SILUETAS HISTÓRICAS. CROMWELL
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 18 de abril de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
El hijo mayor de Cromwell
fue llamado a sustituir a su padre; pero este joven no tenía la talla ni el
prestigio militar ni civil de Octavio César; el ejército británico no podía
conformarse con tal jefe, al que también rechazaba una parte muy considerable
de la nación; y por otra parte, el primogénito del último monarca se mostraba
extremada mente afable y liberal para con todo el mundo, aunque ausente de
Inglaterra, y tenía aquí un partido considerable, que aumentaba de día en día.
(Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 18 de abril de 1898)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
No entra en nuestro
propósito hablar de los talentos militares desplegados por Oliver o Cromwell durante la sangrienta guerra civil de Inglaterra a mediados del siglo XVII,
guerra que llevó al patíbulo al desgraciado rey Carlos I, como más tarde en
Francia sucedió con el no menos infortunado, Luis XVI, reyes que seguramente no
fueron mas culpables que cualesquiera otros. Tampoco nos ocuparemos aquí; de los
sucesos políticos que promovieron la misma guerra, ni de los que durante ella
tuvieron lugar. Vamos a considerar a Oliverio tan solo desde que por la
renuncia de lord Fairfax, fue nombrado generalísimo de los ejércitos
británicos. Bien merecía esa distinción por su comportamiento y hazañas; pues
aunque Inglaterra contaba entonces con varios generales de un mérito sobresaliente,
ninguno como Cromwell podía ser reputado invencible, siempre vencedor o siempre
afortunado. La doble y formidable rebelión de la Irlanda y la Escocia , contra Inglaterra
o más bien contra su Parlamento, tal vez otro que no fuera Cromwell no la
hubiera dominado y sofocado, al menos en el corto espacio de tiempo, que aquel
necesitó para llevar a cabo tamaña empresa.
Oliver Cromwell |
En realidad, contra
los miembros del Parlamento inglés había no solo en Irlanda y Escocia, sino aun
en la Inglaterra
misma, bastante descontento, no tan solo por el abuso que venía haciendo de sus
facultades, sino sobretodo por su exclusivismo o tendencia a perpetuarse en el
mando. Era ya tiempo de que aquella Cámara se renovase, en su totalidad o por
lo menos en su mitad, y para ello el Ejército la elevó una respetuosa posición o
manifiesto; pero esta petición fue desestimada por la Cámara , y desde entonces
comenzó una hostilidad mas o menos abierta o declarada entre aquella y el
Ejército.
Llegó a tal punto
la osadía de la Cámara ,
su vanidad y descarado deseo de mantenerse sus miembros en la soberanía, por
tiempo indefinido o ilimitado, que no tuvo empacho en expedir un decreto por el
cual declaraba reos nada menos que de alta traición a todos los que en lo sucesivo
presentaran peticiones o, manifiestos semejantes. Entonces el mismo Cromwell que
ni había suscrito aquella solicitud o petición, ni tomó parte en las disputas y
aun injurias groseras que mediaron en aquella ocasión, resolvió de motu propio
y accediendo también a la excitación de casi todo el ejército y el pueblo,
presentarse ante la Cámara
o Parlamento, para hacerle las observaciones y exhortaciones que estimó oportunas;
pero todo fue en vano, y viendo que eran ineficaces sus razones, llamó
trescientos hombres e hizo despejar el salón. La verdad es que si bien la
Cámara contaba con hombres dignísimos (y estos eran precisamente
los que menos se oponían a que fuera renovada, y aun pedían algunos la
renovación) también contaba en su seno muchos otros llenos
de egoísmo y amor propio exagerado o inmerecido; algunos se presentaban ebrios a
las sesiones, otros vendían sus votos, y mu-
chos carecían de todo mérito o distinción, y habían
ocupado aquel puesto de sorpresa o de casualidad, Estos eran los que a pesar de
los largos años que llevaban de ejercicio, mas se resistían a dejar el poder, y
cada vez se hallaban más apegados al mismo. Con frecuencia hacían en la Cámara las mociones más
extravagantes, y disputaban tenazmente, sosteniendo
absurdos y entorpeciendo los negocios y debates de verdadera utilidad para la
nación.
