(Artículo
publicado en el Diario de Tenerife el 28 de mayo de 1902)
Durante la
Edad Media casi toda Europa estuvo sumida en las tinieblas de
la ignorancia. Las más ridículas supersticiones pasaban por verdades, sobre
todo, cuando las apoyaba la fe ciega en tal o cual creencia religiosa. Desde la
más remota antigüedad, los hombres de verdadero talento y saber, se vieron
contrariados y aún perseguidos por los fanáticos y estúpidos secuaces de los
dogmas del Paganismo; y desgraciadamente al implantarse el Cristianismo, no los
cristianos ilustrados, sino los bárbaros de la Religión — que en todas
les hay y ha habido—se encargaron de proseguir con mayor o menor buena fe, la
triste misión de defender, como ellos decían, sus sagradas creencias, y por consiguiente atacar el progreso de las ciencias.
Desde mucho antes de nuestra Era, sostuvieron varios
sabios que la Tierra
es un cuerpo esférico, y por ello fueron más o menos perseguidos por muchos
secuaces del culto pagano. Más tarde sucedió una cosa análoga, cuando
Galileo dijo que la Tierra
se movía. La esfericidad de nuestro planeta fue reconocida hasta por los poetas
del siglo de Augusto. Ovidio comienza su famoso poema describiendo la Creación , y presentando a
la Tierra como
un astro.
La teoría del movimiento de nuestro planeta en torno del
Sol, es más antigua de lo que vulgarmente se dice. Desde los tiempos de
Pitágoras era conocida, y sostenida por Aristarco de Samos, Filolao de Crotona
y otros sabios de aquella época. El célebre Platón tenía en tan alta estima al
citado filósofo crotonense, que no dudó entregar una gran suma para obtener sus
obras, según lo observa Aulo Gelio. Además, fue también Filolao uno de los
primeros sabios que declararon y reconocieron un ser Supremo, y único creador
de todo lo que existe. Lo mismo se opinaba por muchos durante el período
Romano, y consta en diferentes autores de aquel tiempo.
Pero las múltiples y sucesivas invasiones de los pueblos
bárbaros, sepultaron en el olvido esos y otros muchos conocimientos; se volvió a
las tinieblas de los tiempos más antiguos; y hasta el Renacimiento no volvió a
plantearse la cuestión de si la
Tierra era o no una vasta extensión, sin límites, de tierra y
agua. Aquí se dibujan las figuras colosales de Toscanelli y de Beheim, figuras
que hoy no tienen importancia, a causa de los modernos progresos científicos; pero
que fueron entonces verdaderos gigantes del saber.
Dice el doctor Chil —pagina 94 del tomo I—que el globo de
Martín Beheim, o Behaim, no es si no una copia del mapa de Toscanelli. No queremos
contradecir a aquel ilustrado escritor, cuya pérdida lamentamos; pero me parece que en algo
varían uno y otro trabajo, y que si bien naturalmente el primero citado de
aquellos dos geógrafos, utilizó los conocimientos del segundo, no por eso dejó
de agregar varias noticias, de las que por otras vías llegó a procurarse.
No parece probable que fuera solamente Beheim quien
hiciera globos en su tiempo; me inclino a creer que otros geógrafos de aquella
época, y aún anteriores, trabajarían también en ese sentido; pero entre todos
fue aquél quien más contribuyó a demostrar la esfericidad terráquea, y por
consiguiente la posibilidad de pasar al Asia por la vía de Occidente. Incurrió,
como tantos otros, en un error, cual fue suponer mucho menor de lo que es la distancia
entro Europa y Asia; pero eso no debe parecemos extraño, en vista del atraso de
los conocimientos geográficos en aquel tiempo.
Conocida la redondez de la tierra, se renovaron las
empresas para marchar al Asia por Occidente, y para descubrir nuevas tierras, o
al menos, nuevas islas en el mar Atlántico. Desde las épocas fenicia y cartaginesa
se intentaron navegaciones con tal objeto, y no falta quien asegure que los
fenicios llegaron a Terranova. Cualquiera, sin ser un Colón, sino un simple
navegante atrevido, podía llegar a América, con sólo perseverar en su
itinerario hacia Occidente. Esto es claro y evidente, como lo es asimismo
que Colón jamás tuvo noticia del nuevo-mundo, o nuevo Continente, sino que
tropezó con él marchando en solicitud de las Indias, o sea del Asia, y quedó
creído de que había llegado a ella. Se ha censurado, acaso sin razón, que se
llamara América, y no Colonia, al nuevo mundo descubierto; pero es lo cierto
que Américo Vespucio fue quien primeramente demostró que aquello no era el
Asia, sino un nuevo continente: y es increíble lo que esa teoría, o tesis, tuvo
que luchar contra la arraigada y hasta religiosa creencia de que no eran mas
que tres las partes del mundo. Su buena parte de gloria cupo a Balboa en ese
litigio, cuando penetró en el istmo americano y descubrió el grande mar Pacífico,
que separaba y separa el nuevo mundo del viejo, por el Oeste de América.
