domingo, 14 de septiembre de 2014

ESTUDIOS GEOLÓGICOS: Generalidades



 (Artículo publicado el 8 de julio de 1881 en La Revista de Canarias)


I.
Entre las ciencias que el hombre cultiva y que el mismo, digámoslo así, ha creado con su ingenio y su profunda observación, es la Geología una de las más interesantes y curiosas, siquiera sea tan solo por darnos a conocer algo de la historia de este antiguo Globo en el que hemos nacido, y en el que, maguer las tentativas hechas y por hacer a fin de llegar hasta la Luna, es cosa que parece resuelta que habremos de morir.

Pero la historia del globo de la Tierra no es mucho más fácil de hacer, o mejor dicho, de descubrir, que el medio de transportarse hasta la Luna haciendo el vacío en los globos, o por medio del vapor o la electricidad; y los modernos geólogos, a pesar de sus descubrimientos, su saber y la ventaja de trabajar sobre lo que ya otros tenían estudiado y adelantado, están aun en desacuerdo acerca de la manera como principió y ha seguido formándose este cansado o incansable planeta, que no cesa un instante de dar vuelta sobre sí mismo y también en derredor del Sol.

 Como es el caso que hasta el día de hoy los plutonianos y los neptunianos no han logrado ponerse de acuerdo, no solo con respecto al comienzo de la formación de nuestro globo, sino también acerca de la procedencia ígnea o hídrica de muchísimas de las formaciones parciales del mismo, nosotros a nuestra vez, dejaremos esa cuestión como la hemos hallado, y sin hacer una determinación positiva de la procedencia de algunas formaciones, reseñaremos un tanto la marcha física de la superficie terráquea o corteza de nuestro globo, según puede inferirse del estudio de ella que hemos podido hacer, y de las observaciones que los autores nos han dejado consignadas.

Según parece, la Tierra ha venido formándose progresivamente por medio de la agregación sucesiva de materias o sustancias diversas, venidas de la atmósfera o sea de los espacios interplanetarios. Aun en nuestra época se ven caer, de cuando en cuando, diversos aerolitos y tierra o polvo sideral. Las lluvias de semejantes sustancias es verosímil que fueran mucho más considerables en tiempos antiguos, y aun también que hubiera periodos de ellas, en los que se desplomasen sobre nuestro globo masas más o menos enormes de materia cósmica, constituyendo desde luego poderosas formaciones, que las aguas (1) se encargaron de extender por la superficie terrestre.

 Muy debatido ha sido también el problema de si el centro de la Tierra está o no en estado de ignición, problema que forma parte de la gran controversia pluto-neptunista, y que de consiguiente puede considerarse como no resuelto, salvo para aquellos que han adoptado definitivamente una de las dos teorías opuestas. Los volcanes es verdad que acusan una conflagración subterránea (2); pero ésta puede tener lugar a cualquier altura del radio terrestre, y nada se puede prejuzgar acerca del calor central por los fenómenos volcánicos.

 Dejemos, pues, a la tierra su secreto, y pasemos a examinar su corteza o parte superficial, que apenas llega a ser conocida en un espesor de una a dos milésimas del radio terrestre. Esta costra o corteza que al hombre ha sido dable investigar, ofrece por todas partes, ora tierra enjuta, con sus montañas y cordilleras, ora arroyos, ríos, lagos y mares; y la tierra propiamente dicha ofrece, a su vez, una perenne sucesión o superposición de camadas minerales, de diferentes clases y de diferentes procedencias o maneras de formación. Estas camadas, que también se designan con el nombre de formaciones, proceden casi todas de erupciones volcánicas y de sedimentos o acarreos ocasionados por las aguas. Los volcanes han sido y son, ora de lavas o se sustancias derretidas por el fuego, ora de cieno  y algunas veces de agua. Los volcanes cenagosos han producido terrenos que después de secos y endurecidos, y transcurrido por ellos un espacio más o menos largo de tiempo, se confunden con las lavas verdaderas y también con los terrenos de sedimento. Los suelos sedimentarios se forman, ora por la mera inmersión de la tierra en el agua -comprendiendo en este modo de formación los depósitos de acarreo; -ora por una precipitación química que naturalmente se efectúa en las aguas saturadas de principios calcáreos o silíceos, como hasta hoy se observa en algunas fuentes termales y otras.