Toda la nación se
apresuró a demostrar su aprobación al acto realizado por Cromwell; pero
entonces sucedió una cosa que hoy parece muy extraña, por que muchos ignoran
hasta qué punto llegaba entonces en Inglaterra la pasión o fanatismo por la Biblia , y decimos
fanatismo, por que cada cual la interpretaba como mejor le parecía; pero todos querían obedecer ciegamente sus preceptos, sobre todo, los
del antiguo Testamento. Esperaban de día en día la llegada del Mesías y
entretanto no se resolvían a nombrar otro Parlamento. Como no podían seguir así
las cosas, los jefes militares, aunque también pagaban algún tributo a la
superstición general, invitaron a Cromwell para que nombrase nueva Cámara, y
así lo hizo. Si bien reduciendo mucho el número de sus miembros. Se le
indicaban para esos cargos las personas más populares, y sobro todo, los
llamados antimonianos, o antimonacales, que se decían iluminados por el
Espíritu Santo e incapaces de errar; pero procuró no incluir a los mas
fanáticos, que pretendían suprimir todo otro gobierno que no fuera la pura Ley
que dejó escrita Moisés.
Este nuevo
Parlamento funcionó por algún tiempo; pero se ocupaba más de religión que de
política, y empezó a tratar de introducir en la nación el culto mosaico en toda
su pureza. El resultado fue que al cabo la misma nación se disgustó de su
Parlamento, y pidió que fuese suprimido. Como siempre, acudieron a Cromwell,
que tanto en paz como en guerra era por decirlo así su providencia. Este
consiguió que muchos miembros, incluso el presidente, renunciaran el cargo que
el misino le había dado, y los demás fueron intimados por el coronel White para
que abandonaran sus puestos. Entonces tuvo lugar aquella conocida escena, en que
presentándose el dicho coronel a la asamblea de los recalcitrantes, los
preguntó qué hacían allí, y ellos contestaron que buscaban al Señor en la
oración; a lo cual les dijo White que fueran a buscarle a otra parte, por que
allí no estaba, o por lo menos, no hacía caso alguno de tal asamblea.
Y sin embargo no ha
faltado entonces y después quien, en Inglaterra y también fuera de ella, haya
opinado que aquel fue el Parlamento más santo que ha tenido jamás nación
alguna. Pudiera haberlo sido; pero no es menos cierto que no era un Parlamento
político. Los asuntos de que se ocupaba principalmente eran los de la ley de
Moisés, y cuando se trató de hacer la paz con Holanda
(después de una guerra desastrosa) el Parlamento o Cámara inglesa, que es la
misma de: que hablamos, puso mil dificultades basadas en la impiedad de los holandeses
y su apego a la ganancia o lucro, predicándoles que antes que todo buscasen al
Señor, y no se ocupasen tanto de comercio y de negocios marítimos y otros, que eran los que venían a tratar. El resultado de ello fue que no hubo
paz, y la guerra prosiguió aniquilando a ambas potencias. Se asegura que los
par de parlamentarios ingleses decían que era preciso subyugar a los hombres del
pecado, o conseguir su regeneración por medio de rezos y sermones (Goldsmith,
Hist. de Inglat.)
Puede decirse que una gran parte del pueblo
inglés tomando por modelo al antiguo pueblo de Israel, pretendía pasar a cuchillo
o exterminar a cualquier otro que no observase la Ley mosaica; mientras, que
otros ingles se inclinaban a la clemencia
y persuasión para con sus enemigos, de acuerdo con los preceptos del nuevo
Testamento En tal estado de cosas, el ejército volvió como siempre los ojos
hacia (Cromwell le brindó con el Protectorado de la nación, nombre que se
imaginó por no usar el de Dictadura, aunque se sabía bien que en Roma la
dictadura que desde muy antiguo solía crearse en casos extremos o en
circunstancias difíciles había dado casi siempre los mejores resultados, siendo
Julio Cesar quien tornó odioso ese nombre estableciendo una dictadura perpetua. En realidad,
y dicho sea de paso, más que a Cesar hay que culpar de ello a los romanos, que
hicieron posible allí y hasta necesaria tal dictadura perpetúa. Sin ella Roma estaba
a punto de sucumbir por sus propias discordias, y sus provincias a punto de
sublevarse contra un gobierno republicano y triunviral que ya casi no era gobierno,
sino un sistema Completo de expoliación y de trapacería; cada gobernador de
provincia (que decían procónsul o propretor) era un sátrapa o cacique semejante
a los de las monarquías del Asia y de la América , o por mejor decir, era peor que estas,
porque tenía; más hambre y sed o por lo menos más deudas.