Behaim construyó su globo en el año 1492, según dicen
sus biógrafos, los cuales nada dicen que aprendiera de Toscanelli. Pasaba por
ser el primer navegante de su tiempo, si bien después se ha reconocido que tanto
los países que visitó, como los que conoció por referencias, los diseñó con poca exactitud, lo mismo que
hicieron sus predecesores y contemporáneos en los estudios geográficos. Se
pretende que en uno de sus viajes penetró en América hasta el estrecho que hoy
se llama de Magallanes; pero esto es cosa que no ha podido ser demostrada
satisfactoriamente.
No terminaré esta breve indicación o noticia, sin dos
palabras de homenaje al célebre florentino Pablo Toscanelli, que con Behaim
parte la gloria de ser los dos principales regeneradores de la Geografía , casi
desconocida o mejor dicho olvidada en los tiempos que inmediatamente precedieron
a aquellos, Toscanelli murió antes que Behein, por los años 1490. Había
incurrido en el mismo error de suponer el diámetro de nuestro Globo mucho menor
de lo que es, y en su famoso informe al rey de Portugal, aseguraba que los lusitanos
podían llegar a las Indias asiáticas, por la vía de Occidente, en igual o menos
tiempo que empleaban en pasar desde Lisboa hasta sus más meridionales
posesiones en África. Fue desde el año 1474 que dio ese informe, el cual llegó a
noticia de Cristóbal Colón. Varios navegantes, casi todos italianos, intentaron
antes y después de dicho año, penetrar en el Atlántico hasta llegar al
Asia; y entre los
primeros son bien conocidos los hermanos Vivaldi, y un Doria (1). Pero o
retornaban sin llegar hasta el continente americano, o no retornaban. Sin
embargo, se asegura que algunos volvieron con la noticia de dicho continente, o
por lo menos, de las islas que le son anexas, después de haberlas pisado, como
se dice fue Hernán Sánchez de Huelva. Toscanelli habla de la Antilia o Antilla, en su informe
citado, y en otros trabajos, isla que pretendió hallar Colón más tarde, como es
sabido. También habla de otras islas, y países asiáticos, o tenidos por tales, a
causa de la distancia relativamente corta que se entendía mediar entre Europa y
Asia.
Ese error contribuyó mucho a anticipar el descubrimiento
del nuevo mundo como se explica y comprende fácilmente. Toscanelli describe con alguna más exactitud, o menos
inexactitud, que Behaim, la parte que conocía, del Asia verdadera, a donde ya
habían penetrado muchos europeos por la vía de Oriente.
Yo no sé como uno y otro geógrafo, que según frase
admitida, se adelantaron a su siglo, no sé -repito- como no fueron víctimas de la superstición general de su tiempo. El
que en aquella época declaraba que lo Tierra era esférica, o que giraba en
torno de Sol, se exponía a ser declarado hereje, lo mismo poco más o menos que
quien dijera que eran cuatro y no tres las partes del mundo. Galileo tuvo que hacer
pública retractación de la gran herejía del movimiento de la Tierra , sin lo cual hubiera
sido quemado, o sepultado vivo. Sócrates bebió la cicuta por otra análoga contravención
a las sagradas creencias de los griegos; lo cual prueba que la estupidez
y el fanatismo no son patrimonio exclusivo de una religión solo; en todas ellas
penetran más o menos, y las contaminan. Esto nos hace recordar al tristemente
célebre califa Omar, cuando destruyó la grandiosa biblioteca de Alejandría,
inmenso repertorio de todos los conocimientos humanos de aquella y otras épocas
anteriores, cuya conservación hubiera contribuido eficazmente a la cultura,
hubiera adelantado no poco la civilización. «Si esos libros -dijo Omar- nada
adelantan a lo que el Corán nos enseña, y están conformes con él, hay que
quemarlos por innecesarios y embarazosos; pero sí son contrarios al Corán,
entonces hay que quemarlos todavía más pronto». Para Omar y muchos otros, todo
lo que no sea su respectivo Corán, es cosa abominable, que precisa destruir antes
que el mundo se picaba y perezca por causa de tales herejías.
Copérnico, y aún Tycho-Brahe, también se salvaron
milagrosamente. En cuanto a Tolomeo, ya
se sabe que vivió mucho antes y en una época de menos fervor teológico pagano.
Además, aun que sostenía que la
Tierra era simplemente un astro, le suponía inmóvil ni centro
de nuestro sistema planetario.
Apresurémonos, sin embargo, a decir que aún en los tiempos
de mayor fanatismo, hay siempre personas cultas que no deben ser confundidas
con el vulgo. El cardenal Giovanni de la Casa , arzobispo que fue de Benevento, escribió antes
que Copérnico en favor de la misma teoría astronómica que éste último estableció,
y no por ello tuvo que sentir, ni fue perseguido. Es verdad que uno y otro lo
hicieron con la salvedad de que sólo sentaban una hipótesis. No está de más
consignar también que dicho sabio prelado fue nuncio del pontífice Pablo III, y
secretario de cámara de Pablo IV.
SOMAR
(1) Esa expedición, que
data del XIII siglo, y otras que antes y después debieron emprenderse para
llegar a las Indias asiáticas por Occidente, demuestran claramente cuan antiguo
era ese conato y el conocimiento que se tenía de la redondez de la Tierra , al menos, entre la
gente ilustrada y culta de aquellos antiguos tiempos de barbarie y
superstición.
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