martes, 25 de noviembre de 2014

LA CUESTIÓN DEL RIO MUNI (V)



                    (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 25 de febrero de 1901)
                              Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

 En 1839 obtuvieron los franceses facultad de un Jefe  reyezuelo indígena para establecerse en la orilla izquierda del Gabón, y en 1842 compraron a otro, de la orilla derecha, el terreno necesario para construir una factoría fortificada.
»En Enero de 1846 se ratificó por el delegado español D. Adolfo Guillemar de Aragón, el acta de nacionalidad dada a la isla de Corisco y sus dependencias, incluyendo en ellas explícitamente los dos Elobey, y dando de todo conocimiento a las autoridades francesas que acababan de establecerse en el Gabón.

»En 1858, D. Carlos Chacón, gobernador general de Fernando Poo y sus dependencias, ratificó nuevamente la carta de nacionalidad, nombrando al rey indígena Munga, que gobernaba en Corisco, teniente gobernador de esta isla, de los dos Elobeys y de todas sus dependencias» ..



Triste es reconocer que casi tan solo en lo más ardiente de la zona tórrida tenemos—casi por milagro—esas posesiones, que nos han dejado los extranjeros. Casi todo lo demás de la costa africana, en las regiones templadas, no nos pertenece. Es verdad también que aun cuando nos perteneciera, casi ningún provecho sacaríamos de ello; tal es nuestro atraso en comercio, en marina mercante, y sobre todo, en saber o querer colonizar. No se coloniza bajo la dirección de gente poco más o menos ignorante, que solo por obtener pingües sueldos acepta tal cometido, y casi por ello solo se le confiere. Y si esta gente, como por desgracia casi siempre suele verse, solo se propone explotar o esquilmar el país, y lo que es consiguiente, tiranizar a los indígenas, ya puede conocerse lo que significa y lo que puede esperarse de semejante colonización.

Colonizador ha habido, y no de una nación sola, que se ha entretenido en pedir y obtener de los cabecillas indígenas actas de sumisión, tan efímeras como compradas a poca costa—ya hemos dicho que tales actas se hacen a porrillo y se deshacen lo mismo, —y después se presenta a su respectivo Gobierno dando cuenta de que le ha adjudicado centenares de leguas de tierra. Rara vez deja de obtener por ello una buena recompensa, si no marquesado, al menos Gran Cruz u otra cosa semejante.

Por lo demás, sabido es que no puede haber colonias, adelanto ni progreso en nación alguna donde la administración pública sea ante todo y sobre todo una especie de granjería, donde no se busca gente ilustrada y competente para desempeñarla, sino colocación para los parásitos de este o del otro color político.

Por ello también, hablando en tesis general, puede decirse que ninguna nación bárbara sabe ni puede colonizar, sino conquistar, si para esto último cuenta con fuerzas y gente suficiente. Eso se vio claramente en tiempo de las invasiones de los bárbaros del Norte, como se ha visto y verá en todos tiempos e invasiones análogas. Tales pueblos ni civilizan ni edifican, sino destruyen; al menos, destruyen mucho más que crean.

Si al vecino imperio de Marruecos —pongo por ejemplo—diera hoy por ensanchar su territorio, ya sabemos la clase de colonización que haría; y no es Marruecos el estado o nación que menos está persuadida da que tal es la misión providencial de su  raza; al menos los moros de antaño conquistaron la península Ibérica, Pero hoy esa nación tiene que empezar por conquistarse a si misma, es decir, por civilizarse antes que meterse en tales aventuras; mal puede gobernar la casa ajena quien tiene la suya propia como la de tócame Roque.

«El tratado—que alegaban los franceses—referente a la isleta de Elobey grande, apareció con mayor formalidad que otros, y firmado en Abril de 1855, en la factoría del Gabón ante el Comandante del puesto, aunque en vista de lo ocurrido con los demás, puede dudarse también de su fecha; pero el otorgante que se suponía Jefe indígena no lo era, y aún el reconocido como tal declaró en las informaciones que era dependiente de Coriseo y de España. Dicho individuo, que sólo había recibido terrenos para vivir en Elobey del Jefe verdadero, no había tenido dificultad en aceptar regalos, ni en firmar contratos—con algunas botellas de aguardiente o ron firman estos indígenas cuantos se quieran —y menos la tuvo para llamarse rey y aceptar un sueldo anual de los franceses.

«En el Elobey chico hay tres factorías alemanas y dos inglesas... Esas cinco factorías o establecimientos mercantiles cuentan ya hasta treinta sucursales en lo interior de la cuenca del Muni, y existen además otras siete factorías secundarias en las costas al Norte del cabo San Juan. Las de Elobey pagan al Gobierno español 5.000 pesetas al año cada una, prueba de la prosperidad de su tráfico, y nueva prueba también de que allí se reconoce nuestra soberanía. Los objetos principales de cambio que allí llevan los extranjeros son telas de algodón, aguardientes, azúcar, armas, loza y cristal; todos ellos los producimos nosotros, y es bien singular que no tratemos de llevarlos allí, trayendo en cambio los artículos indispensables para nuestra industria, que compramos a los extranjeros pagándolos con enormes recargos.
 «Lo que falta es que nuestros navieros y comerciantes abandonen su apatía que todo no ha de hacerlo el Gobierno. Ciertamente que sostener nosotros esas posesiones — pagando sueldos crecidos y costeando allí una perenne estación naval, —para que solamente las exploten los extraños, es una cosa absurda y ruinosa.
 «Vergüenza debiera darnos que los indígenas se nieguen allí a aprender nuestro idioma, por que dicen y con razón que no pueden utilizarlo para su tráfico, y que prefieren hablar inglés, que les es más útil.»

Aparte de que tal vez el Sr. Coello trate, en medio de esas atinadísimas reflexiones, de exculpar un tanto al Gobierno, que es sabido recarga sobradamente los impuestos sobre navegación y comercio, dificultando así las transacciones; aparte de eso—repetimos— o podemos menos de señalar otro mal muy inveterado entre nosotros, y es que para muchos individuos existe el hábito constante de engañar o mitificar; es ya antiguo aquello de mentir y engañar a todo el mundo como a negros de Angola. Comerciantes o traficantes ha habido, y no han sido muy pocos, que al África han llevado constantemente artículos falsificados o adulterados, lo peor que tienen y más averiado, para cambiárselo a los negros. En su concepto esos son bonitos negocios y grandes golpes de astucia; pero el resultado ha sido que han perdido allí el crédito, y lo que es peor, se lo han hecho perder a los de su nación. Tal suele ser el provecho que muchos sacan de ser tan listos.

Pero vamos a concluir ya este largo trabajo, con dos palabras en el próximo y último articulo. Advertiremos aquí, sin embargo, que las ciento y tantas leguas de costa que ya hemos dicho anteriormente que poseía España en el continente africano, en aquellos parajes, multiplicadas por otras ciento desde el mar hacia el interior, hacen más de diez mil leguas cuadradas, cuya mayor parte hemos perdido sucesivamente en poco más de un siglo.

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