jueves, 16 de octubre de 2014

LAS VELADAS DE TARBES


                    (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 17 de enero de 1899) 

Al bajar del tren, en el parador de Tarbes, de retorno a la Península en 1868, la primera noticia que llegó a mis oídos fue la de la revolution a Espagne; así llamaban los franceses al movimiento de Septiembre. Aún no se había dado la batalla de Alcolea, y sin embargo, en Francia creían que toda la Península estaba en combustión, y fueron tales y tantos consejos que me dieron, que al cabo suspendí mi viaje allí, lo cual por lo demás poco me importaba, en razón a que yo viajaba únicamente por placer, como se dice vulgarmente, a pesar de que maldito placer ocasionan algunos viajes.

 Tarbes me pareció o es realmente una cuidad bellísima lo mismo que los campos que la rodean. Si no me hubiera detenido en ella, acaso hubiera pasado  por allí sin notarlo, lo cual me hizo reflexionar que el viajero que pasa de largo por algunos países, no sabe lo que estos valen, si no le llega por otro conducto la noticia.


 Una vez fijada en aquella cuidad o villa mi residencia accidental, pronto entré en relaciones con personas de la misma, y por cierto me hizo reír bastante la sospecha que de mí, lo mismo que de algunos otros españoles,  que por allí pasaban, se formaba entre los tarbenses. Los unos nos tenían por emigrados carlistas, y los otros por republicanos, o liberales; no me costó poco trabajo convencerles de que yo no viajaba por motivos políticos, y el caso era que realmente había en Tarbes, como en la próxima ciudad de Pau diversos compatriotas que por causas políticas residían en Francia. A los pocos días se nos notificó por la policía que se nos prohibía la entrada en España, mientras no se restableciera el orden y la legalidad en dicha nación.  Esto acabó de decidirme a esperar en Tarbes el desenlace de aquellos sucesos, y no tuve motivo de arrepentirme, por que nunca he visto u oído discusiones más animadas, y aun diría profundas, sobre el estado social y político de la Europa.

Las veladas de Tarbes han quedado impresas en mi memoria; había entre los contertulios hombres de diversas opiniones cada uno de los cuales  emitía sus ideas, no sólo con mesura y exquisita urbanidad, sino con un conocimiento bastante profundo -al menos tal me parecía- de los intereses de Francia y algunas otras naciones.

 Era aquella la época en que el emperador Napoleón III usaba y abusaba de su poderío para influir, no solamente en los destinos de su nación, sino en los de varias otras. Como su tío Napoleón I, y como Luís XIV de Francia, podía decir que él solo mandaba en su casa, y a veces también en la ajena.


Napoleón III

Napoleón I
                                        
Luis XIV de Francia 

 Había en la antedicha tertulia de Tarbes varios republicanos que difícilmente perdonaban a Luis Bonaparte— así le llamaban—su golpe de estado, o golpe de muerte a la república francesa, si bien reconocían que el mismo Luís había elevado tanto el poder de su nación y el influjo de la misma en la política europea, que en realidad era entonces Francia casi arbitra de Europa. La Inglaterra, la poderosa Albión, estaba unida estrechamente con Francia, cual nunca lo había estado, y la misma augusta soberana de aquella nación, había pasado a esta última a pagar en persona al sobrino de Napoleón I como en desagravio del destierro de este en Santa Elena.

Pero había en la tertulia un señor de elevada alcurnia, a la par que de trato corriente y jovial, que les decía a esos republicanos admiradores de Luís Bonaparte, y aun más claramente a los bonapartistas o napoleonistas convencidos, que procuraran no alucinarse con los Bonapartes, por que tarde o temprano habían estos de andar a  palos con Europa –así lo decían- por un quítame allá esas pajas, o más bien, por querer tomar la paja y el grano ajeno. Y lo peor del caso es -proseguía diciendo- que pagaremos nosotros todos los vidrios rotos, y acabará esto con otra bonapartada, o sea, con traer los ejércitos extranjeros al corazón de la Francia, y sitiar a Paris, como en 1814 y 1815.

Se ve, que aquel buen señor hablaba entonces como un profeta; muchos franceses se han jactado, después de la guerra franco prusiana o franco alemana, de haberla visto venir de lejos;  pero muy pocos preveían realmente que fuera tan desastrosa para su propia nación. Entre tanto, casi todos se las prometían felices con su Emperador y  con el Imperio; a pesar de que Luis Napoleón no contaba cual contó su tío, con la adhesión de casi toda Alemania, sobre lodo después del matrimonio de aquel o sea el verdadero Napoleón, con la archiduquesa María Luisa.

Las circunstancias, en esa parte, eran muy distintas entre tío y sobrino. El primero tuvo la habilidad de conciliarse casi toda Alemania y que hiciera casi toda la Confederación germánica  causa común con él; explotó mañosamente el antiguo disgusto de la Europa central contra el imperio Austríaco, que la tiranizaba, y aun contra Prusia, que no la defendía, viendo en Napoleón y en la Francia un excelente aliado; supo éste unir a sus banderas, además de la Alemania descontenta la Polonia descontenta también, la Holanda, la Bélgica, la Italia, hasta de España sacó treinta y tantos mil hombres —al mando del marqués de la Romana—-para secundar sus planes; Napoleón I hizo o formó una verdadera coalición contra, Austria, primero, a la que abrumó en Wagram, y después sucesivamente contra Prusia y contra Rusia, a las que derrotó en Jena, en Friedland, en la Moscowa.

Napoleón III no formó coalición alguna con los alemanes, y cuando estos la formaron contra él, resultó vencido, como su tío cuando Prusia, Austria y sucesivamente otras naciones se fueron separando de su alianza, a consecuencia de su fracaso en la famosa campaña de Rusia, y sobre todo al convencerse de que el ogro del Norte era más manso o menos feroz que el del Mediodía. Mucho se temía en Europa el inmenso poder del Zar de todas las Rusias; pero cuando la Europa coaligada le venció comenzó a temer más al otro coloso.

 Esas y otras reflexiones nos hacía el caballero antes citado, y para concluir dijo, en resumen, que después de todo ni él ni otros muchos podían sufrir soberanos parvenus, siendo en su concepto preferible la república a semejante sistema humillante de imperio.

Los palacios de las Tullerías, Versalles, Fontainebleau, etc., parece que lloran la falta de sus legítimos dueños —prosiguió diciendo —y se ven como profanados. Dicen algunos que al menos bajo esta monarquía hay más libertad que bajo la antigua; pero yo sostengo que dentro de poco Luis Bonaparte será tan déspota como su tío, que lo fue más que  Luis XIV... y Robespierre todavía más que ambos por que bajo cualquiera forma gubernativa puede haber tiranía, si el ejército y aun el pueblo se prestan a ello.

Esto recuerdo de las palabras de aquel señor, que trascendía a legitimista desde lejos, y que lo era en realidad, siendo su ideal el pacto o carta Constitucional ideada por Luis XVIII, sistema que parecía mejor aún que el seguido en Inglaterra.

Yo solo he puesto o añadido ahí de mi cosecha, lo referente al fracaso del último Emperador.


                                                                                    R. GARCÍA-RAMOS       

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