SILUETAS HISTÓRICAS. VIRIATO
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 23 de abril de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
SILUETAS HISTÓRICAS. VIRIATO
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 23 de abril de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
SILUETAS HISTÓRICAS. VIRIATO
Los romanos habían
sucedido a los cartagineses en el señorío de una gran parte de la península
Ibérica, y era gobernador de Lusitania el pretor Servio Sulpicio Galba, cuando
este jefe, cansado de las continuas sublevaciones de algunos pueblos de la
provincia, los atrajo con engaño a una
emboscada y los hizo exterminar casi totalmente por la gente italiana e ibérica
que tenía bajo sus órdenes. De esta matanza escapó milagrosamente el gran
Viriato, jefe poco conocido aun, pero que bien pronto había de adquirir una
gran celebridad.
El pretor Cayo
Vetilio sucedió a Galba en aquel mando, y tenía casi sujeta apaciguada
Lusitania; cuando Viriato, reprochando vivamente a sus compatriotas la
docilidad conque obedecían sus órdenes del pretor, y haciéndoles ver que ni por
su propio decoro, ni por las tuerzas de que disponían, estaba bien ni
era honroso dejarse dominar de ningún pueblo extranjero; les animó a la resistencia y fue elegido jefe de varios
pueblos coaligados para la común defensa.
Revestido con ese
nuevo mando, su primer cuidado fue ejercitar y dar unidad a sus tropas,
haciéndolas marchar y contramarchar repetidas veces, y sostener algunos choques
o encuentros con los enemigos, sin presentar batalla decisiva, pero cuando vio
que su gente estaba bastante aguerrida y
le obedecía con cierto orden y disciplina, deseando todos medir sus fuerzas con
las del pretor y sus aliados, de la misma península Ibérica, atrajo a dicho pretor cerca de los pantanos
de Tríbola, y atacándole simultáneamente por el frente y por los costados, hizo
perecer ahogada en dichos pantanos una buena parte del ejercito romano y
derrotó la restante de tal suerte, que casi la totalidad
de aquel ejército pereció con su jefe.
Esta primera acción
general, especie de ensayo del caudillo lusitano, le acreditó de tal modo, que
no solo atrajo a sus banderas mucha gente de la que aun no había sido sujetada
por los romanos, sino que de los mismos aliados de éstos, se les separó una
buena parte para unirse a Viriato.
Roma se apresuró a
enviar un nuevo pretor, llamado Cayo Plaucio, con un nuevo ejército de diez a
doce mil reclutas, a los que se unía el contingente de los aliados fieles; pero
fue para nuestro general una empresa menos difícil que la anterior, la de batir
esta gente y perseguir al general enemigo hasta obligarle a salir
precipitadamente de la provincia.
A Plaucio
sucedieron otros dos o tres pretores, con nuevas tropas, las unas bisoñas, y
las otras veteranas, que dieron bastante quehacer a los lusitanos de Viriato;
pero acabaron éste jefe y sus valientes tropas por expulsar del territorio a
los invasores, e infundir tal respeto o terror, que el Senado romano comprendió
que la Lusitania
estaba perdida para la
República , si no acudía allí pronto un gran ejército, mandado
en persona por uno de los dos cónsules. Se eligió para ello a Quinto Fabio Emiliano, hijo mayor del famoso Paulo Emilio (vencedor del rey Perseo de
Macedonia), y hermano de Escipión llamado más tarde el numantino, y también el
africano, en cuya última denominación sucedió al vencedor de Aníbal. Este nuevo
jefe, con su gran prestigio trajo también unos veinte mil hombres de refuerzo,
los cuales unidos a las tropas romanas y aliadas que estaban en España y en una
parte de Lusitania componían un ejército formidable. Con este avanzó Quinto
Fabio, enviando delante una división, que cayó en poder de sus enemigos. Esta
circunstancia hizo comprender a Fabio con quien se las había, y le volvió circunspecto y aun tímido, de confiado que era. Se mantuvo,
pues, a la defensiva, y rehusó obstinadamente aceptar la batalla que Viriato le
ofrecía, y puso el año de su consulado sin atreverse a luchar en campo abierto.
