ANTILLIA Y BRASIL
(Artículo publicado el 14 de febrero de 1898 en el Diario de Tenerife)
Esos dos nombres
figuran desde muy atrás en las cartas geográficas del mar Atlántico, mar que
sin duda las naves fenicias, cartaginesas y romanas surcaron infinitas veces,
hasta mayor o menor distancia del viejo Mundo, sin que se conserve noticia casi
ninguna de esas antiguas navegaciones.
Las islas oceánicas
eran halladas y perdidas repetidas veces por los navegantes, y las relaciones
de éstos, cuando las escribían, eran naturalmente confusas y adornadas o
envueltas en un tejido de fábulas. Aún así, apenas ha llegado hasta nuestros
días tal o cual noticia escrita, noticia que al ser copiada y comentada, era
nuevamente alterada y empapada en la fábula, tanto antigua como moderna, esto
es, en los cuentos y consejos de la Edad Medía , confusa amalgama de visionarios de distintas
religiones.
Las cartas
geográficas del Océano adolecían, naturalmente, de los mismos defectos de las
otras noticias escritas, y decimos otras noticias, porque en las mismas cartas
era costumbre escribirlas, y muchas hay
que no se encuentran en otra parte. Los tales mapas, repetimos, diferían no
poco entre sí, aún tratándose de un mismo país o región, marítima o terrestre.
En los unos se veían (y ven aún) aquellas dos islas precitadas, mientras que en
otros no aparecen, o aparecen con notables diferencias, en su situación, forma,
tamaño, etc. Antes de que el célebre Cristóbal Colón emprendiera su viaje en
solicitud de las Indias, por la vía de Occidente, ya figuraban en las cartas de
marear las referidas dos islas, en particular la Antilia , a la cual se
dirigió aquel navegante, para desde ella proseguir su viaje hasta descubrir el
continente e islas asiáticas, de las cuales muchos creían o sospechaban que
pudiera formar parte dicha Antilia, y quizá el mismo Colón no estuviera muy lejos
de creerlo. Lo cierto es que hasta hoy se llaman Antillas o Antilas las islas
del seno Mejicano, descubiertas por el famoso genovés.
Pocas y confusas
son las noticias que sobre las dos islas precitadas, han podido salvarse de las
tinieblas de la Edad Media
y de los estragos que son consiguientes al largo transcurso de los siglos.
Era una tradición
bastante admitida la de que cuando los árabes y otros mahometanos invadieron la
península Ibérica, no pudiendo o no queriendo muchos cristianos sufrir aquella
dominación, resolvieron pasar a una isla del Océano, guiados por varios Obispos
y otros sacerdotes, que efectivamente les condujeron y aportaron en cierto país, el cual fue llamado después isla o país de las Siete
Ciudades. Este país figura en varios mapas antiguos, a veces cerca de la costa
de Andalucía, y a veces lejos de ella. Si hubo tal viaje y colonización, cosa a
la verdad muy dudosa, pudiera ser una de las islas Británicas el país donde
aportaron aquellos emigrantes; pero otros le sitúan muy adentro de la mar,
cerca de las costas Americanas, y aún en distintos otros parajes.
En la isla San
Miguel, de las Azores, se asegura hay un término que hasta hoy llaman de las
Siete Ciudades, y hasta se cree que los terremotos y volcanes (frecuentes allí
en otros tiempos) destruyeron aquella floreciente colonia. Otros opinan que la
llamada isla de las Siete Ciudades no fue otra sino la misma Antilia, y que
ésta, es a su vez la misma isla que Aristóteles llamó Anteínsula, cosa
verosímil, si se atiende a que es probable se la llamase también Anti-ínsula,
y traduciendo esa voz se dijera Antilha y Antilia. Esta figura está en casi
todas las cartas del Océano, hechas en la Edad Media , aunque también con diversa situación,
pues mientras en las unas está casi a la altura de las Azores, en otras aparece
mucho más lejos, y cerca del Continente americano, que entonces no figuraba
todavía en las cartas, o figuraban como país asiático.
Dichas cartas o
mapas oceánicos eran en su mayor parte unas repeticiones o copias más o menos
ampliadas, de otros mapas más antiguos. En el año 1414 menciona la Antilia el señor Behain, y
en el portulano de la biblioteca de Weymar –año de 1424- aparece diseñada, como
también en el mapa del genovés Beccaria, que está en la biblioteca de Parma.
También se la ve en la carta veneciana de Andrés Bianco, y en la genovesa de
Pareto -1436 y 55 respectivamente-. Otras muchas la traen también, y o
repetimos, son casi todas meras reproducciones de otras cartas antiguas. Es de
notar que no podía ser esa isla ninguna de las Azores, Canarias ni Madera o
Puerto Santo, porque todas estas eran ya bastante conocidas, y figuraban en su
respectivo lugar en los mapas, siendo así que la Antilia prosiguió siendo
delineada por separado, hasta en cartas muy posteriores, entre ellas, el Mapa
mundi de Fra Mauro -1476-. El célebre matemático florentino Toscanelli, de quien
tomó autorizadas noticias Cristóbal Colón (como es bastante sabido), situaba la Antilia casi a la mitad de
la distancia de Lisboa a las Indias, por la vía de Occidente; y el ante citado
M. Behain, cuyo globo terrestre se ajusta y concuerda con el mapa de
Toscanelli, sitúa la mencionada isla a los 330 grados de longitud. En el siglo
XVI aparece también en los respectivos atlas de Ortelío y de Mercator.
