miércoles, 1 de octubre de 2014

ESTUDIOS HISTÓRICOS.LOS ESLAVOS

                   (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 2 de junio de 1898)
                           Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Es cosa evidente que los países cercanos a los polos de la Tierra, lo mismo que los cercanos al ecuador, helados los unos y abrasados los otros, jamás han producido sino razas humanas imperfectas, degradadas o bárbaras; y esas razas naturalmente fueron sometidas y aun esclavizadas por las otras de los climas templados. Los mismos pueblos antiguos de la Europa central, llamados bárbaros por otros más adelantados en civilización, miraban con desdén y desprecio a los salvajes del Norte, y a su vez les esclavizaban. Sabido es también que los extremos suelen tocarse o guardar analogía recíproca. Los hombres más blancos y los más negros han sido análogos; y sin embargo, si vamos a mirar su origen descubrimos que unos y otros vienen de las razas más antiguas que ocupaban los países templados, y cuyo color era el que hasta hoy tienen los habitantes de los trópicos. La Tierra comenzó sin duda a ser poblada en las zonas templadas, y cuando la población fue creciendo, se extendió hacia norte y sur o mediodía, Pero llegó un tiempo en que ya el norte no podía alimentar su población, y entonces ésta refluyó sobre el mediodía, en oleadas que durante muchos siglos combatieron esta parte del globo. Llegará un día en que se repetirá lo mismo, si las naciones del mediodía no pudieren resistir las oleadas humanas del Septentrión.

Decíamos que los extremos se tocan, y en efecto ¿de donde procede la voz esclavo? Según parece y afirman muchos autores, viene de los eslavos o slawos, pueblos del Norte de Europa, cuyo atraso intelectual les convirtió en siervos de otros pueblos. No todos los eslavos eran más bárbaros que los otros pueblos del Norte, ni todos los esclavos eran eslavos; pero su nombre obtuvo el triste privilegio de ser preferido al de los sicambros, sármatas, escitas etc. para designar a la gente reducida por otra a servidumbre.

 No podemos menos de notar la rara unanimidad con que en todos o casi todos los idiomas europeos (y particularmente en castellano, francés, inglés, alemán e italiano) las palabras esclavitud y esclavo son iguales y  traen igual etimología. Diríase que todas las naciones quieren ocultar la esclavitud de sus mayores (cuando eran prisioneros de guerra) y atribuirla a un sólo pueblo, como si dijéramos esclavo por excelencia.
 Antiguamente, cualquier pueblo vencido era reducido a esclavitud, al menos, en aquella parte cogida como prisionera de guerra; pero en particular los pueblos bárbaros sufrían aquella suerte, y aún ellos mismos se vendían, cómo hasta hace poco hacían los negros. Es más, muchos pueblos de raza caucasiana, y cercanos al Cáucaso, vendían públicamente sus hijas hasta hace muy pocos años, y quizá todavía hoy, pues aun subsiste la venta de esclavos blancos y negros en varios países de Oriente.

En nuestros días se ha visto una especie de rehabilitación de los esclavos, y tener a mucha honra venir de ellos muchos pueblos de la Europa central. Han exhumado el antiguo dialecto slávico, y pretendido que es o fue el primero o principal idioma de Europa. Sin embargo y es dudosa esa pretendida supremacía lingüística, y a pesar de las pretensiones del panslavismo, ni el idioma ni el pueblo eslavo parecen haber sido más ni menos que uno de tantos pueblos y uno de tantos idiomas o dialectos bárbaros que ha ofrecido la Europa o por mejor decir el mundo entero. Han exhumado la pretendida etimología o significación de la voz slavo o slawo, que dicen es gloria (nada menos), y tanto ha agradado ese descubrimiento, que ya todos quieren ser eslavos (en ciertas partes de Europa), importándoles un ardite la esclavitud de sus antepasados, esclavitud que por lo demás y según dejamos indicado, no fue exclusivamente suya.

 Los eslavos dicen unos autores que fueron los mismos sármatas, y otros aseguran que no fueron sino parte de éstos; pero antes de proseguir hablando acerca de ellos, intercalaremos dos palabras sobre otra pretendida raza, la anglosajona, que tiene también sus prosélitos como la eslava.

