jueves, 18 de septiembre de 2014

VIAJES AL ATLÁNTICO DURANTE LA EDAD MEDIA (II)


(Artículo publicado el 24 de enero de 1898 en el Diario de Tenerife)
                                  Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

III

 Volvamos ahora a las navegaciones anteriores a las de estos sevillanos, de que acabamos de hablar, omitiendo otras posteriores que, aun cuando correspondan todavía a la Edad Media, son poco importantes las unas, y las otras sobradamente conocidas.

 La caída del gran imperio Romano, si bien señala comúnmente una época de obscurantismo, esta ignorancia u obscurantismo no fue tan grande como algunos escritores lo han imaginado. La nación Romana (hablamos ahora tan solo del imperio de Occidente) cayó como cuerpo de nación; pero su industria y su comercio no cayeron tan en absoluto como aquella.

Sin embargo, es de creer que estas islas oceánicas y africanas, bastante lejanas del estrecho de Gades, no serían visitadas con frecuencia por los navegantes de la época a que aludimos; pero al mismo tiempo hay que observar el gran atrevimiento de los normandos y en general los llamados "bárbaros del Norte. Ellos se lanzaban a la mar repetidas veces en escuadras o flotas, en las cuales el gran número de buques suplía hasta cierto punto el atraso o imperfección del arte naval. Estas escuadras de normandos o sea gentes del Norte (que es el significado de esa palabra) invadían cada poco tiempo las costas Británicas, así como las de Iberia, llegaban hasta el África, y casi siempre regresaban cargadas de botín. Por último los hombres del norte, llamados también germanos (hombres de armas), se fijaron en los mismos países que invadían, así por mar como por tierra; y desde allí continuaban sus piraterías, hasta mucho más al Sur.

Tampoco pretendemos con esto decir que llegaran hasta las Canarias; pero algunos años mas tarde, sus descendientes, unidos a los marinos de los mismos países de Francia e Iberia donde habían acabado aquellos por establecerse, empezaron a explorar las costas africanas, tanto por la parte del Mediterráneo o mar interior, como por el Océano o mar exterior.

Es increíble el atrevimiento de los navegantes de Diepa (Dieppe) y de otros puertos de la antigua Galia, que heredaron por decirlo así la actividad y valor de los normandos; y también de España y de Lusitania se hacían al mar cada poco hordas o legiones de aventureros, que recorrían, como en otro tiempo Sertorio con su gente allegadiza, casi todas las costas que los cartagineses y romanos habían frecuentado.
 Desgraciadamente para las investigaciones históricas, esas gentes semibárbaras carecían de literatura, casi en absoluto; casi nadie entre las mismas gentes sabía leer ni escribir, de lo que resultaba que sus hazañas y sus descubrimientos quedaban sepultados en el olvido, o al menos, sólo por tradición se conservaba entre aquellos pueblos o gentes alguna noticia de sus viajes y exploraciones.

 La gente de Italia, aunque arrollada por la avalancha de los pueblos del Norte, conservó en gran parte su propia literatura, que ya es sabido se impregnó de barbarismos, por el contacto y dominación de aquellos pueblos. Por otra parte la gente italiana tuvo la suerte de quedar durante muchos años en contacto con los griegos y latinos del imperio de Oriente, lo cual la preservó de mayores males, o sea de mayor olvido de sus pasadas glorias y civilización, y la procuró los medios de perpetuar por escrito las noticias más salientes de aquella época y las anteriores.

 Pero aunque la falta de literatura nos haya privado de muchas noticias respecto a las empresas y navegaciones de los iberos y de los francos, durante los primeros siglos de la Edad Media, no puede dudarse que en ellos se perpetuó, digámoslo así, el arrojo de los normandos. No podemos olvidar, a propósito de ello, que el barón normando Juan de Bethencourt, efectuaba sus viajes a las Canarias por alta mar, sin acercarse a la costa africana, tal vez por venir sucediendo así desde mucho tiempo antes entre la gente de su nación, sin necesidad de apelar a la pericia náutica de los marinos italianos. Consta en una obra de Mr. Villault de Bellefond, que desde el año 1364 salían del puerto de Diepa diferentes naves mercantes, que también por alta mar llegaban a las costas de Guinea, y hasta más al Sur de Sierra Leona; y seguramente no fueron esas las primeras naves francesas que surcaron estos mares.
 Pero ya lo hemos dicho, los italianos han conservado más noticias sobre esas expediciones marítimas de la Edad Media; y vamos a decir dos palabras referentes a algunos viajes posteriores a la fracasada empresa de Doria y Vivaldi, que como es sabido tuvo lugar por los años 1285 a 1291, empresa que no sabemos con completa certeza si tuvo por objeto pasar directamente a las Indias por la vía de Occidente o llegar al mismo país doblando el Cabo de Buena Esperanza y navegando hacia Oriente.

Es digno de notarse que los catalanes y mallorquines no fueron menos expertos que los italianos en la navegación, durante el mismo período de tiempo; y no podía ser de otro modo, porque unos y otros fueron igualmente sucesores de los romanos en cultura y civilización. El famoso atlas catalán de 1375 consigna que el piloto mallorquín Santiago o Jacobo Ferrer había pasado en 1346 a la costa de Guinea, y tampoco puede decirse que fuera ese el primer viaje de los españoles a aquellas regiones africanas.


Atlas catalán 

Otro célebre atlas es el llamado mediceano (por haber sido ofrecido o dedicado a los Médicis), que data del año 1351, y contiene ocho cartas dobles, todas ellas en pergamino. Ya en esa época figuraban en los mapas, no sólo las islas Canarias, sino las Azores, Madera etc…; por manera que en realidad los portugueses no fueron los primeros descubridores de esos dos últimos grupos de islas. Los portugueses las volvieron a encontrar, por casualidad, como sucedió varias veces con las Canarias, que fueron descubiertas y perdidas u olvidadas por los antiguos navegantes, de diferentes naciones.

 Con las cartas geográficas antiguas ha sucedido lo mismo que con las noticias escritas, de que hablamos en nuestro artículo primero. Solo un número muy corto ha podido llegar hasta nosotros. Pero fueron innumerables, y de todos tiempos. Desde la más remota antigüedad histórica se hace mención de ellas, aunque es de suponer que esas cartas o mapas más antiguos serían naturalmente muy defectuoso. Conocida es la tradición homérica de Ulises, que recibió de Eolo un mapa delineado en una piel de carnero; y se sabe también sin mezcla de fábula, que Demócedes de Crotona levantó por orden de Dario Histaspes una carta del litoral de la Grecia. Los mapa mundi -aseguran Eliano y Aristófanes- que eran comunes en su tiempo y en otros anteriores, y otros autores mencionan las cartas de marear de los tirios, sidonios y otros fenicios, así como también las de los cartagineses. Los navegantes casi todos poseían tales cartas, que con frecuencia eran formadas, o al menos ampliadas por ellos mismos; pero además hubo muchos autores antiguos que se dedicaron a ese trabajo entre ellos, Anaximandro de Mileto, Eratostenes, Euclides, Aristarco, Hiparco y otros varios, que no solo hicieron cartas planas, sino también esféricas. La redondez de la Tierra era conocida hasta de los poetas, y no pocos hombres eminentes de aquellos tiempos tuvieron que sentir  de parte de los sacerdotes paganos, que consideraban contraria aquella noción a sus creencias y fe religiosa, lo cual prueba que en todos tiempos se ha infiltrado una buena dosis de tontería en las religiones, y que la fe estúpida es peor que la incredulidad.



                                                                           R. GARCÍA-RAMOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario