SILUETAS HISTÓRICAS.LOS GRACOS
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 16 de
abril de 1898)
Quizá debiéramos
llamar semblanzas a estas siluetas que vamos a escribir; pero de, un modo u
otro, no pretendemos hacer retratos verdaderos o exactos. No podemos
lisonjearnos con la idea de referir de una manera indudable ciertos sucesos y
ciertos caracteres antiguos; y lo que peor es, tal empresa nos parece imposible
o irrealizable, no solamente hoy, sino aun en los mismos tiempos en que
vivieron esos personajes, y en que tuvieron lugar aquellos sucesos.
En las noticias
llamadas históricas hay infinitas divergencias y aun contradicciones; y
cualquiera gran figura o carácter antiguo que se quiera estudiar, nos presenta
un velo de incertidumbre, más o menos transparente, y a veces más o menos
impenetrable. Entre mil ejemplos, se nos
ocurre en este momento el de Robespierre, que unos autores suponen un monstruo
de crueldad, envidia y amor propio o egoísmo, mientras que, otros atribuyen esos
mismos defectos a los contrarios de aquel célebre tribuno, y le suponen víctima
de los mismos. ¿Donde está la verdad? No es fácil decidirlo; pero puede asegurarse
que ni Robespierre ni sus contrarios fueron tan malos o tan inicuos como se les
ha supuesto, y que ha habido en eso como en tantas otras cosas, mala
inteligencia y sobrada ligereza de juicio.
Una cosa algo parecida sucede con los Gracos, que según
una opinión fueron ni, más ni menos que unos farsantes, que se propusieron
dominar en la nación y tal vez hacerse reyes, mientras que según otra, fueron
víctimas de la ingratitud o de la torpeza de sus conciudadanos.
Vamos a hacer una
ligera reseña de los sucesos, tales como la historia los presenta o los ofrece,
sin que desconozcamos la inmensa dificultad que hay en desligarlo verdadero de
lo falso o erróneo, dificultad inevitable y que estamos lejos de poderla vencer
o salvar de una manera bastante satisfactoria.
Tiberio Graco era
cuestor del cónsul Mancino, en la campaña de éste contra la famosa ciudad de
Numancia, en España, y entre ambos hicieron con los numantinos el tratado que
tanto desaprobaron el Senado y una gran parte del pueblo romano. Tan vergonzoso
les pareció a estos el tratado, que propusieron que sus autores y consentidores
fueran entregados a los españoles de Numancia, y anulado el dicho tratado, como
hecho contra la voluntad del pueblo y del Senado; y tan solo en fuerza de las
súplicas de la numerosa y distinguida familia del dicho Tiberio, se consiguió
que casi todos los tribunos del pueblo y algunos senadores se opusieran, y se
resolviera que tan solo el citado cónsul sería entregado a los numantinos. Así
se hizo, pero esto no impidió que Tiberio, llevado probablemente de un amor
propio excesivo, se declarara desde entonces contrario al Senado y defensor del
Tribunado; se hizo propiamente Tribuno de la plebe (como entonces se decía), y
ora fuese por despecho ora por hacerse corifeo y jefe de un partido, con miras
ulteriores que no es tan bien definidas ni bien probadas, es lo cierto que
desde entonces emprendió una campaña de posición sistemática contra aquel
venerable cuerpo, al que tantos y tan grandes servicios debía la República , y que los
mismos Tribunos del pueblo acataban y tenían en alta consideración.
Entre los varios
testimonios que hay, unos favorables y otros contrarios a los Gracos, se cuenta
el de su cuñado Escipión, que había sido su mejor amigo y además estaba casado
con Sempronia, hermana única de aquellos. Además, Cornelia madre de los mismos,
era a su vez hija de otro Escipión, el vencedor del famoso Aníbal. El vencedor
de los numantinos o sea el segundo Escipión llamado Africano, no podía
perdonar a sus hermanos políticos los Gracos, que apadrinasen a la gran
muchedumbre de gente advenediza que afluía a Roma. Esa misma gente constituía
el mayor apoyó de aquellos dos hermanos, que tenían buen cuidado de conservarla
adicta a sus intereses (cualesquiera que estos fuesen) ofreciéndola un reparto
de tierras, quitadas o expropiadas a los poseedores, bajo el especioso pretexto
de que primitivamente aquellas tierras fueron bienes comunales o sea de toda la
nación.
La historia no ha
dicho su última palabra respecto a Tiberio Graco, a causa de su prematura
muerte, que tuvo lugar en medio de un tumulto popular, cuando aquel se hallaba
todavía en la flor de su edad. Murieron con él varios de sus parciales, y
también varios de sus contrarios, víctimas todos de la funesta y larga
rivalidad entre el Senado y el Tribunado. Tratábase de elegir nuevos tribunos, o
sea renovar esos funcionarios, conforme lo disponían las leyes, y Tiberio
quería ser reelegido; muchísimos ciudadanos le apoyaban, mientras que otros se
le oponían, con la mayor parte de los Senadores, resultando de ello una
colisión sangrienta que costó la vida a Tiberio.