 Los habitantes de las islas Británicas son menos anglosajones de raza (y los norteamericanos mucho menos) que los actuales pueblos del centro y noroeste de Europa. La primitiva población de las Británicas, que se fundió con los diversos pueblos que sucesivamente han invadido aquel país, y que puede ser considerada como el núcleo de su población, era una amalgama de britos o britanos, galos, pictos, caledonios y otras gentes, entre quienes la larga dominación romana dejó, como en tantos otros países, no poca sangre italiana. Después, cuando el imperio Romano sucumbió invadieron las Británicas innumerables hordas de daneses, y se apoderaron o enseñorearon de casi todo aquel país, mezclándose con sus anteriores habitantes. Vinieron después los sajonos, e hicieron lo mismo, y con ellos los anglos y otros pueblos o gentes. Más tarde los normandos de Francia acometieron a las Británicas, las invadieron y enseñorearon, y se mezclaron con el ya confuso conjunto de gente que las poblaba, siendo a su vez estos mismos normandos el resultado de la antigua fusión de gentes venidas del Norte, con otras que hallaron en Francia, ya venidas también del norte en tiempos anteriores, ya oriundas de este país o de otros del mediodía, en los cuales había asimismo mucha sangre italiana. Tal es la pretendida raza anglosajona, que seguramente no es ni tan angla ni tan sajona como la que puebla el reino propiamente dicho de Sajonia en la Alemania central, y otros países limítrofes. Por manera que mientras unos escritores se olvidan de que ahí es donde deben buscar la raza anglosajona más pura o menos alterada, otros y aun los mismos hacen a poco más o menos caso omiso de tal raza y no ven sino eslavos en Alemania. Tal vez la gloria que dicen ser la etimología de dicho nombre, les hace extender la gente que le lleva o llevaba en lo antiguo, no solamente por el Austria y la Hungría, sino por la mitad de Europa, que otros afirman fue patrimonio de los hunos o tártaros y escitas, más o menos bárbaros, y aún antropófagos. Quizá éstos consideraran como la mejor gloria (al menos, la más sustanciosa o provechosa) la de comerse unos a otros. La verdad es que Plinio y otros autores antiguos afirman que la antropofagia existía en Europa, entre los escitas y otras naciones.

 Los eslavos o sármatas parece fueron pueblos escitas, a pesar de cuanto se ha inventado para hallar en el Norte algo que se parezca a civilización en los tiempos proto-históricos. A los sármatas los hacen venir desde la India o Indostán, por cierta analogía entre su idioma y el sánscrito, y algunos escritores no se conforman con menos de traerles, (digámosle así, por los cabellos) de la China y el Japón. Otros están por Siam, o por el Mogol, y hasta los antiguos medos han dado paternidad a los eslavos, realizando una especie curiosa de pan-slavísnio; pero otros alemanes hay menos eslavistas, o menos visionarios, que declaran paladinamente no reconocer propiamente más pueblo de ese nombre que los esclavones, ni más servios que los de Servia, más panonios que los de Panonia, y así de otros muchos. Estos autores de que hablamos, han refutado la pretendida semejanza del lenguaje eslávico con el de la India, al que se parece como al de los negros del Congo y al de los habitantes de Spitzberg, y lo mismo sus mitologías. En esto de mitología han hecho de las suyas los panslavistas, y todo lo ven igual, por manera que se les ha zurrado de firme por los otros alemanes aludidos. Tal vez éstos estén en lo firme, y llamen las cosas por su verdadero nombre; claro está que el país que hasta nuestros días ha conservado el nombre de Esclavonia (o Slawonia) es el que con más razón puede reivindicar la tal gloria en lo que fuere, salvo que los servios protesten alegando su servidumbre o gloria como reconocida y comprobada nada menos que por los romanos, que en vez de esclavo decían servus (y así parece tradujeron la voz slaw). Cualquiera que sea la etimología o el verdadero sentido de dicha voz, hagamos para concluir una muy ligera reseña de la historia esclavónica.

