martes, 23 de septiembre de 2014


        NOTAS SOBRE EL OCÉANO Y SUS ISLAS

                                    (Artículo publicado en el Diario de Tenerife el 2 de marzo de 1898)  
                                           Documentación obtenida de Jable.Archivo de prensa digital de la ULPGC

Durante muchos años se buscó inútilmente por los antiguos el punto de contacto entre el Oriente y el Occidente, dada la noticia que ya se tenía de la redondez de la Tierra. Los geógrafos se preguntaban si este punto o más bien línea de contacto, a la vez que divisoria, estaría en la mar o en la tierra, y en este caso si serían islas o continente las tierras que volvían a unir aquellos dos hemisferios, separados según la común opinión en la isla del Hierro. Este problema era resuelto por algunos, fijando en las riberas orientales del Cathay o la China, la extremidad de dichos hemisferios, en contraposición a la indicada por nuestra isla; pero esa opinión o hipótesis estaba lejos de ser una noción segura o probada y admitida. Puede decirse que la resolución de tal problema la inició Colón, la desenvolvió Balboa, y la llevó a cabo Sebastián Elcano o  Delcano, descubriendo el primero la América, el segundo el mar Pacífico en su parte americana, y el tercero el contacto de los dos mundos por la parte opuesta a las islas Canarias.

La ciencia geográfica moderna dirijió a veces una mirada retrospectiva, hacía la ciencia antigua, que es su base, con el objeto de esclarecer diversos problemas históricos; y por ello en las presentes notas tenemos que remontar a los primeros siglos de nuestra Era.

Alejandro Claudio Tolomeo que nació en Egipto por los años 130, puede ser considerado como el fundador o regenerador de la ciencia geográfica. Su obra llamada comúnmente Almagesto es un monumento precioso para la historia de la astronomía, como para la geografía lo es la que compuso el mismo autor, ampliada por GerardoMercator. En esa última obra se recopilan casi todos los conocimientos geográficos de los antiguos, y se describe el globo terráqueo con textos y mapas, globo que desde los tiempos del famoso Hiparco, y aun anteriores, no solo era ya reconocido como un planeta, no solo como un cuerpo esférico, sino también desde toda esa antigüedad era dividido artificialmente con meridianos y paralelos de latitud, a fin de hacer más asequible su conocimiento con todos sus detalles o en todas sus partes.



 Tolomeo dividía el ecuador terrestre en trescientos sesenta grados (división aceptada por los modernos), de los cuales se aseguraba o creía en aquel tiempo que unos dos tercios, o sea los dos tercios del globo, habían sido explorados o reconocidos por los viajeros, y tan sólo una tercera porte o poco menos quedaba por explorar. Claro es que en dicho cálculo no se incluía las regiones polares. Desde varios siglos antes, ya otros autores opinaban lo mismo, entre los cuales citaremos a Aristóteles, Otesias, Onesícrito, Nearco, Estrabon y Plinio. De ello resultaba que las islas más occidentales del Atlántico pasaban por islas asiáticas, y parecía que eran las mismas que Marco Polo y otros viajeros señalaban al Oriente de la China o Cathay y de la India. No se sabe cual es la isla que Polo llamaba Cipango o Zipangú, aunque se presume fuera una del grupo del Japón, si no la Nueva Holanda, o la isla de Ceylan; pero de cualquier modo, pasaba generalmente por isla del Atlántico, por que todavía no se conocía otro Océano o mar exterior, y se creía que este era el mismo que bañaba las riberas asiáticas.

A mediados del siglo XV se sabía en Europa que en el extremo Oriente estaban las islas de la Especería, y se hablaba y aún exageraba el gran comercio que en las dichas islas se hacía, su gran riqueza en metales y piedras preciosas, así como la riqueza de la parte cercana del Continente. En particular referían los viajeros europeos el activo comercio y gran número de buques que surcaban aquellas aguas, buques que según toda probabilidad serían en su mayor parte chinos y japoneses, pues es sabido cuan antigua es la civilización del Celeste Imperio y de los países orientales. Los navegantes italianos decían, por ese mismo tiempo, que desde la Antilia o Antilla hasta Cipango se podía pasar en pocos días o semanas de navegación.

