domingo, 12 de octubre de 2014

 ANTIGÜEDADES GERMÁNICAS (II)
(conclusión)

             (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 22 de septiembre de 1898)
Hemos visto como los germanos invadieron las Galias y en ellas se establecieron; pero sucedió una cosa rara e inusitada desde que tuvo lugar la decadencia de los romanos, y fue que acaso por primera vez aquel flujo tuvo reflujo; los germanos de las Galias, ya llamados francos o franceses, invadieron a su vez la Germania y se enseñorearon de toda o casi toda ella.

Es sabido que el famoso emperador de los franceses que es conocido en la historia bajo el nombre de Carlomagno, no solamente extendió sus conquistas por el país galo, llamado desde entonces franco o francés, sino que traspasando sus límites del norte y nordeste penetró en Alemania y se enseñoreó de toda o casi toda ella, fundando uno de los mayores Estados que ha tenido Europa, si bien de poca duración, porque a su muerte fue dividido entre sus hijos, uno de los cuales recibió el título de rey o emperador de la Germania.

Desde entonces puede decirse que ha comenzado el flujo y reflujo franco germánico; no solamente la Alsacia y la Lorena sino también otros Estados, han pasado alternativamente de la una a la otra nación o pueblo, cuyo origen pudiera decirse que fue absolutamente el mismo, si los germanos de Francia no se hubieran fundido con el pueblo galo y romano o latino que hallaron en este país. Los tres monarcas franceses Carlomagno, LuísXlV y Napoleón 1º, en  particular, invadieron repetidas veces Alemania y en ella dominaron extensos y diversos territorios.

 Preciso es, sin embargo, convenir en que las conquistas de los francos en Alemania no presentaban grandes dificultades. Los germanos o alemanes eran siempre los mismos, esto es, unos pueblos belicosos o valientes, pero sin formar un cuerpo de nación. Sus costumbres apenas habían variado, mientras que los francos formaban entonces una nación poderosa, y habían adquirido en las Galias una cultura igual a la de los galo romanos. Sobretodo, su armamento y táctica militar eran muy superiores a lo que bajo tal concepto podían entonces ofrecer los germanos propiamente dichos. Los francos entonces tenían literatura y códigos, aunque preferían la  lengua latina a la suya propia, lo mismo que ocurría en España, Portugal y otras naciones. Verdad es que sobre la Germania habían afluido nuevas hordas de gente del norte cuando Carlomagno la atacó, lo cual dificultó un tanto la conquista, siendo precisamente los sajones el pueblo que le resistió con más tenacidad y al cual le costó más trabajo sujetar.

 Bajo la dominación de Carlomagno se generalizó un feudalismo particular, que consistía en poseer rentas llamadas feudales, sin poseer ni haber poseído jamás los bienes ni personas sujetas o afectas al pago de dichas rentas. Estos feudos los concedían los monarcas a sus comités o condes y altos funcionarios, sobre el país que éstos gobernaban bajo el dominio de aquellos mismos soberanos. En un condado podía haber pues, otros señores feudales subalternos que sin embargo traían desde más atrás el fondo y por otra vía diversa -qué puede llamarse de fundo,- los cuales nada pagaban  a su respectivo conde, o le pagaban un ligero tributo, que solía ser un servicio extraordinario en tiempo de  guerra.
 Muchos condados fueron primitivamente amovibles; su respectivo ejercicio y jurisdicción solía durar  un año; otros eran vitalicios, y pocos hereditarios. Lo mismo a poco más o menos sucedía con los ducados -de duces, que -en latín significa jefes superiores y también conductores, según el verbo dúcere significa guiar o conducir- Estos comenzaron también amovibles y eran unos generales y jefes superiores, nombrados por los monarcas. Por supuesto que aparte de esa autoridad y jurisdicción propia,  como señores de estados, castillos o casas fuertes y aun villas y ciudades.


 Acerca de ese y otros particulares es curioso y útil consultar la citada obra de Mr. de Montesquieu, titulada El Espíritu de las Leyes; allí puede verse repetida varias veces la aserción de que los condes en los primeros tiempos de la monarquía francesa, eran enviados a sus respectivos distritos, solamente por el plazo de un año, y que una vez terminado ese tiempo de su ejercicio o magistratura, solían comprar al Soberano la prolongación de aquel plazo; en el capítulo 1.º del libro 31° de la mencionada obra se lee textualmente: «Un ejemplo de ello tenemos en el reinado de los nietos de Clóvis, según puede verse en Gregorio de Tours -libro 4 º, cap. 49- Un tal Peonio era conde en la ciudad de Auxerre, y envió a su hijo con una cantidad de dinero al rey Gontran, a fin de obtener la prolongación de su cargo; pero el hijo entregó el dinero y suplantó a su padre en el cargo, tal vez a causa de algún disgusto que pudiera tener el rey respecto  a aquel funcionario.» Resulta de ese y otros variados datos, que tanto los condados como otros variados cargos, o empleos, eran amovibles, siendo de notar que ya desde aquel tiempo  llamaba feudos a los tales cargos, y señores feudales a las personas que les desempeñaban. Más tarde se hicieron casi todos vitalicios, y por último hereditarios. Esto todo era según la ley de los francos, tal vez los galos, como los romanos sus anteriores conquistadores,  poseyeran o tuvieran otra clase de feudos.
 Esos nombres de Peonio o Pceonio y de Mummolo -así se llamaba el hijo- parecen galos o más bien latinos; verdad es que el pueblo galo se había latinizado o fundido con el romano, cuando los francos lo invadieron, lo mismo que había sucedido con el pueblo ibero al tiempo de la invasión de Iberia por los godos y otras gentes del norte. Y dicho sea de paso también, el origen de los galos acaso fuera el mismo de lo francos, esto es, germánico o del norte de Europa; así lo sientan varios autores, y lo indica el culto que los galos tributaban a Teut -o Teutates,- dios de los germanos o normandos y teutones; éstos últimos entran también en la denominación general de normandos -voz que significa gentes del norte,- como entra toda la turba de bárbaros que inundaron la Europa central y meridional, si bien se aplicó en particular ese nombre a los que invadieron aquella parte de las Galias llamada por esa razón Normandía. Sucede con los tales pueblos que bajo diversos nombres era conocida una misma clase de gente, y que ésta tomaba varias denominaciones o las cambiaba a su capricho.

