miércoles, 15 de octubre de 2014

 UN RECUERDO DE POMPEYA

               (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 9 de diciembre de 1898)
                         Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Entre los innumerables manuscritos descubiertos en aquella ciudad, hay uno cuya traducción es debida a una ilustrada dama española. Es un corto diálogo, que al parecer formaba parte de un trabajo mayor, y que me figuro pasado en una de las hermosas noches italianas, no lejos del Vesuvio, ese mismo monte que después e contemplar con embelezo y con envidia a Pompeya durante varios siglos, se precipitó sobre ella, loco de amor como dice Petrarca, y acabó por devorarla.  Es un diálogo que  resuena corno una nota un tanto melancólica,  y hace recordar el grito poético de Jorge Gordon  -lord Byron- al pasar frente al famoso istmo de la Grecia: Un saludo a Corintio. ¡Cuantas ideas despierta esa sola exclamación, aun sin leer las sentidas páginas del renombrado poeta inglés! Byron no se expresaba todavía correctamente en idioma griego, acaso tampoco le era familiar el latín; por eso brota de sus labios la palabra italiana, por que ante las ruinas de Corintio enmudecía su propio y hermoso idioma.

 He aquí el Diálogo a que me refiero, reproducido en toda su sencillez y tal y como le tengo a la vista.
                                                  
                                                     “Claudio-Licinia”
 
«LICINIA— ¿No ves, Claudio, cual la Luna se solaza en esas alturas, que envuelve con su pálido cuerpo? ¿No ves cual ama y acaricia a la ruda Tierra, y a sus hijos tan rudos como ella? Es como una virgen que se complace en abrumar con sus puras caricias a su amante, indigno de ella, y que se retira avergonzada cuando la luz del día ofende su pudor. ¡Cuantos y cuantos siglos llevan ya en sus amores inmortales que el hombre les contemple, o que ellos solos se contemplen en regiones en donde el hombre no ha penetrado.
«CLAUDIO—Diana es el símbolo de la pureza, como Venus lo es del amor impuro. Por eso las Propétides negaban la divinidad a Venus, y como dice Ovidio, esta diosa las convirtió en piedras, después de obligarlas a prostituirse inspirándolas unas pasiones y deseos exagerados. Pero yo creo que Ovidio, al reproducir esa fábula, no se hizo solidario de su veracidad, y aun cuando se hiciera, no es el libertino Ovidio quien preste autoridad a una fábula griega. En la isla de Chipre—la antigua Cypris, —no fueron solas las Propétides las imprudentes jóvenes que cediendo al general impulso, acabaran en el lodo una existencia comenzada entre rosas. Los que acusan de imprudencia y perversidad a nuestras ciudades de Bayas y Poestum, no saben u olvidan lo que fueron Pafos y Amatonta.
« LICINIAAl menos en esas ciudades italianas que has nombrado, se nace y se muere entre rosas; todavía sería mejor morir en esta soledad, que la Luna y el silencio de la noche santifican.
«CLAUDIO—Morir Licinia mejor sería vivir eternamente, como las invisibles Dríades que vagan por estos sitios. Invoquemos a Diana para que nos conceda la inmortalidad; sabes que las súplicas, según dice Homero, son unas vírgenes cojas, que marchan lentamente pero llegan.
« LICINIA—Para convertirnos en Driades habríamos de morir; además, sabes; que la inmortalidad habría de ser inseparable de la juventud, para que no nos sucediera lo que a Aurora con su amante Titón. Esto todo me hace recordar que los poetas han procedido muy mal con su manía de personificar las cosas; así llegará un tiempo en que los poetas y aún nosotros todos pasaremos por idolatras insensatos, a los ojos del vulgo,  y aun a los de todo el mundo.
 «CLAUDIO—Por eso dice Séneca que los poetas alimentan los humanos errores con sus fábulas, y pregunta si no es dar pábulo a los vicios, el atribuirles también a los Dioses, como lo hacen casi todos aquellos. Ese ha sido el medio de paliar y disculpar sus propias faltas, medio a la verdad indigno e infame.
« LICINIA— ¿Donde has leído esto? conozco algunas obras de Séneca, y no he visto ese pasaje de aquel filósofo, que no por ello deja de ser también poeta.
«CLAUDIO—En su Discurso dirigido a Paulino, sobre la brevedad de la vida, donde demuestra que esta parece breve a todos los que difieren los goces para otro día, o sea para más adelante. Pues bien, no opino yo de esa manera, ni he diferido jamás en gozar, siempre que ningún obstáculo insuperable se ha interpuesto. Hoy mismo moriría sin desconsuelo, sobre todo, si muriéramos juntos ambos y fuéramos como las Dríades, o como los Dioses, que no tienen cuerpo material ni se separan unos de otros»

                                                                                       R. GARCÍA-RAMOS.

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