(Artículo publicado el 24 de enero de 1898 en el Diario de Tenerife)
Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC
III
Volvamos ahora a
las navegaciones anteriores a las de estos sevillanos, de que acabamos de
hablar, omitiendo otras posteriores que, aun cuando correspondan todavía a la Edad Media , son poco
importantes las unas, y las otras sobradamente conocidas.
La caída del gran
imperio Romano, si bien señala comúnmente una época de obscurantismo, esta
ignorancia u obscurantismo no fue tan grande como algunos escritores lo han
imaginado. La nación Romana (hablamos ahora tan solo del imperio de Occidente)
cayó como cuerpo de nación; pero su industria y su comercio no cayeron tan en absoluto
como aquella.
Sin embargo, es de
creer que estas islas oceánicas y africanas, bastante lejanas del estrecho de
Gades, no serían visitadas con frecuencia por los navegantes de la época a que
aludimos; pero al mismo tiempo hay que observar el gran atrevimiento de los
normandos y en general los llamados "bárbaros del Norte. Ellos se lanzaban
a la mar repetidas veces en escuadras o flotas, en las cuales el gran número de
buques suplía hasta cierto punto el atraso o imperfección del arte naval. Estas
escuadras de normandos o sea gentes del Norte (que es el significado de esa
palabra) invadían cada poco tiempo las costas Británicas, así como las de
Iberia, llegaban hasta el África, y casi siempre regresaban cargadas de botín.
Por último los hombres del norte, llamados también germanos (hombres de armas),
se fijaron en los mismos países que invadían, así por mar como por tierra; y desde
allí continuaban sus piraterías, hasta mucho más al Sur.
Tampoco pretendemos
con esto decir que llegaran hasta las Canarias; pero algunos años mas tarde,
sus descendientes, unidos a los marinos de los mismos países de Francia e
Iberia donde habían acabado aquellos por establecerse, empezaron a explorar las
costas africanas, tanto por la parte del Mediterráneo o mar interior, como por
el Océano o mar exterior.
Es increíble el
atrevimiento de los navegantes de Diepa (Dieppe) y de otros puertos de la
antigua Galia, que heredaron por decirlo así la actividad y valor de los
normandos; y también de España y de Lusitania se hacían al mar cada poco hordas
o legiones de aventureros, que recorrían, como en otro tiempo Sertorio con su
gente allegadiza, casi todas las costas que los cartagineses y romanos habían
frecuentado.
Desgraciadamente para
las investigaciones históricas, esas gentes semibárbaras carecían de
literatura, casi en absoluto; casi nadie entre las mismas gentes sabía leer ni
escribir, de lo que resultaba que sus hazañas y sus descubrimientos quedaban
sepultados en el olvido, o al menos, sólo por tradición se conservaba entre
aquellos pueblos o gentes alguna noticia de sus viajes y exploraciones.
La gente de Italia,
aunque arrollada por la avalancha de los pueblos del Norte, conservó en gran
parte su propia literatura, que ya es sabido se impregnó de barbarismos, por el
contacto y dominación de aquellos pueblos. Por otra parte la gente italiana
tuvo la suerte de quedar durante muchos años en contacto con los griegos y
latinos del imperio de Oriente, lo cual la preservó de mayores males, o sea de
mayor olvido de sus pasadas glorias y civilización, y la procuró los medios de
perpetuar por escrito las noticias más salientes de aquella época y las anteriores.
Pero aunque la
falta de literatura nos haya privado de muchas noticias respecto a las
empresas y navegaciones de los iberos y de los francos, durante los primeros
siglos de la Edad Media ,
no puede dudarse que en ellos se perpetuó, digámoslo así, el arrojo de los
normandos. No podemos olvidar, a propósito de ello, que el barón normando Juan de
Bethencourt, efectuaba sus viajes a las Canarias por alta mar, sin acercarse a
la costa africana, tal vez por venir sucediendo así desde mucho tiempo antes entre
la gente de su nación, sin necesidad de apelar a la pericia náutica de los
marinos italianos. Consta en una obra de Mr. Villault de Bellefond, que desde
el año 1364 salían del puerto de Diepa diferentes naves mercantes, que también
por alta mar llegaban a las costas de Guinea, y hasta más al Sur de Sierra
Leona; y seguramente no fueron esas las primeras naves francesas que surcaron
estos mares.