Volvamos a Cromwell. Su
dictadura o llámese protectorado dio para Inglaterra. Los mismos ventajosos
resultados que para Roma o Italia habían producido sus célebres y antiguas
dictaduras, que generalmente se decían o creaban por poco tiempo, y en cuanto
pasaba el peligro los mismos dictadores se apresuraban a renunciar su cargo. La
nación inglesa se regenero política y económicamente; sus fuerzas tomaron nuevo desarrollo e incremento, y se
hicieron respetar de las demás naciones; se impuso a la Holanda una paz ventajosa
para Inglaterra, y puede decirse que de esa época data la supremacía marítima
inglesa.
En vista de tales resultados,
los ingleses entusiasmados con su protector, llegaron hasta ofrecerle la
corona; pero Cromwell era un hombre modelado a la antigua, era como si
dijéramos un romano de los buenos tiempos de la República ; rehusó y dijo
que tan solo conservaría el poder mientras lo considerase necesario para el
bien de la nación.
Pero la vida del
protector duró poco para ello, y sus últimos días fueron acibarados por la
calumnia y por la envidia. En Inglaterra, como en todas partes, había infinidad
de seres para quienes todo marcha mal si ellos no marchan bien, es decir, si no
hacen su negocio. La prematura muerte de Cromwell vino a demostrar de parte de
quien estaba la razón, y cuan difícil era reemplazar un hombre de su talla.
Si alguna falta
grave se le puede imputar es su comportamiento con el rey Carlos, después de
vencido éste; pero es muy dudoso que esa falta fuera de Cromwell más quede todo
el ejército. El parlamento trataba da pactar con el rey, estaba a punto de
concluir una nueva constitución que satisfacía las exigencias parlamentarias,
que podía decirse eran las de la nación; pero el ejército o Cromwell, y
probablemente ambos, se opusieron a ello. Es difícil juzgar hoy con acierto
sobre tal asunto. En vista de los datos escritos en aquellos tiempos e inmediatos siguientes, podrá cada cual formar
su opinión, siendo al parecer lo más verosímil que, el ejército, que era el que
había sufrido todo el peso de la guerra, no quería transacción con Carlos, cuyo
orgullo conocía, y sólo veía en la transacción una tregua que haría recobrar al
monarca nuevas fuerzas.
Además ¿podía ser válido cualquier pacto hecho
con un rey prisionero?
No era de temer que
al verso nuevamente libre el monarca, declarase nulo lo pactado durante su
prisión o cautiverio. Debió comenzarse por devolver generosamente la libertad
al rey, y pactar entonces, si es (o era posible; pero ni el ejército ni el parlamento
estaban de manera alguna, dispuestos a dejar a Carlos I en plena libertad y
disposición de continuar las hostilidades.
Sea de el o lo que
fuere, al fallecimiento del protector, como dejamos indicado, quedó nuevamente
la nación en un estado de perturbación lamentable; era aquello una república
semejante a la Romana
a la muerte de Cesar, con la diferencia de que como Cromwell no fue asesinado,
no mediaron los odios y rencores le sus parientes y parciales, no se presentó
otro Octavio a vengar su muerte, ni otro Antonio a secundar esa venganza.