 Antes de pasar adelante, seanos permitido hacer una observación, contraria al sentir o parecer de varios autores, que consideran a las Canarias casi desconocidas en Europa durante la Edad Media, fundados en que muy poco se habla de ellas desde los tiempos de Plinio hasta porción de siglos después. Creen que se perdió la noticia de estas islas, y sin embargo, ni se perdió tal noticia ni ellas dejaron de ser visitadas, y una buena prueba de ello la tenemos en el hecho de haber fijado aquel primer Meridiano no solamente Tolomeo sino otros muchos autores del siglo segundo de nuestra era y de los sucesivos.

 Volviendo a lo que tratábamos, y a propósito de la famosa isla Antilla, es de notar las diferencias que se observan en los diversos manuscritos de las obras antiguas, diferencias debidas casi siempre al poco cuidado o a la incapacidad de los copistas, antes del descubrimiento de la imprenta. Ese descuido o incapacidad (muchas veces concurrían ambas causas) ha ocasionado gran dificultad para conciliar hoy las divergencias que resultan en cada autor .Quisiéramos reproducir aquí el pasaje de Aristóteles frente a la Antilla; pero como dicho autor es muy antiguo,  sus obras ofrecen infinidad de variantes, y hasta el pasaje de la Antilia o Antilla lo han puesto unos copistas en el libro de las Maravillas, y otros en el de las Cosas Naturales. En suma, Aristóteles dice que más allá de las Columnas de Hércules y muchas jornadas adentro de la mar, los púnicos (cartagineses o fenicios) descubrieron la mencionada isla, país delicioso y extraordinariamente fértil, en el cual algunos de aquellos se quedaron; pero que más tarde los senadores o sufetes prohibieron aquella colonización, no se sabe claramente por que causa.

 Diodoro de Sicilia reproduce, según parece, la misma noticia que había dado Aristóteles; pero también su texto ofrece variantes, por lo cual vamos a copiar aquí dos versiones del mismo pasaje de Diodoro, que unos comentadores refieren a la Gran Bretaña, y otros a la grande Antilla de nuestros días.


Diodoro Sículo o de Sicilia
« Algunos aventureros púnicos se avanzaron por el Océano hasta muchas jornadas más afuera de las últimas tierras conocidas, y hallaron una isla afortunada, llena de bosques y praderas, con fértiles valles y montañas, en la cual se quedó una parte de la gente que la descubrió».
 Hasta ahí una versión; la otra es más explícita o detallada, y consta en otros ejemplares del mismo autor:
 «A muchas jornadas de la Libia hay en el seno de los mares una grande isla, de suelo fértil; cruzada por cordilleras que forman valles deliciosos, regados por arroyos y aun ríos navegables; la frondosidad de sus bosques, pureza del aire y de las aguas, excelencia de los frutos y abundancia de caza y pesca la hacen un país afortunado y mansión de bienestar. Separada del resto del mundo desde sus principios, permaneció ignorada durante una larga serie de siglos, hasta que fue descubierta por unos navegantes fenicios que salieron de Gades con el objeto de explorar el Océano, los cuales navegando por las aguas de la Libia, se vieron asaltados de una tormenta que duró muchos días, y por último fueron impelidos hacia aquella isla, cuyas dichosas circunstancias reconocieron y marcaron».
 Esa isla fue, sin duda, encontrada y perdida más de una vez, desde los tiempos antiguos hasta el descubrimiento de América por Colon; y como ya hemos indicado, los viajeros europeos que penetraron en lo antiguo hasta las Indias por la vía de Oriente, o adquirieron noticias de aquellos países, y supieron que había varias islas al Oriente de éstos, tomaron a una de ellas por la Antilla y a otra por Brasil, y más de una vez  confundieron a estas dos, tomándolas por luna sola, dado que realmente fuesen dos islas, como lo parece en vista de las antiguas cartas de marear. Véase acerca de ello nuestro articuló titulado «Antilia y Brasil» en el número 3370 de este periódico, correspondiente al día 14 del mes último.

