(Artículo
publicado el 10 de enero de 1898 en el Diario de Tenerife)
Los estudios que
desde hace muchos años he venido haciendo de las diversas noticias antiguas que
se conservan escritas sobre nuestras islas y sus habitantes, me han convencido
de una verdad que sospechaba, cual es que por diversos autores, casi todos
ellos extranjeros, se ha pretendido hacer creer que los españoles y franceses
acabaron con la población indígena de las mismas islas, y que tal aserto es
absolutamente falso. Lo mismo, poco mas o menos puede decirse respecto a los
indígenas o antiguos habitantes de las dos Américas.
En primer lugar, es
de advertir que muchísimos extranjeros han procurado siempre desprestigiar a
nuestra nación, acaso por envidia, y la han calumniado exagerando y hasta
inventando actos de crueldad que quizás ellos mismos, y sus compatriotas,
hubieran cometido antes que los españoles, caso de haberse hallado en las
circunstancias de éstos. En segundo lugar, se han empeñado en hacer pasar por
gentes inocentes e inofensivas a los pueblos vencidos y conquistados, cuando es
indudable que esos mismos pueblos vencidos, en general, fueran más bárbaros y
crueles que sus conquistadores.
Contrayéndonos a
nuestras islas, ha habido extranjeros (y aun nacionales) que con la mayor y más
estúpida buena fe, han formulado el siguiente silogismo: Los guanches
vivían en cavernas, vestían de pieles y tenían idiomas o dialectos extraños; es
así que hoy no se vive aquí en cavernas, no se visten pieles ni se conocen
tales idiomas; luego los españoles acabaron inhumanamente con los guanches. Lo
peor es que los libros abundan en silogismos de ese género, y que así se ha
escrito mucha parte de la historia, de todos los países.
¿Quien ignora en
Canarias que a los pocos años después de la conquista, los indígenas apenas se
distinguían de los españoles, ni en su lenguaje, ni en su vestido, ni en sus
costumbres? Hasta los nombres y apellidos tomaron de los europeos, lo mismo que
sucedió en América y en casi todo país conquistado.
Terminada la
conquista de las Canarias, quedó en cada isla más gente indígena que europea,
lo mismo, que sucedió en el Nuevo Mundo, y ha sucedido generalmente en todo
país conquistado, salvos poquísimas excepciones. Es más, en las islas Gomera y
Palma casi toda la población ha sido siempre indígena, porque dichas islas más
bien que conquistadas puede decirse fueron anexionadas a la corona de Castilla.
Lo mismo sucedió con la isla del Hierro, y si bien en ella había pocos habitantes
cuando la invadió el barón francés con su gente, no eran tan pocos cómo se ha creído.
Hemos hallado las pruebas de ello en varios manuscritos en que se habla de
algunos levantamientos de los herreños contra la gente francesa y española que
dejó allí el señor de Bethencourt. Aquellos
insulares eran de índole pacifica; pero fueron mucho más numerosos que sus
invasores, y por ello intentaron varias veces recobrar su independencia.
Respecto a las dos
islas Lanzarote y Fuerteventura, es bien sabido el empeño de su señor el barón
francés Juan de Bethencourt, de catequizar y bautizar a sus indígenas, a fin de
aumentar el número de sus súbditos o vasallos (como entonces se decía), y por
consiguiente aumentar su poderío, además del alto
propósito real o fingido que entonces se alegaba por todos los conquistadores cristianos, de
reducir a nuestra fe a los paganos o infieles. Bethencourt ganaba mucho en ello, porque con la
gente de Lanzarote se ayudó no poco en la conquista de las otras islas que
ganó, y contaba ayudarse en la de las restantes con la gente más expedita de
aquellas, lo mismo que para sus proyectos sobre el vecino continente. Hasta
para el cultivo y explotación o aprovechamientos de las mismas islas,
necesitaba gente del país, que le evitara los gastos y molestias de reclutar y
transportar colonos desde Francia o España.
Más tarde, los
sucesores de Juan de Bethencourt con gente de las islas conquistadas acometieron
repetidas veces a las que se conservaban independientes; y hasta el mismo
Fernández de Lugo debió en gran parte el éxito de su empresa de reducir la Palma y Tenerife, a la
multitud de insulares (casi todos indígenas) que trajo de las demás islas y en
particular de la Gran
Canaria , a los cuales hizo datas de tierras y aguas tan
cuantiosas como las que hizo a los conquistadores venidos de España y otras
partes.
El fondo o la
mayoría de la población de Fuerteventura y aun de Lanzarote, lo mismo que la de
las otras islas (y sobre todo la
Gomera ) me parece innegable que fue indígena, no sólo en tiempos
de los señores de la casa de Bethencourt, sino después y siempre. Entre los
muchos testimonios que tenemos de ello, citaré tan solo las Cartas de merced y
privilegio otorgadas por el conde de Niebla, señor o rey de las islas, en el
año 1422 y que menciona Viera en el párrafo tercero de su Libro VII. Él citado
prócer y verdadero caballero siempre procuró favorecer a sus vasallos, en vez
de explotarles, y les concedió diversas franquicias, respetando sus costumbres
gentílicas y sus creencias (Bontier y Leverrier afirmaban qué eran aquellos
insulares muy apegados o tenaces en ellas) y procurando inculcarles nuestra civilización
por los medios mas suaves. Así comienza diciendo en las referidas Cartas, que:
«Para atraer a los infieles a la verdadera fe de Jesucristo, animarlos y
afirmarlos en ella; para premiar la memoria de los servicios que hicieron a
Juan de Bethencourt su antecesor… y para que se multiplicasen, y poblasen las
islas.. » No es necesario copiar otra cosa aquí, de lo que Viera aduce de las
citadas Cartas...