El no haber podido ser forzado en sus trincheras y de
consiguiente no haber sido derrotado, pareció a los romanos que eran méritos
suficientes para dejarle el mando por otro año, en calidad de procónsul. En este nuevo año sé aventuró a salir
al campo, cuando Viriato estaba lejos, y tan pronto como éste se aproximaba,
volvía Fabio a atrincherarse y tomar todas las precauciones de la más exquisita
vigilancia. Así se pasó el segundo año de su mando, y cuando llegó la entrada
de invierno, no quiso quedarse muy cerca de su enemigo y se encerró en Córdova
con sus tropas.
Al año siguiente la
campaña tomó un nuevo aspecto. Viriato había conseguido formar una poderosa alianza
con los españoles, y estos últimos dieron tanto que hacer a los romanos, que
éstos dejaron abandonada del todo la Lusitania , para atender o hacer frente a la multitud
de enemigos que por todas partes se les presentaba en el suelo ibero.
Los arevacos o arvacos fueron los primeros que atacaron a
los romanos, o al menos, los que les causaron mayores pérdidas en esta nueva
campaña. Su principal ciudad era la célebre Numancia.
Ya por este tiempo los romanos empezaban a tiranizar a los
pueblos vencidos, de lo cual resultaba que éstos se sublevasen con frecuencia.
En Italia varios tribunos y aún pretores hacían comercio de la ciudadanía
romana, la vendían a todo el que pagaba bien, o la daban a condición de contar
con los votos de los nuevos ciudadanos. Tiberio Graco y otros varios tribunos,
adquirieron así infinitos partidarios o secuaces y también adquirieron grandes
sumas de dinero. Mas tarde Jugurta rey de los munidas, compró la paz y la
impunidad de sus delitos, por medio del soborno; y más tarde aún Julio César
con la promesa y aún la venta de la ciudadanía a los pueblos de una gran parte
de la Galía cisalpina
(llamada después Lombardía) preludió su paso del Rubicon, que había de efectuar
al cabo de algunos años, cuando la nación y el Senado le adulaban tanto, que le
concedieron por cinco años consecutivos el mando y gobierno de las dos Galias y
la Iliria (que
en realidad formaban tres grandes provincias) con cinco o seis legiones a sus órdenes,
que luego se elevaron a diez.
Esa marcha
progresiva de banalidad, y al mismo tiempo tiranía, marcaba bien la próxima
ruina de la república; pero aquí no debemos extendernos en estas
consideraciones, sino reanudar el hilo de los sucesos que veníamos refiriendo
advirtiendo tan sólo que las repetidas sublevaciones, de los españoles y los
lusitanos, nacían no solo del natural amor a la independencia; sino de la
rapacidad de los procónsules o gobernadores, cuestores y demás funcionarios romanos.
El nuevo cónsul
Quinto Cecilio Metelo pasó a España con nuevas tropas, y luchó largo tiempo
contra españoles y lusitanos, sin obtener ventajas decisivas, porque las
victorias alternaban con las derrotas Era un general de gran fama, que se había
distinguido en otras campañas; pero ni el mismo ni el pretor Quincio, que
durante el mismo año luchó contra los lusitanos, pudieron dominar mas país, por
decirlo así, que el ocupado por sus campamentos.