Tiberio y Cayo Sempronio Graco |
Su hermano Cayo le
reemplazó en la Jefatura
poco tiempo después, cuando a su vez, fue nombrado tribuno. No era tan sólo el
reparto de tierras lo que ofrecían ambos hermanos. Con esa promesa tenían a su
devoción casi toda, la gente pobre; pero además se atraían a los pobres y ricos
de Italia, y aún de fuera de ella, con otras promesas de derechos anexos a la
ciudadanía romana. Ese era el cebo con que los ambiciosos se atraían los
sufragios para los cargos altos, que desesperaban conseguir de otro modo. Más
tarde, cuando ya la ciudadanía se extendía a casi todos los italianos, y sobre
todo, cuando se extendió la inmoralidad, lo que se prometía y se daba
principalmente era dinero, comprándose así los sufragios, corno es bastante sabido,
y resultando de ello muchas veces que los principales cargos públicos iban a
parar a manos de personas indignas.
Sin embargo, tanto
Cayo como Tiberio Graco se asegura por varios autores que no solicitaron jamás
la pretura ni el consulado, y esto por dos razones: la primera porque no
querían alternar con el Senado ni acercarse a esa Corporación, de la cual eran digámoslo así
enemigos, y en la que de consiguiente contaban por sus enemigos a casi todos
los miembros; y la segunda porque tratando aquellos de elevar el Tribunado muy por encima del precitado cuerpo, preferían con mucho el
cargo de tribuno. Acerca de él y otros muchos pormenores pueden consultarse una
multitud de pasajes de Cicerón y de Valerio Máximo. Plutarco (en Gracch.) y
Floro (lib 3º, cap 4.) hablan de la creencia en que muchos estaban de que los
Gracos aspiraban a reinar, y Lelio añade que Tiberio reinó en efecto durante
algunos meses, puesto que todos le obedecían. Parece que su matador fue Escipión Nasica, según se deduce de una frase de Cicerón (en su defensa de Milon), donde
compara a este Escipión con Servilio Alíala, el matador de Espurio Melio; en otro
lugar o pasaje del mismo autor (Philip VIII -13) se hacen grandes elogios del
dicho Nasica y se le llama libertador de la República. Bueno
es advertir que no se trata aquí del hermano político de los Gracos, sino de
otro miembro de la familia; y que el segundo Escipión africano era hijo
de Paulo Emilio, y sólo por adopción entró en la familia de los Escipiones.
Además, el mismo Cicerón aduce curiosos detalles sobre los Gracos en sus trabajos
de Amicitia (núm. 40 y 41), de Officiis (II- 78, 79 y 83), Sueño
de Escipión (Fragmentos), de Legib. III -24; de Harusp, 43; de
Brut, 103, y 211; etc . Véase también Apiano (Civil. I).
Ya hemos dicho que
Cayo Graco, a pesar del fracaso de su hermano, resolvió continuar la obra o
empresa de Tiberio, cualquiera que fuese el éxito y cualquiera que fuese el
propósito que les movía, aunque ya insinuamos (y esto parece ser lo más
probable) que su propósito no era otro sino el de sobreponer la potestad tribunicia
a todas las demás de la República ,
y dominar de ese modo y disponer soberanamente de todo. Es verdad que el poder
tribunicio estaba repartido entre varios individuos; pero se atribuye a los
Gracos, por diversos autores y según parece no sin fundamento, el pensamiento
de reducir después a dos o uno solo el número de los tribunos. Esto era
convertir a la Repú blica en una especie de monarquía electiva, y había sido
en lo antiguo el pensamiento de Manio el defensor del Capitolio contra los
galos mandados por el famoso Breno, y también según parece el pensamiento de
Melio. Todos ellos fueron unos ambiciosos desatentados, y en particular Manlio,
cuyo amor propio no le permitía conocer que los gansos que le despertaron (a él
y a los demás defensores de aquella ciudadela, cuando los galos la asaltaron
por la noche), salvaron a Roma mejor que el mismo Manlio, y esto dando de
barato que Roma se salvara esa vez de poder de los galos, lo cual es bastante
problemático.
La suerte de Cayo fue
muy parecida a la de su hermano único Tiberio; ambos murieron violentamente con
una multitud de gente del uno y del otro bando, en los motines o encuentros
entre los partidarios del ¡Senado y los del Tribunado, y con su muerte quedó
por algún tiempo apaciguada, aquella funesta división o rivalidad, que habría
más tarde de reproducirse y dar una triste celebridad a Sila y a Mario, lo
mismo que a César y Pompeyo. Pero estos últimos personajes fueron célebres
además por otros conceptos, mientras que los Gracos, como Manlio Capitolino,
Espurio Melio y muchos otros, ( entre ellos Sergio Catilina) debieron su fama a
las discordias civiles, lo cual es bastante triste, cualesquiera que fuesen por
lo demás sus intenciones o móviles que les hacían obrar.
R.
GARCÍA-RAMOS
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