Sabido es que el
Padre Fray Alonso de Espinosa escribía por los años 1590 sus noticias sobre
nuestras islas, es decir en una época poco distante de aquella en que tuvo
lugar la conquista. Pues bien, ya en aquel tiempo la gente indígena no solo se
hallaba identificada en idioma y costumbres con la española, sino lo que es muy
de notar, ya desempeñaba cargos y ocupaba puestos honoríficos, como el mismo
Espinosa tuvo cuidado de consignarlo. No era este autor hijo de estas islas, ni
acaso tenia en ellas relaciones de parentesco, razón, por la cual de ningún
modo puede atribuirse a parcialidad o efecto del amor patrio lo que dice de los
indígenas.
Vamos a concluir reproduciendo
algunas de sus frases, las cuales
si bien son bastante conocidas de las personas curiosas, que han leído la
historia de Canarias, no lo son de la generalidad de los lectores. Es de
advertir que la obra de Espinosa (impresa en Sevilla, año de 1594, y reimpresa
en Santa Cruz de Tenerife en 1848), se concita principal o exclusivamente a
esta isla y a sus naturales indígenas o guanches; y como dicha isla fue la
última conquistada del grupo, era también en ella más reciente que en las otras
la fusión de conquistadores y conquistados, lo cual hace más marcada la pronta
identificación de los canarios o guanches con los europeos, y hace comprender
que lo mismo
había sucedido y venía sucediendo, desde muchos años antes, en las demás islas
de este archipiélago.
Dice, pues,
Espinosa en el capítulo décimo del libro primero de su conocida obra, en su
lenguaje frailuno y propio de la época aquella, en la cual el
dicho Padre no fue de los menos ilustrados entre los religiosos y los seglares:
«De los insignes varones que de esta gente han descendido:» Habla de los indígenas de la isla de Tenerife.«De lo que atrás queda dicho se ve claro y manifiesto que los naturales (en aquel tiempo no se decía indígenas) de esta isla, no exceptuando a los de las otras, pues todos creo tuvieron un principio y origen, fueron gentiles incontaminados, sin ritos, ceremonias, sacrificios, ni adoración en Dioses ficticios, ni trato ni conversación con demonios, como otras naciones. Y como la tierra limpia, ganosa de producir, que echándole la buena semilla y dándole el riego, necesario, produce con fortaleza y dan fruto a su tiempo, así estos natura les, como estaban sin ley, sin ceremonias, sin adoración y conocimiento perfecto de Dios, cosa que todas las racionales criaturas apetecen, hallóles el Evangelio, desembarazados y materia dispuesta en que obrar; cayó la semilla de la fe en sus corazones por el oído, diósele el riego necesario de la palabra divina y sacramentos, acudió esta fértil tierra y produjeron varones aprobadísimos y de gran celo de religión y cristiandad, varones de ingenios delicadísimos y caudalosos, así en las humanas como en las divinas letras esmerados; varones que no sólo con la toga, no sólo con el bonete, más también con la espada han mostrado su valor y la virtud de sus antepasados.»
«Han salido de esta isla gente y hombres de todos los estados, de, quienes, el Rey nuestro señor así para paz como para guerra se ha servido con mucha aceptación; y conocida su limpieza la santa Inquisición les admite a sus consultas y secretos, y con oficios honrosos los decora, y las Catedrales e Iglesias se honran en regirse y gobernarse por ellos, y que sus púlpitos y cátedras se suban y enseñen.»
Tal es el juicio
imparcial de uno de los autores más ilustrados de aquel tiempo, y que no
escribía a muchas leguas de distancia y sin haber pisado jamás el país, como ha
sucedido con tantos extranjeros, a quienes llamaremos exterminadores de
la raza guancha, porque en efecto la han dado estúpidamente por exterminada. Y
de advertir es también que como la isla de Tenerife tardó varios años en
pacificarse del todo, después de obtenida por los españoles la sumisión de los
menceyes o reyezuelos, puede decirse que lo consignado por el P. Espinosa (que
residió largo tiempo en este país y le estudió con detenimiento) se verificaba
cuando aún no habían transcurrido setenta u ochenta años de pacificada la isla
y normalizado su gobierno.
Debemos terminar
haciendo presente que entre los autores y eruditos que en nuestros días han
demostrado la falsedad y absoluta carencia de fundamento con que los
extranjeros a que antes aludimos han pretendido hacer creer en el exterminio o simplemente
la extinción de la raza guanche, hay que hacer distinguida mención del finado
señor Berthelot, cónsul de la nación francesa que fue en esta provincia, quien
no solo con sus trabajos esclareció el asunto, sino que despertó en Europa la
curiosidad y afición al estudio de nuestras antigüedades canarias.
Después de dicho autor el señor Chil y Naranjo ha proseguido, digámosle así, su
obra y explayado no poco el mismo asunto, y hoy el señor Bethencourt y Alfonso
con gran constancia y singular aplicación, ha reunido un caudal de datos que no solo confirman la
preponderancia de la raza indígena hasta nuestros días, en la población de
estas islas, sino que amplían considerablemente la suma de noticias sobre las
mismas, que han reunido anteriormente los historiadores.
R. GARCÍA-RAMOS.
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