MEDITACIÓN (II)
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 19 de noviembre de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 19 de noviembre de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
Pero resultó de
esas reflexiones hechas durante el sueño, lo mismo que de las anteriores, esto
es, que abandoné por entonces aquella idea, contando realizarla más adelante,
después de visitar la Ciudad
Eterna. Se me tardaba entrar en ésta, donde
pensaba hallar la síntesis de todas las grandezas del Mundo, puesto que era la
de todas las de Italia. Todas las poesías de la Tierra y de sus diversos
pueblos debían hallarse en Roma, adonde todo había afluido, artes, ciencias,
riquezas, poderío e ilustración o civilización. ¿Qué más podía desear sino ver,
tocar de cerca todo eso? El tiempo se me había dilatado para pisar la vía Apia,
esa famosa artería de la Italia
antigua, que partiendo de Roma, sigue en línea casi siempre recta hasta el
puerto de Terracina, desde donde se interna hacia Teanum, sitio en que se cruza
con la vía Latina, casi a las puertas de Cápua hacia donde desde donde me dirigí al salir de Nápoles. De esta
última cuidad a la antigua capital de la Campania , es también corta la distancia, pero
llena de recuerdos. Cápua era, en efecto, la rival de Roma, en cultura, y muy superior a esta en la belleza y fertilidad de su territorio; así la eligió
Aníbal para capital interina de sus conquistas en aquella península, mientras no conseguía ganar a Roma. Después
de visitar a Cápua, y aun a Roma, yo quería entrar por la vía Valeriana para
ver a Tíbur y su famoso bosque sagrado. ¿Y cómo no pisar también la celebrada
vía Flaminia, la Emiliana ,
la Aureliana
y tantas otras?.
Pero el caso fue que aquí se revolvieron mis ideas de tal
manera, que no sabía a donde dirigir mis pasos. Por otra parte llamaba
sobremanera mi atención aquella sucesión no interrumpida de quintas o más bien
de palacios de recreo, rodeados de parques jardines o lagos artificiales, que
ocupaban casi todo el suelo de Italia. Por eso decían que Sicilia y Egipto eran sus graneros,
y en efecto, la reina del mundo, desdeñaba dedicar sus propios feraces
campos al cultivo de cereales.
No sé cómo fue que
estas consideraciones me distrajeron de mi viaje. Mi imaginación se abismó en
un mar de recuerdos, y no se si llegué a pisar los umbrales de la villa de Rómulo.
Cuando pensaba en ella, asaltaban mi mente otros muchos recuerdos, que a cada
paso despertaban los sitios que atravesaba. Me parecía que veía levantarse las sombras
de Aníbal, de Fabio Máximo, de Mario, de Syla y de tantos otros héroes, y
cruzar silenciosas por sobre aquellos mismos campos que tantas veces cruzaron
en medio del bullicio y fragor de las armas; y me preguntaba si era ilusión o
realidad lo que veía, si habían o no habían pasado aquellos tiempos y aquellos
hombres de proporciones gigantescas.
¿Qué queda de todo
ello? me preguntaba yo y sentía en el fondo de mi alma un leve rumor o eco que
me parecía quería decir: Nada.
Nada queda tampoco de otras grandezas
de la Tierra ,
que asimismo llenaron de asombro al mundo, y ocupan en la Historia grandes y
brillantes paginas. Pigmeos insolentes han substituido en muchas partes a los grandes patricios, que crearon la misma
celebridad con que aquellos sucesores degenerados se envanecen.
Aquél gran Imperio,
el mayor que se conocido en Europa y quizá en todo, no hubiera desaparecido
si no hubieran tenido lugar sus grandes
discordias intestinas; o lo que viene a ser lo mismo, si no se hubieran
envilecido y degenerado los descendientes de aquellos mismos hombres que en
otro tiempo elevaron su nombre a tan grande altura. No eran ya romanos, no
debieran llamarse así los sucesores indignos de aquel pueblo de héroes.
A la muerte de
cualquiera de sus Jefes o Emperadores, no era el sufragio nacional lo que
determinaba cual había de ser el sucesor, no era el poder o la fuerza del
sufragio sino el poder o la fuerza de las armas, lo que decidía esa cuestión.
Ya puede suponerse cuales serían las consecuencias de esto, y cuantos desastres había de ocasionar
semejante sistema, si así puede llamarse
tal atropello de la sana razón y del buen sentido, sobre todo considerando la
frecuencia con que se repetía ese modo de hacer un soberano. Apelabase al
inicuo medio de pagar a la tropa y en particular a los pretorianos, cuantiosas
sumas, con el objeto de ganarles, es
decir, que cada aspirante al imperio
ofrecía cierta cantidad de dinero a cada soldado y otras cantidades mayores a los centuriones y demás militares,
si le proclamaban emperador; luego entraba la puja entre los mismos aspirantes,
concluyendo por vencer el que más pagaba y ofrecía. Los pretorianos llegaron a
habituarse de tal modo a ese procedimiento que cuando veían que un emperador
duraba demasiado, o lo que es o mismo, permanecía durante algún tiempo en su
cargo, ellos mismos invitaban a otra persona para que le ocupara, por supuesto,
bajo la condición de la consabida paga. Hasta asesinaban al que ocupaba el
trono imperial, para de esa manera despachar más pronto. Así sucedió que hubo muchos emperadores que
tan sólo lo fueron durante algunos meses, y aun tan solamente algunos días.
¿Podía de ese modo subsistir un estado mucho
tiempo? Claro es que no, y qué cualquiera otra potencia que le atacara, habría
de concluir con él sin gran dificultad, por que ya el mismo se había por
decirlo así destruido a sí propio. No era preciso para ello la concurrencia de
varias naciones, fueran o no fueran bárbaras -al cabo no serían mucho más
bárbaras que el tal Imperio,- y para colmo de infortunio el decrepito coloso se dividió en dos, separándose el Oriente
del Occidente.
De todo ello ha resultado una grande enseñanza para las demás
naciones que después se han sucedido en la Tierra , enseñanza que no todas han aprovechado
por igual. Sin saber cómo, me acordé de nuestra España, coloso decrépito que
aspiramos a rejuvenecer, por que en la vida de las naciones suele haber esas
alternativas. El individuo envejece y
muere; pero la nación como la familia tiene periodos de engrandecimiento y de
decadencia, que en algunas se repiten más de una vez.
Aquí llegaba yo en
mis reflexiones cuando desperté ¿Fue todo esto simplemente un sueño? Creo que
más propiamente debe llamarse una meditación.
R.GARCIA-RAMOS
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