lunes, 3 de noviembre de 2014

SECCIÓN CIENTÍFICA.GEOLOGÍA. LOS LECHOS FOSILÍFEROS


(Artículo publicado en el Boletín de la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife, 23 de abril de 1899)


Entre los muchos detalles y problemas curiosos que el estudio dé la geología nos ofrece, tiene particular interés el concerniente a los lechos o camadas fosilíferas que se observan en las altas montañas de nuestro Globo. También en las entrañas de la tierra hay esas camadas a diversas alturas, y aun bajo el nivel del mar pero las más curiosas, por regla general, son las que aparecen en los montes más elevados. En los Alpes, en los Pirineos, en los montes Claros o cordillera del Atlas, en los Andes y otras montañas, se ven esos depósitos de vegetales y despojos de moluscos. Seguramente ese fenómeno sobre todo respecto a los despojos testáceos proviene de una de estas dos causas: la elevación del suelo, y la disminución del mar; acaso alguna vez intervinieran ambas causas.

Hay sin embargo otra explicación del mismo fenómeno, explicación que muy pocos geólogos admiten salvo en casos raros y como excepcionales. Esta explicación consiste en suponer antiguamente, en muy remotos tiempos -anteriores con mucho al período histórico- una conformación a la periferia del Globo muy distinta de la que hoy tiene. Supónese que entonces no existía la distribución actual de Continentes y Mares, sino que la tierra se elevaba fuera de las aguas en los mismos parajes que hoy ocupan aquellas, es decir en parte más o menos grande de los mismos sitios actuales de los mares.

En esta hipótesis, el Mediterráneo no existió antiguamente, o existió en otra forma y otra proporción. El Atlántico no existía entre el viejo y el Nuevo Mundo, sino en partes mucho menores que las que hoy ocupa. La tierra se extendía por sobre las aguas mucho más que en nuestra época, o en la época histórica; y la erosión de consumo con algunas depresiones o hundimientos del suelo, la han venido llevando al mar, obligando así a éste a subir.

Tal hipótesis estamos lejos de afirmarla ni negarla; pero a la verdad que esos bancos de conchas en lo alto de los Pirineos, del Atlas, y hasta de la isla de Madera-donde hay autores que afirman se ven a más de 400 metros sobre la superficie del mar- indican una continuación del suelo por mucha parte del espacio, hoy vacío en parte, y en parte ocupado por las aguas, que media entre esos continentes y esa isla; y en tal caso se extendería también no poco hacia Occidente.

En esos tiempos remotos ¿quién sabe los diluvios que ocurrirían, y de consiguiente hasta donde llegaría el trabajo de erosión de las aguas? Una erosión activa, prolongada durante muchos milenios, puede destruir hasta un Continente.

Además, la temperatura atmosférica y la del Globo fueron, según parece, mucho más altas en aquella antigüedad, y en este supuesto la evaporación de los mares y de las aguas en general, sería grande y explicaría el poco crecimiento del mar a pesar de los diluvios. El agua evaporada volvería a caer tan pronto se liquidara en la atmósfera, resultando unas lluvias casi permanentes, con frecuencia torrenciales, que ocasionarían con su corriente en torrentes y oleadas, aquella misma erosión activa que explica la desaparición de vastas extensiones del suelo. Y caso de que no existiera esa elevación de temperatura, no por ello puede afirmarse que no hubiera períodos de tiempo, relativamente grandes, en que las aguas se desplomasen sobre la tierra a modo de cataratas; en este caso se explica el crecimiento del mar y su invasión sobre los terrenos más bajos o menos elevados. En este caso también, pudieran los primitivos escarpes de los Alpes, los Pirineos, el Atlas etc., ser efecto del embate del oleaje, como los escarpes o cantiles de las riberas actúales; escarpes que vinieron disminuyendo a medida que disminuían los diluvios o lluvias torrenciales y de consiguiente el volumen o masa de las aguas y mares.

Todo esto es una serie de hipótesis, como lo son muchísimas tesis y aun teorías geológicas; acaso sea tan solo una paradoja la suposición de un antiquísimo suelo, ya destruido, del cual fueron los restos o reliquias esas mismas cordilleras en cuyo seno se encierran vastas carnadas de conchas marinas, casi horizontales. A veces esas conchas son fluviátiles o de agua dulce; pero según la opinión más general, las dichas camadas o lechos más altos que se conocen, son de restos de moluscos análogos a los que hoy se producen en las aguas saladas. Por lo menos, ofrecen más analogía con éstos que con los producidos en los ríos, lagunas y lagos de agua dulce. Pero suponiendo que fueran restos de moluscos terrestres o de agua dulce, es indudable que aun así habría que suponer una prolongación grande del terreno, a la misma altura de aquellos montes y camadas.

La subida a crecimiento del mar explicaría la desaparición de las regiones atlánticas, que quiera suponerse existiera; pero no explica de ningún modo el gran vacío que hoy aparece entre las cordilleras ante citadas, que ofrecen en sus partes altas camadas fosilíferas casi horizontales.

Esto acusa más bien hundimientos del suelo, fenómenos que por otra parte han sido observados en diversos parajes y hasta en nuestros mismos días, mientras que el aumento de las aguas marinas está muy lejos de ser cosa probada o evidenciada. Además, hay que tener en cuenta que después de un hundimiento o depresión del terreno, acaecido en paraje contiguo al mar, éste comienza y sigue batiendo constantemente toda aquella parte del suelo con la que se halla en contacto, y este trabajo, a la larga, destruye mucho terreno y le sepulta bajo las ondas; los arroyos, ríos y torrentes, y hasta simplemente las lluvias— en particular las torrenciales—arrastran asimismo la tierra y la conducen al mar. Así se explica la formación de muchísimos valles y cuencas, y acaso así se explica también la existencia de las aguas y de los terrenos bajos, que se ven entre cordilleras que contienen lechos fosilíferos, cortados y como interrumpidos bruscamente, por las vertientes de aquellos mismos montes.



                                                                                             R. GARCIA-RAMOS

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