 Como aquí no escribimos una relación continuada y metódica, sino meras notas sueltas, citaremos una disposición de Colon, dictada al cabo de pocos días de internarse en el Océano. Mandó, pues, a los capitanes de las dos carabelas que le acompañaban, que si por cualquier evento perdían de vista la que el montaba, prosiguieran navegando hacia Occidente por espacio de 700 leguas próximamente, a cuya distancia empezaran a mantenerse al pairo durante la noche y sondear con frecuencia; por que ya por allí debían estar cerca del Continente asiático, y en aquellas alturas hallarían la isla de Zipango. Puede acerca de esto consultarse, entre otras obras, la historia de la Marina Real española por Ferrer de Couto y March, libro 1º , capítulo 8º en cuya obra se transcriben algunos trozos del Diario escrito por el mismo Colon. Las leguas de que habla el dicho almirante son italianas, de veinte en grado, como las de España. De ello se infiere que Colon opinaba como los geógrafos  y cosmógrafos de su tiempo, esto es, que las islas de que se tenía noticia, como situadas al Oriente de las Indias o de la China, eran las mismas a donde ya se había llegado por Occidente, que si en tiempo de Tolomeo el globo era conocido en sus dos terceras partes o poco más, ya afines del siglo XV se conocían las tres cuartas partes, poco más o menos. Es más, que acaso lo mismo Colon que otros capitanes de buques mercantes, opinaran que el brazo de mar entre la Europa y el África occidental por una parte, y el Asia por la otra, no excediera en anchura a 40 o 50 grados; eso al menos se deduce de pensar en hallar las islas citadas por Marco Polo, a los 35 grados Oeste de las islas Canarias, distancia a la cual parece que también se suponía hallarse la Antilla o Zipango, en el sentir de los hombres científicos de aquel tiempo, (en este género de estudios), y en particular de aquellos a quienes Colón había consultado.

Aquí debemos rectificar un error cometido en nuestro ya citado artículo «Antilia y Brasil», error que consistió en citar un trabajo de Martín Behaim como hecho el año 1414, en vez, de decir que ese autor menciona la Antila como isla reconocida o visitada por navegantes españoles en dicho año de 1414. Este célebre autor pasaba en Alemania por una de las grandes lumbreras del siglo XV, y aunque hay en el alguna exageración, es indudable que compartió con Pau o Toscanelli llamado en Italia el gran físico, la fama de ser los más hábiles delineadores de cartas geográficas o globos terrestres. Toscanelli envió al monarca de Portugal varios mapas, planos y esféricos, y sostenía que el viaje desde Lisboa a la India e islas de la Especería no era más largo que los que hacían cada poco los portugueses a la costa de Guinea; y casi por los mismos años Behaim regalaba a Nuremberg su patria el famoso globo que hoy parece una monstruosidad geográfica, y entonces parecía un prodigio de ingenio.

Casi todos los mapas de ambos autores se han perdido, o al menos, se ignora su paradero; olvidando que eran datos muy curiosos para la historia, casi nadie cuidó de conservarlos, al resultar inútiles en la práctica a causa de los progresos de la geografía. Lo mismo ha sucedido respecto a otros muchos trabajos análogos anteriores.

 Ya hemos dicho (y conviene insistir en ello) que a causa de la creencia en que generalmente se estaba de que el Asia no distaba mucho de Europa (por el occidente de ésta), se creía también generalmente que las islas que Marco Polo y otros autores señalaban al Oriente de aquella parte del mundo, eran las mismas que los navegantes encontraban al Occidente de ésta o sea de Europa. Por ello confundían con las Antillas  y Brasil, las islas del Japón y otras, que confusamente sabían estar situadas en el extremo Oriente, entre ellas la Cipango o Zipangú.
 A propósito de Antillas, el conocido y antiguo autor sevillano Pedro de Medina, sobresaliente náutico de su tiempo, asegura haber visto dos cartas de marear muy antiguas, y en ambas diseñada la Antilia; siendo lo más notable que una de dichas cartas aparecía ser de Tolomeo. Acaso sucediera con ella lo mismo que con otras muchas, esto es, que sus sucesivos poseedores añadieron al trazado primitivo el de algunos otros países que sucesivamente se venían descubriendo. Eso se ha visto muchas veces, y ha inducido en error, por creer diseñado desde luego en la respectiva carta, lo que lo ha sido con mucha posterioridad y todavía el error resulta más difícil de descubrir cuando la carta ha sido copiada varias veces  (como lo eran todas o casi todas) y en las copias se conservaba cuidadosa y como religiosamente el nombre del autor primitivo.

Otra observación haremos aquí, cual es que, el poco conocimiento que se tenía "del mar Atlántico, ocasionaba frecuentemente un doble error, que consistía en ser tomadas por una misma, dos o tres islas diversas, otras veces por el contrario, ser tomada por dos o tres una sola; esto último solía suceder cuando cada viajero o navegante que la descubría la ponía nombre, y estos nombres no concordaban entre sí. Algunos tomaban por la misma Antilla la que llamaban Brasil, y viceversa; esta última aparece también en los mapas de Picignano, Andrés Bianco, y Fra Mauro.

