viernes, 26 de septiembre de 2014

SILUETAS HISTÓRICAS.LOS GRACOS

                                       (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 16 de abril de 1898)
                              Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

 Quizá debiéramos llamar semblanzas a estas siluetas que vamos a escribir; pero de, un modo u otro, no pretendemos hacer retratos verdaderos o exactos. No podemos lisonjearnos con la idea de referir de una manera indudable ciertos sucesos y ciertos caracteres antiguos; y lo que peor es, tal empresa nos parece imposible o irrealizable, no solamente hoy, sino aun en los mismos tiempos en que vivieron esos personajes, y en que tuvieron lugar aquellos sucesos.

 En las noticias llamadas históricas hay infinitas divergencias y aun contradicciones; y cualquiera gran figura o carácter antiguo que se quiera estudiar, nos presenta un velo de incertidumbre, más o menos transparente, y a veces más o menos impenetrable.  Entre mil ejemplos, se nos ocurre en este momento el de Robespierre, que unos autores suponen un monstruo de crueldad, envidia y amor propio o egoísmo, mientras que, otros atribuyen esos mismos defectos a los contrarios de aquel célebre tribuno, y le suponen víctima de los mismos. ¿Donde está la verdad? No es fácil decidirlo; pero puede asegurarse que ni Robespierre ni sus contrarios fueron tan malos o tan inicuos como se les ha supuesto, y que ha habido en eso como en tantas otras cosas, mala inteligencia y sobrada ligereza de juicio.

Una cosa algo parecida sucede con los Gracos, que según una opinión fueron ni, más ni menos que unos farsantes, que se propusieron dominar en la nación y tal vez hacerse reyes, mientras que según otra, fueron víctimas de la ingratitud o de la torpeza de sus conciudadanos.

 Vamos a hacer una ligera reseña de los sucesos, tales como la historia los presenta o los ofrece, sin que desconozcamos la inmensa dificultad que hay en desligarlo verdadero de lo falso o erróneo, dificultad inevitable y que estamos lejos de poderla vencer o salvar de una manera bastante satisfactoria.
 Tiberio Graco era cuestor del cónsul Mancino, en la campaña de éste contra la famosa ciudad de Numancia, en España, y entre ambos hicieron con los numantinos el tratado que tanto desaprobaron el Senado y una gran parte del pueblo romano. Tan vergonzoso les pareció a estos el tratado, que propusieron que sus autores y consentidores fueran entregados a los españoles de Numancia, y anulado el dicho tratado, como hecho contra la voluntad del pueblo y del Senado; y tan solo en fuerza de las súplicas de la numerosa y distinguida familia del dicho Tiberio, se consiguió que casi todos los tribunos del pueblo y algunos senadores se opusieran, y se resolviera que tan solo el citado cónsul sería entregado a los numantinos. Así se hizo, pero esto no impidió que Tiberio, llevado probablemente de un amor propio excesivo, se declarara desde entonces contrario al Senado y defensor del Tribunado; se hizo propiamente Tribuno de la plebe (como entonces se decía), y ora fuese por despecho ora por hacerse corifeo y jefe de un partido, con miras ulteriores que no es tan bien definidas ni bien probadas, es lo cierto que desde entonces emprendió una campaña de posición sistemática contra aquel venerable cuerpo, al que tantos y tan grandes servicios debía la República, y que los mismos Tribunos del pueblo acataban y tenían en alta consideración.
 Entre los varios testimonios que hay, unos favorables y otros contrarios a los Gracos, se cuenta el de su cuñado Escipión, que había sido su mejor amigo y además estaba casado con Sempronia, hermana única de aquellos. Además, Cornelia madre de los mismos, era a su vez hija de otro Escipión, el vencedor del famoso Aníbal. El vencedor de los numantinos o sea el segundo Escipión llamado Africano, no podía perdonar a sus hermanos políticos los Gracos, que apadrinasen a la gran muchedumbre de gente advenediza que afluía a Roma. Esa misma gente constituía el mayor apoyó de aquellos dos hermanos, que tenían buen cuidado de conservarla adicta a sus intereses (cualesquiera que estos fuesen) ofreciéndola un reparto de tierras, quitadas o expropiadas a los poseedores, bajo el especioso pretexto de que primitivamente aquellas tierras fueron bienes comunales o sea de toda la nación.
 La historia no ha dicho su última palabra respecto a Tiberio Graco, a causa de su prematura muerte, que tuvo lugar en medio de un tumulto popular, cuando aquel se hallaba todavía en la flor de su edad. Murieron con él varios de sus parciales, y también varios de sus contrarios, víctimas todos de la funesta y larga rivalidad entre el Senado y el Tribunado. Tratábase de elegir nuevos tribunos, o sea renovar esos funcionarios, conforme lo disponían las leyes, y Tiberio quería ser reelegido; muchísimos ciudadanos le apoyaban, mientras que otros se le oponían, con la mayor parte de los Senadores, resultando de ello una colisión sangrienta que costó la vida a Tiberio.

