(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 17 de mayo de 1902)
Los geógrafos antiguos solían llamar así al archipiélago de Cabo-Verde; pero no por eso dejaron de aplicar el mismo nombre a otras islas de nuestro mar Atlántico, como veremos después. La geografía antigua era bastante confusa, como es sabido; y no podía menos de serlo, por lo escaso de las navegaciones y viajes de exploración. Ese archipiélago que acabo de nombrar, dicen unos que le dio su nombre, y otros que le tomó del cabo fronterizo. Las islas Verdes se llamaron, y al cabo solían designar con el nombre de cabo de las islas Verdes.
Cuando por los años 1344 el Pontífice Clemente erigió el principado de las Canarias a favor del infante D. Luis de la Cerda, o Luis de España —como dice la Bula,—le concedió todas las islas llamadas Afortunadas, así del Océano como del Mediterráneo; pero la deficiencia de conocimientos geográficos hizo que fuera incompleta la nomenclatura; solamente se citan en la Bula las siguientes islas: Canaria, Ningaria (1), Pluviaria, Capraria, Junonia, Embrónea (2), Atlántica, Hespérida, Cernent, Gorgona, y la Goleta—ésta última situada en el Mediterráneo, como lo advierte la misma Bula.
Yo entiendo que en esa nómina faltan los nombres de varias islas; pues al concederse a D. Luis todas las islas oceánicas entonces conocidas, y alguna o algunas del Mediterráneo, entiendo también que deben ser comprendidas las Azores, Madera, Cabo Verde y acaso las del golfo de Guinea, a que pertenece la llamada Cernent o Cerne, según opinión de varios comentadores del Periplo de Hannón. Los navegantes italianos, y también los mallorquines, conocían todas esas islas mucho antes que los portugueses o lusitanos; estos últimos descubrieron la Madera por los años 1418 o 20, y mucho después las Azores.
Está ya hoy poco más o menos fuera de duda que las famosas y temidas gorgonas de los antiguos, no fueron otra cosa que lobos o vacas marinas, abundantes en estos mares y que dieron nombre al islote entre Lanzarote y Fuerteventura. Los mapas antiguos le llaman, no islote, sino isla de Lobos; pero la Madera reclama también para sí este nombre sin perjuicio de nuestro islote y sin perjuicio tampoco del suyo de Madera o Legnaine, como dicen las antiguas cartas italianas.
En una obrita impresa en Funchal, año 1891, titulada Excursiones en Madera, se lee—pág. 41—que en aquella isla se llama desde lo antiguo Cámara de Lobos una villa y su territorio, a causa de los muchos lobos marinos que en su costa y bahía o ensenada aparecían (3).
Pero muchos creen, no sin fundamento, que los lobos o vacas marinas abundaban también en otras islas, incluso por supuesto en las de Cabo-Verde, aun cuando no conserven hasta hoy el nombre de islas de lobos o Gorgonas. La mitología, o más bien los poetas sacaron partido de las vacas marinas, como le sacaron de tantas otras cosas.
Según Hesíodo, las górgades tenían su morada cerca del Jardín de las Hespérides, y convertían en piedras a los que las miraban. Entre todas tenían un solo ojo, que se prestaban unas a las otras, y de su boca salían unos colmillos parecidos a los de elefante o de jabalí.
¿Quién no reconoce ahí a los morsos, dugongos y otros anfibios?
Los pocos navegantes que en los tiempos de Hesíodo y de Homero penetraban en el Atlántico, se despachaban a su gusto al hablar de sus hazañas o proezas, y de sus portentosos descubrimientos; y después los poetas no les iban en zaga, sino que aumentaban lo maravilloso, hasta desfigurar enteramente las noticias, o por lo menos, una parte de ellas.
Perseo parece que tuvo la suerte de sorprender durmiendo a algún morso, — tanto aquel como sus compañeros creyeron al pronto que el monstruo no tenía ojos— y la suerte mayor de cortarle la cabeza. No fue preciso más para convertir esa hazaña en la más grande que hasta entonces se había realizado; y si Perseo se quedaba corto, allí estaban los poetas para agregar lo que Perseo no se atreviera a decir, aunque no pecara de corto.
Pero hay todavía una raza más exageradora que los poetas, y es la de ciertos comentadores de la fábula o mitología. De todas las estufas, dice el célebre Alejandro Dumas, es la etimología la que produce las flores más extrañas; y podemos añadir que los etimologistas y comentadores logran con frecuencia hasta deducir lo contrario precisamente de aquello que la fábula dice.
Así ha sucedido con las gorgonas o górgades. Los poetas embrollaron la verdad, más todavía que los navegantes; pero los comentadores, expositores, etimologistas y en general aspirantes a dar explicación de los mitos, la han acabado de ocultar, y héchola desaparecer.
Otras gorgonas hubo sin duda, que nada tienen que ver con aquellas; pues de la raíz griega gorgos se formaron varios nombres.
Hubo gorgonas en el continente de África, cerca del lago Tritón, y en otras partes. Los unos creen fueron unas mujeres varoniles que combatían como las amazonas; los otros opinan que fueron gorilas u orangutanes. Sea de ello lo que fuere, claro está que éstas y otras gorgonas que parece hubo en varias partes del mundo, no fueron las de nuestro mar Atlántico, ni las que dieron nombre a las islas de que en los presentes renglones nos hemos ocupado.
SOMAR
(1) Ningaria y Nivaria son sinónimos, como derivados de Ninguis y Nivis—genitivo de Nix.
(2) La llamada Ombrion, y también Ombrios, por los griegos, voz que equivale a Imbria y Pluvialia.
(3) Camera dos Lobos se dijo en lo antiguo, tanto en portugués como en italiano y en castellano. Los italianos conservan esa voz; pero los castellanos y lusitanos dicen hoy Cámara en vez de Camera.
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