Algunos autores o escritores incompetentes, o por lo menos, mal enterados de ciertos sucesos, creyeron que el monarca de Portugal o sus ministros engañaron a Colón, y aprovechando las luces de este marino le entretuvieron con promesas mientras enviaban un buque a la India por Occidente; pero tal aserto es una hipótesis injuriosa y falsa o errónea. Consta que por el contrario, Colón se aprovechó de las noticias dirigidas  al gobierno lusitano, y se ofreció para realizar la empresa; oferta que no fue desde luego aceptada, porque si bien dicho marino estaba ya desde largo tiempo avecindado en Portugal, no por ello dejaba de ser mirado como un extranjero.

Vamos a terminar estos breves apuntes transcribiendo algunos párrafos de la comunicación dirigida al rey D. Alfonso de Portugal, o su gobierno, por Paulo Toscanelli, con fecha 25 de Junio de 1474, carta que puede verse reproducida en varias obras impresas, y fue escrita a consecuencia de los informes pedidos por aquel monarca. Es de estricta justicia reconocer que los reparos que el mismo opuso a Colón, nacían del patriótico deseo de que fuese un lusitano y no un extranjero quien llevara a efecto el viaje a la India por el Oeste, y que sin la tempestad que asaltó al bajel enviado por el citado monarca, acaso hubiera sido este mismo bajel el que hubiera realizado la empresa aconsejada a todo el mundo por el ilustrado geógrafo y matemático florentino, o como entonces decían, el gran maestro de física de la Italia. Dice así la mencionada comunicación: Aunque yo he tratado muchas veces del brevísimo camino que hay de aquí a las Indias, donde nacen las especierías, por la vía del mar el que tengo por más corto que el que hacen los lusitanos a Guinea…yo pudiera mostrarlo con la esfera en la mano; pero sin embargo, he determinado para más facilidad y mayor inteligencia mostrar el referido camino en una carta semejante a las de marear, y así la envío a S. A. hecha pintada por mi mano, en la cual va pintado todo el fin del Poniente, tomando desde Islandia al Austro hasta el fin de Guinea, con todas las islas que están situadas en este viaje; a cuyo frente está pintado en derechura por Poniente el principio de las Indias, con los sitios y lugares por donde podréis andar, y cuanto os, podéis apartar del Polo Ártico por la línea equinoccial, y por cuanto espacio o cuantas leguas podríais llegar a aquellos lugares fertilísimos de especería y piedras preciosas. Y no os admiréis de que llame Poniente al país donde nace la especería que comúnmente se dice nacer  en Levante; porque los que navegaren  a  Poniente, siempre hallarán en Poniente los referidos lugares; y los que fueren por tierra á Levante, siempre los hallarán en Levante. Las líneas derechas  que están en dicha caita, marcan las distancias de Poniente a Levante (es sabido que entonces la longitud era una sola); y las líneas horizontales u oblicuas marcan las del Norte al Mediodía. Las islas de que hemos hablado están habitadas por mercaderes que trafican en muchas naciones; se ve en los puertos mayor número de bajeles extranjeros que en otra parte del mundo. Tiene el país muchas provincias y aun muchos reinos del dominio de un príncipe solo, llamado el gran Kam, rey de los reyes que ordinariamente tiene su residencia en  el Cathay.  En tiempos del Pontífice Eugenio IV, vino un Embajador de aquel Soberano, que le manifestó el afecto que a los católicos profesaban los príncipes y pueblos de su país; estuve hablando con dicho Embajador, largo tiempo; me habló de la magnificencia de su Rey, de los grandes ríos que había en su tierra, y que se veían doscientas ciudades, con puentes de mármol,  sobre un sólo río. El país es bello, y nosotros debíamos haber o descubierto y frecuentado, por las riquezas que contiene, y la gran cantidad de oro, plata y pedrería que del mismo puede sacarse... Hallareis en un mapa, que desde Lisboa hasta la famosa ciudad de Kisay, tomando la vía derecha a  Poniente, sólo se cuentan veinte y seis grados o espacios, cada uno de ciento cincuenta millas (estas millas italianas son de cuatro en cada legua)... Desde la isla Antilla hasta la de Zipango hay diez espacios o grados...Esta última es tan abundante en pedrería y oro, que con todo esto se cubren los templos y los palacios…

