sábado, 11 de octubre de 2014

 ANTIGÜEDADES GERMÁNICAS (I)

            (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 20 de septiembre de 1898)
                    Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

 Los pueblos llamados germanos -hombres de armas o de guerra- se llamaban también alemanes y francos, aludiendo ora a la variedad de su procedencia, ora a la libertad de que gozaban, respecto al imperio avasallador de los romanos, y quizá también respecto al de los soberanos más poderosos del norte de Europa.

 Eran en efecto una reunión de tribus o razas nómadas, sin historia y sin códigos, cuya procedencia era varia, y no menos diversos sus nombres o particulares denominaciones. Tácito y Cesar escriben que los germanos apenas se aplicaban a la agricultura, siendo los ganados su principal cuidado y su principal alimento; y como pastores que eran, no hacían  casas sino chozas. No poseían los terrenos en que vivían; pero sus jefes o magistrados señalaban cada año las tierras en que cada familia había de vivir,  y al año siguiente variaban esa distribución. Lo mismo sucedía entre los antiguos habitantes de nuestras islas Canarias, y en muchos otros países. También hallamos en Tácito la noticia de que cada príncipe o jefe alemán tenía un séquito de gente o especie de guardia de honor, que dicho autor llama comites o sea compañeros; siendo de advertir que más tarde, cuando aquellos pueblos se civilizaron, los comités se llamaron condes y obtuvieron grandes privilegios, si bien su número se redujo considerablemente.

No en balde se llamaban francos los hombres de algunas tribus germánicas; su libertad era casi absoluta, y cuando uno o varios de sus jefes proyectaban cualquier empresa belicosa, la proponían a los que le obedecían, y si estos no la aprobaban, desistían  los jefes de llevarla a cabo. El citado Cesar, que refiere esa circunstancia, añade que el modo de aprobar o desaprobar la proposición consistía en levantarse o permanecer sentado.

 Pero a la larga, en vista y contacto prolongado con las monarquías que les rodeaban, los germanos formaron también monarquías, máxime procediendo como una gran parte de ellos procedía, de los antiguos estados monárquicos del norte y nordeste de Europa. Dividieronse, pues, en varios pueblos o naciones, cada una con su soberano, y tomaron diferentes nombres, de los cuales los más conocidos son los francos y los borgoñones. Unos y otros invadieron las Galias enseñoreándose de  casi todo este país y arrojando del mismo a todos los que se resistían. Según parece, ya entonces otros varios pueblos del norte habían penetrado en las Galias, donde una parte de ellos se había quedado, y otra parte había pasado a Italia e Iberia.  De cualquier modo, es indudable que suevos, vándalos, godos etc. invadieron por aquellos tiempos estos países; y que los visigodos conservaron por largo tiempo la Galia narbonense, resistiendo valerosamente el empuje de francos y borgoñones.

Como estos pueblos carecían casi en absoluto de literatura, y por otra parte los pueblos del mediodía estaban en continuo batallar contra sus invasores, y de consiguiente poco se ocupaban de historia, y menos de hacerla de sus enemigos, resulta naturalmente que son pocas las noticias llegadas hasta nosotros acerca de aquellos sucesos, y las que han llegado son no poco confusas y contradictorias. Vamos a ocuparnos ahora solamente de los tres Pueblos o naciones germánicas que principalmente conquistaron y ocuparon las Galias, aun así nos concretaremos, a referir tan solo algunos sucesos notables y que no presenten gran duda o incertidumbre. Al hablar de los visigodos debemos hacer la salvedad de que no parece deban ser incluidos entre las naciones germánicas propiamente dichas, por mas que su origen y el de los germanos fuera uno mismo; todos eran normandos—hombres del norte —y todos ellos ofrecían bastante analogía en su idioma y costumbres; pero en la división establecida entre dichos pueblos, los germanos y los godos aparecen casi siempre como naciones distintas o como distintos grupos de bárbaros del Norte, según el calificativo adoptado por los pueblos llamados latinos  los cuales a su vez habían descendido hasta la barbarie y eran en realidad una confusa amalgama de gentes diversas. El nombre de pueblo latino se conservaba mas bien por su idioma y por la tradición oral y escrita, que por su sangre y linaje. Casi lo mismo puede decirse del pueblo griego, cuyo idioma y literatura sobrevivieron largo tiempo a su genuina nacionalidad.