Pero ya lo hemos
dicho, los italianos han conservado más noticias sobre esas expediciones
marítimas de la Edad Media ;
y vamos a decir dos palabras referentes a algunos viajes posteriores a la
fracasada empresa de Doria y Vivaldi, que como es sabido tuvo lugar por los
años 1285 a 1291, empresa que no sabemos con completa certeza si tuvo por
objeto pasar directamente a las Indias por la vía de Occidente o llegar al
mismo país doblando el Cabo de Buena Esperanza y navegando hacia Oriente.
Es digno de notarse
que los catalanes y mallorquines no fueron menos expertos que los italianos en
la navegación, durante el mismo período de tiempo; y no podía ser de otro modo,
porque unos y otros fueron igualmente sucesores de los romanos en cultura y civilización.
El famoso atlas catalán de 1375 consigna que el piloto mallorquín Santiago o Jacobo
Ferrer había pasado en 1346 a la costa de Guinea, y tampoco puede
decirse que fuera ese el primer viaje de los españoles a aquellas regiones
africanas.
Atlas catalán |
Otro célebre atlas es el llamado mediceano (por haber sido
ofrecido o dedicado a los Médicis), que data del año 1351, y contiene ocho cartas
dobles, todas ellas en pergamino. Ya en esa época figuraban en los mapas, no
sólo las islas Canarias, sino las Azores, Madera etc…; por manera que en
realidad los portugueses no fueron los primeros descubridores de esos dos
últimos grupos de islas. Los portugueses las volvieron a encontrar, por
casualidad, como sucedió varias veces con las Canarias, que fueron descubiertas
y perdidas u olvidadas por los antiguos navegantes, de diferentes naciones.
Con las cartas
geográficas antiguas ha sucedido lo mismo que con las noticias escritas, de que
hablamos en nuestro artículo primero. Solo un número muy corto ha podido llegar
hasta nosotros. Pero fueron innumerables, y de todos tiempos. Desde la más
remota antigüedad histórica se hace mención de ellas, aunque es de suponer que
esas cartas o mapas más antiguos serían naturalmente muy defectuoso. Conocida
es la tradición homérica de Ulises, que recibió de Eolo un mapa delineado en
una piel de carnero; y se sabe también sin mezcla de fábula, que Demócedes de Crotona
levantó por orden de Dario Histaspes una carta del litoral de la Grecia. Los mapa mundi -aseguran Eliano y Aristófanes- que eran comunes en su tiempo y en otros
anteriores, y otros autores mencionan las cartas de marear de los tirios,
sidonios y otros fenicios, así como también las de los cartagineses. Los
navegantes casi todos poseían tales cartas, que con frecuencia eran formadas, o al menos ampliadas por ellos
mismos; pero además hubo muchos autores antiguos que se dedicaron a ese trabajo
entre ellos, Anaximandro de Mileto, Eratostenes, Euclides, Aristarco, Hiparco y
otros varios, que no solo hicieron cartas planas, sino también esféricas. La redondez
de la Tierra
era conocida hasta de los poetas, y no pocos hombres eminentes de aquellos tiempos
tuvieron que sentir de parte de los
sacerdotes paganos, que consideraban contraria aquella noción a sus creencias y
fe religiosa, lo cual prueba que en todos tiempos se ha infiltrado una buena
dosis de tontería en las religiones, y que la fe estúpida es peor que la
incredulidad.
R. GARCÍA-RAMOS
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