Volviendo ahora a los francos, debemos advertir que el suplicio de la famosa reina Brunchaut—llamada también Brunequilda o Brune-Child—no reconoció más origen que la medida que ella y sus consejeros tomaron de revocar una multitud de feudos y cargos públicos que se habían convertido en hereditarios. Ese fue su verdadero o mayor crimen, porque ya los francos, medio identificados con los galo romanos, habían perdido su prístina franqueza o amor a la libertad y hasta cierto punto también  a la igualdad. En cuanto a fraternidad, nunca la tuvieron mayor que los demás germanos, galos y otros pueblos limítrofes.

 Montesquieu, acaso con alguna exageración, atribuye a los francos la institución del feudalismo; pero hay buenas razones para creer que todos los pueblos del norte y aun del mediodía de de Europa establecieron las leyes feudales. ¿Y qué otra cosa sino feudalismo se veía antigua y aun modernamente en Persia, Egipto, Asiría y otras naciones del viejo y hasta del nuevo Mundo? Los antiguos francos y en general los germanos, según dice Julio César en su obra sobre la guerra que él mismo les hizo, y según dice Tácito en su corto trabajo sobre las costumbres de aquellos pueblos, tenían gran amor a la libertad tal cual la entienden los árabes y beduinos. La tiranía entre éstos era y es casi individual y consiste en lo que se llama la ley del más fuerte; pero como les falta la fraternidad o unión indispensable para formar un Estado o cuerpo grande de nación, su tiranía no pasa de ser una cosa parecida a la que ejercen los irracionales entre sí, y lo mismo que la de éstos viene a ser en cierto modo su libertad.

 El feudalismo en Francia y en algunos otros países fue simplemente una consecuencia de aquel principio sea de aquel género de libertad. Cada señor feudal, ora lo fuese por derecho antiguo y, por decirlo así inmemorial, ora por derecho moderno, pretendía como un jefe de tribu no reconocer superior, y también hasta cierto punto asegurar su mando o autoridad en su familia y descendencia. Resultó de ello que en efecto la autoridad de los monarcas quedó reducida a poca cosa, de manera que cada cual de éstos lo era más de nombre que de hecho, siendo las más veces su única o principal misión la de mediador en sus, diferencias entre sus mismos súbditos.

 Con reyes o sin reyes, los germanos, francos, galos, bótanos y otros pueblos de Europa, antes de la invasión romana, tenían ya un feudalismo más o menos bárbaro, como todos o casi todos los pueblos de la Tierra en aquella y en otras épocas; también le tuvieron los italianos antiguos, y precisamente por ello no fue empresa muy larga para los latinos la de enseñorearse del resto de Italia, y después de ello, unidos ya los italianos, enseñorearse de casi toda Europa. Fue esa una invasión en sentido inverso a la de los bárbaros; también el mediodía ha tenido y tendrá sus épocas de desbordamiento sobre el norte; y es de notar que el desborde italiano no fue exclusivo hacia el septentrión, sino general sobre todo el resto del mundo entonces conocido.
 Pero mucho más atrevida que la invasión de los romanos en el norte de Europa, fue la efectuada en el mismo país por Napoleón I y sus gentes del mediodía, en razón a que ya entonces la del norte estaba civilizada. Los romanos combatieron allí contra bárbaros, sin ejércitos disciplinados y sin grandes recursos ni elementos de guerra, mientras que por el contrario, las gentes que mandaba Napoleón tuvieron que luchar contra sus iguales bajo todos o casi todos conceptos. Ya entonces habían pasado los tiempos en que la invasión del mediodía por el norte significaba el triunfo de la barbarie sobre la civilización, mientras que la del norte por el mediodía era ni más ni menos el triunfo de la civilización sobre la barbarie. No costó poco trabajo a los romanos hacer cesar en el norte los sacrificios humanos y otras mil practicas supersticiosas, crueles y absurdas, a poco más o menos como las que más tarde abolieron los españoles en el nuevo Mundo, los ingleses en la India, y en general las naciones europeas en Asia, África y Oceanía.

¿Cómo fue posible que los salvajes del Septentrión abrumaran al coloso Romano? Diferentes razones se han alegado para explicar tal anomalía, y entre ellas, la de que ya entonces aquel coloso estaba decrepito, dividido y en guerra civil casi permanente; ya aquel gran pueblo estaba degradado y era poco menos bárbaro que sus invasores; ya habían pasado los tiempos en que la muchedumbre innumerable de cimbros y teutones fue aniquilada en dos solas batallas, y en que viendo el procónsul Domicio el número excesivo de galos que había pasado el Ródano y los muchísimos que aún quedaban a la otra orilla, preguntó a su colega Fabio si no era ya tiempo de atacar, a lo cual éste le contestó: «Déjales pasar, que todos los que la tierra puede sostener, los podrá después cubrir»; y esta frase arrogante vino a ser realmente el presagio de la derrota de aquella enorme avalancha de pueblos confederados.


                                                                                            R. GARCÍA-RAMOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario