(Artículo
publicado en el Diario de Tenerife el 4 de marzo de 1901)
No para conquistar el África, por aquello de que tal sea
nuestra misión providencial, sino para defender nuestras posesiones, deseamos
que progresivamente vayan aumentando nuestras fuerzas navales.
No sabemos si la
Rusia también ha entendido que su misión providencial es
conquistar la Europa
y el Asia; pero así lo hace creer su empeño en extenderse por ambas partes del
Mundo. Si su Marina hubiera podido competir con las de Inglaterra y Francia
reunidas, tal vez hoy fueran suyas la Turquía y la Grecia.
Antes de proseguir hablando de Marina, bueno será digamos
otras dos palabras nada mas, sobre misiones providenciales. Varias veces
hemos oído afirmar a los marroquíes que su nación ha de volver a conquistar, no
solamente las penínsulas Ibérica e Italiana, que ya conquistaron, sino toda
Europa. Rectificamos ese aserto, haciendo notar a nuestros interlocutores que
los árabes o moros solamente ganaron en Italia una parte de Sicilia y de la Calabria ; pero contestó
un musulmán que él no se paraba en detalles,
y que en conjunto era bien sabido y bien seguro que la Europa algún día sería de
ellos.
El cónsul inglés de Tánger, persona ilustrada y sumamente
amable, presenció la citada conferencia, y después de separarnos del musulmán,
me dijo a poco más o menos lo siguiente:
—Cuando nos las hubimos con los ashantis—pueblo, del
mediodía de África, — hallamos en ellos un gran tesón y resistencia, debida
principalmente a la persuasión en que estaban de que eran el primer pueblo
conquistador de la Tierra ,
y de que antes de pocos años el África entera sería suya. Lo mismo decían los
iraqueses respecto a la
América del Norte, y en general no hay pueblo bárbaro que no
se tenga por el primero del Mundo.
Me guardé muy bien de referir a mi inglés lo que había oído
a cierto andaluz, —que no iba en zaga a muchos lusitanos,—el cual me aseguraba
como si lo estuviera viendo, que antes de concluir el siglo XIX, ya Marruecos sería
de España. A éste pensador optimista pregunté qué fundamento tenía su opinión,
y él me preguntó a su vez que si yo no sabía que nuestros mayores los vándalos
y los visigodos fueron señores de Cartago y del África Tingitana, aunque
después los expulsaron de ambos países.
—Pero
hombre, le dije, si nuestros mayores fueron esas gentes del norte ¿qué raza
latina es la nuestra?
—Es que somos a la vez latinos y normandos u hombres del
Norte, aun que parezca cosa contradictoria por que somos el resultado de la
fusión de ambas razas; y no olvide V. que los latinos se merendaron toda la Europa , el Asia y el
África.
—Algo de eso último hubo, en realidad; pero nuestra raza
ibera es el resultado de otra fusión más compleja, en la que entran otros varios
pueblos del Norte, a más del antiguo cruzamiento con fenicios y cartagineses, y
del posterior con los árabes y moros o mauritanos. Yo, después de todo, opino
que el núcleo de nuestro pueblo es ibero, mucho más que latino, que normando y
que africano.
Ahí concluye el diálogo con aquel otro optimista; y
volviendo a nuestra marina, bueno es decir de paso que cualquiera nación que
pretenda conquistar el imperio Marroquí, ha de comenzar por tener una marina de guerra de primo
cartello, por si acaso le sucediera lo de Rusia cuando la emprendió con la Turquía allá por los años
de 1855. En la rada de Sebastopol tuvieron
sus navíos muy triste aunque honrosa sepultura. El equilibrio europeo
requiere o exige cortar un poco las alas a la nación que pretenda elevarse
demasiado, o volar muy alto.
Afortunada o desgraciadamente nosotros en España no
tenemos por ahora esas alas, que sea preciso cortar, ni las vemos crecer bastante aprisa. Aunque sea a
paso de tortuga, bueno es que lleguemos al fin a contar con una buena escuadra,
que unida a otras, sirva tal vez para cortar algunas alas ajenas. Ese es por
ahora nuestro ideal, y para ello, ya que no contamos con la unión Ibérica,
contaremos con nuestros propios recursos, que a la verdad son bastante escasos,
y no solo nos prometen un risueño o lisonjero porvenir lejano. Citamos la unión
Ibérica no solo por el aumento de buques, sino por otro artículo de primera y más
apremiante necesidad, cual es, el aumento de puertos capaces de hacer una
defensa comme il faut, contra las nuevas y formidables escuadras blindadas;
de ese número se asegura ser hoy el puerto de Lisboa.
Y nosotros ¿dónde guarecemos nuestra marina de guerra, y
la mercante, en caso de rompimiento
contra una cualquiera de las
grandes potencias?... ¿Podemos afirmar de buena fe y sin optimismos que tenemos puertos capaces de impedir que en
ellos penetren las grandes escuadras enemigas y que se despachan a su gusto?
Debemos comenzar por tenerles, antes de pensar en aumentar
nuestra marina con un solo buque. Lo demás sería echar la cuenta sin huéspeda, o
tirar del rábano por las hojas. Es preciso no hacernos ilusiones, semejantes a
la soñada conquista de Marruecos; bastantes quijotadas tenemos en cuenta, paro
no cargar una más. No olvidemos que el famoso hidalgo manchego resultaba o
salía casi siempre estropeado de sus aventuras y que el mismo Cervantes dejó
escrito en su epitafio:
«Aquí yace el caballero
bien molido y mal andante
a quién llevó Rocinante
por uno y otro sendero»
SOMAR
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