Paolo dal Pozzo Toscanelli |
Atlas de Ortelio |
Abraham Ortelius |
Atlas de Mercator |
Gerardus Mercator |
No era esa isla la
única que aparecía por aquellos parajes o términos marítimos en las cartas
geográficas; a sus inmediaciones se situaban otras varias, que indican una como
noticia vaga o incompleta de las actuales islas del seno Mejicano. Y a la verdad,
si como es sabido hasta nuestros días se ha visto propasarse las naves, por
efecto de los temporales, y llegar hasta América ¿porqué no había de suceder lo
mismo en todos tiempos, desde que se navega por este mar? Claro está que esto
es no solamente muy posible, sino también muy probable; y que además de los
viajes propiamente dichos de exploración, que efectuaron los antiguos, también
por accidente natural de la navegación se haya llegado diferentes veces a las costas
americanas, desde fecha muy anterior a su casual e impensado descubrimiento, debido
a la intrepidez de Cristóbal Colón y sus compañeros de fortuna, cuando
marchaban en solicitud de las Indias por la vía de Occidente.
***
Pasemos ahora á
hablar de la isla Brasil o Brazil, cuya situación varía o cambia, según los
mapas, cosa que por lo demás sucede también respecto a otras islas y países del
globo. Desde el año 1351 está señalada en el portulano de Médicis, y probablemente
lo estaría asimismo en otros anteriores. Esta isla, dice el erudito Mr. de
Avezac, figura en dicho atlas bajo el nombre de isla de Brazi, como la misma
que después se ha llamado Terceira, y en otras cartas posteriores se la llama
Brazil o Brasil, pero es constante que en otros mapas se la coloca a gran
distancia de las Azores, y casi siempre al occidente de las mismas. También
consigna el citado autor que la referida isla debe su nombre a unos árboles que
en ella abundaban y servían para teñir de rojo, cuyos árboles, hallados también
más tarde en el continente de América, dieron nombre a una vasta región de
dicho continente, que hasta hoy se llama Brasil.
Esta isla de que
hablamos también ha sido tomada por la Antilia , esto es, confundidas ambas con una sola,
y acaso realmente no fueran sino una, distinguida simultánea o sucesivamente
por uno y otro nombre. Es verosímil que en la Antilia , isla sin duda
americana, hubiese aquella clase de árboles tintóreos tan conocidos, y de los
cuales tanto comercio se ha hecho bajo el nombre de palo Brasil.
El célebre viajero veneciano Marco Polo, que escribía por
los años 1280, habla de las islas Cipango y Antilia como de islas asiáticas, fronterizas
al Cathay; y hoy parece cosa indudable que esas islas son dos de las actuales
Antillas, y que la Cipango
es la misma Brasil.
Es necesario advertir que no sólo en aquellos tiempos se
suponía al globo Terráqueo una circunferencia mucho menor de la que realmente
tiene, sino que por otra parte se daba a las Indias una extensión inmensa.
Onesícrito afirmaba que la India
ocupa una tercera parte de la esfera terrestre, y Plinio confirma esa opinión,
que era común en su Tiempo. Aristóteles daba como seguro que desde el estrecho
de las Columnas de Hércules, hasta la
India , navegando siempre hacia Occidente, se llegaría en poco
tiempo; y nuestro filósofo Séneca, a su vez, confirma el sentir del precitado filósofo
griego.
Después de MarcoPolo, el inglés Mandeville, por los años 1350, escribió también sus viajes por
las Indias; y ambas relaciones se asegura eran la lectura predilecta de Colon,
en sus ratos de ocio y esparcimiento, lectura que provocó en dicho marino un
deseo irresistible de realizar la atrevida empresa, que más tarde llevó a cabo.
En varias obras
impresas, entre otras la
Historia de la
Marina real de España, se puede ver el cúmulo de datos que adquirió
Colón antes de lanzarse al Océano para llegar por aquí a la India ; datos que
patentizaban no solo la posibilidad, si que también la probabilidad del buen éxito;
la empresa era más bien de atrevimiento que de ciencia, y cualquier capitán de
buque mercante que, con tiempo favorable, hubiera navegado hacia Occidente durante una o dos lunaciones o meses,
infaliblemente hubiera tropezado con la tal India que se buscaba, y que mucho
después se vino a caer en la cuenta de que no era tal India ni Asia, sino un
nuevo Continente que impensadamente se acababa de descubrir.
R.
GARCÍA-RAMOS.
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