Además, es muy verosímil que diversas de las formaciones que han podido descubrirse en la corteza terrestre, sean debidas a la caída de sustancias diversas, venidas de la atmósfera, según anteriormente tenemos manifestado.


II.
Los temblores de tierra, y otras causas, producen en los suelos unas notables grietas o hendiduras, que se extienden muchas veces hasta largas distancias, y que muchas veces también se encuentran llenas de materias diversas. Las unas se encuentran ocupadas por aglomerados de avenida o aluvión; las otras por lavas, que no se sabe de cierto si han brotado de abajo arriba, o si por el contrario, han caído o sea penetrado de arriba abajo. De cualquier modo, estas lavas suelen quedar en descubierto sobre la tierra, en forma de pared o muralla, cuando el tiempo ha llegado a disolver el terreno lateral, por ser éste más blando  menos duro que la dicha lava. El mismo efecto se produce cuando las hendiduras fueron invadidas por una disolución sedimentaria que llegó a adquirir un alto grado de solidez.

Los suelos sedimentarios o hídricos se confunden muchas veces con los ígneos o volcánicos; y no puede menos de ser así, sobretodo cuando las sustancias que les constituyen son de igual naturaleza, y se hallaron en igual estado de fluidez o  licuescencia, ora fuese por la vía del agua, ora por la del fuego. Así mismo puede suceder que un suelo sedimentario se forme de arenas, escorias, cenizas o detritos volcánicos; como puede suceder que el fuego funda un terreno sedimentario y le arroje convertido en lava. Y no hablamos aquí del metamorfismo, acción particular designada con ese nombre en geología, cuya explicación ocuparía demasiado espacio y no sería propia de este lugar.



III.
 El agua penetra constantemente en la tierra, la disuelve y la arrastra consigo; las lluvias -con las nieves y hielos- convertidos en fuentes, arroyos, torrentes y ríos, abren los barrancos, valles y cuencas, y arrastran el terreno hasta depositarse en los lagos o en el mar. Sin la acción volcánica la tierra toda quedaría cubierta por las aguas, en un espacio más o menos largo de tiempo; pero los volcanes, con sus erupciones y con los levantamientos de terreno que les son consiguientes, tienden constantemente a elevar la tierra sobre el agua.

Algunas veces las conmociones volcánicas dejan grandes cavidades bajo la superficie terrestre, las cuales a su vez ocasionan hundimientos -grandes o pequeños- en el suelo (3); pero estos mismos hundimientos, abriendo nuevo lecho a las aguas, contribuyen muchas veces a que el terreno quede a descubierto, lo que se verifica siempre que el hundimiento ocurre en el fondo de un lago, etc.

 Los bancos de conchas se hallan a veces en las montañas más altas; y tales formaciones seguramente indican que en algún tiempo el agua las cubrió. Pero no puede asegurarse de un modo terminante si es la tierra la que se ha elevado en tales parajes, o ha sido el mar el que ha descendido o disminuido. También hay terrenos conchíferos en las entrañas de la tierra, más bajos que el nivel actual del mar, lo que indica a su vez que el suelo ha bajado en tales sitios, o que el mar ha subido, con posterioridad al tiempo en que se formaron.

 Hay montañas y cordilleras formadas por levantamientos del suelo, y por erupciones volcánicas; pero unas y otras son fáciles de reconocer por su estratificación convexa, y algunas que ofrecen poca o ninguna estratificación se distinguen, sin embargo, por la disposición del terreno en que brotaron, cuyas camadas quedan con una sensible inclinación ascendente hacia el punto donde surgió el levantamiento, o la erupción volcánica.
  
En las riberas del mar, las aguas trabajan contra todos los parajes salientes, y con el continuo batir de las olas llegan a formar unos escarpes y precipicios cuya altura admira a las personas que no se dan cuenta de todo lo eficaz que es el oleaje. Indudablemente que a la formación de esos tajos y precipicios contribuyen mucho los desprendimientos y desplomamientos del terreno; pero este mismo efecto es debido a la acción de las olas, que incesantemente están batiendo y socavando los cimientos o partes bajas de la ribera del mar. Solo cuando el terreno que confina con el mar es una llanura, que se extiende hasta larga distancia tierra adentro, es que las aguas marinas no pueden formar un tajo muy alto, al menos, en el espacio de unos cuantos siglos.

