(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 18 de
febrero de 1898)
Es cosa bastante sabida que los púnicos llamaban Elisa a la
misma diosa que los romanos llamaban Juno, y los griegos Hero y también Hera.
Un país cualquiera que llevara el nombre de esa diosa, fuera aquel una isla o
no lo fuera, tenía naturalmente campos junonios o elíseos. Así les hubo en Egipto, en Grecia,
en Italia, en España (varios antiguos hablan de los campos elíseos o de Elisa
como una parte de la Bética, hoy Andalucía),
en las islas Canarias, y en otras partes. Además, la voz Eli o Heli, entre los
orientales, significaba Dios, y por ello a los
cementerios les solían llamar "Campos elíseos o campos de Dios, a
la manera que los modernos decimos Campos Santos.
Pero había, según los antiguos, otros campos elíseos,
consagrados a los héroes y semidioses, y hasta a los justos o sea los hombres
que se distinguían por sus virtudes. A esos campos pasaban las almas de aquellos
mortales, según la fábula; y es más que no solo las almas sino también los
cuerpos pasaban a ellos, según muchos creían, sin experimentar el trance de la
muerte. Por ello los autores hacen alguna distinción entre estos campos y los
meros cementerios. Los grandes poetas Hesíodo y Píndaro designan a los primeros
con la denominación de lugares beatos y más comúnmente islas venturosas o de
los bienaventurados.
En el capítulo décimo del Génesis, y en el 27º de la
Profecía de Ezequiel, se habla también de las islas de Elisa o Junonias, como
país del cual extraían los antiguos (los tirios o fenicios, dice Ezequiel) el jacinto y la púrpura; y casi todos los
comentadores de esos mismos libros se inclinan a creer que se trata ahí de las
islas Canarias Sin embargo, no es imposible, antes por el contrario es muy
probable, que esas tintas también se extraían de otros países, ora fuesen
islas, ora no lo fuesen, y que no todos los países productores de aquellas
tintas estuvieron consagrados a Juno o Elisa.
Las islas Purpurarías del Océano, llamadas así por Plinio y
otros autores, se ha creído que fueron Lanzarote y Fuerteventura; pero los
mismos antiguos no tenían ni podían tener (atendido su atraso en conocimientos
geográficos) idea exacta de ello, y creemos que aun cuando algunos de dichos
autores llamaran particularmente Purpurarias a las dichas dos islas, otros llamaron
así a otras, incluso Madera y Puerto Santo, y acaso también las Azores.
Una observación análoga hay que hacer respecto a las
Junonias. Unos autores llamaban así a las mismas dos islas que acabamos de
citar, mientras que otros daban ese nombre a otras islas, bien fuesen de este
grupo de las Canarias, o bien de otros; pero más comúnmente se llamaban así dos de nuestras Afortunadas.
Tolomeo, como escribía en griego, dice islas de Hera o Hero,
en vez de Juno, y según parece llamó así a Gomera y Hierro; y como sus escritos
y cartas geográficas andaban digámoslo así en mano de todo el mundo, es muy
verosímil que los europeos (sobremodo los italianos y españoles), al copiar
dichas cartas, escribieran Ferro o Hierro en vez de Hero.
Según parece, el mismo Tolomeo, conformándose a veces en
parte con la denominación de las Afortunadas que veía en las cartas latinas,
conservaba a una de estas islas el nombre de Junonia; pero casi llamaban
Junonias, y comúnmente a ambas las designaba en sus escritos con el nombre de heras nesos (islas Junonias). El célebre
naturalista Plinio dice que en la isla Junonia (una de nuestras Canarias)
hallaron los mensajeros del rey Juba una casilla de piedra que les pareció una
especie de templo o adoratorio; pero por una lamentable omisión, nada dice
respecto a habitantes, en esa y las
otras islas del grupo.
