miércoles, 22 de octubre de 2014

ANTIGÜEDADES CANARIAS. CONQUISTADORES Y CONQUISTADOS (III)


(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 27 de abril de 1899)
                               Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC



(Continuación)



Suspendamos por ahora la interminable serie de citas de documentos públicos de los indígenas; ya hemos indicado que es tarea pesada aunque no del todo inútil para probar cuanto figuraron éstos en la sociedad canaria después de la conquista; y debemos advertir que poco menos que de canarios aparecen en aquel tiempo documentos de naturales o sea  indígenas de las otras islas.  Séanos permitido hacer en este sitio otra advertencia. Al hablar en otro artículo de la sucesión de Guillen Castellano, omitimos decir que su hijo Alonso casó sucesivamente con dos canarias llamadas Isabel de Herrera e Inés Beltrán, viuda ésta del canario Rodrigo Hernández, hijo legítimo del famoso conquistador Rodrigo el cojo, pariente cercano del ex-rey de Gáldar  D. Fernando Guanarteme. 

El P. Espinosa dice (página 57) que los canarios Guanarteme, Mayor, Ervas, Maninidra, Castellano y otros pasaron a la conquista de Tenerife. (1) Este Gonzalo Méndez Castellano, canario que cita Espinosa, no sabemos quién fuese pero se nos figura que ahí faltó una coma, y que debiera haberse escrito así: «Gonzalo Méndez, Castellano» en cuyo caso este último debió ser el famoso intérprete Guillén de dicho apellido.

Otra observación: El P. Sosa en su conocido e impreso trabajo histórico (página 43) dice que Hernán Peraza  señor de estas islas, las traspasó como dote a su hija Dª  Inés cuando esta contrajo matrimonio con Diego García de Herrera. De consiguiente esa fecha pudiera bien haber pasado Herrera a las Canarias, en vida su citado suegro, como lo cree Viera y Clavijo. Esto no obsta para que Herrera pasara a las islas con facultad y en representación de su suegro, aun sin mediar la circunstancia de poseerlas junto con su esposa, en virtud de la citada dotación que les había sido hecha.
En la página 49 repite Sosa lo de la dote; y aunque después cita el año 1450 como fecha de la fundación del Convento de Fuerteventura, es verosímil que esa fecha sea la de su erección como tal convento, ya terminada su fábrica, que pudo haber comenzado antes, y haber mucho antes llegado Herrera a dicha isla.

No estará acaso de más anotar aquí que también el P. Sosa (página 56) llama magado al arma usual de los canarios; esa y otras muchísimas voces eran comunes en nuestras islas, e indican la comunidad de origen de sus antiguos habitantes. Cualesquiera que fuesen las gentes que en diversos y antiguos tiempos llegaran a ellas y poblaran en las mismas, parece indudable que una raza africana dominaba en todo o casi todo el archipiélago.  

Aprovecho también esta especie de paréntesis para añadir que según la obra de Castillo (página 182), pasaban de quinientos los indígenas o naturales de las islas que trajo el general Lugo a la conquista de Tenerife, como auxiliares de los españoles. Poco antes dice que el Guanarteme procuró a Lugo alianza con el mencey o rey de Anaga  (páginas 172,73 y 79) y que dicho Guanarteme traía a la conquista setenta personas de su propia familia. 

Y no cerraré estas intercaladas advertencias sin decir que el presente artículo  ya estaría terminado, si varios y apreciables amigos no me hubieran instado para que le continuase, aun a riesgo de parecer largo y difuso a muchos de los lectores. Si así fuere,  me cabe la disculpa referida, y espero que aquellos amigos compartan conmigo la responsabilidad de alargar este trabajo más de lo que tenía pensado.

Cuando tuvo lugar la conquista de Tenerife, ya en las islas más orientales del grupo, casi ninguna distinción había entre indígenas y europeos, a causa de sus repetidos enlaces o constante fusión; y en la Gran Canaria comenzaba a suceder lo mismo. De ahí la completa incertidumbre sobre el origen de una multitud de familias isleñas o establecídas aquí desde lo antiguo; de ahí el pasar por oriundas de Europa muchas que no lo fueron, o por lo menos, que eran indígenas por casi todas líneas. Sin embargo, la mayor parte de dichas familias, no sólo puede decirse que eran verdadera fusión de los unos y los otros, sino también que tanto tienen de unos como de otros. En la Gomera casi toda la población ha sido guanche o indígena, y a la inversa en el Hierro.

Juan Berriel, el famoso conquistador de a caballo que perdió un ojo en la Cuesta de Santa Cruz—en cierta refriega nocturna con los guanches,—se asegura que era del número de esa gente de que hablamos, resultado de la fusión de franceses—que fueron los primeros conquistadores aquí,—españoles y guanches de las islas orientales. Su hermana María Berriel estaba casada con otro conquistador de Tenerife, llamado Juan Delgado Chemida, que testó en la Laguna—Alonso Gutiérrez (1522, folio 636)—de éste se sabe era hijo legítimo de Luis Sánchez y de Catalina Chemida, y que fue padre de Ana Sánchez esposa de Juan Negrín, el tercer rey de Armas aquí, más comúnmente  llamado Juan de Armas. 