Admirada y
sorprendida Roma ante una resistencia que no esperaba, no quiso dejar a Mételo
el mando en España como procónsul (o acaso él no quiso aceptarlo), y al año siguiente (610 de Roma) eligió el más
afamado entre los dos nuevos cónsules, para enviarle a nuestra Península Quinto
Fabio Máximo fue el elegido para terminar, como en Roma decían, la pesada
guerra ibérica, que consumía sus soldados a millares cada año; pero estaba
escrito, digámosle así, que los mejores jefes romanos habrían de venir uno tras
otro a fracasar en Iberia. Este fue
últimamente vencido por Viriato, en una gran batalla que comenzó favorable para
aquél; pero que concluyó viéndose los romanos precisados a encerrarse en su campamento, del
cual ya no quisieron salir; en buen tiempo, a pesar de las exhortaciones de su
animoso caudillo y las de otros jefes subalternos.
Según, otros datos
históricos, el cónsul Mételo había quedado en calidad de procónsul en la España llamada
Citerior, siendo la Ulterior el departamento
de Fabio; pero de todos modos es constante que ni el uno ni el otro caudillo
adelantaron cosa alguna en el referido año. Al siguiente se envió otro cónsul
llamado Quinto Pompeyo, a la España Citerior ;
este nuevo y acreditado jefe (progenitor del gran Pompeyo) logró algunas
ventajas y se adelantó hasta poner en su
sitio a la ciudad de Numancia, empresa de la cual presa de la cual tuvo que desistir al cabo de
muy poco tiempo, y entonces pasó a sitiar a Termancia o Termesta, ciudad considerable
entonces. El resultado fue el mismo, como en varios otros sitos que emprendió.
En la Ulterior
o Lusitania había quedado Fabio Máximo
como procónsul el cual propuso a Viriato un tratado de paz que fue aceptado por
este jefe, y ratificado en Roma. Su temor merece referirse por lo claro y
lacónico: Que entre ambas partes había paz y amistad y cada cual quedaría en
posesión del país que en la actualidad ocupaba.
A siguiente año (G12 de Roma) nuevo cónsul
para España; este era Quino Servilio Cepión, hermano del citado Fabio Máximo, y
que pretendía hacer más y mejor que su hermano. Vino pues (Cepión a la Ulterior ; y en la Citerior quedó de
procónsul Pompeyo. Los mismos historiadores latinos o romanos afirman que en
plena paz Cepión sorprendió a Viriato y estuvo a punto de hacerle prisionero.
Logró salvarse de semejante felonía, que quedó como mancha indeleble sobre
aquel jefe; y poniéndose nuevamente a la cabeza de sus huestes, repitió sus
hazañas y se mantuvo invencible durante algún tiempo. Pero sus contrarios
habían logrado la alianza o la neutralidad de una multitud de pueblos iberos,
mientras que a Viriato, por envidia o por cualquiera otra razón, le faltaba el
apoyo necesario para seguir por mas tiempo luchando contra el poder de los
romanos.
A su vez propuso a éstos la paz bajo nuevas bases o
condiciones; pero fueron tan duras las que le ofrecieron, que de ningún modo
Viriato ni sus aliados las quisieron aceptar. Entonces Cepión logró corromper
dos oficiales de entre los aliados de aquel caudillo, y con grandes promesas decidirles a que le dieran muerte. Así
lo hicieron, y así echó Cepión nueva mancha sobre si mismo, de la cual jamás
pudo lavarse, aun entre los mismos romanos.
Con la muerte del
héroe lusitano, la guerra de Iberia comenzó a decaer; sin embargo, en la España citerior continuaron
defendiéndose varios pueblos con indomable energía, siendo siempre los arevacos
los que más se obstinaban en resistir el formidable torrente de la invasión. Quinto
Pompeyo volvió a formar el sitio de Numancia; pero los sitiados no le permitieron sostenerle sino muy poco tiempo, tales estragos
hacían en sus huestes en las frecuentes salidas que hacían aquellos de la
plaza.
Terminamos, por que no tratamos ahora de la gloriosa y
larga defensa de esa ciudad, cuyo nombre inmortal cruza los siglos con
imperecedera aureola.
R. GARCÍA-RAMOS
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