lunes, 24 de noviembre de 2014

LA CUESTIÓN DEL RÍO MUNI (IV)


                (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 23 de febrero de 1901) 
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

No será tal vez fuera de propósito consignar aquí, antes de proseguir el interrumpido relato, que estos ríos del golfo de Guinea parecen ser los mismos que el Periplo de Hannon llama torrentes fogueados. Algunos han creído que la voz infogatii de la traducción toscana del periplo, significa inflamados y han deducido e inferido que se trataba allí de torrente de lava ardiente; pero nos parece más verosímil que se hable tan solo de agua fogueada por el calor , teniendo en cuenta que no se empleaba allí la voz inflammati o infianmatí, y que en la misma relación se consigna que aquellos expedicionarios no podían marchar a pie en aquellos países de la costa, acusa del gran caldeo y reverberación del suelo.

En las dos grandes épocas que llamaremos cartaginesa y romana, el golfo de Guinea fue visitado y explorado por las naves de aquellas naciones, haciéndose desde entonces allí un considerable comercio de pieles, plumas de avestruz, marfil, oro en polvo y otros artículos, comercio que más tarde los lusitanos reprodujeron—así como también el de esclavos de ambos sexos —y continuaron hasta que otros europeos, franceses, ingleses, holandeses etc., les disputaron ese ramo de riqueza. Entonces aquellos cedieron a España unos derechos que en realidad no tenían sobre dicha parte del continente africano, a cambio de otros que nuestro gobierno les concedió, como después tendemos ocasión de ver en la conferencia que estamos extractando.

Añadiremos para concluir esta intercalación, que anteriormente a los portugueses, el comercio de esta parte occidental lo hacían los venecianos, genoveses o janueses, y otros navegantes de Italia, que de allí sacaban anualmente considerables valores, particularmente en oro y esclavos. Verdad es que los lusitanos emprendieron después lo que ellos llamaban pomposamente la conquista de Guinea; peor no es menos cierto que solamente ocuparon en aquella región algunos puntos salteados y poco extensos, muchos de los cuales abandonaron luego, por su insalubridad y por la gran competencia que otras naciones les hacían en la contratación de los indígenas. Lo mismo les sucedió en casi todas sus posesiones en las Indias Orientales.

El sabio Mr. d´Avezac, por otra parte, ha demostrado que antes de que llegaran los lusitanos a Río de Oro, y aún al Golfo de Guinea, ya los franceses de Dieppe y otros puertos normandos penetraron en estas mismas costas africanas de la zona tórrida.

“recordaré de nuevo que en España –prosigue diciendo el señor Coello- tanto los hombres llamados políticos como los que no lo son, se ocupan muy poco de estas cuestiones; distraídos los primeros con sus contiendas de partido y más todavía con las personales, que absorben su principal atención, carecen de tiempo para dedicarlo a aquellas. Basta, además, que un partido piense en un ensanche, proponga o intente una mejora en nuestros dominios ultramarinos, para que la encuentren mal y la combatan o abandonen los del bando contrario. Además para comprender y resolver las cuestiones coloniales precisa tener conocimientos previos, y dedicarse a estudios de historia, geografía, estadística, y aquí solo se estudia y se discute la historia de las fracciones y de los hombres políticos, la geografía de las antesalas y pasillos y la estadística de los empleos”

Esas frases notables del señor Coello pudieran todavía reducirse a estas dos palabras: Se estudia ante todo y sobre todo la complicada ciencia de quitar a unos para ponerse otros. 

“Los no políticos ni siquiera sospechan la importancia de ciertos problemas coloniales. A la mayoría parece que todo le es indiferente.

Los derechos de España en el Golfo de Guinea datan del tratado que se celebró en Portugal en 1777, por el cual se nos cedió a cambio la isla de Santa Catalina y de nuestra colonia del Sacramento, en la América del Sur, las islas de Fernando Poo y Annobón, con los derechos de negociar  en todas las costas vecinas, desde el cabo Formosa que está a la desembocadura del río Níger, hasta el de Lope González- cabo López- al sur del río Gabón; pero con la condición de que considerase a los portugueses con iguales derechos para comerciar en dichas costas”

Como se ve, y a pesar de iniciarse el Sr. Coello a considerar esa cuestión como territorial, no parece ser ni siquiera e señorío, ni aún un mero protectorado. Tal vez nadie en Europa reconociera a los portugueses, más derecho de comerciar allí, que el mismo que cualquiera otra nación tenía; y además, al reservarse aquellos ese pretendido derecho de comercio, tal como nos lo transmitían, claro es que se reservaban también el de traspasarlo más tarde a quien quisieran y cuando quisieran.

La verdad es que allí traficaban otras naciones, tanto o más que Portugal, antes y después el tratado de 1777.

“En 1778 se ratificó el tratado, y en el mismo año se envió una expedición española, que ocupó las islas de Fernando Poo y  Annobón, teniendo que abandonarlas en 1781, a causa de las enfermedades que diezmaban a nuestra gente…

“Los ingleses ocuparon la primera de estas dos islas en 1827, con el objeto de establecer allí un tribunal mixto para la represión de la trata de esclavos…y en 1841 propusieron su compra por la suma de un millón y medio de pesetas. Admitieron nuestros gobernantes la proposición; pero sucedió lo que sucede siempre entre nosotros, que fue rechazada por las Cortes y por la opinión del país.

“Al poco tiempo, en 1843 enviamos otra expedición a las mismas islas, mandada por el capitán de navío D. Juan José de Llerena, quien pasó a la isla de Corisco y recibió de los indígenas de ella un acta de adhesión e incorporación a España”

Esa misma acta es la que sirvió en Canarias a Diego García de Herrera para llamarse señor y dueño de Tenerife y de Gran Canaria. Los indígenas de África las prodigan al primer llegado, mediante algunas botellas de ron, y unas cuantas piezas de zaraza o muselina; siendo lo peor que tienen aquellos la astucia de fingirse soberanos de territorios en el Continente, que jamás han poseído, y vender nuevamente lo ya vendido, tantas veces cuantas se lo quieran comprar.

El Sr. Coello ignora que mil veces, a cambio de ron o cualquier bebida espirituosa, lo mismo que de telas, armas, baratijas etc., los negros habían vendido a los ingleses, holandeses, franceses y otros europeos, no solamente sus posesiones y las ajenas sino a sus prisioneros de guerra, y aún a sus mujeres e hijos. Allí puede decirse que no hay más legítima propiedad  europea que la posesión en la que se estuviere en cualquier territorio.

Sabido es que los negros solían hacerse entre sí la guerra, tan solo para hacer esclavos que vender a los europeos.

(Continuará)

              

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