Debe tenerse también en cuenta que en los documentos de aquella época no siempre se hacía indicación de la  naturaleza o procedencia de las personas;  con frecuencia se omitía eso, y solamente se consignaba la vecindad, de lo que resulta ignorarse la procedencia de infinitas personas.  Esto hace recordar una observación de nuestro historiador Viera, que puede verse en el prólogo del tomo  3º  de sus Noticias; allí dice que los indígenas de Canaria gustaban ser tenidos por verdaderos españoles.

Diego de Samartín, otro conquistador, contrajo su primer matrimonio con Catalina García, hija legítima del noble canario Pedro de Ervas, viudo de la cual repitió enlace con Águeda de Cabrera, que parece fue hija de Gonzalo  Jaraquemada (2) y de María Cabrera.

Estas observaciones que ahora hacemos, pueden considerarse como una ampliación del trabajo inserto en el número 3 687 de este mismo Diario —10 de Marzo último— A la vez advertiremos que el canario Alonso Hernández, vecino de Telde, que allí se menciona como marido de Isabel de Aday, parece ser el mismo de ese nombre y apellido o patronímico, que pasó a la conquista de Palma y Tenerife, y tuvo aquí una multitud de datas o asignaciones de terreno, etc.; y que por una involuntaria  distracción omitimos decir allí que de la citada doña Isabel fue también hermana de Luis de Aday, que casó asimismo en Telde con Catalina Hernández, hermana según parece del ante dicho Alonso.

Serían interminables las observaciones análogas que pueden hacerse;  por otra parte el presente trabajo se va haciendo tal vez demasiado largo. Tenemos la seguridad de que para muchos lectores estos estudios son insignificantes, mientras que para otros no carecen de interés.  No tengo yo tampoco gran interés en este asunto; tan sólo he creído que las precedentes noticias, no debieran quedar enteramente sepultadas en el olvido, cualquiera que sea el valor que se las diere, o el que verdaderamente tengan.
Bajo dos puntos de vista puede considerarse aquel interés relativo, que éstos estudios indudablemente ofrecen; es el uno la avaloración del estado intelectual de los indígenas, y la clasificación de éstos en el orden o concepto étnico y en el ontológico; el otro punto de vista ya queda suficientemente explicado al principio del artículo que aquí suspendemos, y también lo dejamos manifestado en otros trabajos anteriores.  Respecto al primero, no podemos menos de notar la distinción de razas o de castas que los mismos insulares hacían entre sí. Particularmente en Gran Canaria se observaba eso, y en realidad, la población de estas islas antes de su conquista por los españoles, bien pudiera haber sido el resultado de una fusión análoga a la efectuada después.

La gente plebeya o pechera entre los indígenas (3) quedó en igual condición después de la conquista hecha aquí por España; pastores y labradores eran, y lo mismo quedaron; si no se les repartió en propiedad terreno alguno, tampoco ellos le tenían de antemano, según puede verse en nuestros historiadores. Lo mismo pasaba o sucedía generalmente en la antigüedad y en todas o casi todas las naciones; puede consultarse a Tácito y también a Julio Cesar respecto a los germanos o  alemanos y a los galos, según puede consultarse a otros autores respecto a otros varios pueblos
Pero a todo guanche o natural de éstas islas que era reconocido como hidalgo, o que poseía algún señorío antes de la conquista, se le repartieron tierras y aun aguas, según es notorio; siendo de advertir que tampoco los hidalgos poseían las tierras ni las aguas en propiedad, antes de la conquista, según afirman nuestros autores, y así o los jefes o soberanos tenían el derecho de repartir el uso o disfrute de ambas cosas entre sus súbditos. Lo mismo se consigna también en la Historia, con respecto a diferentes otros países.

(Continuará)


R.  GARCÍA-RAMOS


(1) En la edición que de aquel autor se hizo en esta Capital, año 1848, se deslizaron algunas erratas, que he corregido en el ejemplar que poseo, tomándome hace ya años el largo y molesto trabajo de confrontarle, palabra por palabra, con otro ejemplar todo él escrito por Juan de la Peña. En dicha página se dice Pedro de Cruas, en vez de Eruas (Ervas) que dice el manuscrito, al cual adicionó Espinosa o Núñez de la Peña con la siguiente nota que corresponde a la página 63: «La ropa del general Lugo era colorada, y así los guanches le acosaban;  mas Pedro Mayor, canario le dio una suya azul y se puso del revés la del general, y escapó aunque con trabajo».

También he tenido ocasión de rectificar otra errata importante, de las muchas que ofrece la edición que se hizo aquí de la obra de Abreu Galindo; en la página 157, línea 13 se dice hijo en lugar de nieto y más abajo en la misma página se anticiparon cuatro líneas en las palabras murió el marqués etc., y más abajo aún se dice casó en vez de casó en segundas.  En la página 112 cita Abreu a un canario llamado Ben Taor o Tahor, voz igual a Taor o Taoro en Tenerife.

 (2) Ese largo apellido lo solían reducir diciendo y escribiendo unas veces Jara, y otras Quemada, como puede verse en el testamento de la citada doña Águeda en 1514 ante Sebastián Ruiz en la Orotava. 

(3) En la isla de Canaria se designaba a los plebeyos con una voz que en castellano significa Trasquilado, y en efecto se asegura que llevaban cortado a cercén el cabello.


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