lunes, 29 de septiembre de 2014

 SILUETAS HISTÓRICAS. VIRIATO

                      (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 23 de abril de 1898)
                                Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

SILUETAS HISTÓRICAS. VIRIATO

 Los romanos habían sucedido a los cartagineses en el señorío de una gran parte de la península Ibérica, y era gobernador de Lusitania el pretor Servio Sulpicio Galba, cuando este jefe, cansado de las continuas sublevaciones de algunos pueblos de la provincia, los atrajo con engaño  a una emboscada y los hizo exterminar casi totalmente por la gente italiana e ibérica que tenía bajo sus órdenes. De esta matanza escapó milagrosamente el gran Viriato, jefe poco conocido aun, pero que bien pronto había de adquirir una gran celebridad.



 El pretor Cayo Vetilio sucedió a Galba en aquel mando, y tenía casi sujeta apaciguada Lusitania; cuando Viriato, reprochando vivamente a sus compatriotas la docilidad conque obedecían sus órdenes del pretor, y haciéndoles ver que ni por su propio decoro, ni por las tuerzas de que disponían, estaba bien ni era honroso dejarse dominar de ningún pueblo extranjero; les animó a  la resistencia y fue elegido jefe de varios pueblos coaligados para la común defensa.

 Revestido con ese nuevo mando, su primer cuidado fue ejercitar y dar unidad a sus tropas, haciéndolas marchar y contramarchar repetidas veces, y sostener algunos choques o encuentros con los enemigos, sin presentar batalla decisiva, pero cuando vio que su gente estaba bastante aguerrida  y le obedecía con cierto orden y disciplina, deseando todos medir sus fuerzas con las del pretor y sus aliados, de la misma península Ibérica,  atrajo a dicho pretor cerca de los pantanos de Tríbola, y atacándole simultáneamente por el frente y por los costados, hizo perecer ahogada en dichos pantanos una buena parte del ejercito romano y derrotó la restante de tal suerte, que casi la totalidad de aquel ejército pereció con su jefe.

Esta primera acción general, especie de ensayo del caudillo lusitano, le acreditó de tal modo, que no solo atrajo a sus banderas mucha gente de la que aun no había sido sujetada por los romanos, sino que de los mismos aliados de éstos, se les separó una buena parte para unirse a Viriato.

 Roma se apresuró a enviar un nuevo pretor, llamado Cayo Plaucio, con un nuevo ejército de diez a doce mil reclutas, a los que se unía el contingente de los aliados fieles; pero fue para nuestro general una empresa menos difícil que la anterior, la de batir esta gente y perseguir al general enemigo hasta obligarle a salir precipitadamente de la provincia.

 A Plaucio sucedieron otros dos o tres pretores, con nuevas tropas, las unas bisoñas, y las otras veteranas, que dieron bastante quehacer a los lusitanos de Viriato; pero acabaron éste jefe y sus valientes tropas por expulsar del territorio a los invasores, e infundir tal respeto o terror, que el Senado romano comprendió que la Lusitania estaba perdida para la República, si no acudía allí pronto un gran ejército, mandado en persona por uno de los dos cónsules. Se eligió para ello a Quinto Fabio Emiliano, hijo mayor del famoso Paulo Emilio (vencedor del rey Perseo de Macedonia), y hermano de Escipión llamado más tarde el numantino, y también el africano, en cuya última denominación sucedió al vencedor de Aníbal. Este nuevo jefe, con su gran prestigio trajo también unos veinte mil hombres de refuerzo, los cuales unidos a las tropas romanas y aliadas que estaban en España y en una parte de Lusitania componían un ejército formidable. Con este avanzó Quinto Fabio, enviando delante una división, que cayó en poder de sus enemigos. Esta circunstancia hizo comprender a Fabio con quien se las había, y le volvió circunspecto y aun  tímido, de confiado que era. Se mantuvo, pues, a la defensiva, y rehusó obstinadamente aceptar la batalla que Viriato le ofrecía, y puso el año de su consulado sin atreverse a luchar en campo abierto.

El no haber podido ser forzado en sus trincheras y de consiguiente no haber sido derrotado, pareció a los romanos que eran méritos suficientes para dejarle el mando por otro año, en calidad de procónsul. En este nuevo año sé aventuró a salir al campo, cuando Viriato estaba lejos, y tan pronto como éste se aproximaba, volvía Fabio a atrincherarse y tomar todas las precauciones de la más exquisita vigilancia. Así se pasó el segundo año de su mando, y cuando llegó la entrada de invierno, no quiso quedarse muy cerca de su enemigo y se encerró en Córdova con sus tropas.

 Al año siguiente la campaña tomó un nuevo aspecto. Viriato había conseguido formar una poderosa alianza con los españoles, y estos últimos dieron tanto que hacer a los romanos, que éstos dejaron abandonada del todo la Lusitania, para atender o hacer frente a la multitud de enemigos que por todas partes se les presentaba en el suelo ibero.
Los arevacos o arvacos fueron los primeros que atacaron a los romanos, o al menos, los que les causaron mayores pérdidas en esta nueva campaña. Su principal ciudad era la célebre Numancia.

