domingo, 21 de septiembre de 2014

VIAJES AL ATLÁNTICO DURANTE LA EDAD MEDIA (IV)

                            (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 27 de enero de 1898)
                               Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
V

Si bien no ha sido el principal objeto de estos artículos, referir cosa alguna sobre la población de las Canarias, no podemos dispensarnos de dedicar algunos renglones, no a la población más antigua o primitiva, sino a la llegada probable de extranjeros a las mismas islas, durante el largo periodo de la Edad Media. Ya Plinio había dicho, desde mucho tiempo antes, que el famoso rey Juba había fundado en estas islas africanas, fronterizas al país de Getulia o de los Autaloles, establecimientos para el tinte de púrpura (o para la preparación de la púrpura), y claro es que si tales establecimientos se hicieron en Canarias, estuvieran o no pobladas estas islas en aquella época debió quedar en ellas, gente africana de la enviada por Juba.

 Pero remontemos más atrás aun, y  aunque nada digamos de los egipcios y los fenicios, como tampoco de los viajes de otros antiguos que nuestros historiadores mencionan, no podemos menos de consignar que cuando los cartagineses emprendieron la colonización del África occidental, es casi seguro que descubrieran o reconocieran las Canarias, y acaso colonizaran en alguna de ellas. Los cartagineses eran demasiado ambiciosos y ávidos del lucro, para que dejaran de explotar o por lo menos explorar los países desconocidos hasta donde podían llegar, y el África occidental ofrecía demasiado oro y otras riquezas para que ellos la desatendieran. Es cierto que las Canarias nada de eso podían ofrecerle, que sepamos; y por ello no fundaron aquí villas o ciudades, como en la costa continental; pero no por eso dejarían de visitarlas, aunque sólo fuese cómodo paso, en sus viajes por este mar. Los vestigios de edificios que hallaron aquí más tarde los exploradores enviados por el famoso Juba, no podían ser, a lo que parece, sino restos de establecimientos de los cartagineses.

 Entre estos establecimientos son conocidos los que dejó fundados en el vecino Continente el almirante Hannon, y seguramente no fue ese el único jefe cartaginés que tuvo encargo de colonizar esta parte de África. Tras de esa colonización oficial llamémosla así, vendría probablemente la particular, de comerciantes y aventureros, ora fuesen cartagineses, ora libifenicios, ora de los mismos pueblos de esta, parte occidental ya colonizada. Ya expusimos en un trabajo publicado en la «Revista de Canarias» -año 1881- lo verosímil que parece ser la llegada a Fuerteventura de la tribu africana de los maxos o majos, mencionada por Heródoto y por Canlú; también mencionan estos autores a los gizantos, lo cual nos hace recordar el nombre de uno de los dos reyezuelos que halló Bethencourt en la isla, y que se llamaba Gize o Guize. Es sabido que se llamaban majos los antiguos habitantes de Fuerteventura, y Majorata la misma isla. No debemos repetir aquí otra cosa de lo ya dicho en el trabajo indicado al que nos referimos para más detalles. Pero no es posible dejar de consignar que el conocido autor Marin Cubas dice (y lo repite el Sr. Chil y Naranjo) que los faicanes de Canarias, especie de sacerdotes indígenas o guanches, conservaban sus tradiciones de los antiguos  y, referían algunas en las que hacían mención de los Montes Claros, o sea la cordillera del Atlas en el actual Marruecos. Esto indica claramente la procedencia de dicha gente, o de una parte de la población antigua de estas islas. Por otra parte en la conocida obra de Escudero se lee que el rey  más antiguo que hubo en la isla de Canaria, se llamó Alguin Arguin; del mismo viene, según parece, el nombre de una localidad importante de dicha isla, que hasta hoy se llama Arguineguin; y además, una y otra palabra  recién derivadas o compuestas de la voz Arguin, con que se designaba y designa aún a cierto territorio y golfo del territorio inmediato, y además a una isla situada en dicho golfo.