 Algunos alemanes creen que Herodoto se ocupó poco o mucho de tal pueblo o rama sármata o escita; pero lo más seguro es que el primer autor que les menciona es o fue Jornandes. Como sucede con todas las demás innumerables hordas nómadas que pululaban y merodeaban en Europa, no se sabe de donde venían ni adonde iban. Bajo cualquier nombre que adoptaran, o que unos a otros se dieran, tales como cimbros, teutones, vándalos, suevos, hunos, godos etc., eran simplemente bárbaros del Norte o normandos (hombres del norte); y es curioso ver las pretensiones de alto o elevado origen que aquellos salvajes tenían. Quizá ellos no las tuvieran, sino sus descendientes, que procuran comulgar a los incautos con ruedas de molino. Sea de ello lo que fuere, es imposible historiar sus vidas y milagros, porque no tenían literatura, y en aquellos tiempos ningún pueblo culto se ocupaba de ellos, sino para desear que desaparecieran de sobre la faz de la Tierra. Sábese que todos esos pueblos hablaban (si hablar puede llamarse) unos dialectos o lenguajes tan bárbaros como ellos mismos, y que cada pueblo, tribu u horda cambiaba de nombre con frecuencia; por manera que bajo dos, tres o cuatro nombres suele hallarse señalada una misma horda, o linaje de gente, y viceversa, una misma palabra suele designar hordas diversas.

 Confusamente, pues, se sabe o parece saberse que los eslavos mezclados con los wendos empujaron a los godos y suevos hasta hacerles traspasar el Danubio, y unos y otros bajo el nombre de vándalos de apoderaron del país que hoy se llama la Bohemia, la Silesia, la Galasia o Galicia alemana, la Servia y la Moravia. Más tarde cambiaron de nombre, según unos autores, y según otros no cambiaron de nombre, sino simplemente fueron degollados en parte, y expulsados en otra parte, de esos países que ocupaban, y arrojados hacia la Rusia actual, convirtiéndose en rusos; sabido es que esas conversiones y otras análogas eran frecuentes en aquellos tiempos. Por aquello de la gloria etimológica, casi no hay pueblo del norte de Europa que no pretenda venir de los slavos, llevándoles como por los cabellos de acá para allá, bajo diversos nombres, y haciéndoles conquistar una multitud de países, cuya existencia acaso ignoraron siempre, los slavos. En fin, después de haberles paseado por casi toda Europa, como Napoleón, bajo nombres diversos (a la manera de los que viajan de incógnito), los autores panslavistas, convienen en que los que por milagro conservaron el nombre de slavos o esclavones, se volvieron a la Servia y a la Croacia, y se contentaron con guerrear con sus vecinos de Bosnia, Bulgaria (país de los bulgneros) y otros prójimos y parientes que por allí hallaron, y concluyendo pacíficamente su gloriosa carrera, bajo el nombre definitivo de esclavones, y bajo el látigo de los turcos y húngaros. Sin embargo, el Austria se enorgullece hoy por contar entre sus súbditos a ese pueblo histórico, cuyo nombre sirve de pabellón o bandera gloriosa a la muchedumbre innumerable que del mismo desciende feliz y satisfactoriamente.

Hay que hacer, sin embargo, la debida justicia a los hombres o pueblos del Norte. Cuando invadieron progresivamente los dos imperios llamados de Oriente y de Occidente, ya los habitantes de estos imperios eran poco menos bárbaros que sus invasores, y con menos disculpa, pues que tenían en sus antepasados un buen ejemplo de virtudes, valor y patriotismo. Hasta les faltaba la cultura o civilización que sus mayores habían tenido, como lo prueba entre otras cosas la gran decadencia de su literatura. Eran como los degradados vástagos de una familia ilustre, para quienes no hay ejemplo ni tradición que los aparte de la mala senda.

Los godos, francos, vándalos, dacios, panonios, tracios y muchos otros pueblos estaban casi tan adelantados en conocimientos (sobre todo militares) como aquellos degradados vástagos de los romanos antiguos y de los antiguos griegos. Así les vencieron sin gran dificultad y se apoderaron de su país; pues además de su relativa cultura, los antedichos pueblos, que casi igualaban bajo ese concepto a los romanos y griegos,  les ganaban o se les aventajaban mucho en fuerzas físicas, en vigor y robustez, por el estado de relajación de costumbres en que habían caído las naciones del mediodía de Europa y de Asia. Hasta las partes del África que habían poseído sucesivamente los fenicios, cartagineses y romanos, incluso el Egipto, estaban lejos de poder resistir el torrente de aquellos pueblos, que ya no tenían bastante razón para calificar de bárbaros. Habían aprendido con los mismos romanos y griegos la táctica militar, habían servido con éstos durante muchos años y en infinitas campañas, por manera que las fuerzas mismas de los imperios de Oriente y de Occidente se componían en gran parte de gente allegadiza, procedente de otros pueblos o naciones, y en particular de los que anteriormente hemos citado y que se distinguían como los mejores guerreros de aquella época.


                                                                                        R. GARCÍA-RAMOS.

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