Ya por este tiempo los romanos empezaban a tiranizar a los pueblos vencidos, de lo cual resultaba que éstos se sublevasen con frecuencia. En Italia varios tribunos y aún pretores hacían comercio de la ciudadanía romana, la vendían a todo el que pagaba bien, o la daban a condición de contar con los votos de los nuevos ciudadanos. Tiberio Graco y otros varios tribunos, adquirieron así infinitos partidarios o secuaces y también adquirieron grandes sumas de dinero. Mas tarde Jugurta rey de los munidas, compró la paz y la impunidad de sus delitos, por medio del soborno; y más tarde aún Julio César con la promesa y aún la venta de la ciudadanía a los pueblos de una gran parte de la Galía cisalpina (llamada después Lombardía) preludió su paso del Rubicon, que había de efectuar al cabo de algunos años, cuando la nación y el Senado le adulaban tanto, que le concedieron por cinco años consecutivos el mando y gobierno de las dos Galias y la Iliria (que en realidad formaban tres grandes provincias) con cinco o seis legiones a sus órdenes, que luego se elevaron a diez.

 Esa marcha progresiva de banalidad, y al mismo tiempo tiranía, marcaba bien la próxima ruina de la república; pero aquí no debemos extendernos en estas consideraciones, sino reanudar el hilo de los sucesos que veníamos refiriendo advirtiendo tan sólo que las repetidas sublevaciones, de los españoles y los lusitanos, nacían no solo del natural amor a la independencia; sino de la rapacidad de los procónsules o gobernadores, cuestores y demás funcionarios romanos.

 El nuevo cónsul Quinto Cecilio Metelo pasó a España con nuevas tropas, y luchó largo tiempo contra españoles y lusitanos, sin obtener ventajas decisivas, porque las victorias alternaban con las derrotas Era un general de gran fama, que se había distinguido en otras campañas; pero ni el mismo ni el pretor Quincio, que durante el mismo año luchó contra los lusitanos, pudieron dominar mas país, por decirlo así, que el ocupado por sus campamentos.

 Admirada y sorprendida Roma ante una resistencia que no esperaba, no quiso dejar a Mételo el mando en España como procónsul (o acaso él no quiso aceptarlo), y al año siguiente (610 de Roma) eligió el más afamado entre los dos nuevos cónsules, para enviarle a nuestra Península Quinto Fabio Máximo fue el elegido para terminar, como en Roma decían, la pesada guerra ibérica, que consumía sus soldados a millares cada año; pero estaba escrito, digámosle así, que los mejores jefes romanos habrían de venir uno tras otro a  fracasar en Iberia. Este fue últimamente vencido por Viriato, en una gran batalla que comenzó favorable para aquél; pero que concluyó viéndose los romanos  precisados a encerrarse en su campamento, del cual ya no quisieron salir; en buen tiempo, a pesar de las exhortaciones de su animoso caudillo y las de otros jefes subalternos.

Según, otros datos históricos, el cónsul Mételo había quedado en calidad de procónsul en la España llamada Citerior,  siendo la Ulterior el departamento de Fabio; pero de todos modos es constante que ni el uno ni el otro caudillo adelantaron cosa alguna en el referido año. Al siguiente se envió otro cónsul llamado Quinto Pompeyo, a la España Citerior; este nuevo y acreditado jefe (progenitor del gran Pompeyo) logró algunas ventajas y se adelantó hasta poner en su  sitio a la ciudad de Numancia, empresa de la cual  presa de la cual tuvo que desistir al cabo de muy poco tiempo, y entonces pasó a sitiar a  Termancia o Termesta, ciudad considerable entonces. El resultado fue el mismo, como en varios otros sitos que emprendió. En la Ulterior o Lusitania  había quedado Fabio Máximo como procónsul el cual propuso a Viriato un tratado de paz que fue aceptado por este jefe, y ratificado en Roma. Su temor merece referirse por lo claro y lacónico: Que entre ambas partes había paz y amistad y cada cual quedaría en posesión del país que en la actualidad ocupaba.

  A siguiente año (G12 de Roma) nuevo cónsul para España; este era Quino Servilio Cepión, hermano del citado Fabio Máximo, y que pretendía hacer más y mejor que su hermano. Vino pues (Cepión a la Ulterior; y en la Citerior quedó de procónsul Pompeyo. Los mismos historiadores latinos o romanos afirman que en plena paz Cepión sorprendió a Viriato y estuvo a punto de hacerle prisionero. Logró salvarse de semejante felonía, que quedó como mancha indeleble sobre aquel jefe; y poniéndose nuevamente a la cabeza de sus huestes, repitió sus hazañas y se mantuvo invencible durante algún tiempo. Pero sus contrarios habían logrado la alianza o la neutralidad de una multitud de pueblos iberos, mientras que a Viriato, por envidia o por cualquiera otra razón, le faltaba el apoyo necesario para seguir por mas tiempo luchando contra el poder de los romanos.

A su vez propuso a éstos la paz bajo nuevas bases o condiciones; pero fueron tan duras las que le ofrecieron, que de ningún modo Viriato ni sus aliados las quisieron aceptar. Entonces Cepión logró corromper dos oficiales de entre los aliados de aquel caudillo, y con grandes promesas decidirles a que le dieran muerte. Así lo hicieron, y así echó Cepión nueva mancha sobre si mismo, de la cual jamás pudo lavarse, aun entre los mismos romanos.

Con la muerte del héroe lusitano, la guerra de Iberia comenzó a decaer; sin embargo, en la España citerior continuaron defendiéndose varios pueblos con indomable energía, siendo siempre los arevacos los que más se obstinaban en resistir el formidable torrente de la invasión. Quinto Pompeyo volvió a formar el sitio de Numancia; pero los sitiados no le permitieron sostenerle sino muy poco tiempo, tales estragos hacían en sus huestes en las frecuentes salidas que hacían aquellos de la plaza.

Terminamos, por que no tratamos ahora de la gloriosa y larga defensa de esa ciudad, cuyo nombre inmortal cruza los siglos con imperecedera aureola.

                                                                                           

                                                                                           R. GARCÍA-RAMOS



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