A propósito de esto golfo y su rada, el geógrafo Ebn Sayd habla de los viajes hechos hasta el dicho término marítimo por los árabes, y con ese motivo se refiere al mismo Ebn Fathymah a quien debemos la curiosa relación del viaje mencionado por Ossuna.
 De esta relación recordaremos algunas frases, que estimamos muy interesantes en el asunto que tratamos. Tuvo lugar dicho viaje en los últimos años del siglo X de nuestra Era, y en aquel tiempo estaban ya pobladas las Canarias. Ben Farroukh tenía el mando de un buque destinado, con otros, a proteger las costas de Iberia, contra las piraterías de los normandos (como se ve, éstos eran temidos hasta de los árabes); cuando tuvo noticia por otros navegantes, de que en los mares cercanos al monte Atlante existían unas islas, que por su clima incomparable y su fertilidad merecieron de los antiguos el renombre de Afortunadas. Quiso cerciorarse por sí mismo de la verdad que hubiera en ese relato, y se dirigió a nuestro archipiélago, dando fondo en el puerto de Gando de Gran Canaria. Aquí se advierte en la relación original que  no era una novedad para los indígenas de la isla la presencia de los extranjeros o forasteros, pues ya desde mucho antes habían sido visitados por los árabes, de los cuales algunos se habían quedado en el país. Desde allí el citado capitán pasó con su buque a visitar las otras islas, y por los nombres con que las designa se comprueba lo que ya es sabido, esto es, que los árabes se servían de los trabajos geográficos de Tolomeo. Pero Farroukh determina mejor o menos mal que otros la correspondencia de los nombres con las islas; según sus indicaciones, Gomera es la Junonia mayor o menor, y Aprosito y Hero son la Palma y el Hierro, Capraria era Fuerteventura y Pluitana la inmediata, que después se llamó Lanzarote.
 Pero en nuestro sentir, los autores modernos que se han propuesto hallar la correlación de los nombres antiguos con los modernos, en estas islas, lo mismo que la correlación de los mismos antiguos unos con otros (pues difieren entre sí), no han reflexionado que ese trabajo es extremamente vago o incierto, porque los mismos escritores antiguos no tenían ni gran conocimiento de las islas, ni de sus hombres, y trocaban estos, o variaban respecto a la nomenclatura, después de lo cual y para mayor confusión, venían las alteraciones introducidas por los copistas, en la sucesiva reproducción de los manuscritos.
 La misma observación puede hacerse respecto a todo trabajo escrito, que ha llegado hasta nuestros días desde una antigüedad más o menos remota.

 Después de la citada relación del viaje de Farroukh la más saliente entre las de los árabes es sin duda la de los maghruinos, que tuvo lugar a fines del siglo XI o principio del XII; pero de la que nada otra cosa diremos aquí, porque se halla repetida con toda extensión en nuestros historiadores. También en ella se hablaba de nuestras islas y de sus habitantes, si bien ese relato se ve claramente no fue debido a persona tan competente como el autor del precitado viaje. Los maghruinos se dejan llevar del prurito a la exageración, propio de aquella época, en que, como poco se conocía el mundo, al menos en esta parte occidental, se les presentaba a los narradores (de cualquiera nación que estos fuesen) amplio campo para la inventiva, y casi todos se complacían en exagerar y adornar las noticias, tornándolas más o menos fabulosas. Hasta los copistas tomaban parte en el asunto, a fin de dar más realce o más interés (a su modo de ver) a las noticias que copiaban, sobre todo si destinaban sus trabajos a la venta pública.

Como dejamos dicho al principio de este quinto y último artículo, no ha sido la población de las Canarias el asunto que nos propusimos tratar. Así terminamos este ya largo trabajo, con el temor de haber incurrido en alguna notable omisión; pero todavía con el temor más grande de haber incurrido en redundancias o superfluidades, por que a la verdad, tanto se ha escrito sobre el asunto de estos artículos, que no sabemos como los lectores tienen paciencia para estar cada poco pasando la vista por unos trabajos que a penas hacen otra cosa que repetirse unos a otros.

 Verdad es también que esa reflexión no concierne a todos los lectores, sino tan solo a aquellos que ya conocen nuestras antigüedades canarias. Para los demás, y en particular para las nuevas generaciones que vienen saliendo, nada de esto es redundante ni superfluo, antes por el contrario, es conveniente que cada poco tiempo se las instruya en la historia presente y pasada del país en que han sido destinadas a ver la luz del mundo.

                                                                                        R. GARCÍA-RAMOS  

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