli. Pasaba por ser el primer navegante de su tiempo, si bien después se ha reconocido que tanto los países que visitó, como los que conoció por referencias, los diseñó con poca exactitud, lo mismo que hicieron sus predecesores y contemporáneos en los estudios geográficos. Se pretende que en uno de sus viajes penetró en América hasta el estrecho que hoy se llama de Magallanes; pero esto es cosa que no ha podido ser demostrada satisfactoriamente. 

No terminaré esta breve indicación o noticia, sin dos palabras de homenaje al célebre florentino Pablo Toscanelli, que con Behaim parte la gloria de ser los dos principales regeneradores de la Geografía, casi desconocida o mejor dicho olvidada en los tiempos que inmediatamente precedieron a aquellos, Toscanelli murió antes que Behein, por los años 1490. Había incurrido en el mismo error de suponer el diámetro de nuestro Globo mucho menor de lo que es, y en su famoso informe al rey de Portugal, aseguraba que los lusitanos podían llegar a las Indias asiáticas, por la vía de Occidente, en igual o menos tiempo que empleaban en pasar desde Lisboa hasta sus más meridionales posesiones en África. Fue desde el año 1474 que dio ese informe, el cual llegó a noticia de Cristóbal Colón. Varios navegantes, casi todos italianos, intentaron antes y después de dicho año, penetrar en el Atlántico hasta llegar al Asia; y entre los primeros son bien conocidos los hermanos Vivaldi, y un Doria (1). Pero o retornaban sin llegar hasta el continente americano, o no retornaban. Sin embargo, se asegura que algunos volvieron con la noticia de dicho continente, o por lo menos, de las islas que le son anexas, después de haberlas pisado, como se dice fue Hernán Sánchez de Huelva. Toscanelli habla de la Antilia o Antilla, en su informe citado, y en otros trabajos, isla que pretendió hallar Colón más tarde, como es sabido. También habla de otras islas, y países asiáticos, o tenidos por tales, a causa de la distancia relativamente corta que se entendía mediar entre Europa y Asia.

Ese error contribuyó mucho a anticipar el descubrimiento del nuevo mundo como se explica y comprende fácilmente. Toscanelli describe con alguna más exactitud, o menos inexactitud, que Behaim, la parte que conocía, del Asia verdadera, a donde ya habían penetrado muchos europeos por la vía de Oriente.

Yo no sé como uno y otro geógrafo, que según frase admitida, se adelantaron a  su siglo, no sé -repito- como no fueron víctimas de la superstición general de su tiempo. El que en aquella época declaraba que lo Tierra era esférica, o que giraba en torno de Sol, se exponía a ser declarado hereje, lo mismo poco más o menos que quien dijera que eran cuatro y no tres las partes del mundo. Galileo tuvo que hacer pública retractación de la gran herejía del movimiento de la Tierra, sin lo cual hubiera sido quemado, o sepultado vivo. Sócrates bebió la cicuta por otra análoga contravención a las sagradas creencias de los griegos; lo cual prueba que la estupidez y el fanatismo no son patrimonio exclusivo de una religión solo; en todas ellas penetran más o menos, y las contaminan. Esto nos hace recordar al tristemente célebre califa Omar, cuando destruyó la grandiosa biblioteca de Alejandría, inmenso repertorio de todos los conocimientos humanos de aquella y otras épocas anteriores, cuya conservación hubiera contribuido eficazmente a la cultura, hubiera adelantado no poco la civilización. «Si esos libros -dijo Omar- nada adelantan a lo que el Corán nos enseña, y están conformes con él, hay que quemarlos por innecesarios y embarazosos; pero sí son contrarios al Corán, entonces hay que quemarlos todavía más pronto». Para Omar y muchos otros, todo lo que no sea su respectivo Corán, es cosa abominable, que precisa destruir antes que el mundo se picaba y perezca por causa de tales herejías.

Copérnico, y aún Tycho-Brahe, también se salvaron milagrosamente. En cuanto a  Tolomeo, ya se sabe que vivió mucho antes y en una época de menos fervor teológico pagano. Además, aun que sostenía que la Tierra era simplemente un astro, le suponía inmóvil ni centro de nuestro sistema planetario.

Apresurémonos, sin embargo, a decir que aún en los tiempos de mayor fanatismo, hay siempre personas cultas que no deben ser confundidas con el vulgo. El cardenal Giovanni de la Casa, arzobispo que fue de Benevento, escribió antes que Copérnico en favor de la misma teoría astronómica que éste último estableció, y no por ello tuvo que sentir, ni fue perseguido. Es verdad que uno y otro lo hicieron con la salvedad de que sólo sentaban una hipótesis. No está de más consignar también que dicho sabio prelado fue nuncio del pontífice Pablo III, y secretario de cámara de Pablo IV.

                                                                                                               SOMAR


(1) Esa expedición, que data del XIII siglo, y otras que antes y después debieron emprenderse para llegar a las Indias asiáticas por Occidente, demuestran claramente cuan antiguo era ese conato y el conocimiento que se tenía de la redondez de la Tierra, al menos, entre la gente ilustrada y culta de aquellos antiguos tiempos de barbarie y superstición.

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