VIAJES AL ATLÁNTICO DURANTE LA EDAD MEDIA (IV)
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 27 de enero de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
R. GARCÍA-RAMOS
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 27 de enero de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
V
Si bien no ha sido el principal objeto de estos artículos,
referir cosa alguna sobre la población de las Canarias, no podemos dispensarnos
de dedicar algunos renglones, no a la población más antigua o primitiva, sino a
la llegada probable de extranjeros a las mismas islas, durante el largo periodo
de la Edad Media.
Ya Plinio había dicho, desde mucho tiempo antes, que el famoso rey Juba había
fundado en estas islas africanas, fronterizas al país de Getulia o de los
Autaloles, establecimientos para el tinte de púrpura (o para la preparación de
la púrpura), y claro es que si tales establecimientos se hicieron en Canarias,
estuvieran o no pobladas estas islas en aquella época debió quedar en ellas,
gente africana de la enviada por Juba.
Pero remontemos más
atrás aun, y aunque nada digamos de los
egipcios y los fenicios, como tampoco de los viajes de otros antiguos que
nuestros historiadores mencionan, no podemos menos de consignar que cuando los
cartagineses emprendieron la colonización del África occidental, es casi seguro
que descubrieran o reconocieran las Canarias, y acaso colonizaran en alguna de
ellas. Los cartagineses eran demasiado ambiciosos y ávidos del lucro, para que
dejaran de explotar o por lo menos explorar los países desconocidos hasta donde
podían llegar, y el África occidental ofrecía demasiado oro y otras riquezas para
que ellos la desatendieran. Es cierto que las Canarias nada de eso podían ofrecerle,
que sepamos; y por ello no fundaron aquí villas o ciudades, como en la costa
continental; pero no por eso dejarían de visitarlas, aunque sólo fuese cómodo
paso, en sus viajes por este mar. Los vestigios de edificios que hallaron aquí
más tarde los exploradores enviados por el famoso Juba, no podían ser, a lo que
parece, sino restos de establecimientos de los cartagineses.
Entre estos
establecimientos son conocidos los que dejó fundados en el vecino Continente el
almirante Hannon, y seguramente no fue ese el único jefe cartaginés que tuvo
encargo de colonizar esta parte de África. Tras de esa colonización oficial llamémosla
así, vendría probablemente la particular, de comerciantes y aventureros, ora
fuesen cartagineses, ora libifenicios, ora de los mismos pueblos de esta, parte
occidental ya colonizada. Ya expusimos en un trabajo publicado en la «Revista
de Canarias» -año 1881- lo verosímil que parece ser la llegada a Fuerteventura de
la tribu africana de los maxos o majos, mencionada por Heródoto y por Canlú;
también mencionan estos autores a los
gizantos, lo cual nos hace recordar el nombre de uno de los dos reyezuelos que
halló Bethencourt en la isla, y que se llamaba Gize o Guize. Es sabido que se
llamaban majos los antiguos habitantes de Fuerteventura, y Majorata la misma isla.
No debemos repetir aquí otra cosa de lo ya dicho en el trabajo indicado
al que nos referimos para más detalles. Pero no es posible dejar de consignar
que el conocido autor Marin Cubas dice (y lo repite el Sr. Chil y Naranjo) que
los faicanes de Canarias, especie de sacerdotes indígenas o guanches,
conservaban sus tradiciones de los antiguos
y, referían algunas en las que hacían mención de los Montes Claros, o sea
la cordillera del Atlas en el actual Marruecos. Esto indica claramente la
procedencia de dicha gente, o de una parte de la población antigua de estas
islas. Por otra parte en la conocida obra de Escudero se lee que el rey más antiguo que hubo en la isla de Canaria, se
llamó Alguin Arguin; del mismo viene, según parece, el nombre de una localidad
importante de dicha isla, que hasta hoy se llama Arguineguin; y además, una y
otra palabra recién derivadas o
compuestas de la voz Arguin, con que se designaba y designa aún a cierto
territorio y golfo del territorio inmediato, y además a una isla situada en
dicho golfo.
A propósito de esto
golfo y su rada, el geógrafo Ebn Sayd habla de los viajes hechos hasta el dicho
término marítimo por los árabes, y con ese motivo se refiere al mismo Ebn
Fathymah a quien debemos la curiosa relación del viaje mencionado por Ossuna.