Es curioso seguir paso a paso, digámosle así, la marcha progresiva de la citada invasión de las Galias; al principio los godos y los borgoñones se contentaban con ocupar cierta porción del país, y exigir una buena porción de trigo, vino etc., no solo de los habitantes del país invadido u ocupado por ellos, sino de los inmediatos, a los que amenazaban con igual invasión. Así lo dice el historiador Zosimo—libro V—hablando en particular de los trigos exigidos por el visigodo Alarico; y en la Crónica debida a Mario se lee que por los años 456 de nuestra Era, los senadores de la Galia se convinieron con los jefes de los borgoñones en compartir una porción del mismo país. Varios autores hablan de tratados de partición de tierras entre los invasores y los invadidos siendo de notar que más tarde, cuando aquellos tuvieron literatura y crónicas, consignaron en ellas los textos de algunos de dichos tratados. Montesquieu  en su Espíritu de las Leyes – libro 30- cita las crónicas y códigos de los visigodos, en las cuales se habla largamente del asunto; y también se refiere a los de Borgoña, siendo de notar la observación que hace de que hasta en los dichos tiempos del rey Luis el Debonnaire—años 829  de nuestra Era- subsistía aun la división de tierras entre los antiguos y los nuevos pobladores.
   Pero esa especie de unión o concordia entre los invasores y los invadidos, tenía sus alternativas. Por tiempos y en tales o cuales provincias aumentaba la concordia y se establecía una verdadera fusión; pero en otros tiempos o lugares aumentaba la discordia y los vencedores hacían sentirá los vencidos el peso de su dominación. Esto mismo ha sucedido generalmente en todas partes; los que se sublevan, si no triunfan aumentan el peso de sus cadenas, y de procedió que aumentara el número  de siervos en las Galias. Cada ciudad sublevada veía por lo regular más tarde convertidos en siervos a sus habitantes; y como los pueblos conquistadores eran rivales entre si, y se hacían la guerra cada poco, llegó pronto la Galla o Francia a convertirse en un país de siervos y señores, o lo que es lo mismo, de señores y vasallos.

 Al fallecimiento o la muerte de un monarca, sucedía frecuentemente la partición de sus dominios, y la guerra civil entre los herederos, guerra que producía la servidumbre de casi todos los vencidos; aun en vida del soberano de cualquier Estado, dentro del territorio franco, o borgoñón etc., había guerras civiles por aspiraciones que las promovían, guerras que solían ser más sangrientas e implacables  que las de unos estados contra otros.

Lo mismo que acabamos de decir sucedía por aquellos tiempos en la Germania o Alemania, propiamente dicha, en las islas Británicas, en Italia y en toda o casi toda Europa. Los pueblos mientras viven en estado de nómadas, mientras se alimentan de sus ganados y de la caza y pesca –en mares, lagos y ríos- mientras solo construyen chozas o cabañas, apenas conocen la servidumbre; pero desde que forman Estados y tienen ejércitos casi permanentes, empiezan a tiranizarse a establecer distinciones y a aumentar la servidumbre; es preciso que la civilización alcance un alto grado para que desaparezca esa que llamaremos semi barbarie. En cambio los pueblos nómadas y salvajes viven casi siempre en una hostilidad individual, o sea de hombre a hombre, de familia a familia y de tribu a tribu, rivalidad que al cabo es la peor de todas.



                                                                              Rosendo García-Ramos 

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