jueves, 20 de noviembre de 2014

LA CUESTIÓN DEL RÍO MUNI (II)



           (Artículo publicado en el Diario de Tenerife del 16 de febrero de 1901)

Habla ahora el señor Coello:

[ilegible en el ejemplar consultado]... a la zona Nordeste de la gran isla de Borneo, que nos pertenecía legítimamente. Las negociaciones diplomáticas, si puede llamarse así la torpe y descuidada defensa que entonces se hizo de nuestros derechos, se llevaron de una manera tan rápida y misteriosa, que no pudo enterarse de ellas el público, ni aún los que nos ocupamos preferentemente de esas cuestiones. Lo cierto es, señores, que perdimos esa parte importante de la gran isla de Borneo. Aquella zona de que se nos desposeyó, representaba una superficie de 50,000 kilómetros, es decir, más de la décima parte de nuestra España; y esa porción que pareció despreciable y que se abandonó con tal descuido, constituye hoy una región admirablemente situada y riquísima, a pesar de que hace todavía muy pocos años que lo explota una Compañía mercantil inglesa; los ingresos exceden ya a los gastos, y según noticias recientes se han descubierto allí yacimientos auríferos, lo cual aumentará considerablemente su importancia.

»De este fatal precedente se deduce la conveniencia, la necesidad, de que se estudien con gran cuidado todas estas cuestiones, por que lo que hoy despreciamos y abandonamos, puede ser mañana de la mayor utilidad, y nuestros hijos tendrán el derecho de censurar la incuria de los que consintieron que se mermase el territorio nacional. Por mi parte creo que muchas de estas pérdidas no habrían tenido lugar si los gobiernos y el país conocieran bien los territorios que España posee y los derechos que a ellos tiene »

Esa reflexión del Sr. Coello es racional y pertinente, aunque no siempre las pérdidas del territorio han dependido del desconocimiento de éste, ni de la incuria o indolencia de los gobiernos. Las ha causado más de una vez nuestra insuficiencia de medios de defensa. En el siglo XVIII los ingleses se apoderaron sin mucha dificultad de las Filipinas, de la Habana, y de media isla de Cuba, inclusas las Escuadras que allí teníamos, un material de guerra enorme y más de cien millones de duros en moneda acuñada. ¿Por qué? Porque no podíamos competir con ellos en elementos y medios ofensivos y defensivos. Esas posesiones nos fueron devueltas más tarde, a cambio de otras que les cedimos en América; pero allá se les quedaron nuestros navíos, pertrechos de guerra y sumas en metálico. Hasta nos tomaron y devolvieron la isla de Menorca en las Baleares.

Volvamos al discurso o conferencia del Sr. Coello, quien prosigue diciendo así:


«No vengo yo aquí a acusar a los gobiernos. Estos, tal cual están constituidos, no pueden hacer todo lo que debieran y quisieran; por otra parte, se hallan demasiado preocupados por lo que aquí se llama política, aunque no lo sea en realidad, y no ponen gran empeño, como fuera de desear en el estudio de…
...aunque afortunadamente las menos extensas; por que acaso se recuerden los esfuerzos que he hecho personalmente por salvar nuestro dominio en ellas.
 »Yo creo—y permitidme esta digresión —que la cuestión de las Carolinas fue más simpática a la generalidad de los españoles por el nombre que llevan esas islas, que por su importancia real y positiva. Si en vez de llamarse Carolinas se hubieran nombrado Bubayanes o Calamianas, no hubieran despertado igual interés...

»Por último, deseo la conservación de todas las posesiones que tenemos en las costas de África, y muy principalmente de las del golfo de Guinea, que hoy están gravemente amenazadas. Trátase de territorios que durante muchos años y casi constantemente hemos despreciado, siendo preciso que otros los codiciasen, para que, con intermitencias, nos merecieran alguna atención. Si con descuido y con despego hemos mirado la isla Fernando Poo, que al menos conocíamos de nombre, mayor ha sido la indiferencia respecto a los territorios inmediatos del Continente, cuya existencia se ignoraba hasta en las regiones oficiales, en ciertos periodos, y que superan muchísimo en extensión y en importancia a la citada isla.»

Volveremos a interrumpir un momento ese relato, para fijarnos bien en que ya desde el año 1888 habíamos perdido las Carolinas orientales, islas que después hemos enajenado completamente. Es verdad que aquellas, y algunas otras colonias lejanas, nos eran gravosas, por que causaban más gastos que ingresos al Tesoro.
Bien está conservar tales colonias  a las naciones pujantes y ricas, aunque durante mucho tiempo ningún provecho les reporten; pero a las naciones pobres contribuyen a arruinar los gastos hechos sin remuneración. La esperanza de lucrarse algún día la nación con tales colonias, se iba ya perdiendo entre nosotros; y por otra parte, la emigración siempre creciente de nuestras clases pobres, no podían ser dirigidas allí por varias razones, sobre todo la gran distancia de la metrópoli. Sin embargo, un gobierno ilustrado y solícito acaso hubiera podido convertir las Carolinas y Palaos en unas colonias florecientes y útiles a la patria, sin grandes dispendios, aunque corriendo siempre el peligro de perderlas al menor rompimiento con cualquiera de las grandes potencias marítimas.

Ese es un peligro constante que en rigor no está en nuestra mano remediar ni hacerlo en poco tiempo desaparecer. No se improvisa una marina como la de Inglaterra en unos cuantos años, ni acaso siglos. Es preciso ir paulatinamente creándola, como hizo la misma nación citada, y han hecho también otras, que hoy pueden tener y sostener sus colonias.


(Continuará)

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