(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 17 de enero de 1899)
Al bajar del tren,
en el parador de Tarbes, de retorno a la Península en 1868, la primera noticia que llegó a
mis oídos fue la de la revolution a Espagne; así llamaban los
franceses al movimiento de Septiembre.
Aún no se había dado la batalla de Alcolea, y sin embargo, en Francia creían
que toda la Península
estaba en combustión, y fueron tales y tantos consejos que me dieron, que al
cabo suspendí mi viaje allí, lo cual por lo demás poco me importaba, en razón a
que yo viajaba únicamente por placer, como se dice vulgarmente, a pesar
de que maldito placer ocasionan algunos viajes.
Tarbes me pareció o
es realmente una cuidad bellísima lo mismo que los campos que la rodean. Si no
me hubiera detenido en ella, acaso hubiera pasado por allí sin notarlo, lo cual me hizo
reflexionar que el viajero que pasa de largo por algunos países, no sabe lo que
estos valen, si no le llega por otro
conducto la noticia.
Una vez fijada en aquella cuidad o
villa mi residencia accidental, pronto entré en relaciones con personas de la
misma, y por cierto me hizo reír bastante la sospecha que de mí, lo mismo que
de algunos otros españoles, que por allí
pasaban, se formaba entre los tarbenses. Los unos nos tenían por emigrados
carlistas, y los otros por republicanos, o liberales; no me costó poco trabajo
convencerles de que yo no viajaba por motivos políticos, y el caso era que
realmente había en Tarbes, como en la próxima ciudad de Pau diversos
compatriotas que por causas políticas residían en Francia. A los pocos días se
nos notificó por la policía que se nos prohibía la entrada en España, mientras
no se restableciera el orden y la legalidad en dicha nación. Esto acabó de decidirme a esperar en Tarbes
el desenlace de aquellos sucesos, y no tuve motivo de arrepentirme, por que
nunca he visto u oído discusiones más animadas, y aun diría profundas, sobre el
estado social y político de la
Europa.
Las veladas de
Tarbes han quedado impresas en mi memoria; había entre los contertulios hombres
de diversas opiniones cada uno de los cuales
emitía sus ideas, no sólo con mesura y exquisita urbanidad, sino con un
conocimiento bastante profundo -al menos tal me parecía- de los intereses de
Francia y algunas otras naciones.
Era aquella la
época en que el emperador Napoleón III usaba y abusaba de su poderío para
influir, no solamente en los destinos de su nación, sino en los de varias
otras. Como su tío Napoleón I, y como Luís XIV de Francia, podía decir que él
solo mandaba en su casa, y a veces también en la ajena.
Napoleón III |
Napoleón I |
Luis XIV de Francia |
Había en la
antedicha tertulia de Tarbes varios republicanos que difícilmente perdonaban a
Luis Bonaparte— así le llamaban—su golpe de estado, o golpe de muerte a la
república francesa, si bien reconocían que el mismo Luís había elevado tanto el
poder de su nación y el influjo de la misma en la política europea, que en
realidad era entonces Francia casi arbitra de Europa. La Inglaterra , la poderosa
Albión, estaba unida estrechamente con Francia, cual nunca lo había estado, y
la misma augusta soberana de aquella nación, había pasado a esta última a pagar
en persona al sobrino de Napoleón I como en desagravio del destierro de este en
Santa Elena.
Pero había en la tertulia un señor de elevada alcurnia, a
la par que de trato corriente y jovial, que les decía a esos republicanos
admiradores de Luís Bonaparte, y aun más claramente a los bonapartistas o
napoleonistas convencidos, que procuraran no alucinarse con los Bonapartes, por
que tarde o temprano habían estos de andar a palos con Europa –así lo decían- por un quítame allá esas pajas, o más bien,
por querer tomar la paja y el
grano ajeno. Y lo peor del caso es -proseguía diciendo- que pagaremos nosotros
todos los vidrios rotos, y acabará esto con otra bonapartada, o sea, con
traer los ejércitos extranjeros al corazón de la Francia , y sitiar a Paris,
como en 1814 y 1815.
Se ve, que aquel buen señor hablaba entonces
como un profeta; muchos franceses se han jactado, después de la guerra franco
prusiana o franco alemana, de haberla visto venir de lejos; pero muy pocos preveían realmente que
fuera tan desastrosa para su propia nación. Entre tanto, casi todos se las prometían
felices con su Emperador y con el Imperio; a pesar de que Luis
Napoleón no contaba cual contó su tío, con la adhesión de casi toda Alemania,
sobre lodo después del matrimonio de aquel o sea el verdadero Napoleón, con la
archiduquesa María Luisa.
Las circunstancias, en esa parte, eran
muy distintas entre tío y sobrino. El primero tuvo la habilidad de conciliarse
casi toda Alemania y que hiciera casi toda la Confederación
germánica causa común con él; explotó
mañosamente el antiguo disgusto de la
Europa central contra el imperio Austríaco, que la
tiranizaba, y aun contra Prusia, que no la defendía, viendo en Napoleón y en la Francia un excelente
aliado; supo éste unir a sus banderas, además de la Alemania descontenta la Polonia descontenta
también, la Holanda ,
la Bélgica , la Italia , hasta de España
sacó treinta y tantos mil hombres —al mando del marqués de la Romana —-para secundar sus
planes; Napoleón I hizo o formó una verdadera coalición contra, Austria, primero, a la que abrumó en Wagram,
y después sucesivamente contra Prusia y contra Rusia, a las que derrotó en
Jena, en Friedland, en la
Moscowa.
Napoleón III no
formó coalición alguna con los alemanes, y cuando estos la formaron contra él,
resultó vencido, como su tío cuando Prusia, Austria y sucesivamente otras
naciones se fueron separando de su alianza, a consecuencia de su fracaso en la
famosa campaña de Rusia, y sobre todo al convencerse de que el ogro del
Norte era más manso o menos feroz que el del Mediodía. Mucho se temía en
Europa el inmenso poder del Zar de todas las Rusias; pero cuando la Europa coaligada le venció
comenzó a temer más al otro coloso.
Esas y otras
reflexiones nos hacía el caballero antes citado, y para concluir dijo, en
resumen, que después de todo ni él ni otros muchos podían sufrir soberanos parvenus,
siendo en su concepto preferible la república a semejante sistema
humillante de imperio.
Los palacios de las
Tullerías, Versalles, Fontainebleau, etc., parece que lloran la falta de sus
legítimos dueños —prosiguió diciendo —y se ven como profanados. Dicen algunos
que al menos bajo esta monarquía hay más libertad que bajo la antigua; pero yo
sostengo que dentro de poco Luis Bonaparte será tan déspota como su tío, que lo
fue más que Luis XIV... y Robespierre
todavía más que ambos por que bajo cualquiera forma gubernativa puede haber
tiranía, si el ejército y aun el pueblo se prestan a ello.
Esto recuerdo de
las palabras de aquel señor, que trascendía a legitimista desde lejos, y que lo
era en realidad, siendo su ideal el pacto o carta Constitucional ideada por
Luis XVIII, sistema que parecía mejor aún que el seguido en Inglaterra.
Yo solo he puesto o
añadido ahí de mi cosecha, lo referente al fracaso del último Emperador.
R. GARCÍA-RAMOS
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