Hasta ahí lo que nos parece curioso transcribir de dicha comunicación, que puede verse íntegra en varios manuscritos e impresos, entre ellos la citada Historia de nuestra Marina nacional, y la del mismo almirante Colón, escrita por su hijo don Fernando. El citado almirante, cuando no era sino un mero patrón o piloto, aunque hombre de genio y afición al estudio, pudo procurarse se una copia de esas noticias, las cuales sin duda fueron las que más le animaron a solicitar del rey de Portugal los recursos que necesitaba para llevar a cabo la consabida empresa; pero el monarca lusitano y su gobierno no querían deber a un extranjero (aunque avecindado en su reino) la gloria o loor de efectuar el paso a las Indias y Catay por cubierta vía de Occidente. Descubierta la América, se ponderó extraordinariamente su riqueza, fertilidad hasta la felicidad de los indios americanos; pero la verdad es y consta de una manera indudable, que estos indios hallados por Colón en las Antilias, verdaderos caribes, eran bastante feos por naturaleza, y más aún por su costumbre de marcarse o mancharse la cara y el cuerpo, colgar diges de la nariz y del labio inferior etc. Y en cuanto sus costumbres, patriarcales y fraternidad, eran sin perjuicio de devorarse unos a otros como manjar exquisito, y hacerse la guerra exclusivamente para ello. Las mismas costumbres hallaron más tarde el intrépido Magallanes y su compañero Delcano, en Oceanía, cuando dieron el nuevo paso que faltaba para llegar a las verdaderas Indias; paso que se puede decir no fue menos heroico que el anterior, o quizá lo fue más aún, porque el nuevo mar descubierto más allá de América, era para los expedicionarios un mar mucho menos conocido que el Atlántico, o por mejor decir, un mar absolutamente desconocido.

Consta de una manera indudable que el almirante Colón murió, lo mismo casi todos sus primeros compañeros de fortuna, no solamente sin saber que habían descubierto la América, sino ignorando también que habían llegado hasta un Continente; pues tomaron por una isla asiática la tierra firme del golfo de Paria, hasta donde penetraron, en la America meridional. Estaba reservado a Sebastian Delcano y a sus heroicos compañeros, el dar por primera vez la vuelta a la Tierra, y hallar el contacto del viejo con el nuevo Mundo; y aún así esta gloria se la arrebató al famoso Hernando de Magallanes, jefe de aquella  misma expedición, su trágica y alevosa muerte en la isla de Mactan, una de las Filipinas, que acababa de descubrir. Por manera que, en rigor, a este navegante se debe no sólo el descubrimiento del Estrecho que aún lleva su nombre en la América meridional sino también el  descubrimiento del Asia por la vía de Occidente; aunque como Cristóbal Colón respecto al continente Americano, tuvo la desgracia de morir sin saber que había tocado en los confines del antiguo Mundo.

Ya queda dicho que Colón descubrió la tierra firme de América antes que varios otros viajeros de su tiempo; pero ignorando que era tal tierra firme, y según se asegura, sin poner los pies en ella y creyendo siempre que lo que tenía a la vista era una de tantas islas asiáticas como creía haber descubierto. El que primero llegó al continente Americano fue Caboto (1497), el cual siguió por algunos años creyendo también que era una parte del Cathay lo que acababa de descubrir. Este célebre viajero que acabamos de nombrar, era veneciano, al servicio de Inglaterra, y su verdadero apellido era Gabotto. Su padre gozaba la fama de ser uno de los mejores náuticos de su tiempo, y propuso al rey Enrique VII de Inglaterra, llegar a las Indias de la especería antes que Colón, tomando la vía del Noroeste, de las islas Azores, según este célebre genovés tomó la del Suroeste.

Llegó en efecto., con poca dificultad, a Terranova, y su citado hijo Sebastian Caboto siguió reconociendo el continente inmediato, hasta una gran distancia, así como por la parte norte como por la del sur.

Sus relaciones llenaron la Europa, y sin embargo, no fue tampoco este veneciano quien dejó impuesto su nombre al Nuevo Mundo. Tal gloria estaba reservada por la casualidad a un florentino, como es sabido, el cual a su vez difundió por Italia y por toda Europa las noticias de sus propios viajes y los de sus predecesores, y así al mismo se inclinó la suerte o la fortuna, que también es sabido la pintan con los ojos vendados.

 Sin embargo de ello, se asegura, no sabemos si con bastante fundamento, que Américo Vespucio fue quien primero demostró el error en que se estaba de confundirla América con el Asia y que le costó no poco trabajo hacer entender a  sus contemporáneos que no eran solamente tres, sino cuatro, las partes en que se dividía el globo de la Tierra.


                                                                                     R. GARCÍA-RAMOS                                                                                                

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