Sin embargo de lo dicho, es constante también que en algunos casos, poco frecuentes, la ribera se eleva de pronto, a causa de un levantamiento o conmoción volcánica, según suele suceder que se forma de pronto una ribera escarpada, por efecto de un hundimiento ocurrido a corta distancia de la orilla, o sea en el suelo limítrofe a las aguas.




Barranco de Guayonje


 La blandura o friabilidad del terreno limítrofe a las aguas, también hace que estas abran en él una gran brecha, a pesar de que aquella misma friabilidad lleva constantemente a la orilla muchos detritos, arrastrados por las aguas pluviales, arroyos, torrentes, etc. En el interior de la tierra, es decir, en la superficie distante del mar o de los lagos, también la friabilidad del suelo es causa de que se abran o ensanchen los valles y barrancos, las cuencas, tajos y riberas de los ríos. Por ello se ve que el cauce de una de esas corrientes de agua suele ensancharse de pronto, después de venir corriendo por un canal estrecho, abierto en peña viva o en terreno muy duro. Este efecto, además, se produce con frecuencia en las cercanías del mar; por que aquí las aguas marinas ayudan a los torrentes a disolver o disipar la tierra.

En algunos parajes, muy raros por cierto, el mar suele ofrecer un fenómeno curioso, cual es el de arrojar la arena hacia afuera, en lugar de extenderla hacia adentro. Este efecto, que se atribuye a ciertas corrientes profundas del mar, no ha sido todavía bien explicado; pero además de ser raro -como hemos dicho,- se observa que el mismo terreno repelido es trabajado de nuevo por las aguas pluviales, por los arroyos, por los torrentes, cuando hay en aquella costa una vertiente rápida, o afluyen sobre la misma las aguas del interior del país.


(1) Muchas de aquellas avenidas o lluvias que llamaremos siderales, pudieron venir desde luego compuestas de agua, o impregnadas de ella, ora se hallase ésta fría, ora tibia o caliente. Según los plutonianos, dichas lluvias es probable que fuesen de sustancias fundidas o liquidadas por el calórico.
 Repetimos que no entraremos aquí a discutir o dilucidar la cuestión entre plutonianos y neptunianos. Esa es una tarea superior a nuestras fuerzas, y tal vez lo sea también a las de aquellos autores más ilustres que del mismo asunto se han ocupado.

(2) Autores hay que opinan que esa conflagración no puede existir a una gran profundidad bajo la superficie terrestre, por que allí no se encontraría oxígeno bastante para que la combustión pudiese tener lugar. Otros son de sentir que los volcanes y temblores de tierra no pasan de ser un resultado de la combustión de inmensos depósitos de hulla, lignita y en general materias bituminosas sepultadas en las entrañas de la tierra. Otros dicen que la enorme presión que debe existir e ir siempre en aumentando desde cierta distancia bajo la superficie terrestre, basta por sí sola para llegar a producir un calor mucho mayor que el de cualquiera de nuestros hornos químicos.

(3) En Canarias tenemos muchas cuencas y valles de hundimiento; cuales son el de Taoro, el de Güimar, el de Tegueste y Tejina y el mismo de Santa Cruz, en Tenerife; el de los Llanos, en la Palma; y otros muchos en estas dos islas, en la Gran Canaria y en la Gomera.
 El citado valle o cuenca, en que se hallan los lugares de Tegueste y Tejina, puedo haber sido en gran parte formado por las aguas; pero no parece deber incluirse en el número de los valles de erosión, propiamente dichos, ni tampoco en el de aquellos formados por levantamiento de los costados.
 Los valles situados en la parle N. E. de la isla de Tenerife son todos -o casi todos- valles de erosión, y pueden dar una idea del grande efecto que llegan a producir las aguas, cuando vienen trabajando sobre la tierra durante una larga serie de siglos o milenios. Asimismo se observa el efecto que llega a producir una corriente de agua no muy caudalosa, pero que viene trabajando durante un espacio de tiempo incalculable, en varias localidades de la misma isla, y también en la de Gran Canaria y la Palma. Es notable, bajo este concepto, el barranco llamado de Guayonje, en el lugar de Tacoronte de la isla de Tenerife, el cual ofrece a la vista un ejemplo marcadísimo del doble efecto que produce en la tierra la erosión de las, aguas dulces y la de las saladas.


                                                                                      ROSENDO GARCÍA-RAMOS.
(Concluirá).










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