(Artículo Publicado
en el Diario de Tenerife el 8 de febrero de 1899)
El culto tributado
a aquella tierra, que muchos llaman madre de la civilización europea, se hacía
resentir bastante en la época de mis viajes por Europa. En Inglaterra y en
Francia, particularmente, se hablaba no poco del Partenón y del Acrópolis, de
Atenas, Esparta, Argos, Micenas y Corinto. Muchos han sido los magnates
ingleses que han visitado la
Grecia y que la han dedicado su tiempo, su atención y hasta
su, fortuna, desde lord Arundel, que descubrió los famosos mármoles que llevan
su nombre, hasta lord Byron, que por Grecia sacrificó su vida.
No solo la Grecia europea, sino
también la asiática, nos han dejado imperecederos recuerdos. Los templos de
Delfos y Efeso tuvieron una fama universal. Las relaciones simi fabulosas de
Hércules y Omfale—reina de Lydia, de Perseo y Andrómeda, de Baco y Ariadna,
Jason y Medea, Orfeo y Eurídice y tantas otras, han sido repetidas en todos los tiempos y en todos los idiomas de los pueblos cultos. La poesía
salía a borbotones de aquellos países griegos, para extenderse por todas
partes; hasta los guerreros célebres de aquellos tiempos, aparecen con cierto prestigio que
hace olvidar su rudeza y hasta su crueldad; no sólo la literatura griega, sino
también la latina, están llenas de episodios que lo comprueban, como puede
verse en Virgilio al referir la muerte de Niso y Euryale, amigos inseparables y
de los cuales el uno dio su vida por el otro. Todavía resuena la frase Me,
me, adsum qui feci, con que el primero separó del pecho de su amigo, para
traerla al suyo propio, el arma homicida que a ambos arrebató la existencia en lo mas
florido de su edad, delante de Pallantea, la ciudad de Evandro. Otros mil ejemplos pueden citarse y decirse son conocidos de todo el
mundo; pues aparte de las hazañas y aventuras famosas de los héroes de la Iliada y de todos los
tiempos de la antigua Grecia, los autores griegos y latinos nos transmiten el
perfume poético de los amores de Aquiles y Briseida o Hipodamia —hija de Briséo,
sacerdote de Júpiter, —los de Bóreas y Orítia, Biblis y Cauno, Dido y Eneas o innumerables
otros.
Innumerables
son también otros monumentos antiguos que se conservan de la Grecia. Además de las indicadas crónicas
esculpidas en las tablas marmóreas de Arundel, se conservan en Inglaterra las
esculturas y frisos del Parthenón, atribuidos a Fidias y según otros a
Praxíteles, y otros muchos restos de aquellos trabajos que inmortalizaron a los
artistas griegos, restos o reliquias preciosas que tuve ocasión de examinar detenidamente,
lo mismo que los conservados en París, en Lyon, en Madrid y otras capitales y
ciudades de primer orden.
No puede olvidarse
la impresión que produce la famosa estatua conocida con el nombre de Venus de
Milo, que se guarda, o guardaba cuando yo la vi, en el museo del Louvre. No es
precisa mente la belleza de la mujer lo que mas me agradó—por que no me pareció
una verdadera hermosura, —sino la verdad de la expresión, y la suavidad de la parte descubierta de su seno, que parece
palpitar y moverse. No se sabe con certeza cual fue el autor de esa obra maestra,
que apareció mutilada en la isla de Milo—la antigua Melos,—y ni aun puede afirmarse que sea una imagen alegórica
de Venus, o sea del amor que da la vida a todos los seres, y que les renueva
constantemente, neutralizando la también constante obra de la muerte o sea la
destrucción.
Después de esa
estatua, tuve motivo de apreciar allí otros trabajos griegos y latinos, entre
ellos la estatua de Julia, hija de Augusto, en costumbre o traje de Ceres, y
naturalmente con su manojo de espigas en la mano; esta obra notable parece ser
de un artista griego, de los que trabajaban para Italia y para todo el mundo;
sabido es que los reyes de las diversas naciones del Asia y del África, pedían
a la Grecia
sus mejores obras artísticas.
Eso todo explica la
predilección por aquel país, y especie de culto tributado al mismo, que se
observa en los pueblos modernos. Por eso cuando la Grecia oprimida por los
otomanos se levantó como un solo hombre, o como un cuerpo solo, para
sacudir el yugo de sus dominadores, la Europa entera se conmovió, y las escuadras
combinadas de Inglaterra, Francia y Rusia anonadaron la flota opresora de los
turcos, en las aguas de Navarmo; ya anteriormente la Rusia sola se atrevió a
batir y quemar las naves de guerra turcas en la bahía de Techesmé, hecho de
armas que enalteció a la marina rusa, hasta entonces poco notable, mientras que
la otomana era casi omnipotente, y desde entonces comenzó a decaer.
Los griegos
demostraron en esa ocasión mucha mayor energía que en su último choque con los
turcos; verdad es que se lucha con mayor decisión para lograr o obtener la
independencia, que para obtener la conquista de Creta. Esta isla en realidad ha
sido griega, y casi lo es aún, a pesar de hallarse desde muchos años hace bajo
el poder maho- metano; pero sería preciso por parte de Grecia un impulso
superior a sus fuerzas, para lograr arrancarla de entre las garras de Turquía.
Serán Grecia e
Italia del número de las pocas naciones que logran regenerarse basta el punto
de volver a ser lo que fueron? Y no podernos menos que añadir: ¿Lo será también
España? Arcanos son esos que no es dable penetrar desde hoy; tan sólo nos es
lícito, o mejor dicho, es lícito y pertinente a estas naciones, el hacer cuanto
esté de su parte, a fin de lograr esa rehabilitación tan deseada; pero no
podemos ni puede nadie leer en el libro del destino, según frase admitida, el
porvenir que respectivamente está reservado a Grecia, Italia e Iberia.
R. GARCÍA-RAMOS
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