Verdad es que este último lo que principalmente se proponía era ser emperador a
su vez, fundado en que era, a la sazón, uno de los dos cónsules de la República. Todavía
se llamaba así la nación Romana, a pesar de la dictadura; el otro cónsul era el
mismo Cesar, que además de ser dictador había tomado el consulado por la quinta
vez, cuando fue asesinado. Su acólito en la dictadura, o como los romanos decían,
su general de la Caballería ,
era entonces Emilio Lépido, que también se creyó con derecho a sucederle; pero valía
menos que Antonio, y sobre todo menos que Octavio, que además de su propio
mérito, ostentaba su inmediato parentesco con el finado emperador, de quien era
universal heredero.
Los ingleses como
los romanos, repetimos, se hallaron sin gobierno a la muerte de su dictador;
unos y otros se inclinaron a proseguir aquella forma política dictatorial, que
en efecto parecía ser la más conveniente o la única viable en la una como en la
otra nación.
No es de este lugar
la historia de los acontecimientos que inmediatamente siguieron a los que muy
ligera o sucintamente acabamos de reseñar. Así sólo diremos, para terminar, qué
el nuevo protector Ricardo Cromwell se vio al cabo de poco tiempo precisado a
renunciar su cargo, y que la opinión nacional entonces se inclinó sucesivamente
a un parlamento o senado supremo, de donde dimanasen todos los poderes; y a un
tribunal militar, que llamaban consejo o comisión; pero la verdad es que este
último sistema (si puede llamarse así) fue una imposición del ejército que poco
tiempo se mantuvo, volviéndose al sistema inmediato anterior. También
advertiremos que este parlamento de que hablamos no fue otro sino él mismo que
había sentenciado a
Carlos 1º y que últimamente había sido rehabilitado. Por
último, se acordó la convocación de un parlamento nuevo, de libre elección, en
el que resultó una mayoría a favor del sistema monárquico; porque en
Inglaterra, como en Roma o Italia, y más tarde en Francia, los frecuentes
disturbios y turbulencias, que amenazaban con una guerra civil permanente o
constante, habían ocasionado una reacción en los ánimos. Además. se observaba
que cada alto magistrado o funcionario público, se convertía pronto en un
pequeño déspota; y el pueblo decía con su experiencia y buen sentido practico,
que sí al cabo era preciso sufrir cualesquiera déspotas, era preferible, (es
decir, menos malo) que en lo posible quedaran reducidos a uno solo.
Varios autores han
hecho una comparación entre Cromwell, Bonaparte y Robespierre. No deja de haber
analogía entre ellos; pero a nuestro entender y el de varios autores, el
primero de aquéllos ha sido calumniado, atribuyéndole demasiado egoísmo y
ambición, o lo que es lo mismo, identificándole bajo ese concepto con
Bonaparte, mientras que el tercero esta poseído de una manía o preocupación,
que consistía (como en Marat) en creer o pensar que nadie como él mismo era
capaz, de guiar los asuntos de la república. Robespierre creía primeramente que
tan sólo su partido (llamado la montaña) podía salvar a la nación del
poder de sus enemigos, y salvar la libertad, siendo así que acaso mejor y más
pronto las hubieran salvado los republicanos llamados (girondinos) cuando más tarde quedó la montaña triunfante,
empezó a creer que tan sólo el mismo era capaz de dirigir el gobierno; todos
los demás convencionales le parecían incapaces, o venales, o traidores, salvo
unos cuantos de sus parciales, a los cuales también hubiera repudiado
probablemente más tarde, si no hubiera sucumbido en las famosas jornadas de
Thermidor. Ese exclusivismo de Robespierre, como antes el de Marat, cualquiera
que fuese la causa a que obedecía, resultaba al cabo antiliberal, y por
ende antirrepublicano; razón por la cual diversos autores han creído, no sin
fundamento, que Danton valía más que aquellos, y puede considerársele lo mismo
quo a Cromwell como mejor patriota y ciudadano más digno de los homenajes de la
posteridad. El egoísmo es odioso siempre, y mucho más en las repúblicas, donde
se convierte en la rémora de la libertad y aun en la tumba de la misma, si no
se le ahoga donde quiera que levante su repugnante cabeza. Si prevalece en una
nación cualquiera, puede decirse que ni esa misma nación es libre, e
independiente, ni siquiera digna de poseer independencia y libertad.
R.
GARCÍA-RAMOS
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