Tiberio y Cayo Sempronio Graco

 Su hermano Cayo le reemplazó en la Jefatura poco tiempo después, cuando a su vez, fue nombrado tribuno. No era tan sólo el reparto de tierras lo que ofrecían ambos hermanos. Con esa promesa tenían a su devoción casi toda, la gente pobre; pero además se atraían a los pobres y ricos de Italia, y aún de fuera de ella, con otras promesas de derechos anexos a la ciudadanía romana. Ese era el cebo con que los ambiciosos se atraían los sufragios para los cargos altos, que desesperaban conseguir de otro modo. Más tarde, cuando ya la ciudadanía se extendía a casi todos los italianos, y sobre todo, cuando se extendió la inmoralidad, lo que se prometía y se daba principalmente era dinero, comprándose así los sufragios, corno es bastante sabido, y resultando de ello muchas veces que los principales cargos públicos iban a parar a manos de personas indignas.
 Sin embargo, tanto Cayo como Tiberio Graco se asegura por varios autores que no solicitaron jamás la pretura ni el consulado, y esto por dos razones: la primera porque no querían alternar con el Senado ni acercarse a  esa Corporación, de la cual eran digámoslo así enemigos, y en la que de consiguiente contaban por sus enemigos a casi todos los miembros; y la segunda porque tratando aquellos de elevar el Tribunado muy por encima del precitado cuerpo, preferían con mucho el cargo de tribuno. Acerca de él y otros muchos pormenores pueden consultarse una multitud de pasajes de Cicerón y de Valerio Máximo. Plutarco (en Gracch.) y Floro (lib 3º, cap 4.) hablan de la creencia en que muchos estaban de que los Gracos aspiraban a reinar, y Lelio añade que Tiberio reinó en efecto durante algunos meses, puesto que todos le obedecían. Parece que su matador fue Escipión Nasica, según se deduce de una frase de Cicerón (en su defensa de Milon), donde compara a este Escipión con Servilio Alíala, el matador de Espurio Melio; en otro lugar o pasaje del mismo autor (Philip VIII -13) se hacen grandes elogios del dicho Nasica y se le llama libertador de la República. Bueno es advertir que no se trata aquí del hermano político de los Gracos, sino de otro miembro de la familia; y que el segundo Escipión africano era hijo de Paulo Emilio, y sólo por adopción entró en la familia de los Escipiones. Además, el mismo Cicerón aduce curiosos detalles sobre los Gracos en sus trabajos de Amicitia (núm. 40 y 41), de Officiis (II- 78, 79 y 83), Sueño de Escipión (Fragmentos), de Legib. III -24; de Harusp, 43; de Brut, 103, y 211; etc . Véase también Apiano (Civil. I).
 Ya hemos dicho que Cayo Graco, a pesar del fracaso de su hermano, resolvió continuar la obra o empresa de Tiberio, cualquiera que fuese el éxito y cualquiera que fuese el propósito que les movía, aunque ya insinuamos (y esto parece ser lo más probable) que su propósito no era otro sino el de sobreponer la potestad tribunicia a todas las demás de la República, y dominar de ese modo y disponer soberanamente de todo. Es verdad que el poder tribunicio estaba repartido entre varios individuos; pero se atribuye a los Gracos, por diversos autores y según parece no sin fundamento, el pensamiento de reducir después a dos o uno solo el número de los tribunos. Esto era convertir a la República en una especie de monarquía electiva, y había sido en lo antiguo el pensamiento de Manio el defensor del Capitolio contra los galos mandados por el famoso Breno, y también según parece el pensamiento de Melio. Todos ellos fueron unos ambiciosos desatentados, y en particular Manlio, cuyo amor propio no le permitía conocer que los gansos que le despertaron (a él y a los demás defensores de aquella ciudadela, cuando los galos la asaltaron por la noche), salvaron a Roma mejor que el mismo Manlio, y esto dando de barato que Roma se salvara esa vez de poder de los galos, lo cual es bastante problemático.
 La suerte de Cayo fue muy parecida a la de su hermano único Tiberio; ambos murieron violentamente con una multitud de gente del uno y del otro bando, en los motines o encuentros entre los partidarios del ¡Senado y los del Tribunado, y con su muerte quedó por algún tiempo apaciguada, aquella funesta división o rivalidad, que habría más tarde de reproducirse y dar una triste celebridad a Sila y a Mario, lo mismo que a César y Pompeyo. Pero estos últimos personajes fueron célebres además por otros conceptos, mientras que los Gracos, como Manlio Capitolino, Espurio Melio y muchos otros, ( entre ellos Sergio Catilina) debieron su fama a las discordias civiles, lo cual es bastante triste, cualesquiera que fuesen por lo demás sus intenciones o móviles que les hacían obrar.


                                                                                     R. GARCÍA-RAMOS     

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