De esta relación
recordaremos algunas frases, que estimamos muy interesantes en el asunto que
tratamos. Tuvo lugar dicho viaje en los últimos años del siglo X de nuestra
Era, y en aquel tiempo estaban ya pobladas las Canarias. Ben Farroukh tenía el
mando de un buque destinado, con otros, a proteger las costas de Iberia, contra
las piraterías de los normandos (como se ve, éstos eran temidos hasta de los
árabes); cuando tuvo noticia por otros navegantes, de que en los mares cercanos
al monte Atlante existían unas islas, que por su clima incomparable y su
fertilidad merecieron de los antiguos el renombre de Afortunadas. Quiso cerciorarse
por sí mismo de la verdad que hubiera en ese relato, y se dirigió a nuestro
archipiélago, dando fondo en el puerto de Gando de Gran Canaria. Aquí se
advierte en la relación original que no
era una novedad para los indígenas de la isla la presencia de los extranjeros o
forasteros, pues ya desde mucho antes habían sido visitados por los árabes, de
los cuales algunos se habían quedado en el país. Desde allí el citado capitán
pasó con su buque a visitar las otras islas, y por los nombres con que las
designa se comprueba lo que ya es sabido, esto es, que los árabes se servían de
los trabajos geográficos de Tolomeo. Pero Farroukh determina mejor o menos mal
que otros la correspondencia de los nombres con las islas; según sus
indicaciones, Gomera es la
Junonia mayor o menor, y Aprosito y Hero son la Palma y el Hierro, Capraria
era Fuerteventura y Pluitana la inmediata, que después se llamó Lanzarote.
Pero en nuestro
sentir, los autores modernos que se han propuesto hallar la correlación de los
nombres antiguos con los modernos, en estas islas, lo mismo que la correlación
de los mismos antiguos unos con otros (pues difieren entre sí), no han
reflexionado que ese trabajo es extremamente vago o incierto, porque los mismos
escritores antiguos no tenían ni gran conocimiento de las islas, ni de sus
hombres, y trocaban estos, o variaban
respecto a la nomenclatura, después de lo cual y para mayor confusión, venían
las alteraciones introducidas por los copistas, en la sucesiva reproducción de
los manuscritos.
La misma observación puede hacerse respecto a
todo trabajo escrito, que ha llegado hasta nuestros días desde una antigüedad más o menos remota.
Después de la
citada relación del viaje de Farroukh la más saliente entre las de los árabes
es sin duda la de los maghruinos, que tuvo lugar a fines del siglo XI o
principio del XII; pero de la que nada otra cosa diremos aquí, porque se halla
repetida con toda extensión en nuestros historiadores. También en ella se hablaba
de nuestras islas y de sus habitantes, si bien ese relato se ve claramente no
fue debido a persona tan competente como el autor del precitado viaje. Los
maghruinos se dejan llevar del prurito a la exageración, propio de aquella
época, en que, como poco se conocía el mundo, al menos en esta parte
occidental, se les presentaba a los narradores (de cualquiera nación que estos
fuesen) amplio campo para la inventiva, y casi todos se complacían en exagerar
y adornar las noticias, tornándolas más o menos fabulosas. Hasta los copistas
tomaban parte en el asunto, a fin de dar más realce o más interés (a su modo de
ver) a las noticias que copiaban, sobre todo si destinaban sus trabajos a la
venta pública.
Como dejamos dicho
al principio de este quinto y último artículo, no ha sido la población de las
Canarias el asunto que nos propusimos tratar. Así terminamos este ya largo
trabajo, con el temor de haber incurrido en alguna notable omisión; pero
todavía con el temor más grande de haber incurrido en redundancias o
superfluidades, por que a la verdad, tanto se ha escrito sobre el asunto de
estos artículos, que no sabemos como los lectores tienen paciencia para estar
cada poco pasando la vista por unos trabajos que a penas hacen otra cosa que
repetirse unos a otros.
Verdad es también que esa reflexión no concierne a todos
los lectores, sino tan solo a aquellos que ya conocen nuestras antigüedades
canarias. Para los demás, y en particular para las nuevas generaciones que
vienen saliendo, nada de esto es redundante ni superfluo, antes por el
contrario, es conveniente que cada poco tiempo se las instruya en la historia
presente y pasada del país en que han sido destinadas a ver la luz del mundo.
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