jueves, 13 de noviembre de 2014

ATENAS (I)


               (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 13 de junio de 1900)

Ese nombre recuerda el principio de nuestra civilización europea, que de Grecia pasó a Italia, y de aquí se extendió por casi toda la Europa meridional. Pero fue una lamentable fatalidad que en la antigua Grecia se formaran varias repúblicas rivales, y que una sola de ellas no lograra absorber las otras, como en Italia la de Roma absorbió a las  restantes de aquella península. A eso  debieron Roma e Italia su grandeza; y al efecto contrario debieron Atenas y Grecia su humillación.

Reducida Grecia a una mera provincia romana, conservó largo tiempo su supremacía  intelectual, y siguió la suerte de la  gran República de  los tiempos antiguos, la que se absorbió y conquistó casi todo el mundo conocido en aquella época. No debe tacharse a Roma de  ambiciosa, esto es, no debe considerarse su ambición como una cosa extraordinaria o excepcional. Roma tuvo la misma ambición de otra nación cualquiera, sea esta grande o chica; pero supo y pudo conservar su unión y poderío mucho más que las otras naciones de su tiempo, y a ello debió su larga preeminencia y su casi universal señorío o dominación. Esto es tan sabido, que ni lo decimos como una cosa nueva, ni tampoco como una cosa dudosa.

Pero llegó el tiempo en que la vasta reunión de pueblos que formaba  el coloso Romano, perdió la cohesión, unión y fraternidad a que debía su grandeza; y entonces empezó a regir el derecho del más fuerte, dentro de la misma república. Sustituyó el derecho de la fuerza a la fuerza del derecho, y de consiguiente la nación pasó sucesivamente al triunvirato u oligarquía y a la monarquía. Esta monarquía se conservó largo tiempo, merced a la superioridad, bajo todos conceptos, de esa misma nación sobre las restantes, las unas incultas o bárbaras y las otras pequeñas y débiles. Unas y otras, además, poco consistentes o poco unidas; es decir, que cada una no ofrecía más cohesión ni acaso tanta como la nación latina, la cual tomó por último la resolución de dividirse en dos formando los dos conocidos imperios de Oriente y Occidente. Esta medida ha sido muy censurada, acaso con razón; pero no es menos cierto que el antiguo imperio no podía ya subsistir más tiempo unido, y hasta nos admira que no se hubiese fraccionado mucho tiempo antes. Eran demasiado heterogéneos sus elementos, para que lograra continuar muchos siglos formando un solo cuerpo de nación.

La Grecia siguió la suerte del imperio llamado de Oriente, como parte del mismo, y cuando éste cayó definitivamente en 1453—con la toma de Bizancio o Constantinopla por Mahomet 2º —la Grecia pasó al dominio de los turcos u otomanos, sufriendo un rudo golpe, porque la separaban de sus dominadores tanto las costumbres, linaje, idioma y tradiciones, como la separaba la religión. Es más, bajo el anterior imperio bizantino la Grecia daba el tono o la hegemonía a la nación, donde se hablaba mucho más el idioma griego que el latino, siendo aquel además declarado idioma oficial y nacional, desde muchísimo tiempo antes. El mismo imperio de Oriente se llamaba imperio griego, a diferencia del de Occidente, que se llamaba latino.

La famosa batalla naval de Lepanto —1570—fue para Grecia un rayo o destello de esperanza; una aurora de libertad, que solo duró unos cuantos días; porque a su vez la Grecia, como antes la Italia, estaba condenada a la servidumbre. Los griegos como los latinos o romanos, y desde mucho antes que  éstos, eran un pueblo degenerado, que de ningún modo podía resistir el choque de otro pueblo rudo y potente como el otomano. De igual modo y por idéntica razón sucumbieron aquellos otros, es decir, los latinos ante el empuje de las gentes del Norte.

Sin embargo, los turcos dejaron a los atenienses la hegemonía en la Grecia durante muchos años las escuelas de Atenas siguieron ilustrando a aquel pueblo helénico que se había embrutecido y hasta se mostraba un tanto refractario a la cultura. 

Aquí se ofrece un estudio curioso, un fenómeno casi inexplicable que varias veces se ha observado en la Historia, y que tiene una inmensa  trascendencia. Consiste en que dos pueblos distintos, ambos semi-bárbaros o de escasa cultura, presentan dos aspectos, caracteres o modo de ser contrarios de los cuales el uno lleva al engrandecimiento y el otro a la ruina. 

Los turcos sólo tenían una media civilización, y sin embargo, marchaban unidos, y con su unión y merced a ella se enseñorearon de una gran parte de Europa y Asia. Lo mismo habían hecho los hunos, los godos, los suevos, etc. ¿Qué secreto o arcano era ese, que no poseían los sirios, los fenicios, los egipcios, los griegos ni los romanos o latinos? No se sabe, salvo que se atribuya a una especie de instinto de conservación, que estos últimos pueblos despreciaban o tenían en poco, engreídos con su antigua fama y renombre. De un modo análogo se ve que un individuo que nace millonario, suele despreciar, su fortuna o desatenderla mientras otro, que la ha ganado con el sudor de su frente, la conserva y defiende. 

También influyen mucho en aquel fenómeno, la unidad de creencia religiosa y el fanatismo, que suele producir más unión y fuerza que las más sensatas reflexiones y la más sana filosofía.

Acaso si la Grecia hubiera permanecido tranquila bajo el señorío otomano, su cultura no hubiese ido decayendo pero las repúblicas italianas querían parte en aquella presa y en particular Venecia se obstinó en poseer parte del Peloponeso y casi todas islas Cícladas y las Espóradas. En suma, entabló contra Turquía una lucha tenaz y sangrienta, en la cual tan pronto era vencida como vencedora, siendo el país griego sumamente maltratado y devastado por unos y otros combatientes.

Los mejores monumentos de Atenas, que los turcos habían respetado, sufrieron mucho en los siglos XVI y XVII, sobre todo a causa de los bombardeos que las escuadras venecianas llevaron a efecto; no siendo de olvidar que en el siglo XV y anteriores, las naciones de la Europa occidental se habían disputado con las armas los jirones del imperio griego, y hasta los sarracenos le habían invadido diferentes veces. El famoso almirante veneciano FranciscoMorosini, generalísimo de aquella república, casi deja arrasada toda la ciudad de Atenas, donde decía que trataba de acabar con los jenízaros que obstinadamente la defendían y la tiranizaban; es decir, que por acabar con los jenízaros, faltó poco para que acabara con aquella famosa o histórica ciudad.

Al fin, sonó la hora de la declinación del enorme poder de los Sultanes, como antes había sonado la del no menos enorme poder de los Califas.

Tamerlan la adelantó, derrotando completamente a los turcos, y haciendo prisionero al mismo sultán; pero volvieron a respirar después de fallecido aquel gran conquistador. Sucesivamente Scanderberg, los albaneses, los húngaros o magiares, los rusos, etc., ora de consuno con los venecianos, ora separadamente, prosiguieron quebrantando el coloso otomano, hasta dejarle reducido de orgulloso y audaz que era, a una potencia casi inofensiva para sus vecinos.

Entonces los griegos vieron despuntar la aurora de su emancipación, sobre todo, después de la doble derrota y destrucción de las flotas turcas, primero en la bahía de Tchesmé, y después en la de Navarino. Al anonadar la marina otomana, en esas dos memorables jornadas (I), tres naciones cristianas rompieron las cadenas de la cristiana Grecia.
(Concluirá).

                                                                                R. GARCÍA-RAMOS  

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