Acaso ese texto de Plinio haya llegado hasta nosotros
incompleto o mutilado, y acaso- también procediera esa deficiencia del original
que dicho autor tuvo a la vista. Añade
Plinio que junto o próxima a la misma isla aparece otra menor, del mismo
nombre, dato que deja muy en duda cuales son las tales dos islas; porque en
efecto, caso de que la Junonia menor sea la isla de Lobos (como lo parece),
isla que probablemente fuera bastante mayor en aquel tiempo, debida su
disminución al constante embate de las olas, siempre es dudoso si fue Lanzarote
o Fuerteventura la Junonia mayor.
Ya hemos dicho que los mismos antiguos no tenían ni pudieron
tener una noticia precisa o concreta de nuestras islas, en aquel tiempo muy
poco conocidas; así es que mientras los unos toman por las Junonias a las dos indicadas,
otros parece que entienden que aquellas fueron Gomera y Hierro; siendo hoy un
trabajo ímprobo y hasta cierto punto insensato, el de querer fijar en dos solas
islas del archipiélago el nombre de Junonias, y pretender determinar cuáles son
dichas islas.
Otro punto dudoso, aunque no es para tratado aquí, consiste
en el nombre de Capraria, que según los antiguos llevó una de nuestras islas. Dicen algunos eruditos que en vez de Capraria
debiera escribirse Savraria, y que la
prueba está en que según el texto de Plinio, dicha isla estaba llena de
lagartos. Pero aparte de que en tal caso es muy extraño que tantos otros autores antiguos escribieran constantemente Capraria, y no Savraria, se puede poner en duda que en vez de lagartos
no deba leerse cabras en el original; tal vez los copistas alteraran la palabra
en ese sentido y además, acaso Plinio o sus copistas omitieran hablar de las
cabras que había en la isla, suponiendo que realmente mencionen los lagartos.
Esto, repetimos, no es asunto de estos breves apuntes, por lo cual vamos a
terminar los mismos, deseando que cualquiera persona erudita esclarezca, si
posible fuere, cuales son hoy las dos famosas islas que entre las Canarias o
Afortunadas llevaron el poético nombre de Junonias o sea islas de Elisa, y
cuyos campos se tomaron por los Campos Elíseos, mansión de los justos, de los
héroes y de los semidioses.
Dos islas hay en nuestro archipiélago que, sin embargo de lo
que antes dijimos, es fácil reconocer hoy por sus nombres antiguos, porque uno
de estos nombres no ha variado, y el otro es aplicable solamente a una de
ellas. Ya se comprenderá que hablamos de Canaria y de Nivaria o Ningaria (de la
voz latina ninguis o sea nieve). Pero
aun así es tan cierto que los escritores
antiguos no tenían gran conocimiento de
las Afortunadas ni de sus nombres, como que el mismo Plinio que tan
acertadamente llamó Nivaria a Tenerife, guiado por las memorias de Juba, se
muestra en otra parte vacilante acerca de las mismas islas y como si no tuviera
casi ninguna noticia de ellas. En efecto, sobre la fe de Cornelio Nepote dice
que hay una isla, entre otras, frente al monte Atlas la cual es conocida por el
nombre de Atlante y que desde ella se puede llegar con cinco días de navegación
al cabo Hesperion o Héspero, en la Etiopia occidental, lo mismo que desde ésta
a la dicha isla, navegando hacia el Ocaso por el mar Atlántico. Tal vez Plinio
consignara eso antes de ver los escritos
de Juba o no se acordaba de que este
último llama Nivaria a Tenerife; pues de otro modo hubiera hecho constar que
esta isla además de su conocido nombre de Nivaria era desde lo antiguo llamada
también Atlante, por su altísimo y celebrado monte, que acaso fuera el que dio
su nombre al océano occidental.
R. GARCIA-RAMOS
(1) En el artículo Antilia
y Brasil del señor García Ramos que publicamos el lunes, a pesar del
cuidado con que revisamos las pruebas, nuestros cajistas no quisieron corregir
varias erratas entre las que, como más notables, aparecen: consejos en lugar de
consejas, al fin del segundo párrafo, y con
en lugar de en en el párrafo 10,
segundo de la segunda parte. (Nota de la R.)
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